Friday, July 27, 2007

SALVEMOS A NALANDA

La librería Nalanda está ubicada, desde hace quince años, en el número 16 de la avenida Centenario, centro de Coyoacán. No solemos fijarnos en las fechas púdicas que silenciosamente cambian las cosas, pero a partir de 1992, cuando su propietario Fernando Díaz de la Serna abrió sus puertas, Nalanda contribuyó sustancialmente a una expansión de la mentalidad urbana ilustrada y puso al alcance de muchos un fondo editorial hasta entonces inconseguible en nuestro país, cuyos temas fundamentales: las tradiciones espirituales, filosóficas y religiosas de la humanidad, introdujeron a ciertos discursos, a ciertas prácticas y a ciertas sensibilidades en aquellas nociones milenarias de la interioridad y la conciencia que el ignorante positivismo intelectual de esas épocas desconocía y menospreciaba.
Si nosotros los modernos estamos condenados a recibir la iluminación mediante los libros, como asegura Mircea Eliade, hemos sido muchos los que gracias a esa librería recibimos beneficios determinantes: los tantos descubrimientos y confirmaciones que venían a llenar una demanda insatisfecha de textos espirituales serios fundados en la tradición perenne. Una verdadera literatura esotérica ---que nada tiene que ver con la que se conocía como tal, casi toda ella intelectualmente fláccida y emocionalmente enajenante--- en el sentido de la palabra griega “hago entrar”, que significa abrir una puerta, ofrecer a los hombres del exterior el ingreso en el interior de la naturaleza de la realidad, ha sido traída por Nalanda a miles de lectores desde hace quince años con un nivel de refinamiento y solidez conceptual sistemático, pedagógico y profundo, que llama a un asombro cultural lleno de agradecimiento. Doctrina de la aparición simultánea: los tiempos se vuelven complejos y se complican a la vez que se inaugura una pequeña librería que proveerá a los interesados de sólidos medios librescos, y luego existenciales, para cabalgar al tigre de la época y salvarse de ella.
Hoy Nalanda, cuyo nombre proviene de una legendaria universidad fundada hace milenios por el emperador hindú Asoka, está a menos de dos meses de cerrar definitivamente. Ha sido alcanzada por la crisis económica real, no aquella de los macroindicadores estatales o de la inmoral riqueza de los maharajás mexicanos, sino por la contracción del mercado interno, por los usureros intereses bancarios, por la hasta hoy imparable tendencia capitalista monopólica que pretende hacer del país un descerebrado Sanborn´s único y descomunal.
La librería requiere para salir a flote una inversión de dos millones de pesos: un pelo de gato para cualquier rico y una suma inconseguible para el noventa por ciento de la población. Cantidad que podría reunirse si diez personas aportaran doscientos mil pesos cada una o si veinte gentes invirtieran cien mil. Su heroico propietario ofrece saldar estas aportaciones mediante libros, si así se quiere, o celebrar el trato financiero que convenga a las partes. Y la disyuntiva ahora es urgente: o se paga a los proveedores editoriales o se paga a los bancos acreedores. ¿No habrá una persona adinerada y sensible que tenga un gesto de buen gusto, el cual será bien visto y socialmente celebrado, o al menos que se permita un capricho patricio de verdadera filantropía y decida salvar una empresa importante y culturalmente singular, empleando para ello una cifra que en la masa de su fortuna no haría ninguna diferencia?
No tardará mucho en saberse si el milagro sucede pues el tiempo que corre en contra corre más de prisa. Si Nalanda cierra se habrá perdido otro lugar de intercambio intelectual y de encuentro humano, equidistante a la angustia solitaria y consumista del centro comercial contemporáneo. Por lo demás, dicha iniciativa no es otra cosa que un pequeño formato, la acción de unos cuantos asumida con plena seriedad, a contracorriente del empobrecimiento cultural masivo que va sucediéndose entre nosotros cada vez más. De ahí que tales iniciativas resulten vitales (y si la política fuera coherente, de seguridad nacional) para el sistema inmunológico del pensamiento y la cultura, atributos irrenunciables de una sociedad abierta o en proceso de llegar a serlo.
El pesimismo realista de estas épocas crepusculares ---que el espectáculo mediático de la imagen plana y la magia tecnológica del consumo presentan al contrario, como si fueran instantes históricos brillantes--- sostiene que todo el desorden existente forma parte de un orden que no puede todavía considerarse hacia dónde va. Pues una edad de monjes copistas como la actual surgida desde hace décadas solamente puede indicar que la oscuridad avanza, que las mentalidades se hacen uniformes, que los monopolios engullen todo y el estado burocrático controla, y que las zonas de resistencia y memoria vuelven a estar entre los libros y en la creatividad personal.
Como se van las golondrinas se van todas las cosas para no volver. Entre los altos beneficios terapéuticos de Nalanda se encuentran textos diversos y coincidentes en que todo es transitorio, la regla universal. Sería ocioso resistirse a algo que termina. El punto es otro: virtuosos sitios culturales desaparecen por un horror económico ajeno a su verdadero valor social y sentido público, esas pequeñas estructuras de efecto multiplicador que transmiten y preservan el arte más viejo que se conoce: el arte de hacer hombres. A menos que un milagro suceda.

Fernando Solana Olivares

LA MASA CRÍTICA / y II

Para Laura, mi morada

¿Dónde cambiarán las cosas? En lo pequeño, no en lo grande. Es una lección decisiva de la antropología: cuando los grandes órdenes humanos se derrumban sólo pueden restituirse mediante estructuras mínimas, en pequeños formatos. Lo mismo afirma la física cuántica: es en el nivel subatómico de los núcleos donde la realidad se revela extraordinaria, ambigua, contradictoria, complementaria, incomprensible superpuesta, abstracta, insólita, mágica, genial. Y minúscula, aunque sea tan grande como todo lo que hay. ¿Pequeños formatos? El amor de pareja, el interior del individuo, el pensamiento propio, la acción personal.
El dios de las pequeñas cosas, según lo nombra hermosamente la novelista hindú Arundhati Roy, fue quien inspiró a la violinista de concierto Olga Bloom para convertirla en aquel ejemplo de actividad monástica como preservación cultural contado por Morris Berman en uno de sus reveladores libros (El crepúsculo de la cultura americana, editorial Sextopiso). Ya retirada de la escena musical, en 1974 esta mujer hipotecó su departamento para comprar una vieja barcaza que estaba varada desde hacía años en el puerto de Brooklyn.
Cuando los estibadores vieron a una pequeña mujer madura ponerse a raspar y lijar el casco de la embarcación decidieron ayudarla. El resultado fue una sala de conciertos flotante, acústicamente perfecta, cálida e íntima, donde dos veces por semana desde entonces se presentan músicos de gran calidad a precios muy bajos. Olga Bloom no gana dinero con su Bargemusic, como la exitosa y pequeña sala se llama, pero obtiene una gratificación superior: la acción misma de posibilitar la ejecución en tríos o cuartetos, en pequeños formatos auditivos de esa música de cámara que ella considera un logro máximo, un epítome de la civilización, nada menos.
En sentido estricto, a ese tipo de acciones la tradición perenne las llama “no-hacer”: actuar sin esperar el resultado, actuar sin una intención ulterior. Pero en la historia que este texto narra sí hubo una discreta intención pues un cálculo previo estaba en juego, a saber: que si se formaba una masa crítica de meditadores podría afectarse de una manera positiva a la colectividad donde ello ocurriera. Y al decir positiva no se hacía referencia al bombástico concepto New Age de pensamiento positivo: yo estoy bien, tú estás bien y trivialidades así.
Se ofreció a dos grupos universitarios de jóvenes ---siempre más mujeres, siempre--- un taller de atención plena al momento presente, ejercicio psicofisiológico vulgarmente conocido como meditación. Ciudad pequeña, conservadora y recoleta, pero por lo mismo ---la realidad es paradójica--- su gente joven es esencialmente menos ignorante o culturalmente más espontánea que la de otros lugares grandes donde reina la sapiencia de la opinión positivista: sólo hablamos de lo que vemos, de lo que no vemos, no.
Entonces se meditó el lunes y el martes en tres grupos de veinte personas cada ocasión durante cuarenta minutos. Los campos de fuerza existen así los materialistas no logren tocarlos, venderlos o comprarlos. El primer día del ejercicio de yoga, de yugo, de unción del cuerpo y de la mente, hecho en una larga sala rectangular, se demostró que cualquiera puede luchar con cierto éxito contra el mono de la mente, ése que suele fijar su atención entre seis y ocho segundos promedio. La inmovilidad del cuerpo ayuda a lograr la de la mente, como lo confirmaron todas, pues predominaban ellas, las meditadoras debutantes.
Lo que se dijo fue lo usual: haremos un ejercicio de atención y concentración al mismo tiempo. El pensamiento se presenta ante la mente de tres formas sucesivas: contacto, sensación, reacción. Todo lo que se piense, se sienta, se perciba o se imagine durante el ejercicio debe ser etiquetado o nombrado en silencio: “pensando, pensando, pensando”; “oyendo, oyendo, oyendo”, etcétera. El ancla de la atención queda en el flujo respiratorio que debe recibirse y sacarse en la punta de la nariz. Ojos y boca cerrados, media flor de loto, un triángulo o una montaña el cuerpo, la columna recta y los hombros caídos como un espantapájaros. Luego la guerra santa, la yihad interior para concentrarse y desarrollar atención a los pensamientos, a la posición y a las sensaciones durante un tiempo prolongado.
La postura al meditar revela el estado síquico del practicante. Salvo una mujer ya madura y un tanto criminosa, en cuya inclinación casi tocaba el piso con la frente, todos los demás pudieron llevar a cabo con propiedad el ejercicio. Quien lo dirigía, una de las gentes participantes en esa operación de inteligencia espiritual encaminada a desarrollar en otros seres humanos campos mentales más amplios, donde puedan tomarse en cuenta algunos de aquellos millones de bits de información por segundo que el cerebro recibe y la conciencia no procesa, decidió al día siguiente introducir otra prueba adicional.
Confió en la fuerza de su intención y repitió mentalmente que estaba limpiando el espacio y convirtiéndolo en un sitio sagrado. Acaso por ello los tres grupos meditaron poderosamente en la feroz calma que sobrevino en tales momentos. Él quedó agotado pero satisfecho. Y después preparó un reporte para los escasos miembros de su logia insospechada: “Es cierto y tangible que la energía mental existe y es delicia eterna.” Le sonó un tanto críptico y cambió el tono: “Por este medio hago de su conocimiento que el experimento fue exitoso en una primera etapa. Debe considerarse entre la política indispensable de los pequeños formatos.”

Fernando Solana Olivares

LA MASA CRÍTICA / I

La realidad organizada se descompone a una velocidad notable. O evidencia, si quiere ponerse un matiz a tan perentoria frase, que la descripción que ofrece del mundo es poco menos que una calamidad. El cerebro humano capta cuatrocientos mil millones de bits de información por segundo, pero la conciencia del sujeto solamente procesa dos mil de ellos. ¿A dónde van a parar todos los demás? Su ausencia supuesta y la incapacidad humana para hacerlos conscientes establecen, por lo pronto, dos rotundas certezas: a) la realidad que vivimos ocurre en nuestro cerebro, b) el mundo del que somos parte está compuesto por muchísimo más de aquello que percibimos y constatamos como existente.
Casi siempre tiene razón Basho, poeta budista, al advertir que los adjetivos de magnitud conducen a la infelicidad pues son inexactos. Pero no es el caso esta vez, cuando la gigantesca cantidad de información que el cerebro recibe y la conciencia ignora resulta en verdad desmesurada y, para efectos prácticos, inconmensurable. Debemos entonces aprender su uso, expandir nuestra conciencia para procesar en ella muchos más datos acerca de la extraña, misteriosa e inabarcable realidad real de la que participamos sin saber casi nada al respecto: ¿cómo es, para qué es, por qué es?
El tiempo histórico materialista parece pudrirse aceleradamente, pero si uno se esmera en verlo también es extraordinario. Una compensación acaso por tantas tribulaciones como hay en estos días, o quizá la doctrina de la aparición simultánea actuando sin reservas: surge el tiempo sombrío y a su lado está la luminosidad, viene la enfermedad cognitiva y simultáneamente se exhibe su curación. Ahora suceden (o vuelven a conocerse) fenómenos contradictorios, asombrosos y complementarios. Y lo que aquí va a contarse es precisamente eso, una afirmación poética inspiradamente verdadera: hay muchos mundos y están en éste.
Si tal circunstancia ha sido actualmente comprobada en laboratorio por la física cuántica, y desde luego era conocida por todas las tradiciones espirituales de la humanidad que hasta ahora han sido, otra conclusión puede derivarse: este mundo es muchos mundos coexistentes y entrelazados que sólo hay que saber (o poder) visualizar. El mundo múltiple, aunque los límites de la conciencia común se empeñen en no aceptarlo, no es entonces ni sucesivo ni literal. Es más bien una metáfora, una idea, un pensamiento de Dios.
Lo anterior fue el contexto. La siguiente es la historia a propalar. Cierta gente leyó hace no mucho tiempo acerca de la operación ideológica y espiritual que un centro de inteligencia radicado en el norte de Francia lanzó en el alto medioevo a través de los romances del ciclo artúrico, las aventuras de aquel legendario rey del País de Gales que acaudilló la resistencia celta frente a la conquista anglosajona, narraciones épicas que forman parte de ese fenómeno llamado amor cortés, todo él una operación de inteligencia espiritual mucho más grande incluso que el ciclo artúrico mismo.
A estas personas les despertó un gran interés tanto el método como el fascinante contenido de la operación, según habían investigado. Viene de una edad marcada por una devoción particular a la Virgen que, en boca de trovadores y juglares, corre paralela con la devoción a una dama. Ahí están las catedrales consagradas a Nuestra Señora como símbolo visible de esa nueva espiritualidad femenina de crucial significado sanacional para la conciencia humana. Aportó otro sentido al mundo unidimensional, patriarcal y misógino de entonces. Introdujo un nuevo pensamiento que derivó hasta las universidades, pues adosadas a las catedrales de Nuestra Señora se fundaron escuelas que pronto dieron lugar a tales centros de pensamiento y cultura que ampliarían radicalmente la manera de observar y mejor comprender la realidad: la Virgen es cuántica y el Señor, como está descrito mediante el aburrido dogma religioso, es patriarcalmente autoritario y lineal.
Algunos historiadores aseguran que el fenómeno del amor cortés nunca existió, que no fue puesto en práctica masivamente. Se equivoca esa visión positivista que sólo se atreve a hablar de la parte del mundo manifiesta ante los sentidos, tan pequeña y elemental como la otra es descomunal y asombrosa, aquella parte oculta para nuestra restricción perceptiva pero activa y presente en el mundo excepcional de la realidad verdadera, multiplicada: cuatrocientos mil millones de bits de información recibida por el cerebro cada segundo y solamente dos mil utilizados en vivir.
De tal manera que estas gentes resolvieron montar una operación parecida a la que introdujo hace siglos la devoción mariana en el sistema del mundo occidental. En la intención solamente, por que se trataba de otra tarea y otra escala. Antes de contar la iniciativa que tuvieron debe tomarse en cuenta quiénes eran esas personas. Pueden ser definidas como aristócratas de lo sensible, lo considerado y lo atrevido, personas que se encuentran en todas partes a lo largo de todos los tiempos y provienen de cualquier clase social y se juntan para una acción correcta hecha en común dado que existe un secreto e inmediato entendimiento entre ellas. La única victoria de la raza humana, explicaría un autor, contra la crueldad y el caos. Monjecopistas, los llama uno. O gente de mente plena, afirma otro más. Pero solamente gente decidida y buena que actuaría para aumentar en otros el uso de la información cerebral. Cualquier cifra más allá de dos mil bits sería ganancia plena, mejoría colectiva, aliviane social.

Fernando Solana Olivares

OTELO A DURAS PENAS

Entonces recordó sus celos. Vaya que los había padecido. Yago intrigaba dentro de él. Una variante que el universo cuántico de Shakespeare permite considerar seriamente: ¿dónde está Yago? Adentro de él. Y le malaconsejaba mucho sobre su bella y casta Desdémona.
Aquellos fueron tiempos plenos. La pasión reverberaba y ninguna representación era tan potente como el lienzo cromático, veloz y plástico de la celotipia fantástica. Toda imagen es una acción. Desdémona se entregaba a Cassio con un lujo de detalles que sólo él, Otelo Montes, reconstruía en su subjetividad. Imaginación proléptica o profecía autocumplida, pero de tal manera que esas desconfianzas mentalizadas le fueron costumbre un largo tiempo.
Ahora los papeles se habían invertido. La señora Desdémona Pérez estaba hecha una furia porque en su imaginación establecía que su marido, un adulto arañante de la tercera edad, le era infiel en aquella zona de su conciencia que ella llamaba “su vida secreta”. Habían remontado con buena fortuna las otras dos etapas conocidas: la vida pública y la vida privada, pero ella porfiaba sobre la etapa final que la pareja ocupaba.
Sí porque sí, no porque no y sí pero no. Desdémona establecía su peregrina suposición en un correo electrónico recientemente enviado a él por una antigua amiga, término éste negado sardónicamente por la esposa, quien estaba dispuesta a descubrir el sucio juego del marido con la otra, según sus propias palabras:
---Piensas dejarme, ¿verdad?
Otelo quedó paralizado por la sorpresa. Así es la vida: inesperada. Recorrió mentalmente las palmarias evidencias de lo contrario y se dio cuenta que ella no miraba lo que miraba él. ¿Por qué sufre la gente? Porque la gente, que no es seria, no cesa de inventarse dramas. Así era Desdémona: celosamente empoderada.
---¿Cuándo te cambias de casa? Quiero saberlo.
---¿Y por qué voy a cambiarme de casa?
---¿Pues no te escribió ésa?
---Tú leíste su mensaje y mi respuesta. ¿Cómo puedes decir tal locura?
---Debe haber claves entre ustedes, lenguajes cifrados. A ver, cuéntame de tu vida secreta con ésa.
---No salgo de aquí desde hace años.
---¿Ves cómo lo reconoces?
---¿Qué?
---Obvio: que tienes una vida secreta con ésa. No presencial, todavía, pero ya lo estás pensando.
---¿Sasqué? Cuídate. Estás bien loca.
Loca que toma la casa, que husmea por los rincones, los intersticios, los subtextos paranoicos, loca que amarga la convivencia. Otelo Montes se dijo para sí que ella, otra vez, no comprendía. El estaba dedicado a los planetas y su relación con las libélulas, al arte, pues, según definición magisterial de Cardoza y Aragón, y más allá de ella, su mujer ahora, no volvería a tener otra, y mucho menos ésa, la némesis conyugal.
Otelo consideró que la comparación simplemente lo ofendía. El hecho de que ésa alucinara a su señora no suponía que lo alucinara a él. Hasta tomó en cuenta, invirtiendo los espejos, la posibilidad de que ésa le gustara más bien a Desdémona. Malos gustos, se comentó a sí mismo con autoridad fundada pues había sido lesbiano sexual. Luego pasó a perdonarla, acaso su demanda también era conmovedora: conocer su vida secreta, conocerla bien.
Pero no era el tono debido: mucha histeria, mucha desproporción entre el hecho y la imagen, entre el incidente y la reacción emocional. Recordó una historia recientemente leída sobre el hombre más feliz del mundo según sensores neurocerebrales y pruebas científicas, un dialogante con su hemisferio mental izquierdo, donde la felicidad y el placer residen, monje budista célibe, francés ilustradísimo y renunciante total. Para gente tan superior no aplicaba el precepto coránico de que no hay hombre completo sin mujer bajo las sábanas. Quien se mueve hacia otros estados del ser va volviéndose suprahombre y no necesita tener a nadie en el lecho, sólo la cobijante intemperie de la soledad.
Si supiera su vida secreta, Desdémona se perturbaría aún más. Otelo llevaba un buen tiempo aprendiendo a desvanecerse, practicaba la ciencia del ritmo, sostenía diálogos cuánticos en su interior y pugnaba por superar su nivel psicológico para penetrar a otros estados que le parecían potenciales y posibles del ser. Pero tenía hecho un voto de fidelidad y permanencia con su señora que estaba dispuesto a cumplir hasta el final.
Nunca se marcharía a otro plano de la conciencia pues mejor se aplicaba al yoga de lo cotidiano con Desdémona. Solía decirse a sí mismo que lo que fuera que pudiera conseguir en psicología de la mutabilidad por allá podría obtenerlo por acá. Otelo actuaba en el futuro, acometía sus tareas como pendientes existenciales que debían cumplirse bien para despejarse, uno de ellos su conyugalidad, palabra que viene de yugo, para no tener que repetirlos en una existencia posterior. Hombre prevenido renace mejor.
Volvió a convocar aquellos tiempos plenos, cuando cien aforismos lo entusiasmaban, la carne era firme y la hora temprana. ¡Ah, su Desdémona! Convino consigo mismo que no tenía por qué sufrir la febrilidad imaginativa de la señora, cuando los años pasaban de prisa y debían vivir con seriedad.
Después miró por la ventana y contempló a la distancia elefantes que semejaban ser blancas colinas. A continuación consultó el Libro de los Cambios y leyó el hexagrama 23, La Desintegración. Sonrió ante el oráculo y decidió redoblar su serenidad intocable.
Desdémona entonces dijo...

Fernando Solana Olivares

HACE UN AÑO / y II

Como tantos otros millones de mexicanos ---con encuestas o sin ellas, pues ante las mismas siempre surge una razonable y escéptica duda: ¿quién encuesta a los que encuestan?, ¿quienes, salvo los mismos encuestadores y el aparato mediático que los emplea, garantizan la probidad objetiva de sus resultados?--- sigo convencido de que López Obrador, junto con aquello que en términos discursivos y quizá concretos significa, debió llegar a la Presidencia del país cuando menos para atemperar, pues no hubiera podido transformarlos todavía, el horror económico, la desigualdad creciente, el gobierno de los poderes fácticos y la corrupta impunidad sistémica que componen nuestra realidad nacional.
“El poder es esencialmente estúpido”, solía decir Flaubert. Habita en un universo autista, solamente interesado en sí mismo, en su propia conservación. ¿Quién puede creer, salvo un ingenuo o un fanático, que el poder sirva al interés mayoritario? La historia enseña una y mil veces lo contrario: el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente, diría lord Acton, pero además hace abstracción de todos los otros, los vuelve peones de su acción.
Y hoy existe casi sin tapujos, para complicar las cosas, un segundo Estado mexicano ---aquella sustitución secreta de los recursos, derechos y deberes de un Estado hecha por una corporación informal y paralela dominante, según la definición sociológica---, cuya composición pasa por los grandes capitales, los grupos confesionales secretos de ultraderecha, el duopolio televisivo, los interes extranjeros, las mafias criminales, la clase política, las policías, el aparato judicial y aquella oligarquía mexicana denunciada por economistas estadounidenses como una “casta de maharajás”, podrida descomunalmente en dinero público, en bienes y lujos asiáticos a costa de la pobreza general.
¿López Obrador y su propuesta política habrían cambiado esta injusta, inmoral y tan antigua historia? No parece razonable afirmarlo, pues integra una parte estructural del estado de cosas predominante, del libre mercado que ha sido vuelto en nuestros días un absoluto categórico, del pensamiento único que lo sostiene. Pero lo que sí hubiera ocurrido ---y ello, siendo poco, sería suficiente--- es que ese segundo Estado, el poder real, habría visto afectados sus intereses, aunque fuera nada más por la convocatoria popular (eso que en la construcción histérica del consenso es llamado “populismo”) a la que el político tabasqueño hubiera acudido, pues como se sabe es afecto a los despliegues escénicos de las masas, un espacio donde encuentra la fuerza política que le han otorgado su carisma, un poco menos su discurso y sobre todo los errores de sus enemigos al perseguirlo.
Aunque se contradiga la tesis, debe anotarse que el partido de López Obrador, el PRD, es horroroso. Pero no lo es menos que el PRI ---mafiosos, pederastas, ladrones---, o que el PAN ---corruptos, ineptos, hipócritas---, o que esa increíble franquicia familiar del Verde “ecologista”, y cierta sensibilidad social que todavía conserva distingue parcialmente al PRD de los otros lamentables institutos. Así que la alternancia debió hacerse, pues si este país resistió setenta años de PRI y ahora sufrirá doce del PAN, bien podría haber vivido sin incendiarse un gobierno de izquierda discursiva que atemperara esa desigualdad económica, educativa y cultural creciente a pesar de todos los programas estatales, esa fenomenología colectiva que va descomponiéndose aquí y allá contra todas las proclamas de la mercadotecnia política y las encuestas sesgadas que produce la optimística república formal.
Los mismos instrumentos de opinión que unánimamente consignan la caída de López Obrador en el ánimo mayoritario del público conocedor. Y entonces afirman destacados analistas que su gran capital político ha quedado evaporado ante las equivocaciones cometidas en la estrategia posterior a la elección, desde el plantón en Reforma hasta la autoproclamada presidencia legítima y su gabinete paralelo. Algunos de ellos auguran que su reciente instrucción de no negociar la reforma fiscal presentada por el gobierno calderonista lo conducirá a la autodestrucción.
Es cierto que López Obrador es un político, es decir, un iniciado en el reino de la traición, un consumado actor que representa un papel, pero hay lo que hay y no otra cosa, así que para este columnista continúa siendo el menos dudoso de los políticos posibles. Quizá porque de verdad no se le conoce, como argumentó la sucísima campaña en su contra. Sin embargo el país ha llegado a tal punto que más valdría conocer algo inesperado a repetir lo que viene sucediendo desde hace tanto tiempo y hoy se ha recrudecido: unos cuantos se quedan con la mayor parte de la riqueza y otros muchos reciben migajas. Justifíquese como se quiera: karma nacional, destino histórico, subdesarrollo atávico, inevitabilidad idiosincrática, genoma mexicano o falta de competitividad.
Dos líderes inesperados, Marcos y López Obrador, han surgido en los últimos años para capturar la fatigada imaginación política de la izquierda. Uno fue mucho más simbólico que el siguiente, más escénico, pero los dos comparten una disolución aparente, un quedarse fuera de juego. Puede ser. Pero si hoy fueran las elecciones de hace un año yo volvería a votar por López Obrador. No es el personaje sino el significado, no es el significado sino la intención. Y a la mejor una terca perseverancia ---herencia de Franz Kafka--- en la pureza y la belleza del error.

Fernando Solana Olivares

HACE UN AÑO / I

He sopesado razones bien y mal fundadas, he leído decenas de argumentos densos y otros superficiales, he conversado con simpatizantes y opositores, he escuchado rumores y versiones de toda laya, he hecho especulaciones prospectivas basadas en el hubiera, he mirado en televisión las manipuladas imágenes de árbitros, comentaristas y actores, he cavilado a solas al respecto así como con otras personas, he observado durante doce meses la frenética construcción pública del consenso, y después de todo ello sigo convencido de que los mínimos resultados favorables para Felipe Calderón en las elecciones presidenciales del 2 de julio de 2006 se obtuvieron mediante un fraude.
En cuanto a los usos de mi propia memoria militante no me interesa el método con el que esto fue conseguido, aunque supongo que para el interés táctico del grupo defraudado resulta esencial considerar los medios empleados en su contra, y así cuando se ofrezca, pues volverá a ofrecerse, contrarrestarlos. Una elección donde las cifras preliminares de los votos se comportaron en espejo, violando evidentemente las leyes matemáticas, produce tantas dudas como la política misma, ese rosario esperpéntico que se compone de dislates, corrupciones, audacias, intrigas, ineptitudes e impudicias sin fin, es decir, interminables.
En efecto, las pavorosas gentes de la política se atreven a todo. Dos ejemplos entre muchos del patrimonialismo imperante y de la cínica estupidez: el gobernador panista de Jalisco, Emilio González Márquez, distrae (o dicho en castellano puro: sustrae) de la partida 4603, aquella que es para atender la pobreza, la vulnerabilidad y los casos de desastre de sus desafortunados conciudadanos, la inmensa suma de 67 millones 250 mil pesos para pagarle a Televisa esa evanescente y banal tomadura de pelo llamada Espacio 2007, según reportó el periodista Felipe Cobián en Proceso Jalisco. La estulticia y la complicidad son tan grandes que de inmediato una encuesta publicada en un periódico local confirmó que un porcentaje mayoritario de los ciudadanos aprobaba alborozado y agradecido tan benéfica y socialmente útil medida. La república mexicana de la televisión se dio a su autodefensa celebratoria, como suele hacer con mayúsculo cinismo, y el venalmente tonto gobernador, quien creyó que de tan mediática manera se “posicionaría” como un temprano precandidato presidencial, solamente obtuvo unos cuantos segundos de imagen nacional. ¡Qué tiempo tan breve y tan caro pagado con dinero ajeno!
Tal vez sea el tiempo mismo lo que se está discutiendo y litigando ahora. Ayer apareció en el noticiero nocturno del canal dos de la omnipresente Televisa un bienpensante opinador. Le espetó al público televidente un editorial sobre los riesgos de mirar atrás, pues el tiempo, dijo, no se detiene. Se refería, desde luego, al 2 de julio de hace un año y argumentaba que el país no podía quedarse atrás. ¿De qué? De los fetiches predilectos: competitividad, globalización, inversión, etcétera. Pero el subtexto del tema, que siempre lo hay, quería decir otra cosa: formalmente no pudo comprobarse ningún fraude electoral, en consecuencia no debe afirmarse que hubo tal cosa. Y el subtexto del subtexto era el habitual en la construcción publicitaria del consenso políticamente correcto: la derecha aliada al gran capital manda sin disimulo y López Obrador todavía sigue siendo un peligro para México.
Hoy leo una nota periodística más que mueve a escándalo, pues en efecto esta gentuza de la política mexicana, estos poderosos ilegítimos aunque sean electos, que manejan destinos y recursos de los demás como si fueran suyos, neronianamente se atreven a todo. Así como al demente emperador Calígula lo retrató Albert Camus, no habrá escritor o escritora que pueda consignar de Ulises Ruiz, desgobernador de la castigada Oaxaca, otra cosa salvo el azote caciquil que significa para el pueblo que lo padece, los crímenes y delitos que ha cometido en su nefasta gestión, las decisiones atrabiliarias que lo caracterizan o la corrupción que él y los suyos ejercen sin ninguna restricción. Acaso sirva para inspirar una amarga y surrealista sátira acerca de una aldea africana llamada Oaxaca, en la cual existía un señor de horca y cuchillo que a través del PEN Club México pretendía legitimarse internacionalmente y celebrar en su reprimido, desigual e injusto feudo la asamblea del PEN Club Internacional el año próximo, conforme reporta el periodista Marco Appel desde Bélgica (Proceso 1600).
“El PEN Internacional, considerado ‘la conciencia del mundo literario’ y reconocido por defender a escritores y periodistas perseguidos, (...) ha recibido sendas comunicaciones en las que el PEN México exalta la figura del gobernador Ulises Ruiz y lo exculpa de las graves denuncias de abusos a los derechos humanos que pesan sobre él y su gobierno”, escribe Appel. “Dichas comunicaciones lo llaman ‘víctima de una campaña de calumnias’ y enaltecen sus ‘profundas convicciones en la justicia’, lo que ha escandalizado a miembros de la asociación internacional.” ¿Quiénes son los inmorales seudoescritores mexicanos que defienden al sátrapa del sureste? Una señora desconocida, María Elena Ortiz Cruz, antigua encargada de las publicaciones de otro gobernador oaxaqueño; Neda G. de Anhalt, colaboradora de la desaparecida revista Vuelta, y Jaime Ramírez Garrido, autores literarios menores, si es que lo son.
Como dirían aquellos decentes y mesurados clásicos, hoy completamente boquiabiertos: ¡qué güevos!

Fernando Solana Olivares

DONDE HABITA LA VERDAD

Este artículo debería versar sobre el escándalo ético y político del ombudsman José Luis Soberanes al impugnar ante la Suprema Corte las recientes reformas para la despenalización del aborto en el Distrito Federal, aduciendo entre otras supuestas razones que el derecho de procreación no implica el derecho de la mujer a la autodeterminación de su cuerpo ni a una “maternidad aislada” y excluyente del progenitor. Fundándose en el artículo constitucional donde se establece el principio de igualdad entre el hombre y la mujer, la CNDH afirma que el derecho de procreación pertenece no a la mujer sino a la pareja.
Entonces, como resume con precisión la abogada Bonifaz Alonso, consejera jurídica del Gobierno del Distrito Federal (Proceso 1596): “José Luis Soberanes niega el derecho de la mujer sobre su cuerpo.” Y es aquel servidor público que debería tutelar los derechos humanos concretos, somáticos y evidentes en este caso de las mujeres, no invocar otros masculinos para conculcar los derechos reales y primarios (en toda sociedad abierta y democrática el cuerpo es una propiedad de la persona, en los regímenes autoritarios no) mediante sofismas y argucias legales.
Tan equívoca, confesional y partidistamente se comporta el voluminoso funcionario cada vez más desprestigiado, así los políticos nacionales, intoxicados con sus encuestas hechas a modo, viviendo en sus burbujas cognitivas, encerrados en la esfera de sus intereses, no parezcan darse cuenta de los esperpénticos comportamientos que suelen presentar. Alarmante y pobre y malgobernado México, muy cerca ya de alguna crisis mayor.
Pero tal probabilidad augurada no impide recordar otra historia, así venga al caso o al contrario, cuando un día del verano de 1952 en Copenhague se encontraron tres científicos y conversaron acerca de su interpretación de la teoría cuántica hecha veinticinco años atrás en ese mismo sitio, y sobre el impacto intelectual que desde entonces había tenido.
Conocemos la circunstancia gracias a uno de ellos, Werner Heisenberg, quien contó la entrevista que tuvo con Niels Bohr y Wofgang Pauli, los tres premio Nobel de Física. Primero hablaron todos en un pequeño invernadero y después, sin el danés Bohr, el alemán Heisenberg y el austriaco Pauli dieron un paseo a lo largo de la Langelinie que cruza el puerto donde los mercantes descargan su mercancía a uno y otro lado del malecón.
Aunque algunos pensadores radicales valoran solamente aquellas ideas que surgen al ir caminando (Nietzsche reprende acremente a Flaubert: “¡te agarré, nihilista!”, escribe al recordar unas líneas de su correspondencia donde este último privilegia el acto de estar sentado para pensar), lo que esa tarde crepuscular y peripatética se dijo también provenía de la reunión de horas antes, porque en ella Niels Bohr había citado un fragmento del poema de Schiller “Sentencias de Confucio” que ahora de nuevo los ocupaba: “Solo una mente plena es clara, y la verdad habita en las profundidades.”
Luego de traer esas líneas poéticas a cuento, el físico danés explicó que, como en el caso de ellos, una mente plena no estaba compuesta solamente por una abundancia de experiencias sino también por una abundancia de conceptos que permitieran poder hablar de cualquier cosa en general. Refiriéndose a las extrañas relaciones entre las leyes formales de la teoría cuántica y los fenómenos que la misma observaba, Niels dijo que era indispensable modificar los procesos mentales para lograr comprenderlas, y que en ese cambio mental los conceptos resultaban esenciales.
Lo que importaba para el científico era no eliminar de la existencia aquellas profundidades donde habita la verdad, a riesgo, advertía, de moverse sólo en la superficie de los fenómenos, de las ideas, de las existencias y de las cosas. Los positivistas dividen el mundo en dos partes: aquello que puede decirse de él con toda claridad ---una parte minúscula---, y el resto ---casi todo--- con respecto a lo cual es mejor no decir nada.
Por ese derrotero la plática llegó hasta Dios. Pauli inesperadamente preguntó a Heisenberg si creía en una deidad personal. Éste reformuló la pregunta: “¿Podemos, o puede alguien, alcanzar la razón central de las cosas o de los sucesos, de cuya existencia no parece haber duda, de un modo tan directo como podemos alcanzar el alma de otro ser humano?” Contestó entonces que sí, pero no quiso referirse a su propia experiencia, no contaría mucho, según dijo, sino al texto que el filósofo Pascal llevaba cosido dentro de su chaqueta: “El Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, y no el de los filósofos y los sabios.”
Pauli concordó con él a su manera. Habló de los tabúes del positivismo que impiden hablar e incluso pensar acerca de “otro tipo de conexiones más amplias que también están ahí”, sin las cuales, continuó, “corremos el riesgo de quedarnos sin brújula y por tanto en peligro de perdernos.” Términos inconvenientes como espíritu o metafísica, aunque se hablara de metalógica o metamatemática.
Vino a continuación una pequeña lancha de motor que los alcanzó en la punta del malecón de la Langelinie caminado durante horas. No toda abundancia de experiencias deriva en una abundancia de conceptos. Un predecesor de esos tres científicos, Einstein, repitiendo las palabras de un contemporáneo suyo, dijo que en esta era materialista en que vivimos los únicos seres profundamente religiosos son quienes trabajan con la máxima seriedad. Lo sabían Heisenberg, Bohr y Pauli. No Soberanes: qué barbaridad.

Fernando Solana Olivares

CORTE DE CAJA

Un hombre lo consideró así el 15 de octubre de 1888, ahora hace 119 años: he mirado hacia atrás, he mirado hacia adelante, y nunca había visto de una sola vez tantas y tan buenas cosas. Después de esa observación valiente y bienaventurada, concluyó con una pregunta que ya presumía la respuesta: ¿cómo no he de estar, entonces, agradecido a mi vida entera?
Se tiene la vida que se tiene porque ése y ningún otro es el tiempo que nos ha sido dado. ¿Quién y por qué nos lo da? No se sabe con certeza. Los budistas hablan del karma, los griegos del destino y los materialistas del azar, afanándose retóricamente para explicar lo inexplicable. Pero la acción de gracias mencionada líneas arriba, escrita por Federico Nietzsche en Ecce homo, sobre todo consiste en hacer de la vida tenida un observatorio donde se salde, se borre, se ajuste el pasado personal al asumirse como inevitable y adecuadamente necesario.
Por ello la primera regla de salud mental para ese hombre sabio, abuelo cultural de esta época llamada “triste-triste” por los jainas, es curarse del resentimiento, o sea, de ese presente del pasado tan activo en la conciencia emocional de cualquiera. Curarse del resentimiento representa, quizá, una posibilidad para curarse de la época actual, tan enferma y catastrófica, tan maldicionalmente interesante.
Vayamos, pues, por partes: la historia contemporánea es una pesadilla, nuestra época es atroz, sin síntesis, como alguien la definió. Si quiere hacerse un paralelismo, aceptando la noción que dice que sólo puede entenderse el momento histórico vigente comparándolo hacia atrás, Occidente presenta la misma sintomatología de la Roma imperial decadente, aquella otra sociedad del espectáculo, del pan y del circo, de las masas y las aberraciones autocráticas, de la acumulación material indigna y de la pobreza extrema, de la desigualdad brutal entre la minoría patricia y la mayoría plebeya. El caballo de Calígula es senador ahora como lo fue antaño, y los bárbaros atacan hoy para tomar el poder del mismo modo que antes lo hicieron.
Pero hay de bárbaros a bárbaros. No es lo mismo el rey visigodo Alarico a las puertas de Roma que el ejército paramilitar narco de Los Zetas, el cual degüella enemigos, disputa contra el Estado el monopolio de la violencia mediante una desenfrenada capacidad operativa y de fuego, y recluta entre sus filas a desalmados demonios posmodernos como la Mara Salvatrucha o los kaibiles centroamericanos. Tampoco es igual el embate histórico de Alarico, cuyo hijo del mismo nombre difundió la ley romana entre los pueblos invasores, a la profunda descomposición moral y política, al terrible envilecimiento cultural que esos grupos narcotraficantes criminales representan.
Los dos ciclos revolucionarios mexicanos anteriores, 1810 y 1910, no se produjeron, que se sepa, con el hampa encabezando la lucha de las masas contra el injusto estado de cosas predominante. Los preludios de estos días para dentro de tres años, cuando suceda el doble centenario de esas fechas, se perciben literalmente aterradores. Vendrá en este país lo que deba venir pero acaso nuestra generación jamás presenciará la única solución posible a ese flagelo: legalizar todas las drogas. No en balde el poeta afirma que en estos tiempos los mejores aguardan encerrados en su propia incertidumbre mientras que los peores se muestran henchidos de apasionada intensidad.
La cuestión a resolver, de tal manera, es si en una época como la nuestra debe agradecerse la biografía propia que uno, desde el barandal de la memoria, observa haber transcurrido detrás de sí. Sin acudir al pesimismo racional de la inteligencia ni al optimismo sentimental de la voluntad, empleando un mero realismo crítico, la contestación es positiva: todo recuerdo debe ser un agradecimiento. O por lo bueno que haya sido aquello que se recuerde o por su atrocidad inclusive: ya pasó, ya no es, ya nunca será.
Cierto día histórico, que posiblemente aún queda lejano, la atracción morbosa que ejercen el mal, el dolor y lo anormal habrán remitido. Una vez, escribe algún teórico del tema, que se haya descubierto hasta qué punto la oscuridad interior y el sufrimiento disminuyen la personalidad y cómo solamente la alegría la acrecienta. En la tradición budista la alegría es llamada pitti e integra uno de los factores indispensables para la iluminación. Los santos y los sabios siempre suelen estar alegres.
Pero igual que los guerreros memorables, los héroes de leyenda y los artistas canónicos, aquellos hombres y mujeres comunes y corrientes de esta época hostil, quizá terminal (“todo fin de un mundo es el fin de una ilusión”), deben construir por ellos mismos su propio ánimo sin depender de lo ominoso y difícil que resulte el exterior: calentamiento global, horror económico, videoesfera plana, polimorfia perversa, escasez de bienes comunes, degradación ética, corrupción estructural, “libre” mercado, fraudes electorales, crisis de las instituciones, políticos de pacotilla, equilibrios inestables, certezas volátiles, angustiosas conferencias sobre el mañana, angustioso mañana y el infierno aquí.
Así que aquel hombre hace 119 años miró su vida hacia atrás, hacia delante y la agradeció por entero. No dirigió a nadie tal reconocimiento sino a la vida misma, este fluido interminable en movimiento constante donde, siendo serios y no sufriendo innecesariamente, no pasa nada porque no somos de aquí y de todos modos nos vamos mañana.

Fernando Solana Olivares

INEXPRESIVAS

“En tres edades se divide la vida ---escribió Séneca---: la que fue, la que es, la que será. Entre éstas, la que vivimos es breve; la que viviremos, dudosa; la que hemos vivido, segura: ésta es, precisamente, aquella sobre la cual perdió su jurisdicción la fortuna, la que no puede ser sometida al arbitrio de nadie.”
El hierático grupo no hizo un solo gesto al escuchar la cita pronunciada por el maestro. Volvió entonces en su mente a la pregunta irresuelta desde meses atrás, cuando las había conocido: ¿por qué ni un músculo mueven? Ellas siguieron contemplando el infinito y hurtándose al brevísimo contacto visual que el hombre lograba tener de tanto en tanto con alguna de las jóvenes que poblaban el salón de clase. La materia impartida era transdisciplinar, o sea que se trataba de nada definitivo.
No todas las alumnas eran atractivas, pero algunas sí. Casi todas eran más inteligentes y sagaces de lo que ante él mostraban ser. Un nuevo asunto de sus cavilaciones: ¿cuáles, entre las siempre hieráticas, lo eran por sí mismas, o bien para ello su temprana edad las ayudaba? El tiempo desgasta al cuerpo lo mismo que al alma, ¿cuántas de todas ellas serían deseables luego de unos años? Sobre todo tomando en cuenta, como el maestro tomaba, que cualquier amistad está basada en los sentidos.
Intentó hacer lo que el Buda con la bella cortesana: convertir ante su vista a las beldades en materia orgánica putrefacta. No le duró mucho la decisión, pues debió continuar con su clase transdisciplinar sobre Séneca, quien nunca opinó nada que se conozca acerca de las ninfas.
---¿A ver, jovencitas, por qué son tan inexpresivas? ---inquirió el mentor mirando al grupo. Algunas tragaron saliva, otras sonrieron y las más redoblaron su inexpresividad.
Se dirigió a una señorita del sector de las ninfas, tal vez la más visible entre ellas tan visibles, para indagar por la razón de que sus compañeras se comportaran de ese modo.
---Así nos educaron, profesor.
---Pero a usted no.
---Pues sí, también.
---¿Y entonces?
Siempre que se convoca alguna cosa mediante el lenguaje pasa algo verdadero aunque abstracto, pero cuando se invoca una entidad al hablar, lo que suele suceder resulta concreto y a veces acostumbra presentarse donde tal invocación se ha hecho. Súbitamente el maestro reparó haber caído bajo el potente influjo de las ninfas.
---Ya estudiamos símbolo, ¿lo recuerdan? ¿Qué es una ninfa?
Afrontó el requerimiento magisterial una guapa chica del sector desdeñoso: es el último agente de lo divino que quedó después de la desaparición del mundo antiguo y pagano, reside en cuerpos de agua, en las florestas y en el aire, fue engañada por el dios Apolo quien le birló sus artes adivinatorias, y al fin conduce a la locura a aquellos que gozan su fascinación. Creyó percibir un brillo distinto en la mirada altiva y fija de la respondiente. Quizá por eso decidió avanzar.
---¿Y una ninfeta, señoritas?
Indagaba por una denominación que nunca antes había expuesto en clase. Alzó la mano una avispada alumna de ese sector reconcentrado que él llamaba insípido.
---Son como ellas, profesor.
Las aludidas por la alumna se manifestaron prudentemente orgullosas. Hubiera sido antipedagógico que el hombre continuara con el tema, pero lo hizo confiando en el Séneca que había citado: la edad que vivimos es breve.
---¿Y cómo son ellas?
Una carcajada unánime cimbró las paredes del aula y acaso, como si sonara un burlón ruidito de hadas, tintinearon los cristales.
El hombre entró en pánico porque se dio cuenta de su grave error de perspectiva: todas eran ninfas, todas eran ninfetas. Cuando menos las cuarenta que allí se le mostraban.
---Entonces, jovencitas, ¿así las educaron?
A pregunta disfuncional, retraso del tiempo narrativo. Y el profesor sufría en el corazón, aunque su rostro sonreía. La mente debatió consigo misma si sostenía la cátedra de Séneca el estoico o bien saltaba hasta Vladimir Nabokov y su dramática catalogación de las Lolitas, aquellas nínfulas que hacen perder la cabeza a cierto tipo de señores. Siendo transdisciplinar la materia que estaba a su cargo, claro que podría emplear un giro dialéctico y confesarles a ellas el obscuro objeto de su deseo.
Control de daños, más bien. Comprendió que lo asustaban porque siendo tan jóvenes todas, todas le parecían muy viejas. Las inexpresivas, las bellas, las insípidas, como si estuvieran ante él cuarenta brujas de Macbeth, cuarenta Venus Afroditas, cuarenta Lloronas, cuarenta Coatlicues, cuarenta Madonas. Y tantas vírgenes, casi todas. En cuanto a sus prejuicios adolescentes ése era uno de los más destacados: la comisión pendiente del sexo.
Alcanzó a fantasear la expresividad de las inexpresivas cuando el destino las hiciera ceder. Pero se acordó de Julio Torri, príncipe de las letras, que vestido de traje y montado en bicicleta salía a piropear criaditas por la calle. Le dio vergüenza ajena.
“Nadie te restituirá tus años, nadie te devolverá a ti mismo. (...) Tú estás ocupado, la vida anda aprisa: llegará entre tanto la muerte, a la cual, quieras que no, habrás de rendirte.” Las bellas, las inmóviles y las masivas se excluyeron de la frase del filósofo latino. Lo miraban a él pues sólo a él le concernía. Lo miraban viejo y ellas eran tan húmedas y antiguas, tan secretas y femeninas.
Terminó la clase y las hadas lo rodearon. Sintió que el alma se le iba.


Fernando Solana Olivares