Friday, March 22, 2013

SEIS HORAS, SEIS PÁGINAS.

“¿Cómo se habían encontrado? Por casualidad, como todo el mundo. ¿Cómo se llamaban? ¿Qué importa? ¿De dónde venían? Del lugar más cercano. ¿A dónde iban? ¿Es que uno sabe a dónde va? ¿Qué decían? El amo no decía nada; y Jacques decía que su capitán decía que todo lo que nos sucede aquí abajo, para bien y para mal, estaba escrito allá arriba”. Así, tan atrevidamente para la preceptiva literaria de su momento, comienza una novela intemporal: Jacques el fatalista, escrita por Denis Diderot hacia 1772. Luis Pancorbo, traductor y prologuista de la versión española publicada en 1978 (y responsable también de traducir Jacques por Santiago e incorporar al texto algunos coños y redieces) hace la cuenta de esta obra deslumbrante, no sujeta a las servidumbres ni de la época ni del método, construida por un “Atila sofisticado” que entra a saco en un territorio ignoto hasta entonces, las inagotables posibilidades lúdicas y multisignificantes de la novela, sólo visitado antes que él por Laurence Sterne en su Tristram Shandy. Las osadías de Diderot van mucho más allá de la destrucción de las convenciones que determinaban a la novela del siglo XVIII. Su escenario sin decorado, en el cual el lector desconoce la procedencia de los personajes tanto como su destino, su nombre y los motivos de su reunión, es, según Milan Kundera, “el rechazo más radical tanto de la ilusión realista como de la estética de la novela llamada psicológica” en toda la historia de la literatura mundial. Una anticipación de siglos en el espíritu del mundo. Estructuralmente, la novela de Diderot puede creerse una derivación del Quijote cervantino: dos personajes, un criado y su amo que viajan por los caminos hablando y viviendo peripecias, y los protagonistas secundarios que de tanto en tanto irrumpen en la acción. Pero las diferencias son más profundas que las similitudes. Jacques es un criado dueño de una filosofía: Zenón, Spinoza y Leibniz están detrás de sus reflexiones mundanas; Sancho Panza sólo posee un refranero. Jacques es, además, un anti-criado, el verdadero criado es su amo. Diderot lo confirma: el amo tiene los títulos, pero Jacques tiene la chose. ¿Qué cosa?, se pregunta Pancorbo para responder diderotianamente: “Pues eso, la cosa, lo real. Está todo Jacques el fatalista en ese tener la cosa”. El final también aleja entre sí a las dos obras. Cervantes devuelve la razón a Don Quijote y lo hace morir entre el cura, el barbero, la familia, en una estampa “española y sacrosanta”. El de Jacques, en cambio, es un final ácido y relativo, es decir, contemporáneo: “Si está escrito allá arriba que tú serás cornudo, Jacques, por más que hagas, lo serás; si por el contrario, está escrito que no lo serás, por más que hagan, no lo serás; duerme pues, amigo mío…”. Muchas son las interpretaciones que existen sobre la novela de Diderot. Ivon Belaval, que entre tantos anti le aplica uno más: anti-Cándido de Voltaire, afirma que Diderot encadena sus episodios con un esquema insólito, cualquier cosa que sea lo que esto signifique, acaso una aleatoriedad múltiple o una condición cuántica anticipada: a1-b1-a2-c-b2-d1-a3-d2. Los freudianos ven en el diálogo de Jacques una trasposición del diálogo entre el Id y el Ego del enciclopedista. Cierta crítica ha calificado a la novela como una lección de dialéctica lograda; la escuela marxista, sin embargo, la cree un empeño fallido a pesar de que considera que su método especulativo, donde las cosas no son más que acción y reacción y el ser humano representa una suma momentánea de tendencias, es por completo válido. Karl Marx, al anotar La Sagrada Familia, reconoció en Diderot a un precursor del materialismo dialéctico moderno. Es difícil, de cualquier modo, apropiarse de Jacques el fatalista clasificándolo bajo las normas de algún sistema. “Yo hago historia ---escribió Diderot---; esta historia interesará o dejará de interesar: no me preocupa lo más mínimo”. Tal indiferencia por agradar en un “festín de inteligencia, humor y fantasía” sería recordada por Nietzsche al definir el gran estilo estético como aquel que desdeña gustar y olvida convencer. Goethe leyó fascinado la novela de Diderot en seis horas ininterrumpidas y Stendhal afirmaba que después de depurarla de seis páginas innecesarias se estaría ante una obra incomparable. A pesar de que nunca identificó esos pliegos a su parecer sobrantes, los diderotianos llevan más de dos siglos buscándolos. Todavía nadie los encuentra. Fernando Solana Olivares.

Friday, March 15, 2013

SEIS HORAS, SEIS PÁGINAS.

“¿Cómo se habían encontrado? Por casualidad, como todo el mundo. ¿Cómo se llamaban? ¿Qué importa? ¿De dónde venían? Del lugar más cercano. ¿A dónde iban? ¿Es que uno sabe a dónde va? ¿Qué decían? El amo no decía nada; y Jacques decía que su capitán decía que todo lo que nos sucede aquí abajo, para bien y para mal, estaba escrito allá arriba”. Así, tan atrevidamente para la preceptiva literaria de su momento, comienza una novela intemporal: Jacques el fatalista, escrita por Denis Diderot hacia 1772. Luis Pancorbo, traductor y prologuista de la versión española publicada en 1978 (y responsable también de traducir Jacques por Santiago e incorporar al texto algunos coños y redieces) hace la cuenta de esta obra deslumbrante, no sujeta a las servidumbres ni de la época ni del método, construida por un “Atila sofisticado” que entra a saco en un territorio ignoto hasta entonces, las inagotables posibilidades lúdicas y multisignificantes de la novela, sólo visitado antes que él por Laurence Sterne en su Tristram Shandy. Las osadías de Diderot van mucho más allá de la destrucción de las convenciones que determinaban a la novela del siglo XVIII. Su escenario sin decorado, en el cual el lector desconoce la procedencia de los personajes tanto como su destino, su nombre y los motivos de su reunión, es, según Milan Kundera, “el rechazo más radical tanto de la ilusión realista como de la estética de la novela llamada psicológica” en toda la historia de la literatura mundial. Una anticipación de siglos en el espíritu del mundo. Estructuralmente, la novela de Diderot puede creerse una derivación del Quijote cervantino: dos personajes, un criado y su amo que viajan por los caminos hablando y viviendo peripecias, y los protagonistas secundarios que de tanto en tanto irrumpen en la acción. Pero las diferencias son más profundas que las similitudes. Jacques es un criado dueño de una filosofía: Zenón, Spinoza y Leibniz están detrás de sus reflexiones mundanas; Sancho Panza sólo posee un refranero. Jacques es, además, un anti-criado, el verdadero criado es su amo. Diderot lo confirma: el amo tiene los títulos, pero Jacques tiene la chose. ¿Qué cosa?, se pregunta Pancorbo para responder diderotianamente: “Pues eso, la cosa, lo real. Está todo Jacques el fatalista en ese tener la cosa”. El final también aleja entre sí a las dos obras. Cervantes devuelve la razón a Don Quijote y lo hace morir entre el cura, el barbero, la familia, en una estampa “española y sacrosanta”. El de Jacques, en cambio, es un final ácido y relativo, es decir, contemporáneo: “Si está escrito allá arriba que tú serás cornudo, Jacques, por más que hagas, lo serás; si por el contrario, está escrito que no lo serás, por más que hagan, no lo serás; duerme pues, amigo mío…”. Muchas son las interpretaciones que existen sobre la novela de Diderot. Ivon Belaval, que entre tantos anti le aplica uno más: anti-Cándido de Voltaire, afirma que Diderot encadena sus episodios con un esquema insólito, cualquier cosa que sea lo que esto signifique, acaso una aleatoriedad múltiple o una condición cuántica anticipada: a1-b1-a2-c-b2-d1-a3-d2. Los freudianos ven en el diálogo de Jacques una trasposición del diálogo entre el Id y el Ego del enciclopedista. Cierta crítica ha calificado a la novela como una lección de dialéctica lograda; la escuela marxista, sin embargo, la cree un empeño fallido a pesar de que considera que su método especulativo, donde las cosas no son más que acción y reacción y el ser humano representa una suma momentánea de tendencias, es por completo válido. Karl Marx, al anotar La Sagrada Familia, reconoció en Diderot a un precursor del materialismo dialéctico moderno. Es difícil, de cualquier modo, apropiarse de Jacques el fatalista clasificándolo bajo las normas de algún sistema. “Yo hago historia ---escribió Diderot---; esta historia interesará o dejará de interesar: no me preocupa lo más mínimo”. Tal indiferencia por agradar en un “festín de inteligencia, humor y fantasía” sería recordada por Nietzsche al definir el gran estilo estético como aquel que desdeña gustar y olvida convencer. Goethe leyó fascinado la novela de Diderot en seis horas ininterrumpidas y Stendhal afirmaba que después de depurarla de seis páginas innecesarias se estaría ante una obra incomparable. A pesar de que nunca identificó esos pliegos a su parecer sobrantes, los diderotianos llevan más de dos siglos buscándolos. Todavía nadie los encuentra. Fernando Solana Olivares.

Friday, March 08, 2013

LA PUERTA ABIERTA / y III.

El quinto fascismo diseccionado por Boaventura de Sousa Santos ----no un régimen político sino una opresiva ideología social y civilizatoria, como ya se dijo, “un estado de excepción que se autodefine como normalidad democrática”--- es el fascismo financiero, la forma global más virulenta y destructiva en esta posmodernidad atroz que se oculta a sí misma tal condición empleando un doble lenguaje. Ese conjunto de instituciones y lógicas de intervención del capitalismo financiero global, dominado por la ansiosa compulsión del cortoplacismo y la patológica usura de la máxima rentabilidad, representa “la forma más pluralista del fascismo social porque es comandada por una entidad que verdaderamente no existe, pero que, contradictoriamente, está presente de manera simultánea en todos los cantos del mundo: ‘los mercados’.” Santos señala que el fascismo financiero puede destruir en pocas horas o semanas las economías y las expectativas sociales de países enteros, como lo ha hecho en Asia, en Latinoamérica y ahora en el sur de Europa. Entre sus muchas formas operativas están las agencias de rating, de calificación financiera, que determinan la estabilidad de las economías nacionales sin importar los criterios arbitrarios en que fundan el nivel de riesgo otorgado. “Estas agencias ---escribe Santos--- no fueron elegidas por nadie, pero las democracias de baja intensidad les obedecen con más fidelidad que a una sentencia de la Corte Constitucional del país”. He aquí la paradoja: quienes gobiernan verdaderamente en el mundo actual son instancias supranacionales y antidemocráticas del capitalismo financiero que “resuelven” mediante la devastación social aquellas crisis que intencionalmente provocan. “Armas de destrucción masiva”, las llama el autor. Siguiendo la definición de Mark Horkheimer, Santos escribe que la irracionalidad de la sociedad actual reside en el hecho de que ha sido producto de una voluntad particular, la del capitalismo, y no de una voluntad general, “una voluntad mancomunada y consciente de sí misma”. Así, las grandes promesas de la modernidad han sido sistemáticamente incumplidas: la igualdad, la libertad, el dominio de la naturaleza. Vivimos en una sociedad dominada por el hábito de proclamar principios para así no sentirse compelida a obedecerlos. Decir es la sicótica sustitución del tener que hacer. Los poderes hegemónicos que rigen la sociedad de consumo y la sociedad de información nos han convencido de que no hay ruta alternativa o diferente ante el estado de las cosas. Un posmodernismo celebratorio se ha instalado en el pensamiento común y tres grandes posiciones colectivas son visibles hoy: los defensores del sistema, los indignados y los que prefieren mirar hacia otro lado. La propuesta de Santos puede definirse como un “un pensamiento alternativo de alternativas”, una pluralidad de ecologías, brújulas provenientes de una posmodernidad de oposición que se enfrentan al saber monista y cerrado propio de la modernidad. Cinco tesis y antítesis que sucintamente son las siguientes, según Monedero: 1. Monocultura del saber (ciencia occidental y alta cultura canónica) frente a una Ecología de saberes (no hay ignorancia ni saber en general, todos saben e ignoran algo). 2. Monocultura del tiempo lineal (un sentido de la historia que guiaría las ideas de progreso y modernización) frente a una Ecología de tiempos (los otros son contemporáneos, así su cultura se califique como anacrónica). 3. Monocultura de la clasificación social (que define y jerarquiza construyendo desigualdades) frente a una Ecología de los reconocimientos (que democratiza todos los saberes y rechaza la superioridad de cualquier raza). Monocultura de la escala dominante (lo global sobre lo local) frente a una Ecología de las transescalas (lo local que tiene entidad e identidad al margen de los mercados globales). Monocultura del productivismo (el crecimiento económico como único objetivo del sistema capitalista) frente a una Ecología de la productividad (sistemas alternativos de producción respetuosos de la naturaleza). La propuesta de Santos es la de una justicia cognitiva que piensa para transformar y rechaza el conocimiento normativo impuesto, construyendo un conocimiento liberador crítico, un optimismo trágico o un pesimismo esperanzador donde no hay respuestas definitivas sino un esfuerzo colectivo civilizatorio que supere los escenarios tenebrosos de hoy y mañana. “La puerta está abierta”, diría Epicteto. Fernando Solana Olivares.

Saturday, March 02, 2013

LA PUERTA ABIERTA / II.

Diría Albert Einstein, citado por Juan Carlos Monedero en su glosa del pensamiento innovador de Boaventura de Sousa Santos, que “lo que caracteriza a nuestra época es la perfección de los medios y la confusión de los fines”. La búsqueda de sentido en un mundo que carece de él es lo que algunos pensadores (Prigogine, Wallerstein) llaman traducción: interpretaciones nuevas sobre circunstancias imperantes cuyas perspectivas de bifurcación o cambio ya están inscritas en las mismas condiciones iniciales que les dieron origen: “como si el hielo que se resquebraja ---explica Monedero--- dejara leer en sus múltiples fracturas un camino alternativo que permita salir del naufragio del presente”. Dicha tarea de traducción es el empeño principal de la sociología de las emergencias propuesta por Santos: “crear las condiciones para emancipaciones sociales concretas de grupos sociales concretos”. También lo es de la teoría crítica que propugna, aquella donde se afirma que lo que existe no agota las posibilidades de la existencia, y la cual tristemente no vemos porque pensamos mal o simplemente no pensamos, por ello somos indiferentes ante el mundo que nos rodea y sus muchas devastaciones cotidianas. Entre ellas, la existencia de las sociedades contemporáneas definidas por Santos como “democracias de baja intensidad” ---en las que el nivel de participación popular siempre está por debajo del nivel de institucionalidad---, pero operativa y mentalmente fascistas porque generan y aceptan condiciones sistémicas de exclusión, de violencia y autoritarismo crecientes. No se trata de regímenes políticos sino de regímenes sociales que combinan la democracia de baja intensidad con dictaduras plurales en las relaciones sociales, económicas y culturales. Este fascismo social, escribe Santos, “consiste en la emergencia de relaciones de tal modo desiguales que los grupos sociales dominantes adquieren un derecho de veto sobre la vida y las expectativas de ciudadanos y grupos sociales oprimidos. Los ciudadanos desposeídos son formalmente libres e iguales, pero viven su cotidianidad como siervos. El fascismo social no es un régimen político sino un régimen social y civilizatorio; promueve la democracia representativa al mismo tiempo que destruye las condiciones del ejercicio efectivo de los derechos democráticos de las grandes mayorías”. Y cuando menos en cinco ámbitos opera esta nueva forma de autoritarismo integral, distinta en apariencia a los movimientos fascistas de los años treinta del siglo pasado pero idéntica en su sustancia excluyente y dictatorial, según los resume Monedero siguiendo a Santos: 1. El fascismo del apartheid social, el cual crea zonas salvajes en los barrios pobres y zonas civilizadas en ciudades fortaleza rodeadas de cinturones de miseria. Se trata de un mismo Estado amable en unas zonas y brutal en otras, que convierte dicho estado de excepción en una regla para los miserables mientras otorga una bula de exoneración a quienes detentan el poder. 2. El fascismo de un Estado paralelo, cuando el mismo Estado opera la represión de aquellos grupos o individuos que cuestionan el orden existente mediante los pactos policiacos con el crimen organizado, la persecución ilegal de la disidencia o el uso secreto del aparato judicial para silenciar cualquier oposición. 3. El fascismo paraestatal, que comprende la disposición del Estado para dejar el espacio libre a particulares en dos vertientes: el fascismo contractual que permite la privatización de bienes públicos, las subcontrataciones sin control legal o ciudadano y la indefensión colectiva ante los contratos de trabajo, y el fascismo territorial que admite y alienta la existencia de zonas controladas por poderes fácticos no estatales. 4. El fascismo de la inseguridad, consistente en el riesgo cotidiano que genera la precariedad laboral y en el desasosiego existencial por vivir en medio de condiciones que no pueden controlarse. Además de servir para la criminalización de grupos que defienden su territorio y su forma de vida como los indígenas, o sus puestos de trabajo como los obreros y empleados, representa el fomento del miedo “convertido en instrumento esencial de la gestión política”. Y el quinto de ellos, origen de los otros cuatro, el fascismo financiero, el horror de la economía de casino, que tendrá que verse en la próxima entrega de esta columna. Junto con las alternativas para vencerlos y construir así un nuevo orden civilizatorio. Fernando Solana Olivares.