Saturday, June 28, 2014

VIVENCIA, EXPERIENCIA.

En su polisémico y ---debe insistirse en ello--- sobresalientemente condensado pensamiento original, Byung-Chul Han traslada una teoría de la obscenidad tomada de Sartre hasta los cuerpos sociales, sus procesos y movimientos. Afirma que estos se hacen obscenos “cuando se despojan de toda narratividad, de toda dirección, de todo sentido”. La narratividad está compuesta por el pensamiento, el cual, a diferencia del cálculo, no es transparente para sí mismo y no sigue rutas conocidas, está entregado a lo abierto, lo imprevisible, dentro de él hay una negatividad (elegir, diferenciar, establecer valores son actos de negatividad) que permite tener experiencias capaces de llevar a la transformación personal. Existe una evidente disparidad que Byung-Chul anota: el cálculo permanece siempre igual a sí mismo, el pensamiento no. La negatividad marca la experiencia, lo mismo que al conocimiento. Uno solo de estos, escribe, “puede cuestionar en conjunto y transformar lo existente”. La experiencia provoca transformaciones. Y en esto radica la distancia entre la experiencia, que otorga la fuerza existencial para cambiar, y la vivencia, que aun siendo espectacular o memorable, “deja intacto lo ya existente”. La hegemonía de la vivencia en el mundo global (vinculada al predominio del homo videns tardomoderno, aquel que ve sin comprender) puede probarse al acudir a autores tan celebrados como Stieg Larsson y su adictiva trilogía negra, para confirmar que la antigua relación clásica entre la peripecia (la experiencia vivida) y el reconocimiento (la transformación alcanzada), donde radicaba aquello que los textos de teoría literaria llamaron “psicología del personaje”, no existe más porque ahora los personajes actúan sin cesar y ninguna circunstancia los lleva al reconocimiento interior, a la esfera mental donde el ser debe narrar sus actos para sí mismo y así comprenderlos. Los personajes solamente tienen vivencias que se resuelven como anécdotas externas a ellos. Todo el culto mediático y cultural a la acción reitera y reproduce dicha mentalidad. La narración se distingue porque en su transcurso necesita imágenes, “una escenografía” interior. La “terminación” del individuo (la buena muerte, diríamos) sólo es posible según Byung-Chul dentro de una narración, pues nada más en ella, en la peregrinación de la vida que se va viviendo como “un suceso narrativo”, puede entenderse el final de la existencia “como consumación”. La vida es un camino rico en semántica, en significados potenciales, en sentidos a descifrar. ¿Cómo? Narrándola para uno mismo. “La narración ejerce una selección”, escribe el autor, considerando entonces que la memoria está sometida a una constante reordenación e inscripción, a una reelaboración creativa del recuerdo. En cambio, los datos del anecdotario “permanecen iguales a sí mismos”, no están estratificados, como sí lo está la memoria, quedan unos sobre otros y no pueden ni recordarse ni olvidarse. Una ideología de la intimidad, a la cual el autor define como “la fórmula psicológica de la transparencia”, ha construido nuestra sociedad de la confesión habitada por narcisistas (“el narcisismo es expresión de la intimidad consigo sin distancias”), que en lugar de estar abiertos a las experiencias quieren antes experimentarse a ellos mismos, son usuarios terminales de sí. Les falta la capacidad de distancia escénica frente a su vida, la capacidad de juego, la auto ironía propia de la narratividad. “En las experiencias encontramos al otro. Por el contrario, en las vivencias nos hallamos a nosotros mismos en todas partes”, escribe el autor. Y también: “El narcisista que cae en la depresión se ahoga consigo en su intimidad sin límites”. Podría anotarse mucho más sobre esta síntesis relampagueante: pocas veces hay tanto en tan poco. Su observación sobre el lenguaje operativo, meramente funcional (“pobreza semántica”) de la comunicación; la dictadura del corazón introducida por Rousseau y característica de la conciencia moderna; la sociedad del control vigente donde el sujeto se desnuda no por coacción externa sino por una necesidad sentida dentro de sí; la exigencia obsesiva de transparencia en medio de un mundo de confianza desvanecida. Hoy la vigilancia no es un ataque a la libertad pues cada uno se entrega a la mirada panóptica del control. El control está adentro de las personas, no afuera, y creen vivir en libertad. Pero la existencia requiere la negatividad, lo oscuro, el contraste, lo otro. Está claro: distanciémonos de la positividad. Fernando Solana Olivares.

Monday, June 23, 2014

EL INFIERNO IDÉNTICO.

No se trata de la bendición de la costumbre, aquel recurso protector de la conciencia, sino precisamente de lo igual: en todas partes lo mismo. Ahí está el mafioso y corrompido campeonato brasileño de futbol para demostrarlo, espectáculo publicitario global cuya aspiración mediática es que lo vean todos. Tal vez ocurrirá. “El dinero, que todo lo hace comparable con todo, suprime cualquier rasgo de lo inconmensurable, cualquier singularidad de las cosas”, escribe Byung-Chul Han en su segundo y poderoso breviario, La sociedad de la transparencia (Herder, Barcelona, 2013). Tal sociedad es un “infierno de lo igual”, afirma el autor, quien señala que la transparencia va más allá de la corrupción y de la libertad de información para convertirse en una coacción sistémica que se apodera de todos los sucesos sociales y los modifica. “Las cosas se hacen transparentes cuando abandonan cualquier negatividad, cuando se alisan y allanan, cuando se insertan sin resistencia en el torrente liso del capital, la comunicación y la información”. Byung-Chul Han postula que la actual es una sociedad de la positividad determinada mercadológicamente por el exceso y la saturación de lo posible, por la negación de las contradicciones y de los planteamientos opuestos. Ejemplo de ello es el “me gusta” de Facebook, no acompañado de un “no me gusta”, opción negativa necesaria para cualquier fenómeno orgánico, pero no así para la máquina, que se mueve en la positividad: “Sólo lo muerto es totalmente transparente”, observa el autor. Entonces, según este pensador lapidario, la sociedad positiva se despide de toda reflexión dialéctica ---una consideración de los contrarios--- y de toda reflexión hermenéutica ---un ejercicio sobre el sentido---, abandona así las operaciones cognitivas de la época anterior. Tampoco acepta ningún sentimiento negativo: “Se olvida de enfrentarse al sufrimiento y al dolor, de darles forma”. Y el amor se ve domesticado como confort y consumo, asépticamente despojado del sufrimiento y la pasión, los cuales son reemplazados por las perturbaciones psíquicas emblemáticas de estas horas: “el agotamiento, el cansancio y la depresión, que han de atribuirse al exceso de positividad”. La negatividad de la distinción alimenta la vida del espíritu y sostiene atento nuestro interés por lo necesariamente desconocido en nosotros, en los otros, en lo otro. Sin ella sucede “una excrecencia general y una promiscuidad de las cosas”. Escribe el autor que “el alma humana necesita esferas en las que pueda estar en sí misma sin la mirada del otro”. Que sólo la máquina es transparente. Que la comunicación alcanza su velocidad máxima “donde lo igual responde a lo igual, cuando tiene lugar una reacción en cadena de lo igual”. Dado que la negatividad y resistencia de lo otro, de lo extraño perturba la veloz comunicación de lo igual, la transparencia lo elimina para convertir a la sociedad en una sociedad uniformada, un rasgo totalitario señalado por el autor. Byung-Chul cita a Ulrich Schacht: “Una nueva palabra para la uniformación: transparencia”. De ahí que ante esta sociedad de la transparencia cuyo afán va apoderándose de todo ---“un infierno de lo igual” donde sin cesar ocurre lo que define como pornografía: “el contacto inmediato entre la imagen y el ojo”---, el autor lacónicamente proponga a sus lectores “ejercitarse en la actitud de la distancia”. Siguiendo la evidencia empírica suficiente para demostrarlo, Byung-Chul aduce que más información no conduce necesariamente a mejores decisiones, y que en cambio “hoy se atrofia la capacidad superior de juzgar a causa de la creciente y pululante masa de información”. La sobresocialización de esta masa de contenidos idénticos hace que “la actual sociedad de la opinión deje intacto lo existente”, el marco de relaciones sociopolíticas que no se cuestionan. En la sociedad de la transparencia la política degenera en una “pospolítica” compuesta de referéndums, pues sólo el espacio despolitizado es completamente transparente. Tanta información y comunicación no eliminan la imprecisión prevaleciente en el todo histórico: “más bien la agravan”. Transparencia y verdad no son idénticas, recuerda el escueto autor de este breve libro esencial. Su epígrafe es de Peter Handke y resume la negatividad irrenunciable al espíritu del ser humano, el misterio intransparente del mundo, su fascinante opacidad: “Vivo de aquello que los otros no saben de mí”. Fernando Solana Olivares.

Friday, June 13, 2014

PROMETEO AL LÍMITE.

Byung-Chul Han, pensador de origen coreano formado en Alemania, desnuda a la época en tres brevísimos y lapidarios libros: La sociedad del cansancio, La sociedad de la transparencia y La agonía de Eros (Herder, Barcelona, 2010 y 2012). Su cortedad es una forma estética adecuada al fondo reflexivo que el primero de ellos revisa en lacónicos capítulos: “La violencia neuronal”, “Más allá de la sociedad disciplinaria”, “El aburrimiento profundo”, “Vita Activa”, “Pedagogía del mirar”, “El caso Bartleby” y “La sociedad del cansancio”. En unas cuantas páginas escritas mediante frases directas y haciendo contrapunto con ciertos autores y citas, cuya condensación le da mayor potencia al sobrio discurso ---así hacen los clásicos: escribir economizando---, el autor acerca sorpresivamente dos géneros: el ensayo y la poesía, porque ensaya sus pensamientos en un lenguaje cargado de sentido a su máxima posibilidad, virtud formal de restricción semántica que antes sólo le correspondía a la poesía. En el prólogo a la sexta edición de La sociedad del cansancio, “El Prometeo cansado”, Byung-Chul afirma que el mito de Prometeo es “una escena del aparato psíquico del sujeto de rendimiento contemporáneo, que se violenta a sí mismo, que está en guerra consigo mismo”. Ese sujeto de rendimiento, encadenado como Prometeo aunque podrá creerse libre, quien vive en guerra consigo mismo, con su álter ego, se vuelve presa del cansancio. Tal es la reinterpretación de Kafka en su “críptico” relato del mismo nombre, donde se imagina un cansancio (“La herida se cerró de cansancio”, escribió) que Byung-Chul designa como un cansancio curativo, aquel que “no resulta de un rearme desenfrenado, sino de un amable desarme del Yo”. “La violencia neuronal”, el primer capítulo del breviario, postula que en un sentido patológico, pues existe “una sutil interacción entre los discursos sociales y biológicos”, el comienzo de este siglo no será ni bacterial ni viral sino neuronal. Enfermedades como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, el trastorno límite de la personalidad o el síndrome de desgaste ocupacional definen el panorama patológico. Dichas afectaciones, no infecciosas sino más bien infartos psíquicos, provienen de un exceso de positividad, son sus estados patológicos. En un sistema dominado por lo idéntico, escribe el autor, “la violencia de la positividad, que resulta de la superproducción, el superrendimiento o la supercomunicación” es además una violencia del consenso que conduce al “agotamiento, la fatiga y la asfixia ante la sobreabundancia”. La violencia de la positividad, según Byung-Chul, no es privativa ---como fue la violencia de la sociedad disciplinaria inmediatamente anterior que él mismo refiere, la cual no está del todo superada como afirma---, sino saturativa, no es exclusiva sino exhaustiva. Está en el mismo sistema, es inmanente a él, y conduce al colapso del yo personal, “que se funde por un sobrecalentamiento con origen en la sobreabundancia de lo idéntico”. La sociedad disciplinaria, una sociedad de la negatividad, ha sido reemplazada por la sociedad de rendimiento: “Su plural afirmativo y colectivo, ‘Yes, we can’, expresa precisamente su carácter de positividad. Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley”, señala el autor. El no de la sociedad disciplinaria provoca locos y criminales. La sociedad de rendimiento produce depresivos y fracasados. En esta sociedad de obligación descrita por Byung-Chul, “donde cada cual lleva consigo su campo de trabajos forzados”, la pérdida de la capacidad contemplativa ---ese acto de observación sin pensamiento discursivo--- “está vinculada a la absolutización de la vida activa, es corresponsable de la histeria y el nerviosismo de la moderna sociedad activa”. Sin decirlo así (sus fuentes están tan extractadas como su prosa), Byung-Chul vuelve a plantear críticamente, desde una austeridad máxima, el odio a la contemplación que recorre la modernidad y desemboca en la atención mediática contemporánea, difusa y superficialmente múltiple, acercando al hombre de hoy a la atención propia del animal salvaje, incapaz por sobrevivencia de recogimiento interior. En una circularidad concluyente, este pensador de la última hora civilizacional apunta el regreso a la atención contemplativa como el medio curativo para la sociedad del rendimiento que destruye a las gentes por positividad. ¿Ocurrirá el amable desarme del Yo que vislumbra? Ello se verá después. Fernando Solana Olivares.

Sunday, June 08, 2014

LA SOCIEDAD CANSADA.

1. Los vándalos grafitean las pinturas rupestres del macizo montañoso de Tradart Acacus creadas hace 14 mil años. El símbolo del acto queda precipitado en la descomposición de la época, esa sustancia que hierve a temperaturas cada vez más elevadas en el caldero tardomoderno. O que danza cada vez a mayor velocidad. 2. Cualquier horóscopo secular mexicano conduce al horror indiferente mientras no nos toque el país donde, en palabras desencantadas del subprocurador de Derechos Humanos, renunciante a su puesto por imposibilidad formal y dolor intramitable, se delinea la otra lógica sufrida por varios miles de desaparecidos: reclutamientos forzosos para la guerra criminal, secuestro y trata de personas, mano de obra para la producción de droga, sicariato obligado. Ese otro México es el horror activo. 3. Aunque es el mismo país o su reverso paradójico, que salió a la superficie luego de estar incubado y oculto como un huevo de serpiente. Tal conducta en la polis es omisión, así que hemos sido colectivamente omisos para curar la patología social mexicana y esta insurrección de la desigualdad, esta erosión del estado capturado por poderes criminales y fácticos, este desvanecimiento de cualquier imperativo moral que se celebra como espectáculo, el número distractor de siempre ahora en pantallas de plasma para los circos masivos: que los oprimidos admiren a sus opresores. 4. Y sin embargo, aquella tensión acumulada en la historia nacional surge aquí y allá sin pausa, tanto porque la gente y las comunidades han llegado a su límite como porque la voracidad del capitalismo, de los políticos y de los criminales es ilimitada. En Tailandia la población resistente al golpe de estado militar hace el saludo del pueblo desfavorecido en Los juegos del hambre. Los militares golpistas prohíben el gesto y encarcelan a quienes desobedecen. Semióticas públicas del hartazgo planetario. 5. Su virtud, si alguna tiene, es que el conflicto nacional ha salido con tanta violencia al escenario para establecer una pregunta: ¿cuál será el desenlace? A) La victoria policiaco-militar del régimen sobre el crimen organizado y la pacificación del país. B) La victoria del crimen organizado sobre las autoridades formales. C) Un estado de inestabilidad mantenido y administrado hasta donde sea posible. 6. José Manuel Mireles, líder de las autodefensas michoacanas, habla con inesperada claridad. Ya antes observó una carga semántica en el nombre del movimiento armado, que la hacía rechazable para el gobierno pues le recordaba su incumplimiento de seguridad ciudadana, su fracaso esencial. Ahora denuncia ante universitarios que Michoacán continúa en guerra y que el comisionado gubernamental montó un teatro donde siguen actuando delincuentes, negocios criminales, violencia, extorsiones, secuestros, así las cifras maquilladas y los patibularios arrepentidos digan que el horror disminuyó. Es de nuevo El Gatopardo: que todo cambie para que todo siga igual. 7. El atrevimiento del personaje lo hace muy vulnerable. Esa aureola está relacionada con el discurso mismo y su doble condición: diacrónica, pues sucede en una época, y sincrónica, pues ocurre sin tiempo. Diacrónica: si lo que dice Mireles es verdad, la situación es grave y revela una corrupción estructural, la de un estado criminalizado. Si no es verdad no importa, aunque las evidencias empíricas estén ahí. Sincrónica: el valor, como virtud personal y civil para denunciar un estado de cosas de tal dimensión, un atributo heroico ahora tan escaso. La valentía social actúa en el orden de los arquetipos. 8. Ciertos pulsos indican circunstancias en desarrollo. Un lector manda una carta a una revista donde cuenta haber sufrido un abuso policiaco. “¿Tendremos que organizarnos como autodefensas contra ellos?”, pregunta al final de su fundada e ignorada queja. Un territorio de indefensión social y su desenlace, formulado todavía con atemperamiento interrogante, surge en medio de una sociedad cansada de sufrir aquello que todavía percibe como evitable. 9. La rabia colectiva cuestiona el presente en cuanto tal. Dicho cuestionamiento es global, con esperpénticas particularidades mexicanas: una crucifixión propia que arrastra siglos de corrupción e injusticia impunes. El cansancio social es violencia porque destruye toda comunidad y cercanía, destruye el lenguaje: incapacita, dice Byung-Chul Han, para hacer algo. Las épocas tienen enfermedades emblemáticas. La nuestra es la del hartazgo cansado, la del cansancio harto, la de la sobrevivencia. Fernando Solana Olivares.

Thursday, June 05, 2014

PASADO PENDIENTE.

Un hexagrama del I Ching se llama “El trabajo en lo echado a perder”. Contiene las condiciones de aquello sucedido que pudo haber sido distinto y dirigir a la persona hacia otra dirección existencial. Pasados posibles que están pendientes. En los puntos del espacio-tiempo donde éste se curva los tiempos se encuentran. Son portales que pueden llevar al futuro tanto como al pasado, con una condición: no tocar, no actuar en ninguno de ellos, pues sobre todo en el pasado cualquier perturbación modificaría el presente y este texto nunca se escribiría. Hay una paradoja, sin embargo. Es posible actuar en las consecuencias del pasado, tratar de cambiar sus efectos, y así se estará trabajando en lo echado a perder. Y entonces influir el pasado mismo, cambiarlo como se cambia una narración. Esta es la historia de un hombre que se hizo viejo y actuó sobre su pasado para mirarlo otra vez. Luego consiguió disolverlo. ¿Qué logró? Cierta levedad, una casi santa indiferencia y una casi docta ignorancia. Operativamente se apartó de las corrientes dominantes y siguió viejas fórmulas, divisiones temporales muy antiguas. En la última etapa de la vida la persona debe retirarse, antes lo hacía a un lugar aislado, ahora sólo al interior de cada quien. Debe haber tantos modos para intentarlo como existan individuos. El del hombre mencionado consistió en esparcir sobre su mesa las fechas esenciales de su biografía, las fechas púdicas y secretas de momentos inconfesados y remotos, perdidos en el maquillaje del recuerdo, en la niebla de la desmemoria, para reconsiderar sus efemérides. Así lo dijo cuando me lo explicó: ---¿Sabe qué hice? Me fui contando algunas cosas y utilicé una técnica literaria: correlato objetivo. Uno se usa a sí mismo para contar, con ciertos disloques y variantes, una historia que es la propia y a partir de ese momento ya no. Se lo digo más simple: disuelva y coagule. Vea su vida de nuevo y cuéntela. Escríbala para que deje de ser. Puse en práctica dicha técnica y funcionó. Pero después introduje otra variante que me ha llevado a donde estoy. Actué sobre pasados imaginarios, que no eran propios y que fui recogiendo de aquí y de allá. Entendí entonces que nada humano me era ajeno y que cualquier destino resultaba potencialmente mío. Desde esa terraza histórica avancé un paso más. Quise licuar la sustancia de todo aquello y obtener algo todavía más básico, más esencial. Debí pagar altos costos emocionales de todos modos. Compartir imaginariamente destinos humanos contenía una parte sombría, hasta espantosa: congéneres en conductas infrahumanas para las cuales el odio y el desprecio eran la única reacción. Además de lo extraordinario, de los comportamientos debidos, de los actos gratuitos, de la decencia común. Del genio humano, del misterio de la melodía, del fuego de la palabra y de la danza de las imágenes. Aún entonces dudé si una variante compensaba el horror de la otra. Las preguntas fundamentales siguen todavía sin obtener respuesta. O no tienen ninguna pues son un falso problema, o la solución al enigma de por qué hay algo y no más bien nada sólo surgirá en la escena final de este proceso donde la conciencia percibe estar. Aquel hombre flotante, desapegado, como un benévolo sentado al margen de las mareas, dijo algo inesperado: ---¿Sabe qué pasa? Es por tanto preguntar. La vida es un koan como éste que le diré para que pronto lo resuelva: sosténgase de la brocha porque van a quitarle la escalera. O sea: buscar la respuesta es el impedimento. ¿Me entendió? Sí y no. Como es frecuente, el sagrado descontento que a algunos nos caracteriza no deja de preguntar. Por otra parte, la duda metódica que asalta a tantos nos lleva a entender que somos meros intérpretes de interpretaciones. Esa libertad posmoderna es sobre todo un itinerario en el cual es indispensable preguntar una y otra vez. Distinta cosa es que no se obtengan respuestas, que sean insuficientes. Lo que sigue a continuación es el silencio, un retiro del decir. Callarse es un hecho lingüístico, pero el silencio no. El culmen de la existencia, escribe Elémire Zolla, es la unificación de conocedor y conocido, pasar del mundo de las formas formadas al de las formas formantes: el trabajo en lo echado a perder. El que habla no sabe, el que sabe no habla, dice la sentencia hermética. Del pasado pendiente deja de hablarse pues al saldarlo nada queda por decir. Fernando Solana Olivares.

EXTRAÑEZAS.

Un pequeño libro de Elisabeth Kübler-Ross resulta perturbante: La muerte: un amanecer (Océano, 2005). El carácter de la autora es otro elemento más para provocar esta intensa sensación. Nacida en Zúrich en 1926 y fallecida en Arizona en 2004, médica y psiquiatra, durante más de veinticinco años investigó la experiencia de la muerte y trabajó en la sección de enfermos terminales de diversas instituciones hospitalarias. Escribió una veintena de libros y recibió casi treinta títulos honoris causa. De tal modo, su formación científica nunca estuvo en duda. Y sin embargo, sus conclusiones colapsan la mente racionalista y materializada predominante: la muerte es una transformación empírica a otro estado del ser consciente, donde al llegar se encuentran presencias familiares amadas junto con figuras providenciales surgidas del origen religioso de cada cual, y también una condensación del tiempo que ofrece a quien ha muerto el examen íntegro de la vida que se acaba de vivir. Quizá en ella actuó la antigua sentencia: “poca ciencia aleja, mucha vuelve a llevar”, pero lo cierto es que la geografía de la muerte que esta mujer ha cartografiado (exactamente la misma tarea que en tiempos anteriores llevaron a cabo los chamanes: ir a ese territorio desconocido y volver para contarlo) se aleja de la ciencia para volverse decididamente mística. El budismo tibetano afirma que es la propia mente la que proyecta todo lo que se vive en el bardo (intervalo) de la muerte, un patrón estructural común a casi todos, siempre y cuando se acepte (sin poder confirmarlo o negarlo hasta que uno mismo muera) lo que se muestra como el eje de las afirmaciones de Kübler-Ross: la conciencia existe y se percibe a sí misma y a lo que lo rodea más allá de este estado de vida episódico. Es literal: la vida de la conciencia más allá de la muerte. La conciencia es tan compleja como el universo, el cual es más misterioso de lo que pensamos y de lo que podemos pensar. Nuestras categorías mentales nos impiden percibirlo (y en muchos sentidos nos preservan del golpe demoledor de que ello inesperadamente sucediera), pero hay estados alterados de la conciencia que muestran lo que contienen las zonas selladas de la psique. Desde las religiones antiguas, los misterios paganos, las drogas sagradas, los enteógenos y las sustancias psicoactivas, hasta las disciplinas psicofisiológicas meditativas practicadas por un sinnúmero de culturas y vías espirituales, el movimiento de la conciencia más allá del cuerpo es una realidad objetiva para gente de todas partes y de todos los tiempos que lo ha experimentado. El malogrado historiador rumano de las religiones Ioan P. Culianu dedicó estudios profusamente documentados al viaje del alma fuera del cuerpo, una técnica dominada por los magos renacentistas y visiblemente presente, según autores como Morris Berman, en lo que él llama el “camino vertical” de cultos judíos, gnósticos, cátaros y tantos más, contrario al “camino horizontal” común a todas las religiones, pues la vertical es una ruta discontinua, visionaria, extática y personal. Son aquellas técnicas arcaicas del éxtasis que han seguido presentes siempre, aun soterradas, casi secretas. La doctora Kübler-Ross estableció el patrón de muerte mencionado a partir de experiencias corporales surgidas durante la experiencia de “muerte aparente” o del “umbral de la muerte” que ella testificó cientos de veces. Tal patrón se funda en esas evidencias, entre las cuales está la percepción extracorporal de pacientes en estado de muerte clínica que detallan después con escalofriante precisión todo lo sucedido a su alrededor mientras aparentemente han muerto. Lo que no sucede con su propia experiencia en cuanto a lo que hay más allá de las primeras etapas mortuorias. Menciona dos de abandono del cuerpo inducidas, la primera con un médico en el marco de una investigación científica que fue interrumpida prematuramente, y una segunda donde rechazó la intervención ajena haciéndolo sola. El testimonio alude lacónicamente a su alcance de esos estados de conciencia y la profunda catarsis que exigieron. De pronto parece suceder el momento neomedieval que algunos advertían: hiperrealismo visual, burbujas virtuales, espíritus pululantes y seres de frontera, mundos fantásticos y míticos, y otros estados de la conciencia ahora señalados desde una alopatía médica que derivó en la locura de una viejecita encantadora o en una visión verdadera. Como se alcance a ver. Fernando Solana Olivares.