Friday, February 24, 2017

OTOÑO ENTRE LAS HOJAS

Había oscurecido ya en Los Pinos y Salinas de Gortari se divertía: ---¿Por qué no has publicado nuestro libro, presidente? La pregunta sonó inesperada, descolocante. Era una fina señora, doctora en arte y prestigiada crítica plástica, directora del importante museo de arte moderno y solvente escritora quien la hacía. ---Pregúntele a Rafael, Teresa, que nos diga por qué. La picardía innata de Salinas, su astucia burlona, aceptaba el derecho republicano que atrevida y elegantemente ella ejercía, mientras el cortejo que lo acompañaba, con Córdoba, el torvo visir a la cabeza, celebraba vicariamente la diversión de su jefe. El aludido, Rafael Tovar, no estuvo a la velocidad de Salinas y más o menos no supo qué decir. Teresa del Conde preguntaba por su epistolario con Jorge Alberto Manrique, el cual debiera haber editado el CNCA para ese momento, cuando se hacía un recorrido por algunos salones de Los Pinos donde colgaban obras de pintores mexicanos seleccionados por este grupo de críticos en el cual se encontraba ella, para ser adquiridos por Presidencia. La refinada demanda obedecía también a otro nivel de significado: en su carácter de autoridad estética y custodia de bienes artísticos museográficos, Teresa se había opuesto a la práctica patrimonialista de disponer del acervo museográfico según ocurrencias decorativas sexenales y confiscar cuadros grandiosos propiedad de la nación para oficinas burocráticas. Siempre hacía y decía lo que quería y esa noche no fue la excepción. El tuteo de Teresa a Salinas sería la nota de color de la crónica del día siguiente, pero la sustancia del momento descolocante radicaba en ella misma, mucho más verdadera que cualquier político encumbrado. Hablamos de Buffon tiempo después, a quien conocía. Le encantó, hasta llegar a anotarlo, el apunte de Montherlant: la gente no sabe hasta dónde puede osar sin peligro, si lo supiera se volvería loca de pesar por no haber osado más. Me invitó a trabajar al Museo de Arte Moderno. Una noche en Jalapa, yo, siendo tan verbal, mantuve silencio escuchando admirado un diálogo de sabios ligero y profundo sobre la Viena de fin de siglo y Padre Freud, como la zumbona lengua de Teresa proclamaba, entre ella y José María Pérez Gay. Todo fue intenso y hasta tórrido. Uno aprende de lo vivido y un gran aprendizaje de arte, inteligencia y gestión museográfica ocurrió. El museo era un templo, y todas las mañanas visitaba la sala de la escuela mexicana para admirar sus tesoros, comprobar su estado y recogerme en silencio unos instantes ante la figura principal, tan profética y femeninamente reiterada, “Las dos Fridas”, esa virgen doble por venir. En una atropellada presentación de un libro mío, Teresa afirmó, con desatino controlado, que en mi papel de subdirector debí informarle a ella, la directora, lo que ocurría ante aquel cuadro devocional, es decir, de la aparición de anónimas veladoras colocadas a sus pies. Eso se contaba en un cuento escrito por mí con mínimos detalles reales. Pareció decirlo en serio, pero era una broma superior. Teresa jugaba con la ficción y con la realidad que en parte es real y en parte imaginaria. Amaba la perspectiva psicoanalítica, tan difícil de ser amada, pues era su aparato de interpretación estética. En ella encontró sus ideas fuerza, como lo conversamos algunas veces, pero también límites que escondían una mitografía arbitraria y un juego de poder con pretextos curativos. Provocando su soberbia inteligencia irónica, iconoclasta, capaz de decirlo y escucharlo todo, alguna vez solté el legendario rechazo a la doctrina freudiana: manifestación de la misma enfermedad que se pretende curar. Lo discutía con autoridad apasionada, con juegos lúcidos del lenguaje, para ella un instrumento de relación: todo con todo, curiosa y atenta, indagante, observando al otro, así fuera para conocerse a sí misma también. Con sombras y oscuridades, como debe ser una conciencia compleja, querida doctora del Conde, has muerto y ya no estás aquí. Te escribiré una carta para contarte todo lo que faltó decirte. Siempre quedan pendientes, por eso regresamos al samsara una y otra vez. Dilátate en volver a este escenario lo más que puedas, viaja por el cosmos y asómbrate, disuélvete en luz. El tiempo es elástico y su recipiente un misterio. La muerte también, esta oscura desbandada de ausencias y necrologías. Fue un privilegio conocerte, querida Teresa, descansa en paz. Fernando Solana Olivares

Friday, February 17, 2017

DEL ARTE O ABISAL

El arte sucede. El arte no tiene para qué. Hacemos arte para no morir de realidad. Estas afirmaciones tratan de fijar un fenómeno evanescente, de multidefinición, para el cual no hay un canon inamovible. Menos ahora en esta época tan extraña y decadente y tecnológica, que mezcla todo con todo y afirma que lo que no tiene precio no tiene valor. Durante mucho tiempo predominó en Occidente una perspectiva estética del arte, considerándolo como una mera complacencia de los sentidos. Una corriente de pensamiento contemporánea cree otra cosa: que el arte contiene una verdad superior que incrementa al ser humano. Una verdad que no se obtiene con algoritmos o sistemas, sino exponiéndose a las obras de arte, encontrándose con ellas. O cuando llegan, como esos tres ejemplares de un libro inesperado de un artista poderoso, para mí desconocido, que la mensajería dejó en mi casa: Abisal de Alberto Aragón Reyes. Llevaba años de no quedar sorprendido por ningún artista oaxaqueño vivo, dueños casi todos de un manierismo agotado en su folclor, en su repetición y en su mercado. Hablando de decadencias, ahí está Oaxaca, la Disneylandia espiritual y estética de estos días. Un lugar vuelto temático y envilecido por el turismo seudo ilustrado, vitalista y hípster de la actualidad. Por una reiteración agobiante llamada por Robert Valerio atardecer en la maquiladora de utopías estéticas. Y sin embargo resistente, indómita mientras exista, disputada por todos desde su fundación. Una ciudad mucho más compleja que este momento escenográfico que terminará por agotarse, barrerá imitadores y concluirá facilismos, si no es que todo ello ha ocurrido ya. En tiempos de cansancio mercantil y fatiga creativa irrumpe una obra que parece concluyente de un periodo. Y a la vez iniciadora de otra etapa que combinará el regreso a los orígenes generales del arte, en mucho al canon clásico y no a los orígenes etnográficos, de colores directos y motivos inmóviles, llenos de esos “dudosos ordenamientos” ironizados por Valerio: luz oaxaqueña, rico patrimonio y demás misterios. No en una procedencia lineal, una sucesión de artistas o una genealogía, sino en una mutación: la del adelanto hacia lo que vendrá, aquello que Aragón Reyes esculpe, pinta, elabora, con notable fuerza matérica, en grandes formatos de volumen y bidimensionalidad cuya voluntad y ambición es propia de las influencias que lo formaron durante sus largas temporadas en Dinamarca: Caravaggio, El Bosco, Rembrandt o Goya. Esa fuerza emergente presenta temas, formas y técnicas no frecuentes en la tradición pictórica de la oaxaqueñidad imaginaria. Varias características de la obra de Alberto Aragón, artista de menos de cuarenta años, son revoluciones radicales en su lugar de origen: el claroscuro, por ejemplo, una técnica para dar profundidad y contraste a la imagen representada, llevándola a contener verdad y sentido, capacidad de conmover a su espectador e interrogarlo. Eso es lo que los pensadores atribuyen al arte como valor de conocimiento: toda experiencia es el paso de un algo supuesto a una certeza vivencial, de una negatividad a una positividad. Otra radicalización de este artista es la introducción de rostros y cuerpos claramente budistas y monacales en sus retratos, alegorizando antiguos frescos trabajados por el tiempo, como pintados en capas que se levantan, se rayan, se esgrafían y proponen un nuevo sincretismo, otro orden místico, otro encuentro cultural, otra revelación. De su realismo fantástico poético, con toques de fantasía y mascarada carnavalesca, hasta sus puntillismos cromáticos alegres y solares, de sus retratos goyescos, sus tigres y jabalíes llevando rosas de sangre en su hocico, hasta sus naturalezas muertas, sus seres tenebrosos y sus bestiarios, entre toda esa abundancia se distingue una pieza escultórica portentosa, El Pescador, un gigante de metal desnudo que arrastra un pez del doble de su peso y exhibe la fuerza perseverante y obcecada del ser humano. El título del hermoso volumen que reproduce 205 obras pictóricas, gráficas, escultóricas e instalaciones, Abisal no alude a lo insondable sino a lo profundo. El arte es un sistema de símbolos y se dice que cuando sus formas cambian se producen cambios en la época histórica. El espíritu sopla donde quiera, el arte también. Incluso ahí donde se creería concluido. Entonces lo abisal anuncia su presencia: ir hasta abajo para volver a salir. Fernando Solana Olivares

Friday, February 03, 2017

LO SUSCITATIVO

Nunca había llegado a mí el término madre escritura. Me doy cuenta que trae consigo la dureza, la cabronería de la época, su creciente dificultad; pero también el amparo, la necesidad de verdad y sentido que claman estos días. Las grandes narrativas terminaron y regresamos a los fragmentos, al tiempo puntilloso. Como nuestra civilización racionalista se originó en fragmentos, ahora volvemos a ellos. El círculo se cierra y, en efecto, o se están terminando las cosas o están en profunda mutación. Los fenómenos no suceden linealmente y es complejo, quizá imposible, conocer sus causas profundas, su geometría intangible. Pero como nuestra conciencia está hecha mayoritariamente de palabras, algo hay que decir sobre ellos para intentar encontrar esa necesidad humana de verdad y sentido. El horror trumpiano ha sido una inversión de polos magnéticos políticos: demencialmente consistente, cumplidor hasta ahora de sus insensatas promesas, hiperactivo con mucha prisa, con una agenda que parece ser de ocurrencias, ideas fijas y fobias radicales contra los otros, pero que tiene un proceso de planeación, algo más grave todavía; rodeado de matones de cuello blanco que amagan a la ONU y comienzan a anotar los nombres de quienes no estén con ellos, de patanes de extrema derecha que declaran a la prensa independiente como una deshonesta oposición e invocan el silencio que quisieran imponerle. El medio sigue siendo el mensaje, y gobernar el imperio a punta de histéricos e incontrolados tuitazos es un detalle esencial del autócrata que surgió lleno de sí desde las pantallas televisivas y el dios Dinero. No es casual ---nada es casual, pero todo parece serlo--- que la novela distópica 1984 de Orwell se haya convertido en superventas en los Estados Unidos desde la llegada de Trump al poder. Tanto el neodecir que en ella sucede (una corrupción del lenguaje donde el significante es cínico y está vacío, y no se corresponde con el significado de lo realmente existente, nótese el uso amanerado del terrific que hace, entre otras de sus no más de ¿setenta? palabras), tanto su asfixiante y dictatorial poder político lo mismo que su tecnología de la persuasión dominante ejercida a través de la telepantalla, todo eso y bastante más es posible ahora. Si no es que está sucediendo ya. Deconstruir la cuestión de lo que ocurre, resolver el difícil acertijo de lo que vendrá, puede estar en las diferencias entre la contra utopía literaria y las condiciones de ahora. Una determinante: la conciencia humana que sí se defiende del Gran Hermano y resiste colectivamente, como viene sucediendo porque la percepción de muchos es que surgió una agresiva oscuridad histórica y que aun durará. Somos el ser que irremediablemente somos y estamos arrojados a esta existencia, dicen los filósofos. Luchar por la dignidad humana es ir hacia esa búsqueda de verdad y sentido, hacia la realización de cada quien que una corriente hermenéutica llama comprender: el ser se realiza así en su propia vida, comprendiendo. Comprender es alta resistencia, como una acción defensiva. Según Orwell, en el pasado la dictadura era la garantía de la desigualdad, pero en su Oceanía imaginaria es la desigualdad la que garantiza la dictadura, y fue la desigualdad la que llevó a los votantes norteamericanos a decidir por Trump y su dictadura híbrida. El lado irracional del totalitarismo aparece en el lenguaje. Las metáforas muertas y las palabras pretenciosas o fraudulentas hacen del lenguaje un catálogo de estafas y perversiones a gran escala, de actos de engaño calculados. El doblepensar de 1984 y su neolengua son básicos para los procedimientos de censura y de control de la realidad. Ese doblepensar orwelliano conduce a una fragmentación de significados parciales que no pueden interpretarse correctamente. Conocer es comprender, comprender es realizar una fusión de horizontes. Los muros cercenan los horizontes, sólo dejan un plano fijo, monótonamente igual en su arquitectura malvada. ¿Qué hacer? Repetir el mantra de santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa”. Tramitamos nuestra turbación, procesamos nuestro espanto y esperamos la coyuntura. Actuando, resistiendo, pensando. Un oráculo anticipó que este año sería Lo Suscitativo, cuando se multiplican los impensables. Al fin ocurrió el profético koan mexicano: agárrense de la brocha, porque vamos a quitarles la escalera. El único modo de mantener la calma es adoptar una postura apocalíptica y sobreponerse después. Fernando Solana OlivaresLO SUSCITATIVO