Friday, September 08, 2006

RE(A)SIGNACIÓN

Alguien que ahora no recuerdo (Max Weber, tal vez, pero no lo sé de cierto) definió a la política como el ejercicio de una tenaz resistencia y la puesta en práctica de una prolongada penetración. En suma, como un oficio que sobre todo requiere hacer gala de paciencia, esa virtud augusta cuya escasez condujo a los hombres a ser expulsados del Paraíso y cuya falta es la razón de que no puedan regresar a él. Dicha cualidad resulta explícitamente despreciada por nuestra cultura de masas tardomoderna pues supone, según su etimología, “sufrir con calma, tolerar sin perturbación, esperar con tranquilidad”, actitudes todas ellas contrarias al modelo ideológico predominante que consagra como ideales a perseguir la satisfacción inmediata del deseo, la intolerancia ante la frustración, la intranquilidad al aguardar.
¿Quiénes entonces, de no ser los santos que viven realidades intangibles, los coleccionistas que son tácticos de sus adquisiciones, los escritores anacrónicos que están en lucha contra el lenguaje o la gente común de alma simple que no espera más que aquello que le ocurre, pueden en nuestros días justipreciar la tenaz resistencia y la prolongada penetración que se requieren para ejercer la paciencia? Solamente aquellos sujetos empeñados en vencer la adversidad y alcanzar sus objetivos a pesar de los impedimentos externos, por mayores que éstos sean; en otras palabras, los verdaderos políticos, bien lo sean de su propia vida o de la acción colectiva y común, seres públicos o privados con sentido del tiempo y la oportunidad.
La dudosa y discutible declaración de validez de las elecciones hecha por el Tribunal Electoral, con el consecuente reconocimiento de Felipe Calderón como presidente electo, a pesar de ser formalmente “inatacable” pues proviene de una instancia legal tan metafísica que detrás de ella no hay nada más ---salvo la realidad misma, pero ésta carece, todavía, de valor demostrativo alguno---, no solamente atenta contra la lógica cuando acepta que la indebida e ilegal intervención de Vicente Fox en el proceso electoral pudo poner en riesgo el proceso mismo y ser una causa activa de su resultado, para al mismo tiempo negar que dicha conducta antidemocrática y punible fuese un efecto determinante del mismo, como si las causas ya no condujeran a los efectos, sino que con su unanimidad evidencia un consenso inducido, artificialmente ajeno a la muy disputada y acremente discutida naturaleza de lo que electoralmente ocurrió.
¿Ninguno de los siete magistrados pudo ver indicios fundados en esa percepción compartida por millones de ciudadanos: que hubo una elección inequitativa y facciosa donde el Estado, el PAN y las oligarquías se conjuraron para evitar que un candidato opositor pudiera ganar la presidencia y así afectar sus intereses? ¿A ninguno de los siete letrados le pasó por la cabeza que cuando un sistema político se fractura, cuando una sociedad se divide y un país corre el riesgo de confrontarse, entonces precisamente es cuando la interpretación literal de la leyes y la mecanicidad en su aplicación son las actitudes sociales y aun jurídicas a evitar, pues tal severidad no significa una defensa de las instituciones sino la manifestación de una insensible ceguera propia de élites incapaces para reconocer lo que a su alrededor ocurre y lo que deben hacer para garantizar su propia viabilidad histórica? ¿Ni siquiera uno entre los siete ha pulsado los signos de la frustración, del encono y del hartazgo de tantos después del resultado electoral, y con ellos pudo hacer de la crisis política inédita y mayor la verdadera materia sustancial de la cuestión jurídica en disputa?
Al ver tanta ligereza, tanta “unanimidad” entre los inatacables jueces, se entiende el destemplado grito de López Obrador: “Al diablo con sus instituciones”, tan frígidas, tan rígidas, tan solemnemente irresponsables. Ya vendrá la historia futura y calibrará su comportamiento, pero mientras tanto la historia presente se descompone cada vez más: el ingreso popular no alcanza, los migrantes crecen, los empleos invocados son falsos, la educación es zona de desastre, el desgobierno avanza un día aquí y otro allá, el narcomenudeo está en todas las esquinas y muchos piensan que las cosas van a estallar. Toda sociedad persiste mientras sus miembros lo creen posible y en la nuestra esa certeza se erosiona sin cesar.
En suma: ¿qué debe hacer López Obrador? Tal vez una operación transformativa propia de la psicología de la mutabilidad, e introducir una letra más en una palabra tan vituperada como la paciencia: la resignación, esa aceptación fatal, para cambiarla y entonces reasignar, reinterpretar, reconsiderar su movimiento y conducirlo, con tiempo, tenacidad y perseverancia, hasta lograr la transformación pactada o forzada de un sistema político presidencial que llegó, por fin, a su momento terminal. Gramsci decía que cuando un orden social se derrumba y el nuevo aún no surge, en medio de todo ello acontecen fenómenos morbosos. Mantener el plantón de Reforma indefinidamente o atreverse el próximo dieciséis de septiembre a impedir la ruta tradicional del desfile militar pueden ser acciones morbosas, dados sus costos y sus riesgos. Cuando menos AMLO podrá cumplir parcialmente una de sus promesas: vivir si no en Palacio Nacional sí en el Zócalo, gran antesala popular, y desde ahí moverse para seguir haciendo política en todo el país. Las evidencias pronto serán incuestionables: la legalidad no otorga la legitimidad. Menos ahora, cuando en el reloj nacional ya sonaron las doce.

Fernando Solana Olivares

0 Comments:

Post a Comment

<< Home