Sunday, November 24, 2013

LA OTRA HISTORIA / I.

Invitado a hablar por el mismo Umberto Eco en la presentación de su novela El péndulo de Foucault realizada el 5 de noviembre de 1989 en Nueva York, cuando aquél se enteró que estaba entre el público, Ioan Culianu, el brillante especialista rumano en magia renacentista, entre otras disciplinas, opinó entonces que la obra del semiólogo italiano exponía noveladamente cómo una mala interpretación se convierte en una realidad más real que la verdad cuando un número suficiente de personas la cree: “Nada demuestra este principio mejor que el holocausto. Cuando las mentes enloquecidas están en sincronía, crean una realidad alternativa, matan por razones inventadas, encuentran razones para actuar haciendo de sí mismos un punto fijo en el universo”. En uno de sus libros principales, Eros y magia en el Renacimiento (Siruela, 1999), Culianu indaga extensamente los mecanismos mediante los cuales, en palabras de uno de sus comentaristas, la mente humana inventa mundos y los hacen tan reales que se vuelven, efectivamente, reales. Y los magos-filósofos y sus juegos mentales estudiados por él (Giordano Bruno, Pico de la Mirandola y Marsilio Ficino) encarnan la construcción de una ciencia del imaginario que anticiparía no solamente el ciberespacio sino también, y a pesar de ellos, muchas de las formas organizadas del control de la conciencia colectiva en la actualidad. Una magia entendida no como vulgares y esotéricas prestidigitaciones sino como el conocimiento y la manipulación del mundo profundo de la imaginación que conecta entre sí lo consciente y lo inconsciente, lo cósmico y lo individual, de un modo hoy ignorado por la mentalidad contemporánea, analfabeta simbólica y además analfabeta metafísica, según el autor. En ese libro, Culianu afirma que el cambio histórico ocurre por mutaciones, no por evolución, y a través de fuerzas que están ocultas para los mismos actores de ese cambio, una “visión cuántica”, explica Ted Anton en su indispensable libro sobre este pensador excepcional: El caso del profesor Culianu (Siruela, 2000), en la cual las tensiones se producen una y otra vez hasta que hacen estallar la cultura: “durante esos períodos de crisis, los dirigentes políticos confunden los efectos con las causas, las viejas definiciones como ‘derecha’ e ‘izquierda’ se convierten en sus contrarias, y las instituciones actúan de forma completamente atípica”. La civilización occidental moderna en conjunto significa, para este sucesor de Mircea Eliade ejecutado cobardemente por el fascismo policiaco rumano en la Universidad de Chicago a los 41 años, el producto directo de la Reforma luterana y sus variantes, las cuales determinaron tanto el ámbito protestante como el católico. Los ideales del Renacimiento fueron destruidos, aquella poderosa concepción que veía el mundo natural y social como un solo organismo espiritual en el que sucedían “intercambios permanentes de mensajes fantásticos” quedó proscrita. La Reforma prohibió el ejercicio de la libre imaginación y proclamó la necesidad de extinguir “la naturaleza pecadora” de los seres humanos. Esta “gran censura del imaginario” condujo al desarrollo de las ciencias exactas y la tecnología, al surgimiento de las instituciones modernas y, en un nivel psicosocial, a “la aparición de todas nuestras neurosis crónicas, debidas a la orientación demasiado unilateral de la civilización reformada, a su rechazo radical del imaginario”. Vivimos todavía, afirma Culianu, una prolongación secularizada de la Reforma, en la que aun cuando los valores eclesiásticos represivos hayan perdido su eficacia, todavía subsiste la acrítica y extendida oposición teórica y práctica a la certeza renacentista de un universo vivo, desde las interpretaciones culturales y científicas que organizan y determinan nuestra percepción de la realidad. Culianu utilizó el método de la complejidad proveniente de Edgar Morin para conocer la historia: no ver el fenómeno hacia atrás y emitir una “verdad”, sino hacia delante, examinando todos los participantes e instituciones---iglesia, gobierno, economía, poder judicial, medicina, folclor, literatura, etc.---, siguiendo todas las versiones posibles de un acontecimiento, considerándolas todas simultáneamente verdaderas. Afirmaría que debe entenderse el poder de la mente y la memoria individual y colectiva sobre la percepción, que la gente está programada como los robots, que “el espacio para el desarrollo del espíritu se vuelve cada vez más exiguo”. Fernando Solana Olivares.

Tuesday, November 19, 2013

AL FIN.

Para Rafael Tovar y de Teresa, con un abrazo entrañable A) Bienaventurado sea el Señor ---o Laing, o Artaud, o Guénon, o Murena, o Yourcenar, o quien haya sido, que repentinamente logran que uno se libre de sí. Luego de tantos años de vida centrada en el yo, esa hipótesis inútil, debe pasarse a otras consideraciones mentales y emotivas, a otra manera de estar en la existencia, más allá de los discursos predominantes y de las formas aceptadas de la interpretación. B) Ya decía el inagotable Karl Kraus que el psicoanálisis, la obsesión por el yo, era una manifestación de la misma enfermedad que se pretendía curar. Y tal dolencia, vuelta enfermedad planetaria por el impacto cultural de su fundador, un signo propio de la época moderna, consiste en la exaltación del yo introspectivo, obsesivamente consciente de sí mismo, donde no se percibe la persona en su totalidad sino sólo como una conciencia determinada por conflictos y angustias interiores que requiere levantar un sistema lógico cerrado, neurótico, en el que cada elemento sea manipulable, para alcanzar una imaginaria seguridad emocional. C) Acaso hubo sido la reciente lectura del teórico de la antipsiquiatría: “La sombra de la familia oscurece la visión individual. Hasta que no se logra ver la familia en cada uno de nosotros, no se consigue ver con claridad ni a la familia ni a nosotros mismos”, aquella que permitió obtener distancia sobre el origen y relativizar la procedencia personal. Más vale tarde que nunca: de pronto la infancia ya no es destino y la constelación parental es superada porque resulta absorbida: disuelve y coagula, se llama la operación. Entonces nos llamamos Nadie, ya no somos ni hijos ni padres de nuestro padre sino padres de nosotros mismos. Inmensa libertad. D) “Nadie sabe para quién trabaja”, encabezaba Alfonso Reyes un artículo de hace más de sesenta años dedicado al ilustre y pesimista linaje de los Huxley. Aunque sí se sabe, aceptaría el gran prosista unas pocas líneas después: uno trabaja para el “tercero en discordia”, aquel a quien los profetas de las reivindicaciones económicas llaman “intermediario” y quien siempre se queda con el provecho de los afanes ajenos. Sin embargo, señalaba el maestro, no hay que exagerar. “Yo decidí un día suprimir al intermediario: por nada del mundo pude conseguir que el carnicero de la esquina me diera un filete a cambio de un soneto”. Los astros, aceptó Borges, fueron generosos con Reyes. Los intermediarios no, porque con nadie lo son. E) Entre ciertos pensadores, Jung uno de ellos, suele afirmarse que cuando un hombre sabe más que los otros se retira a su silencio interior. Alguien dijo entonces que los lunes, jueves y domingos esperaba, y que los martes y los sábados los disponía para la desesperación. No mencionar los miércoles en dicha cuenta acaso era una indicación de que se requiere el silencio interior cuando menos una vez por semana, bien sea debido a que ese día se sabe más que el prójimo, quizá porque ese día se sabe menos. El silencio por exceso, el silencio al carecer. F) El centenario Albert Camus sigue vivo y su figura aún es evocada como la del filósofo práctico y vivencial de esta época donde lo terrible ya ha sucedido. Luego del admirado y reverencial asombro que en la Francia liberada provocó el primer número público de Combat, el heroico diario de la Resistencia que anunciaba su nombre como jefe de redacción en primera plana, un texto inédito de 1939 recién publicado postula cuatro exigencias hechas entonces al periodismo de esa época pero vitales al difícil arte contemporáneo de existir ahora y eventualmente comprender, dotar de sentido lo que se vive: la lucidez, el rechazo, la ironía, la obstinación. A estas virtudes hay que sumar aquello que llamó “un método del todo nuevo”: la justicia y la generosidad. E) Camus dijo: basta con las sucias esperanzas. Hablaba de las falsas ilusiones dirigidas a lo imposible. La esperanza auténtica hace referencia siempre a lo posible. Por ello Simone Weil estableció que es casto quien dirige su deseo no al porvenir sino a la criatura presente: toda virtud es energía y su fundamento es la atención. Entonces las esperanzas sobre una democracia cognitiva, así se circunscriba a unos cuantos aunque suficientes como masa crítica, son perspectivas fundadas en la posibilidad. Asimismo la síntesis de los opuestos: esperma y sangre, sol y luna, sujeto y potencia, día y noche, luz y pensamiento, vocal y consonante, vida y muerte, dolor y felicidad. Fernando Solana Olivares.

Friday, November 08, 2013

MANUAL ESTOICO / y II.

La felicidad es el anzuelo en el que casi todos los peces pican para convertirse en pescados. Y la operación ideológica del sistema mundo vigente que se induce, pues solamente ahí es donde se promete alcanzarla, en el consumo material. La naturaleza de la felicidad resulta elusiva e imprecisa: se sabe que, por ejemplo, un dolor de muelas terminado de pronto produce felicidad, pero que no hay felicidad mientras los dientes no duelan. Los filósofos estoicos propusieron otra perspectiva, desde la sabia y cruda aceptación de que la vida contiene todo, aun en ocasiones felicidad. “Piensa en todo. Espéralo”. Esta es la norma de la conducta estoica propuesta por Séneca, a la cual los adherentes a esa escuela llamaron premeditación. Partían de un conocimiento irrefutable: la gente es destruida sobre todo cuando le ocurre algo inesperado que por ello se vuelve enigmático, sin posibilidad de explicación. Haberlo considerado como posible lima sus mordientes filos y de algún modo permite la superación de la infelicidad que traerá consigo porque pensarlo es ya una preparación. ¿Cómo, entonces, evitar caer en la desdicha anticipada, cómo no hacerse infeliz antes de tiempo al imaginar las muchas variantes de la posibilidad? “Nada hay prometido sobre la noche de hoy; aún he dado un plazo demasiado largo: nada sobre la hora presente”, advertiría el filósofo. Dicho paso repentino de la felicidad a la infelicidad conocido como tragedia nada tiene que ver con un orden moral de castigo o retribución, sino más bien con aquella diosa antigua llamada Fortuna, cuyos dos atributos simbólicos, la cornucopia con la cual concedía favores y el timón con el que cambiaba de golpe los destinos humanos, condensan la fragilidad de cualquier vida: la fortuna, sabrían los estoicos, nada otorga en definitiva propiedad. Alain de Botton, comentarista de esta filosofía, indica que no podemos explicar nuestro destino apelando a nuestra talla moral, pues la veleidosa fortuna puede bendecirnos o maldecirnos sin ninguna lógica, sin que obre ninguna justicia en ello: “no todo lo que nos sucede a nosotros ocurre con referencia a algo sobre nosotros”. Todas las quejas humanas sobre la injusticia e infelicidad del mundo derivan de la persistente e ingenua idea de que el mundo es en esencia, o debiera ser, feliz y justo. Sin embargo, la filosofía estoica no es una convocatoria a la resignación fatalista: “todo puede resonar por fuera con tal que por dentro no haya turbación”, escribió Séneca, para quien la sabiduría radicaba en aprender a discernir lo inevitable de lo deseado. Es en esta aceptación espontánea de la necesidad donde reside la única y verdadera libertad humana. El sabio identifica lo necesario e inevitable y lo sigue al instante, no se gasta en quejarse o protestar. Así contó Séneca la lección del fundador del estoicismo ante la pérdida: “Al anunciársele un naufragio, nuestro Zenón, cuando escuchó que todos sus bienes se habían hundido, dijo: ‘La suerte me ordena dedicarme sin trabas a la filosofía’.” La insensatez, apunta de Botton siguiendo a estos autores, consiste tanto en aceptar algo como necesario cuando no lo es como en rebelarse contra algo que sí lo es. Abreviando, entonces: ¿por qué sufre la gente sufrimientos innecesarios, infelicidades inútiles, frustraciones evitables? Porque la gente no es seria, no ha aprendido la vía mixe hacia la riqueza, la reducción drástica de la necesidad, la falsa naturaleza del deseo inducido, la desdicha consumista de la insaciable felicidad: la gente acepta como necesario lo que no lo es. “Es una disposición excelente la de soportar lo que no puedas enmendar”, observó el filósofo, manteniendo siempre una gran distancia entre las cosas y él mismo. De tal manera pudo renunciar a cargos, dinero e influencia, a la vida misma cuando debió suicidarse por orden de Nerón, pues puso todo ello donde la diosa Fortuna pudiera recuperarlo sin molestarlo: “por tanto, me las ha quitado, no arrancado”, concluyó. Nunca como ahora sería indispensable un estoicismo personal inteligente (Benjamin le llamaba “organización del pesimismo”) para alejarse de esa pertinaz infelicidad materialista que el consumo llama felicidad. Que tal autoayuda concluya con la cita de Montaigne, otro estoico superior: “Quiero (…) que me halle la muerte plantando coles, más indiferente a ella y más aún a mi imperfecto jardín”. Como siempre, hay salida histórica. Todo consiste en volver a ver. Fernando Solana Olivares.

MANUAL ESTÓICO/ Y I

Un brillante texto de Jesús Silva-Herzog Márquez ("Contra la felicidad", Reforma, 28/X/13) ironiza sobre la más reciente y esperpéntica ocurrencia del presidente venezolano Nicolás Maduro: la creación de un Viceministerio para la Suprema Felicidad del Pueblo, y concluye la demolición conceptual de tan demagógica iniciativa con una sabia, agradecible cita de Castoriadis: "El objetivo de la política no es la felicidad sino la libertad". Es cierto, como señala el articulista, que tales "ingenierías de felicidad colectiva corresponden al ensanchamiento del poder público", y encuentran su origen en el pasado reciente de la modernidad política. La desastrosa y moralizante tutela estatal sobre las sustancias arbitrariamente definidas como ilícitas (el biopoder ya denunciado por Foucault) es una prueba vigente de ello. El empirismo inglés y sus continuadores utilitaristas y liberales (además de los revolucionarios franceses y los autócratas marxistas mencionados por Silva-Herzog) desarrollaron la noción de felicidad en un sentido social, hasta quedar incluida en la constitución estadunidense su búsqueda como un derecho natural e inalienable de los seres humanos. Sin embargo, podría pensarse también que dicho empeño, casi siempre hipócrita y de resultados equívocos, proviene ahora de la privatización del poder público propia de la sociedad posmoderna de consumo antes que del ensanchamiento de ese poder, a pesar del forzado providencialismo estatal del inmaduro presidente Maduro. Forzando los términos de una psicología que se aplica a los individuos, el "felicismo" contemporáneo como industria de la conciencia colectiva ilustra con meridiana claridad la sabiduría contenida en aquel tan conocido dicho popular: dime de lo que presumes (o lo que obsesivamente publicitas, es decir, sobresocializas) y te diré de lo que careces. Nunca como ahora la felicidad, o lo que por ella se entiende, ha sido utilizada como definición social prioritaria, como imperativo categórico del deseo humano y como derecho incuestionable del egoísmo de la voluntad personal. Nunca como ahora, entonces, la infelicidad se ha convertido en una realidad existencial que determina la vida de las personas en un juego de espejos donde los reversos de lo que se dice entrañan la verdadera naturaleza de lo real, pues la felicidad consiste en estados o hechos que se quiere que sucedan, y lo contrario, la infelicidad, en aquello que se pretende evitar. De ahí entonces la naturaleza ilusoria y relativa de ese mantra posmoderno, la felicidad, directamente derivado de la enajenación propia de una sociedad consumista como la actual, donde se ha convertido en el valor supremo que intenta subordinar a todos los demás. Como señala Zygmunt Bauman, esta sociedad es la única en la historia humana que promete —sin cumplirlo, desde luego, pues de eso mismo trata la vigencia del deseo— "felicidad en la vida terrenal, felicidad aquí y ahora y en todos los ahora siguientes, es decir, felicidad instantánea y perpetua". Es además la única sociedad que ideológicamente condena la infelicidad y la describe —aunque sistemáticamente la provoque— como una abominación. Bauman menciona la evidencia recogida por Richard Layard en sus investigaciones sobre la felicidad y el consumo (al que certeramente llama un "yugo hedonista"), las cuales demuestran que solo hasta un determinado umbral de ingresos, el cual tiene que ver con la satisfacción de necesidades básicas, esenciales o naturales, la sensación de felicidad se ve incrementada. Después de ese punto tan modesto, la correlación entre la riqueza que permite el consumo y la felicidad que éste supuestamente provee se desvanece: "El incremento de los ingresos más allá de dicho umbral no suma nada a la cuenta de la felicidad". Así, pues, la investigación empírica concluye que la capacidad de consumo no aumenta sustancialmente la felicidad salvo por satisfacer necesidades básicas. Y sí, en cambio, cuando se trata de las necesidades del ser —aquellas que Abraham Maslow ha definido como la "autorrealización" de la persona— el consumo se convierte en un factor inoperante y en ocasiones adverso para conseguir aquello tan elusivo que llamamos felicidad. Más bien se produce la tendencia contraria, confirmada estadísticamente, de una relación entre los habitantes de países ricos y altamente desarrollados con economías de consumo incesante, y los niveles emocionales y aun cognitivos que se definen como infelicidad. Fernando Solana Olivares.