Friday, November 25, 2016

ESTRATEGIAS DEL DESENCANTO / I

Sobre las tres paradojas. Nuestro destino implacable, habrá dicho Shakespeare, es la desilusión en todas nuestras empresas. Como si el tiempo mancillara sin cesar todo lo que toca, lo que antaño fue una esperanza hogaño es una pesadilla. El Renacimiento, aquella etapa inicial y promisoria donde surgió la mente moderna, ha derivado en tres espantosas inconsecuencias: del necesario individualismo que inició nuestra época histórica hemos llegado a una asfixiante masificación; del naturalismo que obligó a la mente humana a mirar de nuevo el mundo y razonarlo mediante su observación directa hemos pasado a la enajenante mecanicidad; del humanismo liberador y antropocéntrico hemos mutado hasta alcanzar una sistemática y ominosa deshumanización. La economía de la verdad. “Llamar al pan el pan y que aparezca en la mesa el pan de todos los días”, escribió Octavio Paz, otro practicante de aquella operación esencial de la cultura que Confucio llamó “corrección de las denominaciones” al ser consultado por el legendario emperador chino para enfrentar la crisis y unificar al país: designar a las cosas por su nombre y hacer coincidir lo que se dice con lo que se piensa, se siente y se realiza. A pesar de su degradación sistemática, de su envilecimiento constante, el lenguaje sigue siendo la casa del ser descrita por el filósofo, aquella morada donde la conciencia habita. ¿Hasta cuándo continuaremos diciendo las malas palabras que nuestro sistema sobresocializa sin cesar como si fueran mantras posibilitadores, llaves que abren las puertas del desarrollo humano y conducen al bienestar? “Competitividad”, por ejemplo, una trampa del capital como lo señaló Marx desde el siglo diecinueve y hoy tiene que recordarnos Byung-Chul Han en su imprescindible libro Psicopolítica, repetida una y otra vez por oligarcas, presidentes, funcionarios, rectores universitarios, intelectuales orgánicos y comentócratas de toda laya, siguiendo aquella política del convencimiento tácito anticipada por la Reina de Corazones: ya te lo dije tres veces, entonces es verdad. Ser libre no es otra cosa que realizarse mutuamente (en la raíz indoeuropea de la palabra libertad está la palabra amigo). De ahí que la libre competencia que se sostiene en la libertad individual sea solamente “la relación del capital consigo mismo como otro capital, vale decir, el comportamiento real del capital en cuanto capital”. Una libre competencia donde no son libres los individuos, aunque eso se nos diga, sino el capital. El horror económico del capitalismo neoliberal como un viático a los oprimidos para agradecer la opresión. El engaño es un estado de la mente y es la mente de todo Estado, dirá un pensador. Aquello de afuera que ahora está adentro. En su post-scriptum sobre las sociedades de control actuales, Gilles Deleuze afirma que el régimen disciplinario del pasado inmediato se organizó como un “cuerpo”, como un régimen biopolítico. El régimen neoliberal, en cambio, se comporta como un “alma”: la psicopolítica es su forma de gobierno y ella “instituye entre los individuos una rivalidad interminable a modo de sana competición”. De ahí que la motivación, el proyecto, la competencia, la optimización y la iniciativa sean inherentes a la técnica de dominación psicopolítica del régimen neoliberal, según Byung-Chul Han. Los símbolos referenciales han cambiado y aluden a la culpa de un fracaso que si antes estuvo fuera de las personas ahora radica en su propio interior. Por ello la enfermedad de estos días es la depresión. Y la serpiente su emblema porque ella encarna la culpa, las deudas que el régimen neoliberal establece como medio de dominación. La culpa de no tener “éxito”, aquella ideología la más falsa en circulación. Contra el saber. En un párrafo memorable de la novela Número cero de Umberto Eco aparece otro epitafio de esta época terminal. Ahí se dice que los perdedores y los autodidactas siempre saben mucho más que los ganadores, “si quieres ganar, tienes que concentrarte en un solo objetivo, y más te vale no perder el tiempo en saber más”. Conclusión lapidaria contra el homo sapiens de ayer apenas: el placer de la erudición está reservado a los perdedores. No existe ya aquel encuentro con las totalidades sino la miseria neoliberal del pensamiento “especializado”. Pre-racionales, racionales, trans-racionales. Los primeros van siendo abrumadoras mayorías mediáticas, los segundos naufragan en su incertidumbre, los terceros representan la pequeña masa crítica que alguna vez cambiará lo real. Fernando Solana Olivares

Friday, November 18, 2016

LEONARD COHEN

Todo encuentro casual es una cita y ésta sería contigo. Una más de las tenues utopías de pequeña escala nos llevó alguna vez a un lugar frente al Pacífico donde había un faro pintadado como caramelo y el cascarón de un barco coreano yacía en la playa depositado por las furias del viento y el mar. Un visionario entrañables y estrambótico vivía ahí con su hija y otra pareja amiga. Le decíamos el mago Merlín. Desde el avión de la Segunda Guerra que nos dejó en el aeropuerto de Ixtepec, Oaxaca, luego de subir y bajar por los aires para remontar las homéricas sierras henchidas de montañas que Dios iría a poner en esos lares cuando le sobraron de la creación, el tiempo cambió de significado y desplegó nuevas cadencias. Era como entrar a un portar de dimensiones abrillantadas, expandida por la luz. Abordamos después un camión cuyo chofere iría cambiando de prendas durante el viaje para surcar un camino de dunas de arena como si celebrara una frenética transformación. Íbamos hacia Santa María del Mar, pueblito huave de unos cuantos prescadores, donde el mago Merlín y un puñado de audaces habían gestionado una cooperativa pesquera de nombre vaporoso: Fuerza del Pueblo, propietaria de un cuarto frío, de algunas redes y dos o tres lanchas con motor fuera de boda para salir por la barra hacia el mar. En aquel rito de pasaje, además del encuentro con un espacio inesperado y casi inverosímil, con el milagro de un campo de luciérnagas danzando en un prado, con hazañas míticas como entrar en lancha por primera vez desde la playa al mar proceloso, con de un hipismo nómada que pronto vería su fin, además de todo eso y más como el encuentro existencial con lo otro en cuanto vida plena, distinta generosa, te conocí a ti y supe que todo aquello no te sería ajeno desde tu casa en la isla griega de Hidra, donde beberías té con naranjas venidas de la China y tocarías con tu mente el cuerpo perfecto de Susana, mirando al horizonte sin terminar. Desde entonces has estado conmigo en un proceso de tantos años que parece haber disuelto y coagulado en mí tu música sublime y tus letras trascendentes con esta ilusión biográfica como una sombra, una ficción, donde la vida es sueño y los sueños, según diría el poeta inspirado, solamente sueños son. Los tiempos oscuros que vivimos atrofian y endurecen. Siempre he llorado poco. Pero las lágrimas me doblaron cuando supe que habías muerto. Me sentí de golpe desamparado. Quedó congelada la ominosa entronización del payaso que viene a clausurar la época (“He visto el futuro”, advertiste alguna vez) y un dolor más profundo que cualquier coyuntura histórica me asaltó. Tal vez porque la amarga pena de tu pérdida también eso simboliza. Espero que me dejes llamarte bodhisattva Cohen, feliz reunión de dos atributos espirituales que tu genial sincretismo convocó: el linaje genealógico de Aarón, sino sacerdote hebreo, y la denominación budista que se aviene con los que obran por el bien del prójimo. Tu maestro zen roshi Kyozan te ordenó monje con el nombre de Silencio o Jikan. Y seguirás cantando entonces mejor que nunca: otra paradoja zen. Dirá Borges, otro poeta para ti tan querido como el divino García Lorca, que la belleza es tan frecuente como la felicidad: no pasa un día en que no estemos un instante en el paraíso. Muchos de esos momentos de mi vida, al cabo de los años, te lo debo a ti. Varias veces hablaste de la Canción de Dios contenida en el Bhagavad Gita y citaste aquel pasaje donde Krishna, la deidad, explica a Arjuna, el ser humano, que nunca podrán desenredarse las circunstancias que nos traen a cada momento. Fuiste otro sabio creyente en el como si: “Levántate, eres un poderoso guerrero. Acepta tu destino. Acepta tu suerte. Levántate y haz tu deber”. El espacio de este texto es tan corto como tu condición ahora es ilimitada. La época termina, mientras los asesinos que ocupan los altísimos puestos rezan a todo pulmón. Tocaremos las campanas que puedan tocarse y pagaremos la renta de todos los días en la torre de nuestro vivir. Y yo diré, cuando llegue la hora, la antífona que You Want It Darker nos enseñó otra vez Hinéni, hinéni, I´m ready my lord”. Será una voz tan antigua como el tiempo para decirle a aquello lo trascendente, “Heme aquí, aquí estoy”. Tu última lección es tan esencial como lo fueron todas: una Divina Comedia donde la vida nos vive y el juego nos juega. Gracias totales, maestro múltiple. Tú no estás muerto, yo ya no estoy vivo. Pero si duda nos volveremos a ver. Fernando Solana Olivares

Friday, November 11, 2016

DEL ORDEN CANÓNICO

A pesar de su ineludible anglofilia, Harold Bloom observa que Cervantes “posiblemente” es el único par de Dante y Shakespeare en el canon literario occidental debido a la universalidad de su genio. Al comparar a quien designa como el centro de canon, el bardo inglés, con el autor español, recuerda que aquél tuvo un gran éxito como dramaturgo y murió en la abundancia, mientras éste nunca recibió derechos de autor por su obra y murió en la pobreza –los dos fallecieron según se cree, el mismo día, anota críticamente el ensayista-. Shakespeare y Cervantes ocupan la más alta eminencia, “no se les puede superar, porque siempre van delante de uno”. Y de nueva cuenta Shakespeare, en su “casi infinita capacidad para la indiferencia”, es el más parecido a Cervantes, cuyo personaje nunca causa en el lector un sentimiento de demérito sino de exultación y realce, a diferencia de autores como Dante, Milton, Swift, y desde luego Kafka, cuyas literaturas provocan en el lector una sensación de escrutinio autocrítico, de reproche. Una doble posibilidad, en cambio, surge con el Quijote: asumir sus ironías o pasarlas por alto. Bloom apunta una posible estrategia de Cervantes para evitar riesgos con la Contrarreforma y la Inquisición, la cual determinará el libérrimo carácter de su creatura: los aires de loco de Don Quijote, que le otorgarán una garantía de impunidad similar a la del Bufón en El rey Lear, obra contemporánea a la publicación de la primera parte del Quijote. El critico razonablemente afirma que “no hay dos lectores que den la impresión de haber leído el mismo libro”. Y contradice a Eric Auerbach, quien encontraba en el libro de Cervantes una representación de la realidad como alegría constante, universal, ramificada, exenta de problemática, así como rechazaba la condición simbólica y trágica de la locura de Don Quijote. Bloom prefiere al “más agudo y quijotesco de todos los agonistas críticos”, a Miguel de Unamuno, para quien la obra maestra de Cervantes representaba, por su sentido trágico de la vida, la auténtica Sagrada Escritura Española, así como su locura provenía de la grandeza, de ese “inextinguible anhelo por sobrevivir” tan similar a aquella fe que más adelante denominaría “indestructibilidad”. La locura de Don Quijote, cree Unamuno, obedece a un rechazo al principio de realidad freudiano, y la alegría del libro no le pertenece al caballero sino a Sancho Panza, el que al seguirlo purga su propio daimon. Sólo Hamlet a dado pie a tantas interpretaciones como el Quijote, dice Bloom, quien se cuenta entre los innumerables románticos que ven al personaje como un héroe y no como un loco y se niegan a leer el libro como una sátira de lo que fuere, novelas de caballería o comportamientos inusuales, para entenderlo como horizonte metafísico y visionario que impregna naturalmente obras como Moby Dick o cualquier otra donde se exalte “esa búsqueda de un sueño supuestamente imposible.” De manera perversa, Unamuno prefiere Don Quijote a Cervantes:” pero ahí me niego a seguirle”, escribe Bloom, pues ningún otro escritor ha establecido una relación más íntima con su protagonista. En ellas deben contarse las “infinitas maneras” que Cervantes intentó para interrumpir su relación y obligar al lector a contar la historia a contar la historia en lugar del autor. Los personajes de la novela han leído su propia historia y la de los otros, y la segunda parte trata, en mucho, de sus respuestas ante la lectura de ellas. “Don Quijote y Cervantes evolucionaran juntos hacia un nuevo tipo de dialéctica literaria”, la cual alternativamente proclama la fuerza y la vanidad de la narrativa en relación con los acontecimientos reales. Acontecimientos que, mediante un juego de prestidigitación literaria hasta entonces desconocido, se vuelven narrativa. Y para tanta, una sagrada e inagotable escritura que conduce a la iluminación profana de la transformación. Coda ineludible. El ominoso y aparentemente irracional triunfo electoral de Donald Trump, siniestro payaso, merece entonar un réquiem a la civilización y a la época que aquí concluye. Una puerta a lo desconocido está abierta y entraremos a ese espacio con desolada incertidumbre. Así termina el sueño americano, entre intolerancias, racismos, misoginias, ignorancia convertida en política planetaria y tantas otras aberraciones más. Este espacio abordará el tema en su próxima entrega: la declinación, y quizá la no tan lejana caída, del imperio estadunidense. Fernando Solana Olivares

Friday, November 04, 2016

HEANEY EN PURA

O Pura en Heaney, da lo mismo. El orden de los factores no altera el producto, así el primero en tiempo sea el primero en derecho y la filiación genealógica invariablemente indique una prelación del maestro sobre el alumno. Se trata de traducción, trasvasamiento, trasposición, o de una metamorfosis donde el traductor influye en lo traducido y la traducción influye en el traductor. Sucede así un proceso cultural de polinización y se elabora un tercer objeto literario, una nueva entidad. Pura López Colomé lo dice en el deslumbrante prólogo a su homérica traducción Seamus Heaney. Obra reunida, mediante una frase del poeta irlandés que descansa sobre su escritorio: “Es inevitable introducir la propia voz al traducir”. Las formas de hacerlo, propondrá Heaney, gran traductor él mismo, son el allanamiento, una intrusión en el texto, o la colonización donde texto y traductor se influyen entre sí. “Actividad traslaticia”, le llamará la traductora. O búsqueda del hilo secreto del lenguaje universal oculto aludido por Walter Benjamín como un designio vocacional. Aquel término, “tralaticio”, designa una acción de la conciencia: todo contacto entre el pensamiento y la cosa es un traslado de doble sentido, como la imagen que convoca la poeta para explicar ese orden de afinidades entre ella y él, entre la traducción y la poesía, entre la misma y diversa experiencia. Primero el punto catástrofe que el poeta Dylan Thomas establece de esta manera: “Después de la primera muerte, no existe ninguna otra!, a lo cual Pura añade que si ello sucede en la infancia cambiará de tajo y por completo la visión del mundo, “en adelante, se hablará por la herida”. Heaney pierde a su hermano pequeño y ella pierde a su hermana siendo muy niña. Después, también durante la infancia de los dos, sucederá un encuentro con la poesía, amparador en un casi, revelativo en el otro, aunque todo hecho poético ampara, protege y, al mismo tiempo, algo revela y de tal manera modifica a todo aquel que lo realice. Pura lamenta en su prólogo, “con toda el alma”, no contar con algo más de Irlanda en ella. Lo que tuvo fue una monja benedictina del internado (otra resonancia con el nardo irlandés) donde su padre la envió en Dakota del Sura, Sister Madonna, la cual provenía de Belfast, que le hizo conocer la literatura irlandesa y le dio a leer poemas que, en afortunada metáfora, le “salvaron la vida”. Y la hicieron poeta. En cuanto a Seamus Heaney, su infancia fue igual de determinante. En ella no solamente inició el aprendizaje del lenguaje (“suave gradiente de consonantes/ pradera de vocales”, escribirá para referirse a una sola palabra) sino además su dominio de la “cosa en sí” que el poema contiene, del genuino acto poético” que conduce a ella. Alguna vez habló del lenguaje como un sistema inmunológico del espíritu. “A la altura del sí mismo”, prólogo de la poeta traductora establece una red de vínculos, procedencias y razones que explican lo siempre inexplicable, el misterio del verbo cargado de sentido a su máxima posibilidad. En ese texto poderoso y bello Pura recordará el discurso de realizar eso que le da y siempre le dará certidumbre como tal: el poder de persuadir a esa parte vulnerable de nuestra conciencia de su bondad, a pesar de la evidencia de maldad a todo su alrededor; el poder de recordarnos que somos cazadores y recolectores de calores, tanto que son, también una prenda de nuestro verdadero ser humano”. Cuando Seamus Heaney se encontró con Czeslaw Milosz-“Lo que se articula, se fortalece”-, entonces un oscuro profesor, aquello que recibió de él, la poesía centroeuropea y su profunda sabiduría, fue tanto viaticum, un alimento, como vade mecum, un mandato. Pura López Colomé obtuvo lo mismo de Seamus Heaney: la enseñanza esencial de “situarse a la altura de su predicamento”, a no desertar de la asignación recibida, a seguir firme en la intersección entre belleza y verdad, a considerar el arte poético como una profecía y una penetración ancladas en las visiones de la infancia. El viático y el mandato se transmiten a nosotros, lectores deslumbrados, a través de esta cadena privilegiada: “Se dio mi existencia. Estuve ahí./Yo en el lugar y el lugar en mi”. De no haber estado despiertos, escribirá Heaney, nos lo habríamos perdido. Esta es la búsqueda apasionada de lo real. Fernando Solana Olivares

Wednesday, November 02, 2016

SENTIDO BUSCADO

Un artista entre chamanes. En 1943 el piloto alemán Joseph Beuys fue derribado sobre Crimea y tártaros de tribus locales lo rescataron. Entre ellos alcanzó una profunda comprensión del arte chamánico que fundiría después con su propio cristianismo místico para hacer del artista que sería un chamán hermético, “el sabio y sanador de las tribus primitivas”. (El hermetismo tradicional, un pensamiento que está de regreso por muy diversas vías, cree que los distintos niveles de realidad están interconectados y que los hechos psicológicos y espirituales son tan reales y válidos como los del mundo fenoménico, pues la realidad es un tejido sin costuras que incluye y abarca todo.) Beuys asumía el proceso creativo como un acto de magia ritual que permitiría hacer más intensa y profunda la vida interior de cada uno. Creía que el arte era la única fuerza revolucionaria ante la asfixiante hegemonía científico-capitalista. Su mensaje sonaba concluyente: “La cultura del tener ha terminado; la cultura de la cualidad del ser es la forma del futuro.” Inexpresivas e indiferentes. El temprano horario de la clase no se presta más que a faltar a ella. Así que quienes asisten, no todas, nunca todos, no están completamente ahí. Vinieron en cuerpo pero dejaron atrás el ánimo y su mente vagabundea por lugares lejanos. El ánimo, con él tienen un problema. Por enésima vez se dice en clase que una de las palabras más hermosas del idioma es “entusiasmo”, la cual significa “dios interior”. O sea que el guerrero crea su propio ánimo y cosas así. Les entra por un oído y les sale por el otro. Su depresión parece insalvable, su desinterés también. Todo lo humano, la clase entre ello, les es ajeno, distante, inmaterial. Más que usuarios terminales de sí mismos parecen usuarios ausentes de sí mismos. No hay modo de conmoverlos o interesarlos o provocarlos. A veces como ahora suceden mañanas zombificadas. El vacuo horror de la época y sus generaciones, que sólo se entusiasman y cobran vida ante la opaca virtualidad de una red social, de un mensaje idiota, de una imagen plana. Todavía no saben que la desatención (el ensueño) es la raíz del mal. Quizá nunca lo sepan. ¿Para qué lo querrían saber? Las implicaciones psíquicas. El arquitecto Christian Norberg-Schulz ha dicho que la exigencia de sentido es una característica propia de la conciencia humana. Esta necesidad se ve satisfecha mediante símbolos, obras de arte que “representen situaciones vitales”. Por eso afirma que la finalidad de la obra de arte es conservar y transmitir sentido, pues ésta es la necesidad humana fundamental. La función del sentido es la de ayudar al hombre a hallar explicación. Cuando el entorno está dotado de sentido, el hombre se siente en casa, asegura. La premisa hermética establece la relación entre el microcosmos y el macrocosmos ---no otra cosa, por cierto, es la literatura. El hombre, dice Norberg-Schulz, debe ser capaz de habitar entre el cielo y la tierra. Para poder hacerlo ha de comprender estos dos elementos y su interacción. Comprender significa una forma de conocimiento que contiene lo que llama “experiencia de sentidos”. El sentido es una función psíquica que desarrolla identificación y un sentimiento de pertenencia. El arquitecto noruego insiste: de las necesidades fundamentales del hombre, la mayor es la de experimentar su existencia como algo dotado de sentido. Aciago tiempo histórico cuando el sentido se encuentra en el entusiasmo del ánimo propio, en el dios interior a invocar o a ser inventado, pero no afuera, donde estos jóvenes crónicamente aburridos esperan inútilmente que se manifieste. Odaliscas lujuriosas. ¿Pruebas? La dificultad orgánica para contar algo que vaya más allá de un par de sentimientos difusos, subjetivos, estereotipados. No hay contexto de ningún tipo: descripción, narración, trama. No existen escenarios ni personas imaginadas en ellos. Psicología de las mismas, menos. Ni correlato objetivo con su propia biografía ni exhortos como bebe tu sangre, poeta. Los alumnos de esta gélida y retraída mañana no pueden ser poetas, están absorbidos en la vacuidad de su monólogo. Salvo que de pronto ocurra un milagro, suceda una epifanía, llegue una felicidad. Pero tal cosa es creer que cuando se escucha un galope a la distancia podrán ser unicornios en lugar de caballos. Después ellas se irán a desayunar animadamente, luego se maquillarán y así, ojerosas y pintadas, bajarán a la ciudad. No tienen ninguna explicación, tampoco encuentran el sentido. Fernando Solana Olivares

EL NOBEL PARA ORFEO

1. “Príncipe Hamlet está en alguna parte del tótem, tararea una cancioncilla muy llana”. Así comienza el final de Tarántula, texto literario escrito por Dylan a los veintitrés años en su característica prosa automática o flujo de conciencia, una técnica llena de imágenes en sucesión donde las voces narrativas y los tiempos verbales cambian: su editor dijo que al libro se referían en la editorial como eso, un género dylanesco. 2. El navío Argos ha sido empujado por un viento rápido y se aproxima a la isla de las Sirenas, cuenta Pascal Quignard. Desde ella se eleva una voz maravillosa. Entonces Orfeo sube al puente del navío y tañe con su lira de nueve cuerdas un contra-canto extremadamente rápido para rechazar esa llamada. La tripulación resiste la fascinación del canto. Butes no. Deja su banco y salta al mar: “nada a través de las olas que hierven”. Bob Dylan es Orfeo, Bob Dylan es Butes: poliédrico, proteico, camaleón. 3. La música de rock tiene sus orígenes en el blues que radica los suyos en el vudú. Una de las imágenes más significativas del vudú es la de las encrucijadas, puertas que dan acceso a espacios fronterizos, rajas entre los mundos, zonas de fuerza mayor. Como ese concierto anticlimático de su gira interminable en la Ciudad de México. Bob Dylan fue teloneado por Los Lobos y salió al escenario con pinta de Mercurio el de Shakespeare pero también con la distante calma del dios griego ahora vestido de vaquero juglar. Disfrazó sus canciones clásicas, rehízo las melodías y magnetizó a la audiencia sin hacer más concesión que esa: ninguna concesión. El hechicero condujo por su propia ceremonia y durante dos horas una experiencia de posesión, hubo un ritmo ácido y una voz gangosa, metálica, a veces de lija, un contra-canto chamánico interpretado en rock. 4. Ya no era solamente Fausto ---aunque conservaba la energía obsesiva y la pulsión irrefrenable hacia los experimentos--- sino algo más erudito y sofisticado, afín a Rimbaud y Baudelaire, que avanzaría hacia una u otra forma de síntesis hermética amalgamando diversos géneros como el rock y la “música mágica” de la tradición folk. A hard rain’s a-gonna fall combinaría un encantamiento rítmico hipnótico más una imaginería surrealista de carácter intelectual destinada a la conciencia lúcida, a la percepción cognitiva: sólo relaciona. El monólogo interior de James Joyce en la lírica de Bob Dylan. 5. De entre sus transformaciones, la conversión de Dylan al cristianismo renacido representó la más incomprendida. John Lennon parodió su excelsa canción Gotta serve somebody, y hasta hoy ese momento muchos lo reprueban. Como siempre lo haría compuso música inolvidable. Los críticos dijeron que ni la edad ni la conversión alteraron su temperamento “esencialmente iconoclasta”. Quizá el áspero juglar quiso saber qué significaba la cesión de la libertad existencial ante las certezas acríticas de la revelación, e incurrió en el mal gusto, él, quien está más allá del gusto, de arengar en favor de una causa metafísica luego de haber rechazado, años atrás, militar en una causa política liberal y de izquierda. Las excentricidades de Orfeo. 6. Las cadenas de imágenes intermitentes que Allen Ginsberg ve en el estilo de Dylan provienen de Jack Kerouac y su escritura beat, golpeada, impresionista, leve y rápida, la cual transcurre entre un fluido de sensaciones e ideas del personaje literario. Los muchos autores que nutrieron a Dylan ---un libro sale de otros libros y un autor sale de otros autores--- son la cadena de vínculos y pertenencias culturales que lo definen. Este es un rapsoda, un cantor como los del origen griego cuando los aedos acudían ante la gente para hacerle escuchar el sortilegio épico de los mitos y llevarla a otro lugar. 7. Lo demás es lo de menos, aunque podría ser parcialmente cierto: si Dylan necesita el Nobel o no, si dárselo es abaratarlo, si otros más merecedores que él se quedaron en el camino. Sus canciones conmovieron la conciencia de la época y la mentalidad de la contracultura, así la sociedad del espectáculo parezca haber enajenado irremediablemente la música popular. La academia sueca nombró a Homero como ilustre antepasado de la obra de Dylan. Su versatilidad mercurial le habría recordado al griego la sagacidad de Ulises Mañero, su mutación ante las circunstancias, su adaptabilidad creativa. Todo habrá sido entonces una profecía: los tiempos están cambiando y Orfeo vendrá a cerrar el ciclo de las formas y los ritmos. Las épocas concluyen, los genios no. Fernando Solana Olivares

EL ARTE DE PERDERSE

Una y otra vez he regresado a Walter Benjamin. Lo conocí por la formativa mediación de José María Pérez Gay, el sabio austrohungarista, y ahora me devuelve a él la inesperada mención de un amigo que lo ha descubierto. Hay grandes textos sobre sus grandes libros, como suelen causarlos los genios de la literatura. Son anillos, resonancias, las ondas expansivas o capilaridades que llamamos cultura escrita. En un hermoso ensayo, “Bajo el signo de Saturno”, Susan Sontag da cuenta del método literario indirecto que Walter Benjamin empleará para contar el pasado, un modo que consiste en evocar los acontecimientos por las reacciones que entonces provocaron, los lugares a través de las emociones depositadas en ellos, a otras personas por el encuentro con uno mismo, a los sentimientos y conductas de aquellos momentos infantiles como una anticipación de pasiones futuras y fracasos que de ahí derivarían. Desde una lateralidad similar a la de Perseo, el héroe mitológico que decapitó a la Medusa mirando su reflejo en el escudo, una metáfora alusiva a la acción poética que debe hacerse no directamente sino mediante un paso al lado de la propia vida, trazando una cierta parábola para mirarla, para cambiar el punto de vista. La teoría literaria habla del correlato objetivo, del usarse a uno mismo como materia narrativa y contarlo como si fuera de otro porque la memoria es una frágil flor que reposa en el pasado y exige aproximársele con cautela. Benjamin era un triste. Testimonios de su juventud lo describen marcado por una profunda tristeza y él mismo se consideraba un melancólico. Desdeñaba las explicaciones psicológicas modernas y prefería invocar la hermenéutica astrológica: “Yo vine al mundo bajo el signo de Saturno: la estrella de revolución más lenta, el planeta de las desviaciones y demoras.” Para entender sus obras mayores se debe saber que dependen de una teoría de la melancolía. Así como Proust escribió en busca del tiempo perdido, Benjamin lo hizo para encontrar los espacios físicos de la memoria, espacios mentales y sensitivos que se dejan atrás en el tiempo. También para intentar un imposible control del tiempo, aquella aspiración fáustica del ser humano ---“Detente, instante, eres tan hermoso”, clama Fausto--- que Benjamin representará en el dibujo de Paul Klee como el ángel de la historia volando hacia atrás y mirando con nostalgia y melancolía lo que deja. La melancolía es uno de los cuatro humores medievales del cuerpo y de la conciencia, su origen radica en el recuerdo nostálgico, es una tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, como dicen los diccionarios. Contiene ruinas, visiones y ensueños de una época cuyo crepúsculo ya ocurrió y su oscuridad avanza. Y sin embargo “el único placer que el melancólico se permite, y es poderoso, es la alegoría”, escribió Benjamin. Esa es la manera característica de los melancólicos para leer el mundo: todo es y todos son una alegoría, una interpretación en la cual representan o simbolizan otra cosa. El legendario Infancia en Berlín comienza así: “Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como se pierde en el bosque, requiere aprendizaje.” Un arte que Benjamin dirá haber aprendido tarde, aunque habrá dominado magistralmente mediante una “Filosofía narrativa” ideal e insólita donde los parques, las calles, las casas familiares, el zoológico o el quiosco de música son poderosos personajes de la escritura. Una fría noche otoñal del 26 de septiembre de 1940 Walter Benjamin se suicidó en la pensión del pueblo francés de Port Bou en los Pirineos a la que había regresado sin poder subir la montaña para cruzar la frontera que lo alejaría del peligro nazi. El camino fue áspero y difícil. Al final debió rendirse y volver. Mal vestido para el intento y cargando una maleta de manuscritos, esa noche dejó de ser fiel al lema que guiaba su vida intelectual, tomado del jesuita español Baltasar Gracián: “En todas las cosas trata de poner el tiempo a tu lado.” Tampoco pudo ser congruente con una línea escrita en tiempos más felices: “Nada puede acabar con mi paciencia.” Una sobredosis de morfina ingerida en su habitación lo condujo al éxodo. De las iluminaciones profanas que habría tenido en su vida creativa pasó a una iluminación definitiva o a una calcinación metafísica o ingresó a la nada y meramente dejó de ser. La modernidad, escribió, debe estar bajo el signo del suicidio. Fernando Solana Olivares

BUENAS NOCHES, TRISTEZA

Tristes días los de estos días. La Condesa se degrada y el crimen la conquista, Colombia se niega a pactar la paz con la guerrilla y Luis González de Alba se suicida de un tiro en las vísperas de un dos de octubre cuarenta y ocho años después de aquel día. Los detonadores de la memoria son abundantes, insospechados. Entre ellos está la muerte de quienes conocimos, de quienes incurren antes que nosotros en la terca costumbre de morir que suele tener la gente. Una mañana sonó el teléfono de la redacción. Luis González de Alba reclamaba furioso por un artículo recién publicado en el suplemento semanal donde se reseñaba una promiscua y casi orgiástica noche de sábado en su bar gay El Vaquero. Enrique Mercado firmaba el artículo, pero yo era uno de los editores del suplemento y la llamada, mucho más que conminativa, iba directamente para mí. Discutimos con una aspereza que el uno del otro ya conocía. Yo negando que hubiera dolo o mala intención al publicarlo, él asegurando que sí. Mi ignorancia de esos lugares y mi desinterés por ellos, sin objetar nunca su pleno derecho a existir, me descalificaban para saber si efectivamente sucedía lo que el colaborador había descrito. Luis gritaba que era una maligna exageración y podría desembocar en una clausura. El desencuentro se saldó como suelen saldarse esos desencuentros: desvaneciéndose. Habremos vuelto a vernos todavía algunas veces más. No sé si nos simpatizábamos. Puedo creer que no. Sin embargo también recuerdo abundantes risas en común, claridosidades irónicas y brillantes textos lapidarios, lo mismo que cultura compartida y vuelta vida diaria en un intelectual que sí supo traducir griego y hablar latín. Hace años un hombre que llevaba cinco dogos llegó de madrugada al Parque México y los azuzó frente al estanque de los patos. Las bestias hicieron una carnicería que el hombre observó a la distancia. Luego se marchó y no volvió a saberse de él ni de sus depredaciones. La acción quedó como una herida anunciante o una fecha secreta, una anticipación brutal de lo que a continuación vendría: el asalto gradual de la inseguridad, de la barbarie y el deterioro. Surge así otra forma de la memoria en estos momentos tristes de la época triste, advertida por los jainas en profecías que corren desde hace cientos de siglos y han sido dichas literalmente: la época triste-triste. Esa forma contiene los cantos de una nostalgia íntima aunque no reaccionaria porque no son de reacción sino de lamento por la antes plácida y vecinal colonia Condesa secuestrada ahora por restaurantes y antros que atrajeron narcomenudeo y crímenes varios, descomposición social y violencia, zozobra y malestar para quienes viven ahí. Aquellas épocas del Parque México en los felices años sesenta, cuando el camión del colegio pasaba de mañana y a él subía Guido, el hijo de un perfumero italiano, llevando un fragante pañuelo bañado en los aromas que comerciaba su padre, y más adelante lo hacía Prendes, con su mirada encendida, y luego otros más. ¿Para qué recordar todo eso, la oscura desbandada de la existencia? ¿O las bicicletas que se alquilaban en un fantástico negocio de la esquina de Avenida México con Sonora y los recorridos épicos en el parque, por sus puentes y atajos, descubriendo los múltiples, inesperados puntos de espacio y tiempo, como si en ellos se multiplicara un aleph de perspectivas caleidoscópicas, de sorpresas encantadoras, de simples y asombrados placeres infantiles? Y al final pero no al último Colombia, que por un estrechísimo margen y con una rotunda abstención vota no al acuerdo de paz con su guerrilla histórica. Gana el mezquino Uribe al perspicaz estadista Santos, gana la irracionalidad dirigida, la permanencia administrada de la inestabilidad política y social, de una guerra que beneficia sólo a sus hipócritas detractores, formalistas interesados en que el fratricidio continúe mientras ellos apelan a una justicia ideal. Albert Camus afirmó que la única cuestión filosófica a considerar era la del suicidio. Una de las alternativas ante ello era la de Sísifo: amar el atroz destino que le fue impuesto por los dioses sin justificarlo ni racionalizarlo, sólo transfigurándolo a través de la aceptación de esa agobiante piedra inútil de la vida que debe llevarse hasta la cima una y otra vez. La otra opción, simple y descarnada, radicaría en marcharse voluntariamente de un escenario lleno de ruido, furia y sinsentido. A escoger. Fernando Solana Olivares