Sunday, May 03, 2020

PEQUEÑO FORMATO: CONTENGO MULTITUDES / I

Orfeo, el legendario poeta, hizo llorar lágrimas de hierro a Hades, dios de la muerte, cuando buscando a Eurídice descendió a los infiernos y tañó su lira. Había conmovido ya a las plantas, las rocas, los animales y los elementos. No aún al inframundo. También había vencido a las sirenas desde el barco de los argonautas, interpretando un poderoso contra-canto al pasar cerca de ellas. Un contra-canto lleva sólo lo esencial, es lo sin ornamento. Bob Dylan acaba de dar a conocer dos de ellos en estos días sin síntesis, inadjetivos. Con elegiaca voz rasposa, al modo de los juglares primarios cuya magia radicaba sólo en las palabras, Dylan no canta sino declama crudamente, nada más dice. Dos son entonces sus importancias: lo que dice, cómo lo dice. Murder Most Foul (“El asesinato más repugnante”) es una larga letanía de casi diecisiete minutos, un spoken word como aquellos de los bardos homéricos, dicho mediante la enumeración de temas y figuras, de personajes y momentos históricos recitados con voz monótona ---lúgubre, testamentaria, epilogal---, desde el asesinato de JFK en Dallas el 22 de noviembre de 1963 hasta finales del siglo XX. Dylan recorre la época en imágenes y desdobla el asesinato más repugnante en la muerte de todo un horizonte que va de Macbeth a la Era de Acuario, de Woodstock a Scarlett O´Hara. Al igual que en el último disco del múltiple Leonard Cohen (un homenaje del maestro al maestro), Dylan parece estar marchándose al contra cantar, al dejar que la palabra se diga como las oraciones, las plegarias, una voz que viene de precaria. La música es forma. La palabra es fondo. La época no es de formas sino de fondos. Los poetas ahora no cantan, lacónicamente dicen. Empleando una línea entre paréntesis del Canto a mí mismo de Walt Withman, Dylan proclama: I contain multitudes (“Yo soy inmenso, y contengo multitudes”).

Monday, April 27, 2020

ESO INSENSATO

La realidad se desploma pero la estupidez sigue. El grosero y provocador mensaje de Irma Eréndira Sandoval, secretaria de la Función Pública, dirigido a un abstracto colectivo de “artistas” acerca del Fonca, además de innecesario es falso porque confunde un hecho con una intención. Según la alta burócrata, el Fonca (y se infiere que antes el mismo Consejo) fue una creación de Carlos Salinas para legitimarse ante los creadores e intelectuales mexicanos por el fraude electoral, controlar rebeldes y premiar compadres. Aunque esa hubiera sido la intención, no fue el resultado. A pesar de sus imperfecciones y de su misma circunstancia jurídica nunca regularizada, el Fonca cumplió eficientemente durante décadas con una tarea sustantiva: construir, alimentar y enriquecer la cultura, el sistema inmunológico del espíritu nacional. Ahí están las miles de evidencias creativas para quien se decida a verlas, ni adocenadas o cooptadas por el utilitario poder. No vendría al caso (el espacio es reducido y hay asuntos mucho más importantes) explicarle a la crispada funcionaria (cuyo descortés “serénense, artistas” con el que inicia su mensaje habla de su propia intranquilidad) la función de los mecenazgos, el arte y la creación a lo largo de la modernidad occidental. Sólo cabe lamentar una actitud sectaria y reductiva que tilda de golpeteo oportunista la crítica y la opinión diferente. Los teólogos moralistas de la 4T son tan tóxicos como el otro sectarismo reductivo ---tecnócratas, derecha golpista, élites desplazadas, predicadores públicos--- de quienes odian a López Obrador, extremos que se tocan. A veces pareciera que entre las dos partes incuban el huevo mexicano de la serpiente. Los 2,000 caracteres de este texto se acaban, pero la realidad que termina apenas empieza. Parteaguas, gozne, intervalo. Antes y después del Covid-19, se dirá dentro de poco: cambio histórico.

Wednesday, April 22, 2020

PEQUEÑO FORMATO: EL KOAN DE ESTOS DÍAS

Así como hay muchos mundos y están en éste, según dijo Éluard el surrealista, también hay muchos piensos en el mundo, según dicen los rulfianos incorregibles. O sea: mucho y más interesante hay afuera del mainstream, del pensamiento único, del modelito mental que nos piensa en la crepuscular y pandémica tardo modernidad. La palabra japonesa koan designa una técnica espiritual del Zen. Se trata de presentar al discípulo una frase o pregunta dislocante extraída de un sutra o pronunciada por un maestro, una historia paradójica, un breve diálogo entre maestro y discípulo. Uno de los más célebres, dentro de los mil setecientos que se han enumerado, es aquel de “¿Qué sonido produce el aplauso de una sola mano?” Tomando a su cargo la resolución del enigma, que no acepta solución lógica ni discursiva, el practicante se centra sin descanso en la tarea hasta obtener una “revolución de la conciencia”. Esa revolución lleva al satori (“reconocimiento”) o kenshô (“visión de la esencia”). Dicen los maestros que es la comprensión inmediata de la naturaleza última de la realidad. Fondos detrás del fondo de lo que está aquí pero a simple vista no es percibido. En 1916 un misterioso enemigo reveló siglos de trasmisión secreta dando a conocer las respuestas correctas a los koan. A pesar de la indignada proscripción de la escuela zen Rinzai que logró la destrucción de los ejemplares de la infidencia, alguien guardó uno que fue pasando de mano en mano hasta publicarse en inglés a mediados de los años sesenta del siglo pasado. Conocer una respuesta no es poseerla. Aunque el koan es un elemento estable ---lleva a esclarecer las cosas--- sus formulaciones van cambiando. El de estos días reclusos es cortesía de un sabio que ya no está entre nosotros: “Agárrense de la brocha, porque les van a quitar la escalera”. Quien lo resuelva flotará sobre sí mismo.

Sunday, April 12, 2020

PEQUEÑO FORMATO: VIERNES SANTO EN CUARENTENA

Fernando Solana Olivares El sacrificio del hijo de Dios y su resurrección son el misterio principal del cristianismo. Suspender la escenificación pública de ese drama es un signo dentro de otro: el ritual religioso milenario se cancela por causas de fuerza mayor. La Plaza de San Pedro está vacía mientras el viento la recorre. El Papa celebra sus oficios en soledad. Durante el Medioevo la gente habría salido a las calles en Viernes Santo clamando por la protección divina. Ahora ya no. ¿A dónde se fue Dios? No sabíamos que ayer apenas éramos felices en medio de nuestra infelicidad. El virus representa una fábula compuesta por treinta mil letras (nucleótidos) que forman su material genético. En cada contagio colectivo va modificándose la versión, su narrativa está en metamorfosis. En tres, cuatro, cinco años, dicen los pronósticos médicos, toda la población quedará infectada. Habrase logrado entonces vacunas y cierta inmunidad colectiva, luego de suspender las prácticas comunes e imponer estados de excepción, entre los que estará el control individual a través de los sistemas fisiológicos. El distanciamiento es una técnica teatral y filosófica. Platón le llama Teatro del logos al debate filosófico teatralizado en el ágora. Las diversas posiciones se representaban con máscara para ilustrar que las ideas son una distancia sobre las cosas, que no son las cosas. Un aislamiento social de cuatro meses, como propugnan voces que se consideran autorizadas y administran el miedo, es un acto de distancia que será tolerable al modo de los prisioneros políticos birmanos: aprendiendo algo, meditando, moviéndose de modo sistemático. La rutina diaria, costumbre bendita. El martes anterior al Viernes Santo hubo una luna monumental. Ahora todo sucede sin la presencia de la gente y brilló sobre las plazas yermas. Pero ahí estuvo. También el dios crucificado, aquel a quien en su última carta Nietzsche mandó saludar.

Saturday, April 04, 2020

VÍA HÚMEDA, VÍA SECA

Sólo las catástrofes transforman a las culturas. La estructura mitológica, aquella memoria temprana común a todas las conciencias, las alude, las conjura o las invoca. Las épocas inician y terminan con esa amarga partera. La caja de Pandora abierta por el Covid-19 desató ---soltó, como dice el significado del viejo diccionario--- lo que estaba atado con vínculos morales o materiales. Las cosas no volverán a ser las mismas. El nihilismo neoliberal del capital financiero y la derecha puede mutar a formas de control biológico-social autoritario ---el estado de excepción permanente que advierte venir Agamben---. Reciclarse en el aprovechamiento de la crisis y profundizarla para sus propios fines. Pablo Alzate observa que esas fuerzas están aprovechando la pandemia para aplicar un programa eugenésico de dimensiones planetarias. Los viejos representan la condición de “población prescindible” para un capitalismo neoliberal darwinista que practica la supervivencia del más apto. Los viejos dejan de ser aptos, consumen recursos estatales y fondos de pensiones que significan espacios de ganancia a explotar, el reciclamiento capitalista después de una profunda crisis. Por ello se desmantelaron los sistemas públicos de salud, y ahora los negacionismos de la derecha europea, de Trump o Bolsonaro, son parte de una poda: los débiles y malogrados deben perecer. Malthus citaba las enfermedades y pestilencias como siegas inevitables (y moralmente fundadas, según creía) para decenas de miles de humanos. La alquimia, a su vez, hablaba de dos vías posibles para lograr la transformación: la húmeda y la seca. La primera era gradual y la segunda se lograba de golpe, aunque podía traer consigo graves consecuencias. El peligro húmedo es mirar atrás y petrificarse como la mujer de Lot. La vía seca es la adaptación al ahora mismo: una economía material y síquica de guerra.

Wednesday, January 29, 2020

DEL SÍ AL NO

Hace tiempo, con motivo del grave estado de las cosas, en esta columna se recordó el legendario final del Ulises de Joyce: el sí reiterado de Molly Bloom: “… y sí dije sí que sí” (otra versión traduce: “… y sí yo dije quiero sí”). Ese doble sí reiterado fue el mantra de una época. Molly Bloom afirmaba así en 1906, cuando todo era un canto positivo, el imaginario confiaba en el futuro, pero de escribirse hoy sería en términos contrarios: “… y yo dije no quiero no”. En 1900, pocos años antes de aquel remate de la genial novela, en 1900 Freud no sólo abrió las coladeras del inconsciente y cerró los contactos con la supra-conciencia, también predicó el principio del placer. Teorizó sobre el impulso de la gente, según él determinante, para obtener satisfacción como fin de la vida. Todavía antes, en el siglo diecinueve, Nietzsche escribió sobre el amor fati, el amor a la vida, y en esa voluntad de afirmación cifró su hermosa pero escalofriante idea del eterno retorno: volveremos una y otra vez. A continuación, Camus ilustró sobre Sísifo, “el más hábil de los mortales”, castigado por los dioses por toda la eternidad a subir con penosos trabajos un bloque de mármol hasta la cima de una colina, el cual llegando volvía a caer. Camus se planteaba el problema de vencer ese destino fatal. Y lo resolvió proponiendo una aceptación radicalísima: amar la piedra, el único recurso al alcance de Sísifo para soportar la condena. Pero esta resignación del castigado es secundaria ahora en la urgencia del decir no. Hay todo un glosario en la cultura contemporánea que versa sobre esa pequeña palabra definitiva que significa dar la espalda a algo. Acción contraria a la de la mujer de Lot. Por ejemplo, la tercera inteligencia de las cinco propuestas por Howard Gardner, a la cual él llama Creativa, consiste en des-aprender, en desmontar hábitos, costumbres, opiniones, rutinas. A eso Italo Calvino lo consideró levedad: quitarle peso, lastre, inexactitud, quitarle impedimentos al lenguaje. No volverlo superfluo sino directo, un instrumento que llame a la cosa por su nombre antes de que se exprese sobre la cosa. Otras reflexiones proponen variantes de lo mismo. La pedagogía de la mutabilidad que Merlín utiliza en la educación de Arturo al convertirlo en pez, pájaro o ardilla. Siglos antes de que un teórico afirmara que mirar es un rodear a los objetos, el mago sabía que la sabiduría es ver cuántas facetas tienen los fenómenos, cuántos puntos de vista. Los sistemas de pensamiento que provocan una situación son incapaces de remediarla. De ahí que la filosofía última construya un principio distinto al de Freud: el principio de la comprensión, donde el deseo por adquirir la felicidad a través del objeto se desmonta, se deconstruye, se cambia el eje de su significación. Los estoicos fueron practicantes del no. Creyeron que el sabio es superior a los dioses porque vence el deseo, se coloca más allá de él. Los mixes fueron maestros del no: dijeron que la riqueza es la reducción drástica de la necesidad. (Tuve un amigo pintor, Phil Kelly, al que le encantaba el sonido de esa palabra: “drástica”, repetía, para reírse con placer.) El no es una desagregación. Meditar también, porque es hacer lo contrario a la costumbre mental de tener siempre un objeto en la cabeza o inventarlo: se trata de ver el pensamiento y dejarlo pasar, igual que la percepción y las sensaciones. Aligeramientos psicofisiológicos de la mente que la tranquilizan y abren otros espacios de la conciencia. Julius Evola pensaba que ese era el único medio para cabalgar el tigre de la época antes de que nos devorara: no poner cosas en la mente sino quitarlas de ella. Hermann Hesse, el escritor que cultivaba plantas y flores, contó sobre lo mismo. También la tranquilidad es un no, negarse a la perturbación imaginaria: la serenidad en medio de la multitud. Byung-Chul Han, filósofo fragmentario de esta última hora, argumenta la necesidad de recuperar el tiempo interior y suspender la febrilidad compulsiva del 24/7. Parar el tiempo de afuera y el de adentro para sobrevivir, sugiere, mientras trabaja todos los días en una hortaliza comunal de Berlín. El ensayista Murena asimismo propondrá: hacerse anacrónico, salir del tiempo que corre alrededor. El no hacer del taoísmo es hacer bien lo que se hace sin calcular el resultado, sólo el empeño, la intención del acto, o sea, la acción. Los actos gratuitos reposan moralmente en el no. Decir no es rechazar el error epistemológico de separación entre los seres humanos y la naturaleza provocado por la teología cristiana patriarcal y violenta, la de su dios colérico, aquel monarca oriental que entrega la creación a los seres humanos como propiedad antes que encargo, pidiendo a cambio ser adorado. Decir no es hacer una pausa y salir de la ensoñación, raíz del mal en las personas, de acuerdo a Simone Weil, otra filósofa del no. James Lovelock, el ecólogo, narra una variante de la negativa. Se trata del mesero que atiende el restaurante Tierra y debe decir a los que van llegando: ya no hay nada para ustedes, la cocina se vació. Decir no es resistencia, reconstrucción.

Saturday, January 18, 2020

CASANDRA SE DESVANECE

El mito significa una forma de la memoria y el sentido de la vida. Es circular, como el rito, para ofrecer la continuidad entre la persona y la existencia. Se compone de situaciones-tipo, de una tensión entre los héroes, los dioses, los seres intermedios y los humanos. En él actúan fuerzas básicas, suceden historias que atañen a todos sin excepción. Una de ellas es lo que antes se llamaba destino. Los modernos, atontados por las especializaciones del conocimiento fatuo y por la incredulidad materialista, creyeron que tales relatos eran cuentos fantásticos y sin coherencia, provenientes de la infancia de la civilización. Pero los mitos, a pesar de dicho racionalismo restrictivo e ignorante, teledirigen los pasos de la gente y alimentan sus pulsiones mayores. Son misteriosos y actúan en una zona profunda de la psique. Además parecen surgir humilde, inopinadamente. Por eso Walter Benjamin escribió que mientras hubiera mendigos habría mito, subrayando así que los desposeídos también son mensajeros de su manifestación. Una de tales narraciones cuenta que el dios Apolo se enamoró de Casandra y para hacerla ceder prometió enseñarle el arte de la adivinación. Casandra aceptó las lecciones, pero al sentirse suficientemente instruida rehusó entregarse al dios. Apolo la maldijo: ya no podía quitarle su ciencia pero le retiró el poder de hacerse creer por quienes la escucharan. Le escupió en la boca, condenándola a que su don fuera una fuente de dolor, pues ella no podría evitar las tragedias que anticipadamente se le mostraban: la destrucción de Troya, la muerte de Agamenón o su propia desgracia. El motivo de Casandra para no cumplir con el compromiso puede obedecer a una restitución simbólica. Desde luego ella engaña al dios porque no lo ama, pero lo hace para recuperar aquel arte adivinatorio que el mismo Apolo había quitado tiempo atrás a las ninfas valiéndose de otras artimañas. Profetizar fue en la antigüedad un conocimiento mántrico propio de lo femenino, robado por la mente masculina del dios para dominarlo. El mito narra, en otras versiones, que siendo niña Casandra pasó la noche junto con su hermano gemelo en un templo consagrado a Apolo y las serpientes que ahí vivían limpiaron sus orejas con sus lenguas bífidas, otorgándole entonces el don de oír el futuro. ¿Cómo puede oírse lo que no ha sonado todavía? La facultad de Casandra es ver (u oír) aquello presente pero que aún no es percibido por los normales, lo que está en potencia aunque no aparece todavía ante la mirada común. El fin del mundo, según un conocido aforismo de Soren Kierkegaard, consistirá en una estampa casándrica y turbiamente cómica en la cual un payaso sale a escena interrumpiendo la representación para informar al público que un incendio se ha declarado tras bastidores. Los espectadores ríen entre aplausos. El payaso lo advertirá de nuevo, ahora gritando con aspavientos. El público se mostrará todavía más contento y alborozado. “Así creo que se irá a pique el mundo ---escribió el filósofo en el siglo diecinueve---, en medio del júbilo generalizado de las sabias cabezas que creen que se trata de un chiste”. Casandra era aquel payaso. A la derrota de Troya y su saqueo, Casandra se refugió bajo un altar dedicado a Atenea, diosa (no dios) de la razón. Luego sería entregada como concubina a uno de los vencedores de la guerra de Troya, el rey Agamenón, y más tarde asesinada a su lado. Al cabo del tiempo, su condición simbólica sería comprendida de otra manera. Se hablaría del síndrome de Casandra para aludir a quienes creen mirar el futuro y no poder hacer nada por evitarlo. Esa Casandra ahora se desvanece. O quizá cambia y atiende otras tareas. Una metamorfosis así está representada en la película Melancolía de Lars von Trier, donde un planeta que lleva ese nombre de tanto significado está próximo a chocar con la tierra. Ante el hecho terminal se suceden diversas actitudes: el hombre racionalista que apela al optimismo de lo aparentemente objetivo, lo niega y acaba suicidándose para no vivir el inminente final; una de las dos hermanas que se paraliza de miedo; un niño asustado y su tía, quien, habiendo sufrido antes una depresión (tal vez provocada por intuir, sin saberlo, lo que vendría), ahora entrará al acontecimiento último con los ojos abiertos y el corazón sereno. Claire levanta un pequeño tipi con delgadas varas que recoge entre los árboles, y junto con los suyos, el mínimo grupo de dos mujeres y un niño, se cobija bajo esta etérea estructura que es solamente virtual. La importancia de la acción simbólica está en la acción a pesar de que parezca inútil, en hacer algo. Con lo que sabe, la Casandra transformada hará. ¿Conclusión? Siempre hay una alternativa, una posibilidad. Greta Thunberg, nuestra sorprendente Casandra, actúa entre otros tantos que se salvarán por hacer conciencia en esta hora tan sin síntesis en la que estamos. Hoy a las niñas les ponen Casandra como nombre, acaso invocando a aquella dueña infortunada de un don (hoy dirían de una competencia) que con urgencia se necesita: oír el presente del futuro.