Friday, June 28, 2019

LA CULTURA Y LA 4T

Un peligroso anti intelectualismo parece ir dominando las políticas culturales del gobierno de López Obrador. No queda muy claro el proyecto al respecto, pero sí se sabe lo que es de su principal interés: los pueblos originarios y los impulsos nacionalistas teñidos de una perspectiva histórica. Por exclusión, también parece haber un encono institucional contra lo que los nuevos funcionarios perciben como una cultura elitista y patrimonial, monopolio de corrompidas oligarquías fifís y guetos intelectuales mafiosos, prohijada por los regímenes anteriores desde Salinas de Gortari para cooptar intelectuales y artistas. Una desconfianza resentida de los funcionarios y el total desinterés que hasta hoy ha mostrado el presidente al respecto. Asiste al béisbol o a un mitin, nunca lo hará a un concierto, una exposición o una obra de teatro. (Por cierto, ¿qué está leyendo?) Como en otras cuestiones, el gobierno de López Obrador ha reducido las complejidades estructurales a un problema de corrupción. Por un cierto número de irregularidades detectadas en ellos, diversos procesos se suspenden o se ponen en duda, descalificados in toto. El último embate contra el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, esa noble aunque muy perfectible institución, vino de adentro mismo y se reprodujo afuera. Una investigación de Notimex informó de cinco o seis becarios en Letras y otros tantos en Artes Plásticas que por cerca de dos décadas han monopolizado los estímulos económicos para creadores. Becarios a perpetuidad. De ese acto de corrupción, no formal pero sí moral, se desprendió la guillotinesca propuesta de la senadora Jesusa Rodríguez para desaparecer apoyos y becas, invocando la justiciera coartada del sacrificio general y negando la obligación estatal para auspiciar la cultura. Los soportes éticos de las condenas culturales por corrupción no tienen por qué derivar en la cancelación de la inversión y el financiamiento estatal de la cultura, sus creadores y sus creaciones. Ha de escribirse una vez más que la cultura, el arte y el lenguaje son el sistema inmunológico del espíritu humano, forman parte de los bienes estratégicos de una sociedad y representan un asunto de seguridad nacional. Hace muchos años, después de la segunda selección de becarios del Fonca, un buen número de autores firmamos un desplegado para pedir que las becas no se otorgaran desde la perspectiva del reconocimiento sino según un criterio de necesidad. Que su asignación fuera decidida por jurados imparciales. En el medio literario es bien sabido que el aspirante, aunque fuera Dickens, no conseguirá la beca del Sistema Nacional de Creadores a menos que alguno de los jurados lo proponga y lo defienda. La regeneración exigiría democratizar procesos de selección, normas de asignación y duración máxima de los estímulos. Poner orden, limpiar, cambiar las prácticas y hacerlo cumplir su vocación para apoyar las acciones creativas de grupos o individuos. Pero no cancelarlo. Ello sería un disfuncional ludismo ideológico llevado a las instituciones, que corre el riesgo de desarmar mecanismos esenciales y dejarlos así. Lo que funciona bien no se toca, advierte una máxima muy antigua. El gobierno de la 4T parece ignorarlo. El inventario de todos los libros, obras, investigaciones, traducciones, realizaciones estéticas e iniciativas artísticas que por treinta años el Fonca ha hecho posible en México es abrumador. No tiene paralelo en la historia del país, y tampoco en la de muchos otros cuyos gobiernos no auspician la cultura. Somos varios cientos, tal vez miles de creadores quienes, con todo y becarios vitalicios, hemos recibido alguna vez el salvífico estímulo del SNCA, garantizando la sobrevivencia decente de aquel cuyo trabajo sea escribir, pintar, actuar, danzar o interpretar. El sector cultural votó mayoritariamente por López Obrador y su desencanto, ante el franco desinterés y hasta hostilidad de los funcionarios de su gobierno, comenzó relativamente pronto. Hasta ahora ---salvo declaraciones grandilocuentes y una acción admirable: hacer de Los Pinos un espacio cultural--- la cultura y sus fondos han merecido recortes, no reorganizaciones presupuestales o auditorias para mejorar procedimientos. Tampoco acciones distintas. El odio a la cultura que se convierte en cultura artificialmente dividida entre alta y baja, popular y excluyente, ajena y propia, se reduce a una simplificación maniquea: un litigio político entre lo anterior, por fuerza malo y además derrotado, y lo actual, hegemónico, victorioso y moralmente bueno. Las cosas son más complejas que dicha idea reductiva. Ni la 4T es un advenimiento ni el pasado es una tabla rasa para desechar. Todo cambio absorbe en un nuevo modelo lo anterior. De tal manera, afirman tradiciones que pueden aplicarse a lo político histórico, ocurren las transformaciones, integrando en lo nuevo aquello anterior. Las pulsiones anti intelectuales están vinculadas a conductas autoritarias. Anuncian, de perseverarse en ellas, pérdidas patrimoniales que este país ha sufrido tantas veces. La política es el arte de lo posible. ¿Por qué entonces destruir lo que hay? Fernando Solana Olivares

Friday, June 21, 2019

EL DESIERTO QUE VIENE

Es en Encarnación de Díaz, La Chona, pueblo de los Altos Norte de Jalisco, donde comienza el circuito. Son una treintena de jóvenes asistentes a una plática sobre qué es históricamente la izquierda, cuál su sensibilidad y cómo su modo de pensar (sus “piensos”, dicen por acá en español castizo y rulfiano, correctamente rural). Casi hay paridad de género entre el público. Como preludio, el platicante explica el origen de la denominación: izquierda, porque quienes en la Asamblea Constituyente a que dio lugar la Revolución Francesa estaban en contra del derecho de veto del rey a las leyes que ahí aprobaran, se pusieron de pie a ese lado de la mesa de debates. Aquellos que querían mantener el poder absoluto del monarca fueron situándose a la derecha. En la charla se habla de características ideológicas, de posiciones que buscan el cambio político y social, de progresismo (fea palabra que se matiza para saber qué es y qué no es el progreso) e igualdad esencial. En tono didáctico se mienta que la izquierda es laica. Que laica no significa ser atea sino separativa (“El señor cura a sus misas”, explica el platicante sin avisar que está citando a Machado), porque en la devota zona cristera los sacerdotes, las oligarquías, las buenas costumbres y la memoria herida de una guerra religiosa han hecho creer que la izquierda es enemiga de Dios, dado que las cuestiones del gobierno también debieran ser competencia suya. Y con eso han tundido a la izquierda sin piedad. Que la izquierda es internacionalista e intercultural. Que considera la desigualdad social como una aberración, una patología nihilista del sistema neoliberal. Que la base filosófica del capitalismo: el egoísmo compulsivo del beneficio y la rentabilidad, conduce no al progreso social sino a la concentración de la riqueza, a la legitimización de la desigualdad, al dolor humano y al colapso ambiental. Que la teoría de juegos matemática demuestra que es más eficaz un grupo estructurado por el interés común que otro conformado por ambiciones individuales. Se habla de aprender a pensar distinto, de que mirar es rodear el objeto, del desaprendizaje necesario para integrar otras perspectivas, otras reflexiones en cada quien. De la democracia cognitiva, como la explica quien está en uso de la voz. También hay temas de coyuntura e interculturalidad: la preferencia sexual diferente, la impostergable legalización de todas las drogas y, asunto local grave, los hechos ecológicos, esta catástrofe en curso diseñada para la región. Con variantes e improvisaciones, los mismos tópicos se tocarán de nuevo en otros sitios de la región cuatro o cinco domingos más, ante públicos atentos que parecen escuchar de quien habla lo que ellos mismos piensan pero no habían sabido decir. Predominará el depredador cultivo de agave que desde hace meses y sin ningún estudio de impacto ambiental se viene plantando en cientos, miles de hectáreas de los Altos Norte, ahora deforestadas y “selladas” con herbicidas y venenos que esterilizan la tierra, aniquilan fauna y flora de miles de años, vital en el frágil equilibrio ecológico, para dejar un desierto detrás de sí. Será comentado que hay comunidades tan extensas como la de El Vizcaíno donde este año solo una parcela producirá maíz, el resto habrá sido alquilado para plantíos de agave. Los cinco mil pesos por hectárea que los propietarios de la tierra recibirán durante cinco o siete años no compensarán los daños ecológicos ni las costosas pérdidas que el depredador cultivo ya está causando: contaminación de mantos freáticos y aguajes, muerte de peces en presas y bordos, intoxicación de ganado, disminución drástica de insectos, sequía y calor más intensos, desaparición de forrajes producidos en la zona a precios razonables, encarecimientos varios que afectarán la economía regional y su vocación agropecuaria. Después quedará el narco como único empleador. El platicante insiste una y otra vez en que ya no hay tiempo, más que para actuar. Asombra a la audiencia con la historia de la adolescente sueca Greta Thunberg, la líder ecologista de la última hora, y recuerda su grito de batalla “La casa se quema”. Habla del más viejo arte que se conoce, el de hacer seres humanos, y se disculpa ante las audiencias por el mundo que su generación les está dejando para vivir. En todas las sesiones participa la gente. Abunda en datos, en precios de producción de leche pagados a un precio menor de su costo por litro, en robo de ganado por la región, en colusión policiaca con la delincuencia. Intervienen mujeres lúcidas, concretas. Las mujeres sabias de Los Altos. Jóvenes, viejas. Todo esto se trata de un pequeño formato, una reconstitución celular provocada por la crisis ecológica y el alcoholismo de la cultura nacional. En algún intercambio de opiniones, el participante es escueto: ---Son alcohólicos, por eso los dejan hacer ---dice, sobre la inmovilidad de las autoridades del pueblo. Una barda en San Julián reza: “La batalla es nuestra. La victoria pertenece a Dios”. Suena a un ensalmo para detener el desierto. (Ojo: diálogo sobre funcionarios alcohólicos) Fernando Solana Olivares

Friday, June 14, 2019

JARDINES NOCTURNOS

Una obra plástica donde la pintura vuelve a pintarse y la mano del artista dirige con maestría a la vez que humildemente la misteriosa reunión de la forma y el fondo. Paradoja: una pintura que vuelve a ser pintura, como si los tiempos de estos días que parecen concluyentes corrigieran la desviación del arte moderno y su aislamiento en la nada. Donde las cosas y los seres no se deforman o abstraen sino representan, repitiendo la fuerza alegórica de aquella función antigua, su alcance estético más allá de la estética, su sentido de meta verdad. Paradoja: una obra original que ha regresado al origen para transmutarlo en poderosa materia actual. El nombre no es por completo lo que designa pero obedece a una necesidad de referir, a la función orientativa del lenguaje. De ahí que los Jardines nocturnos de Alberto Aragón evoquen la melancólica anfibología de una oscuridad que florece, de la naturaleza asombrada, esclarecida por una luz pictórica hecha de azules predominantes. Dice el diccionario que el color azul es el más profundo de los colores: en él la mirada se hunde sin encontrar obstáculos. Y el más inmaterial también porque es exacto, puro y cálidamente frío. Ilumina un transparente vacío. De estas características se desprende su abundante simbolismo. El color azul no será el único que otorgue profundidad a los cuadros de este artista poderoso, volcado físicamente en las obras, cuyas texturas de amplia paleta, colores directos y óleo acumulado, de coloridas lavas y pequeñas masas en tercera dimensión lo muestran: sólo un artista que al hacerlo ingresa al cuadro deja tales rastros de su paso. Algunos llamarían a eso estilo o sello, otros metamorfosis, unos más mutabilidad. Véase cada uno de los cuadros de este jardín como piezas o escenas de un canon visual re-presentado. Hágase con ellos lo que la mirada sabia cuando observa: suspende todo diálogo interior y se abisma en lo que tiene ante sus ojos. No hay asociación mental que surja y de ese modo en lo visto sólo está lo visto. El rostro de un primate, cuya mirada profunda tiene pozos de tristeza, y sobre su cara, aunque no tocándola, lascas de luz subrayan en azul, a través de pequeñas flores o libélulas o estrellas, el melancólico enigma del retrato; un cielo de igual color duplicado en un mar también azul como un espejo de continuidades; un guerrero prehistórico sobre un toro micénico armado con una lanza flamígera en movimiento de rojos ocres y amarillos grises; un busto de perfil hecho/deshecho con plastas de óleo multicolor, el mismo pero más etéreo y transparentado por volúmenes de otro doble azul; un pez abisal y dentado, con una inquietante antena luminosa; una figura de contornos como un cuerpo en un proceso alquímico de disolución y cambio; una naturaleza muerta, anti bodegón que mezcla un pez con plantas petrificadas; seres que parecen venir de un origen cuasi budista, renunciantes de cabezas rasuradas y fondos cromáticos que sugieren una iluminación; paisajes en planos áureos y cielos verdes vegetales; un pequeño velero en miniatura en el cual un pintor surca el mar de la pintura; la escultura de un chamán de cabellera febril y cuerpo en mudanza mitológica; un tigre cabalgado por un simio a la manera de una antropocéntrica zoomorfia; otro gran felino azul llevando en el vigoroso hocico largas rosas de sangre y signos. Este es un arte donde el artífice se ha disuelto. Una pintura en la cual se pinta con el pincel y la espátula, el lienzo y el óleo, anunciando tiempos de restitución estética: el arte y su condición de alegoría y meta verdad. Las líneas anteriores fueron escritas para la hoja de sala de la exposición del mismo título del artista oaxaqueño Alberto Aragón, que ayer fue inaugurada en la galería Alfredo Ginocchio. Este pintor y escultor es uno de los más interesantes entre los artistas plásticos oaxaqueños posteriores a la generación de los artistas fundacionales (Gutiérrez, Tamayo, Toledo et al), y en contenidos y representaciones su obra está emparentada con la reciente filosofía del realismo objetivo. Aquella que ya no cree, como dijo Nietzsche, que no hay hechos sino interpretaciones. Una pintura que no ilustra sino representa ---aunque lo modifica e introduce en ello una poética, un modo particular--- es una pintura de hechos antes que de interpretaciones. El rostro de un simio que se pinta como el rostro de un simio, el rostro de un hombre que se pinta como el rostro de un hombre, la figura de un tigre que se pinta siendo un tigre, una pintura así viene de regreso desde la deformación de las figuras, de su borramiento y abstracción hechos por el arte moderno. Es además una obra que no se deriva del folclorismo oaxaqueño tan en boga, de los “dudosos ordenamientos” (Robert Valerio) propios de la escuela/no escuela oaxaqueña de pintura, ese fatigado proceso estético ahora vuelto industrial. Faltan otras aristas en estas consideraciones: una pintura que mira de nuevo los reinos paralelos, plantas y animales, actuando como una preservación en tiempos cuasi catastróficos. O una pintura que se vuelve una esperanza, una invocación. Fernando Solana Olivares

Friday, June 07, 2019

ESA VIDA EXTRAÑA

Ludwig Staudenmaier, catedrático de química experimental en un liceo de Baviera, publicó en 1912 un libro de infrecuente género científico-nigromántico: La magia como ciencia natural experimental. Había nacido hijo ilegítimo de una costurera en Krumbach y logrado educarse gracias al auxilio de la Iglesia, de la cual se apartó luego de cursar filosofía y teología católica y ejercer por un año como capellán. Después estudió zoología y se doctoró en química para dar clases durante más de tres lustros en una vida de frugal, metódica soltería. Parecía un viejo estudiante introvertido más que un encumbrado maestro. En su “vía muerta” ---como la llama Heinrich Zimmer, el orientalista que analiza esa vida extraña--- del liceo Freising donde enseñaba, Staudenmaier no padecía las pulsiones del amor o del afán de poder y figuración. Ni Eros ni Kratos, las dos caras de la Shakti (expresión femenina de la divinidad hindú), influían en la vida secreta del profesor, dedicada a otros menesteres. Todo había comenzado mediante una casualidad. Uno de sus conocidos le preguntó por el carácter físico o químico de las manifestaciones fosforescentes que surgían en algunas sesiones espiritistas, y para curar su escepticismo le propuso hacer pruebas de escritura automática, una práctica habitual de dichos medios. En ellas se sujeta ligeramente un lápiz con la mano sobre el papel y pacientemente se aguarda a que surjan palabras o signos involuntarios, no dictados por la conciencia racional. De esa práctica el surrealismo sacaría la técnica a la que llamaría igual, escritura automática, tratando de escribir como piensa la mente: encabalgando los tiempos, cortando, mezclando palabras, rompiendo la sintaxis. La diferencia con la técnica utilizada por el catedrático consistía en que él no registraba el río verbal subjetivo de su mente sino que aguardaba a la manifestación de otra cosa, una entidad que aun surgiendo desde su conciencia no fuera él mismo aunque en él estuviera. Staudenmaier, citado por Zimmer, contó que un día lo que su lápiz inscribió fueron “trazos y meandros extraordinarios”. Siguieron entonces palabras que compusieron preguntas, flujos discursivos que el químico describió como algo más que la expresión de un espíritu. Como “si otra naturaleza totalmente ajena a mí estuviera en juego”. La relación de este proceso haría que su libro fuera considerado como el estrambótico testimonio de un enfermo esquizofrénico. Escuchaba múltiples voces en su interior. Se había convertido, según sus propias palabras, en un “médium elevado” ya sin necesidad de escribir, que soportaba la presencia auditiva de voces frecuentes en contra de su voluntad. Las describía como malintencionadas, astutas, burlonas, pendencieras, enojosas, y luchaba contra ellas durante días enteros. A las alucinaciones auditivas se sumaron otras visuales que al cabo de un tiempo se concretaron en tres existencias peculiares e independientes. “Desde el punto de vista de las ingenuas definiciones medievales, yo estaba poseído”, escribió. Aquellas tres entidades fueron llamadas por él Alteza, Niño y Cabeza Redonda. El primero era una autoridad augusta y militar caricaturizada, el segundo un infante que pedía satisfacer los deseos propios de su edad, y el tercero una pelota de goma con un rostro pintado que su madre comprara a un vendedor ambulante muchos años atrás. La materialización fue tan precisa que hubo momentos en los que Staudenmaier convivió con los tres. Estas personificaciones representaban las posibilidades de su vida que habían permanecido ignoradas y sin manifestarse. Ahora imponían su realidad de modo autónomo. Pero además de esas posibilidades no vividas (“todo inconsciente quiere ser acontecimiento”: Freud dixit), frente a él también surgirían las fuerzas apacibles y las amenazantes, el infierno y su opuesto celestial, Dios y el demonio, en versiones cristianas. Llegaron a él las mismas alucinaciones sufridas por los renunciantes orientales y cristianos. El fantasma de Helena “presente en toda mujer” yació a su lado, pero pudo darse cuenta de su vacuidad al oír desde su interior voces roncas y horribles que se lo decían. Zimmer comenta que Staudenmaier no se asustó de las alucinaciones que lo rodearon en el camino de su magia experimental. Sobresaltó al inconsciente para que surgiera, pero no para venerarlo sino para sondearlo y disolverlo, para “nombrar con desprecio sus creaciones”. Para realizar la alquimia psico-corporal del yoga. El químico mágico entró así al camino para descubrir en sí mismo la experiencia hindú de “todos los dioses en nuestros cuerpos”. Fue a morir en Roma al hospital de los Hermanos de la Caridad de la isla del Tíber. Dijo de él un amigo que había sido un explorador importante, sumamente original y ampliamente ignorado. La psicología occidental comenzó en el siglo diecinueve y la oriental hace milenios. Staudenmaier las recorrió en su interior/exterior. Fue un santo oculto y no un héroe público, obtuvo un grado de experiencia y transformación inusualmente profundo sobre sí mismo, como un yogui tibetano en Roma. Zimmer lo despide con admiración. Fernando Solana Olivares