Saturday, July 30, 2011

INADAPTÉMONOS / I.

Despertar, diría Stephen Batchelor, es el propósito que abarca todos los propósitos. Tal vez entonces, para aventurar una posibilidad alcanzable, ésa sea la tarea primordial de toda vida humana: despertar del sueño existencial que nos engaña, despertar de la pesadilla histórica que nos agobia cada vez más.
Diferenciemos, sin embargo, pues hay diversos niveles donde dicho despertar suele suceder. Está, en primer lugar, el despertar al que conduce la contemplación, aquel fenómeno cognitivo que ocurre cuando se miran los significados de la realidad en un estado de quietud mental y de silencio interior, cuando la comprensión del sujeto va más allá de las cosas significantes para ingresar al mundo verdadero y esencial de los significados.
Autores como el pensador contemporáneo Elémire Zolla (Verdades secretas expuestas a la evidencia, Paidós, Barcelona, 2002), advierten que permanecer atenidos a los significantes, a las formas, imágenes y circunstancias de lo inmediato, supone vivir una vida inmersa en la vaciedad y el sinsentido. La contemplación conduce al escrutinio profundo de los significados, y al alcanzar su máximo potencial ---un acto muy difícil pero no imposible--- desaparece la distancia entre quien contempla y aquello que es contemplado.
La misma dialéctica del raciocinio, afirma Zolla, desemboca en la contemplación si se lleva hasta el final: “Quien haya agotado las opiniones está en el umbral del conocimiento contemplativo; quien haya llegado al cinismo respecto a los valores profanos tanto del individuo como de la sociedad por haberlos indagado a fondo; quien haya llegado hasta el desprecio respecto de los pareceres tanto ajenos como propios, está maduro para contemplar. La razón crítica culmina en la contemplación”.
Pero la contemplación provoca miedo y genera rechazo pues “reduce a cenizas” las mentiras cotidianas que determinan la existencia del sujeto tardomoderno, y si bien promete un logro superior y excepcional, antes de llegar a él deben purgarse las ideas recibidas, los lugares comunes, el sentimentalismo atrofiante y el racionalismo materialista; antes, en suma, debe cambiarse de piel, trascender el ego, superar el yo, atemperar el deseo. Una empresa descomunal y atípica en esta sociedad planetaria del narcisismo desbordado y de la uniformidad avasalladora.
“¿Quién es sabio? El que puede ver lo recién nacido”, establece un texto milenario. Zolla sostiene que se pasa de una época a otra cuando las ideas, los sentimientos, las imágenes obsesivas o consoladoras más difundidas comienzan a marchitarse. Puede hablarse entonces de otro nivel del despertar: el ámbito de lo colectivo, donde de tanto en tanto suelen ocurrir transformaciones de la mentalidad predominante, que al principio son minoritarias, tácitas y paulatinas, para volverse después manifiestas y generales.
Ello viene sucediendo ya, así sea incipiente todavía, en este marchitamiento histórico del capitalismo salvaje, en este crepúsculo del ultraliberalismo nihilista, en este punto terminal de su acrítico dogma del “libre” mercado como entidad objetiva y su catastrófico axioma de la máxima rentabilidad, aunque tal diseño de lo real, una mera economía de casino, se disfrace gracias a los fuegos fatuos de la tecnología como si fuera una plenitud civilizacional inédita, y se oculte ideológicamente a través de una sobresocialización mediática continua, la cual repite todo el tiempo, en todas partes y por boca de casi todos, sus falsas bondades culturales, su inexorable hegemonía global.
“Es hora de despertar ---escribe Viviane Forrester en Una extraña dictadura, FCE, México, 2002---, de constatar que no vivimos bajo el imperio de una fatalidad sino de algo más banal, de un régimen político nuevo, no declarado, de carácter internacional e incluso planetario, que se instauró sin ocultarse pero a espaldas de todos, de manera no clandestina sino insidiosa, anónima, tanto más imperceptible por cuanto su ideología descarta el principio mismo de lo político y su poder no necesita gobiernos ni instituciones”.
Una de las armas más eficaces de esta “razzia” planetaria, según la autora, ha sido la introducción de un término que caracteriza como perverso al ser repetido sin cesar con fines de propaganda y para persuadir sin la intervención del razonamiento: la globalización, pues “supuestamente define el estado del mundo, pero en realidad lo oculta”. Este nuevo régimen, la extraña dictadura, no intenta organizar a las sociedades contemporáneas (o a “la” sociedad, dado que la diversidad humana misma es su enemiga) sino aplicar urbi et orbi una idea maniática: “la obsesión de allanar el terreno para el juego sin obstáculos de la rentabilidad, una rentabilidad cada vez más abstracta y virtual”.
Para Forrester el ultraliberalismo no tiene nada de fatal porque no es inevitable, sólo se trata de una política precisa que actúa al servicio de una ideología: determinar la globalización conforme a sus fines y someter la economía del planeta a un diseño único: “olvidamos que la globalización no requiere una administración ultraliberal, y que ésta sólo representa un método (por lo demás, calamitoso) entre otros posibles”.
Resistir, consigna la autora ---ni circunstancial ni gratuitamente mujer---, significa rechazar. Rechazar es volver a pensar. Y pensar con autonomía, única forma de pensar, es la preferencia soberana e imaginativa por la in-adaptación ante un mundo donde el lucro inagotable pretende imponerse como el valor humano esencial.

Fernando Solana Olivares.

Saturday, July 23, 2011

TRECE.

¿Qué hizo Merlín para derrotar a la bruja? Le dio la espalda. Eso pienso cuando la veo venir hacia mí y me arranca un apretón de manos, un beso y un abrazo, escenificado para que los otros vean que esa señora sesentona y yo de tal manera cordial nos saludamos. Nuestro protocolo social no existe pues ella corresponde al subgénero mal bicho, malas vibraciones del fenómeno mujer. ¡Oh, lo femenino! ¿Cómo purga uno su desagrado? Haciendo así, aguantando vara en el mal tiempo: llueve, llueve, cómo llueve. Actualizo entonces las reglas uno y dos: soportar la injusticia, adaptarse a las circunstancias. Las circunstancias son un espacio-tiempo que se pliega sobre sí mismo, allí en el saloncito lleno. Hay que comenzar y hago el anuncio: “Señoras y señores, damas y caballeros, jóvenes y jóvanas, niños y niñas, público conocedor”. Abre el concierto Polanco, un trío telonero que hace electro-pop, fusión, mezcla posmo o según se llame su modalidad. Circula tanta energía. La vida sin música sería un error.

Y luego surge lo inesperado: una revelación. Lourdes Orozco y Trece, su primer disco. Seis canciones del mismo que sonarán no lo refinado que debieran por la mala acústica del sitio sino que se verán resplandecientes y se sentirán intensas, despertando la somática de aquellos días indocumentados y felices, cuando la ciudad apenas iniciaba su irreparable y con ella nuestra auto destrucción. Malas vibras megaurbanas. La tía Elsa contó apenas el asalto armado a la hija horas atrás para despojarla de una camioneta recién comprada. Clima delincuente, clima delicuencial. El cielo es una densa costra gris y el feísmo citadino luce en todo su esplendor astroso. Inferus privador: la boca de Plutón. Aunque los sublimes covers que ella interpreta me llevan a actualizar las reglas tres y cuatro: no esperar nada y seguir en el camino. Sumertime es espléndida, Natural woman un alarde, To love sombody un himno y el popurrí de los Beatles campeones (¿por quién vota?) resulta épico. Un amigo, que por tacaño no compra Trece, el disco joya de sólo cien varos presentándose ahora, antes de que entráramos a esta carpa desajustadamente acústica de misterios originales: ¿cómo apareció la melodía?, súbitamente recordó al poeta: familia, nido de alacranes.

Lourdes Orozco canta acompañada del grupo Polanco, coreada por sus hijos y una amiga. Familia no alacránica, que también las hay. Una de las líneas narrativas actuantes en el concierto amateur, ellos aman lo que hacen y por eso lo hacen bien, es dicho ajuste biográfico, tarea que la gente, casi siempre sin darse cuenta, suele emprender. La señora fatamorgánica que me arrancó el saludo se sube por su cuenta al escenario para apropiarse de la ovación que el público dirige a la cantante y sus imberbes buenos músicos, entre los cuales resplandece un talento adolescente que también debuta: Ignacio Orozco, tecladista de la sesión. Disfrazada de doncella como está vestida, familia alacrana, la señora pronuncia un estudiado discurso sentimentalizante en el cual sobre todo habla de ella misma, luego entrega como obsequio una maceta con flores, alguien comenta que de esas macetas vio muchas por allá afuera, y entre la festiva audiencia queda la lección humana de que lo único que se quema en el infierno es el yo. Malas vibras contrarrestadas. Las positivas se instalan hegemónicas, como si flotáramos en una quinta dimensión.

Y la ciudad alrededor a la manera de un anillo efervescente, enervante. ¿Qué ocurrió con aquel alto mi valle metafísico, qué fue de esa la región más transparente de mi extraviada juventud? Ahora las sombras caminan todo el día y por la noche se multiplican. Fauna urbana atemorizante: son tantos y el número es insoportable, los edificios rotos y vacíos al lado de otros apresuradamente levantados, la especulación inmobiliaria y enmohecidos los objetos por una lluvia que lleva de durar semanas, el caos cuyo desorden es un orden donde nadie puede entender y yo ya no sé soportar: a las tres de la madrugada me despierta el ruido de los vehículos que circulan por la febril avenida donde queda el hotel. Actualizo a esa hora avanzada las cuatro reglas con el ánimo encogido aunque el corazón pleno, sabiendo que en breve me iré de ahí: soportar la injusticia, adaptarse a las circunstancias, no esperar nada y seguir el camino.

Las puertas cerradas están abiertas: estética de la desaparición, acción de la distancia, purga de la soledad, tónico del silencio. Todos los santos viven ocultos mientras los héroes públicos hieden. Mi mujer y yo por fin llegamos a nuestra apartada abadía: excepcionalidad del atrevimiento diferente o paradojas de la proximidad obtenida en la que tuvo que ver la familia alacrana: para estar aquí debió pasarse a través de ella: fueron peldaños y hubo que subirlos todos.

¿Viste a fulano, saludaste a perengana, hablaste con zutano? Comentando entre los dos el tópico de los otros, uno que siempre es otro para los otros, la segunda revelación sucede: estamos escuchando Trece y nos admira como una epifanía. Allá llueve mucho y aquí muy poco, donde la cadenciosa y limpia voz de la cantante nos va guiando al encuentro con la belleza que es idéntica a la justicia y a la verdad. Todo está bien entonces: trece centímetros en promedio miden las pestañas de los elefantes, el cielo tiene trece niveles horizontales y suman trece las vitaminas esenciales para el cuerpo humano. Son los milagros: inesperados y sutiles. Por eso fueron trece los comensales de la Última Cena y tal cifra que resulta cuatro son estas canciones puerta a una discreta felicidad: la música.

Fernando Solana Olivares.

Friday, July 15, 2011

SIN COMENTARIOS.

¿Qué significa: una pasmosa frivolidad, una severa limitación, una atrofiada indiferencia, un vergonzoso oportunismo, una agobiante irresponsabilidad, o todo eso al mismo tiempo, es decir, un proyecto político gubernamental compuesto de tales contenidos? El fin de semana pasado fue el más sangriento y brutal de los últimos tiempos mexicanos, de suyo tan sangrientos y brutales. Más de cien asesinatos ocurrieron mientras el presidente Felipe Calderón se dedicaba a festejar el descomunal engaño mediático futbolístico ---convertido por las enajenantes televisoras duopólicas dueñas del negocio en una pedagogía cultural instantánea y/o en una terapia nacional súbita---, para emitir el lunes siguiente otra desafortunada y penosa declaración desde las escalinatas de la casa presidencial: “Yo estoy convencido de que México no va a ser el mismo que antes después (sic) de este campeonato del mundo”. ¿Y los muertos, cuya cifra rompió un récord? Sin comentarios.
La verdad, diría Voltaire, es lo que se hace creer. ¿Por qué se intenta hacer creer a la opinión pública que un meritorio triunfo deportivo de jóvenes todavía no intoxicados por el lucro comercial, y debido a ello tan eficaces y decididos, representa un suceso suficiente para modificar un destino colectivo mediante un escatológico antes y después? El inverosímil sentido de la declaración presidencial esconde un significante no por obvio menos revelador, donde se exhibe, de nueva cuenta, la doble moral predominante, el doble discurso vigente, las dos historias (las dos imágenes) usuales: una que es percepción inducida para el consumo común y otra que es realidad no mencionada para seguir sosteniendo un engaño generalizado: todo va bien.
Octavio Paz escribió que los pueblos tristes tienen muchas fiestas, aludiendo así a las interminables celebraciones autóctonas predominantes en el país. Hoy podría decirse que las sociedades desasosegadas tienen muchos entretenimientos narcotizantes para escapar al reconocimiento de lo real. De tal modo sobreviene una subversión en la cual lo esencial, lo permanente, se confunde con lo accesorio y lo ocasional. El campo de batalla de la modernidad ha sido el de la mentalidad humana. Y en dicha conflagración, existente pero no aceptada por el pensamiento políticamente correcto, diversos autores han mencionado la existencia de una obra “brujeril” de sugestión ideológica global hasta hoy victoriosa, la operación hegemónica de un “totalitarismo blando” que uniforma y masifica a los antes ciudadanos, ahora consumidores neuróticos que vicariamente gozan como si fuera una realización ontológica propia la intrascendente obtención de un campeonato mundial de futbol, el único acontecimiento social que aún puede conjugar un plural tan falso como imaginario: ganamos (o perdimos, que frecuentemente suele pasar).
Ese totalitarismo de la conciencia contemporánea, el cual no menciona su verdadero nombre pues actúa silenciosamente en el interior de un sistema “democrático” y de ahí su blandura, convierte en un acto de extrema dificultad aquello que parecería ser lo más sencillo: ver con nuestros ojos lo que hay delante de ellos. Hace tres siglos el filósofo francés Saint-Simon profetizó que el gobierno de los hombres sería sustituido por la administración de las cosas. Afirmar que tales cosas administradas serían después meras imágenes y luego declaraciones sobre las imágenes, sólo es un poner al día dicha premonición dramática confirmada por el tiempo actual: los seres humanos pasamos culturalmente del ser al tener, y del tener concluimos en la fantasía posmoderna del parecer.
El totalitarismo blando, definido también como una psicosis progresista volcada a la creencia de lo material como realidad única y del objeto tecnológico como su manifestación superior, necesita el complemento psicológico de un optimismo ingenuo, de una suscripción sentimental y voluntarista sobre lo real que sería risiblemente anecdótica si no proviniera de la casa presidencial.
Lo evidente no es lo determinante. El país sigue deshaciéndose en medio de lo que Robert Kaplan llama “la atmósfera del Coliseo”, donde se ofrece entretenimiento en lugar de valores, las masas se vuelven cada vez más indiferentes y las élites cada vez menos responsables de sus actos. Lo señaló Neil Postman como si hablara de nosotros: “Cuando una población se distrae con lo trivial, cuando la vida social es redefinida como una perpetua ronda de entretenimientos, cuando el discurso público se vuelve una especie de balbuceo, cuando la gente se convierte en una audiencia y su involucramiento en lo público un acto teatral, entonces una nación se halla a sí misma en riesgo: la muerte cultural es una clara posibilidad”.
Sin duda, y en mucho, ya estamos allí: adeptos a la nueva religión del consumismo, adictos a los parques de diversiones mentales televisivos, esclavos de la ideología de la industria del placer. Hemos perdido las fuentes de la vitalidad que provienen de la tradición ilustrada: el sano escepticismo racional, la creatividad individual imaginativa, la libre elección existencial. Aunque no todo está perdido, pues la historia demuestra no estar nunca escrita de antemano y otros caminos en ella siempre son probables. La elección diferenciada consiste en resistir al avasallamiento generalizado: valorar, diría el filósofo, las pequeñas verdades no pretenciosas, las cuales, todas ellas, no están ni en la retórica insulsa de los políticos ni en la crispante histeria de la televisión. Otra conciencia es necesaria, así parezca equivocadamente una marginalidad.

Fernando Solana Olivares.

Friday, July 08, 2011

SOBRE LA EXISTENCIA.

Dos actitudes heterogéneas existen acerca del misterio de la existencia. La primera es propia del pensamiento occidental y abarca desde el cristianismo hasta el existencialismo. Postula que la existencia del sujeto no es algo querido o elegido por él mismo sino resuelto por otra entidad, sean los dioses o el azar, con independencia de la voluntad propia. Se viene al mundo por un designio divino o por un accidente biológico. Los dos fenómenos son incomprensibles y escapan al escrutinio de la razón. Uno de ellos tal vez será descifrado al morir por el creador metafísico, si es el caso, pero el otro volverá a aquella nada informe de la que afirma haber surgido.

La segunda convicción, proveniente del pensamiento tradicional (entendiéndose la tradición no como una costumbre antropológica sino como una verdad objetiva existente más allá de la genealogía de los pueblos y de las vidas de sus individuos), también llamado filosofía perenne, establece que la existencia es una circunstancia elegida por el sujeto. Y que obedece por tanto a la intención de querer cumplir un desafío: la conquista del sentido de esa misma existencia, mediante un combate heroico contra las fuerzas del caos y de la mente, contra las fuerzas del tiempo histórico predominante que, como el de ahora, niega todo significado, excepto el material e inmediato, al hecho extraordinario de existir.

Se dice que estas actitudes establecen la distinción entre dos tipos de seres humanos: los retóricos, que buscarán su razón de ser entre lo que poseen y lo que obtienen, o a partir de los dogmas trascendentes que profesan, y los persuadidos, aquellos para quienes el mero hecho de existir ya es la respuesta al enigma de estar aquí, al enigma de por qué hay algo y no más bien nada.

Tal fue, como para muchos otros, la convicción profunda de Albert Camus al resolver el castigo de Sísifo, “el más hábil de los mortales”, según los antiguos griegos, haciendo que éste ame el bloque de mármol que debe subir a la colina una y otra vez durante toda la eternidad. Sólo amando nuestro destino, dice el autor, podemos vencerlo, darle sentido. Pero amarlo es considerarlo amable, es decir, merecedor de amor, así sea una tribulación tan grande como la de aquel rey de Corinto. El sentido está en la aceptación.

Uno podría afirmar con Cyrill Conolly: “En cualquier momento, me desagradó mi persona; la suma de esos momentos es mi vida.” Y aun en tal antipatía, asumida y por ende ratificada, hay un discernimiento que deriva en la persuasión de que haber sido así tuvo sentido porque permite observar aquella reunión de momentos personales que llamamos vida como un sendero tal vez inevitable entonces pero diferente hoy, cuando puede enunciarse como algo que ya no es sino que ha sido. El sentido está en el reconocimiento.

El relato de Franz Kafka, “Ante la Ley”, cumple para ilustrar el mismo dilema: la existencia nos es dada o la existencia es una elección. Un hombre de campo pide ser admitido ante la Ley. El guardián de la puerta que lleva a ella se niega a dejarlo pasar, pero le ofrece un banco y le permite sentarse. Pasan los días y los años, durante los cuales el hombre primero maldice a gritos su perverso destino y después, mientras la vejez lo va ocupando, decae en quejumbres. Cuando llega el final de su vida y está agonizando dirige una última pregunta al guardián: ¿por qué en todos estos años nadie más quiso entrar? La respuesta es legendaria: “Nadie ha querido entrar pues esta puerta solamente estaba destinada a ti. Ahora voy a cerrarla.”

Ese hombre de campo nunca leyó a Epicteto: “Recuerda lo esencial: la puerta está abierta.” Pero Henri de Montherlant sin duda sí leyó a Kafka y, después de hacerlo, acaso condensó el tópico de la puerta, el solicitante y el guardián en esta sentencia memorable: “La gente no sabe hasta dónde puede osar sin peligro; si lo supiera se volvería loca de pesar por no haber osado más.” El sentido está en el atrevimiento.

Dicha audacia también, o sobre todo, es conceptual. Radica en formular la vida personal desde una perspectiva simbólica, semejante a un tapiz tejido por fuerzas invisibles donde el sujeto encuentra significados en las coincidencias, percibe sutiles premoniciones y recibe enseñanzas desde los acontecimientos cotidianos. Los antiguos llamaban a esta facultad ciencia de la imaginación o arte de la liberación. Pero hoy en día tales instrumentos para comprender la verdad existencial son rechazados como inverificables, según observa Elémire Zolla, por la misma gente que cotidianamente se deja burlar por los fabricantes de imágenes políticas, que se deja engañar por los productores de publicidad.

El sentido está en la imaginación. Y alguna vez se marchitó culturalmente la fuerza imaginativa de la gente, esa energía fántastica confirmada por la certidumbre del poeta: hay muchos mundos y están en éste. Desde entonces el hombre no es ya “rey de su mente, donde deja que corra, feo río de desperdicios, un flujo de conciencia que tampoco intenta ya dirigir”, escribe Zolla.

La existencia recibida y la existencia elegida derivan, al fin, en la tipología humana esencial, no por olvidada ahora menos real: los dormidos y los despiertos. Los dormidos sufren una vida ajena dispuesta por su cruel creador o por el incomprensible azar. Los despiertos se hacen cargo de sí mismos y reiteran en su existencia inmediata, así a veces les sea tan difícil, aquella oración última del Ulises joyceano: “…y su corazón golpeaba como loco y sí yo dije quiero sí.” El sentido está en la afirmación.

Fernando Solana Olivares.

Friday, July 01, 2011

BORRÁNDOSE LAS HUELLAS / y II.

Aceptemos pues que el tiempo se ha terminado. ¿Para qué y cómo? La lógica diría que para volver a comenzar, y el cómo se escenifica a diario. Pero en fin, substancia del teatro crepuscular donde van borrándose todas las huellas culturales: los Mantos Blancos Templarios, los antes guardianes del Santo Sepulcro y sus caminos, cuya regla fue escrita por san Bernardo, hoy son una facción narca criminal michoacana que vindica la captura del Chango Méndez, su enemigo a muerte ---no hay peor enemigo que quien fue el mejor amigo---, antes cómplice.
Si las cosas alguna vez comenzarán de nuevo, entonces ciertos signos que les son cercanos muestran una anticipación. En lo social ---aunque lo mismo en todo lo demás--- lo más nuevo es lo más viejo, como ocurrió en el encuentro entre Javier Sicilia y Felipe Calderón. Lo que a primera impresión pareció, según las noticias electrónicas, un encuentro demasiado suave por parte del poeta denunciante y sus compañeros, y en cambio una persuasiva explicación presidencial de su estrategia policiaco-militar humanizada por las bromas, los abrazos y los escapularios, vuelta cordial por la ironía transgresora del ¿se puede fumar? y la autorización para hacerlo, reivindica lo esencial para salir de esta hora pública tan oscura: el diálogo, el hablar escuchando al otro, el hablar para convencerlo ---y lo que cada quien haga con ello.
El poder formal justificador de decisiones que cree inevitables simplemente porque las toma y la voz libre de los ciudadanos doloridos, afectados, confrontándose con autocontrol por un lado, y con énfasis explicativos y gesticulantes por el otro, con un presidente defendiendo sus políticas, vehemente y franco, delante de interlocutores cuya adusta seriedad, si hubiera sido más amarga y dura, se habría comprendido. Pero cuya suavidad amable introdujo una atmósfera inesperada por parte de los miembros del Movimiento por la Paz. Y sin embargo.
Se dijo todo lo que se quiso decir. El encuentro de Chapultepec es, seguramente, el mejor acto público de Calderón. La espontaneidad y horizontalidad visibles frente a todos mostraron el rostro personal y la capacidad retórica y discursiva de un presidente tan haiga sido como haiga sido. Y con un toque de drama histórico: saber, y mencionarlo, que va a pasar a la historia por el número de muertos tenidos en el régimen y no por otra cosa: hospitales, carreteras, avances.
La decisión de enfrentar el crimen organizado y al narco con precipitación, sin preparar antes un plan maestro y un mínimo acuerdo público, sin negociar políticamente con partidos y grupos de poder, sin cortar los flujos monetarios de los delincuentes, sin combatir la impunidad a fondo ---acciones que dicta el sentido común---, no ofrece una decorosa, segura salida. La caja de Pandora está abierta y no podrá Calderón cerrarla en lo que queda de gobierno.
Las propuestas de quienes sí las tienen son lo más interesante del tema, pensando en la construcción de una cultura común de la resistencia y la victoria frente a la depredación y los depredadores, frente al mal y su crueldad, frente al materialismo demoniaco. Frente a la vida como es, una jungla irreparable, según el pensamiento cínico posmoderno. “El infierno son los otros”: ¿te acuerdas, Sartre?
Dice Peter Sloterdijk que la lección principal de las ciencias antropológicas es que al colapso de los grandes formatos todo se reconstruye desde los pequeños grupos, estructuras horizontales y versátiles, atentas pero plásticas, bolas sicoacústicas que operan al modo de la comedia del arte: como una pequeña compañía. No se pierda de vista que esto es una descripción escénica, que el mundo y sus sucesos son un teatro. A diferencia de la uniformidad vestimental de la alta burocracia, hierática e inexpresiva, Javier Sicilia asiste cargado de escapularios, con un abrigo de piel y un sombrero que ya le son característicos, a la manera de un caminante echado a andar como lo ha hecho.
Su oratoria es descolocante, inesperada (para pedir un minuto de silencio recita a Sabines), puede ser metafórica, alusiva o directa como una daga. No teme ser emocional y sensible al expresarse, porque el origen de su testimonio social lo es. No tiene nada que ver con la lengua de madera de sus interlocutores, a excepción del único que habla de ese lado, el presidente. Su lenguaje en parte está hecho, es un texto escrito por él, y en parte se va haciendo con las circunstancias. Es declaradamente apolítico y usuario de términos hasta ayer impensables en el debate público: humildad, perdón, consuelo, términos de un creciente plural mexicano.
Y otros más del pequeño formato, tan claridosos y directos como Sicilia, también legitimados por su dolorosa experiencia y dignificados por su perseverante valentía: María Herrera, Norma Ledesma, Araceli Rodríguez, Julián le Barón, Salvador Campanur Sánchez. Una narrativa pública que cura o puede hacerlo. Lo primero es nombrar las cosas. Así se entienden de otra manera, se vuelven a conocer. Corrección de las denominaciones. Otra narrativa política y cultural en el Alcázar del Castillo, lugar simbólico y acaso de buen augurio para una eventual reconstrucción nacional.
Toda huella que se borra es un respiro, una promesa más o menos realizable de una posibilidad distinta. La gramática de la pertenencia es escucharse juntos, dejar de escucharnos a nosotros cuando escuchamos a los demás. ¿Es inútil creer que ésta es la esencia de la política y que sólo requiere hacerse colectiva?

Fernando Solana Olivares.