Saturday, March 14, 2015

PROPONIENDO SÍNTESIS.

El acto narrativo de la conciencia fue descrito hace dos mil años en palabras atribuidas por el Evangelio de Tomás al Jesús de los apócrifos, que luego integrarían ciertas vertientes de la psicología occidental: “lo que saques que esté dentro de ti te salvará, lo que no saques que esté dentro de ti te destruirá”. Sacarlo es contarlo, pensarlo, recordarlo, interpretarlo, comprenderlo, decírnoslo. Sacarlo es el acto de la contemplación o el reconocimiento, no el de la peripecia o la acción, en la cual la conciencia todavía no puede elaborar ninguna distancia entre el hecho significante y el significado de lo hecho. El texto mental que así se elabora es un ensayo donde se prueba y mide, donde se recrea la vida vivida. Tal integración en la economía psíquica, tal narrativa individual es aquello que el empolvado canon aristotélico definió como experiencia. La teoría literaria tendrá que hacer un ajuste, o dicho correctamente, una mutilación, en cuanto a sus antiguas definiciones sobre la psicología del personaje. Avanzando en etapas disgregantes ---y aceptando nuestro estar histórico en una época de disolución---, los tratados semánticos futuros aludirán a este momento como el final (temporal, no definitivo) del individuo reflexivo, el que vuelve a vivir su vida en la dimensión de la memoria, y la hegemonía acrítica del sujeto activo, quien sólo existe en el hacer, en una inercia vivencial que al cesar vacía, evapora la compleja, la hecha de muchas cosas mente humana, para dejar en su lugar el evanescente nivel de los fenómenos por ellos mismos, de la acción por la misma acción. De los medios convertidos en fines. Más un elemento de esa condición externa de la acción, presente en la trilogía de Stieg Larsson mencionada en el artículo anterior a éste, y que autores como Elémire Zolla llaman un reflejo condicionado inducido por todo el mundo en el sistema de pensamiento global: preguntarse, ante cualquier problema, “si éste tiene un aspecto social, es decir, divulgativo; si es accesible a un ingente número de seres genéricos”. Dicho reflejo condicionado e impuesto cumple como una compensación ideológica ante la supresión del individuo individuado, diferenciado de la masa, ante la propagación del infierno de lo idéntico, de la dictadura del consenso cuya viga maestra es la acción. Romper la milenaria díada narrativa de la peripecia y el reconocimiento es colectivizar, unificar, uniformizar, pues así se postulen caracteres literarios tan individualmente excepcionales como Lisbeth Salander, su carencia de espacio interior y su exceso de acción exterior, aun dentro del género de la novela negra, retrata una conciencia cuya superficialidad ontológica e inmediatez empírica ha perdido el dominio ante el tiempo, donde sucede la experiencia multiplicante y conectiva del pensamiento y la memoria, para habitar sobre todo en el espacio, donde ocurre la experiencia aislada y unilateral de los sentidos. De ahí el predominio de la imagen y la agonía del concepto. El crepúsculo cultural del homo sapiens y el advenimiento del homo videns en el mundo superficial y plano que debe poblarse de embrujos tecnológicos para simular virtualmente una atmósfera de multidimensionalidad. La cultura crítica moderna está llena de lamentos por lo que termina y de advertencias sobre lo que vendrá, de avisos históricos de incendio y naufragios sistémicos, como si la aceptable vida apenas anterior hubiera terminado y en su lugar comenzara la cada vez más dura sobrevivencia. La cultura posmoderna, en cambio, celebratoria y auto referencial, construida por interpretaciones de interpretaciones, tecnologizada y materialista, ideológicamente positiva y colectivamente uniforme, se sostiene sobre un mecanismo de prestidigitación: la fascinación de los oprimidos ante el mundo de sus opresores. La peripecia y el reconocimiento, la vivencia y la experiencia, la anécdota y la narración, el cuerpo y la mente, lo negativo y lo positivo seguirán siendo un par de opuestos cuya acción conjunta resulta indispensable para la afirmación de la conciencia y las tareas de la cognición, el atributo irrenunciable. Su reunión operativa representa el andamiaje de características humanas que no pueden perderse, así históricamente se reduzcan o parezcan ser desagregables. La historia actúa como las olas de las mareas: se retiran, vuelven y nunca se han ido. Fernando Solana Olivares

EL PERSONAJE MUTILADO.

La revolución narrativa de Shakespeare, según Harold Bloom, radicó en la creación de personajes literarios que tenían una cualidad antes desconocida: se escuchaban casualmente a sí mismos. La narración se distingue porque en su transcurso necesita imágenes, una “escenografía” interior. La terminación del individuo (la buena muerte, diríamos) sólo es posible, como afirma Byung-Chul Han, dentro de una narración, pues nada más en ella, en la peregrinación de la vida que se va viviendo como un suceso narrativo, puede entenderse el final de la existencia como consumación. La vida es un camino rico en semántica, en significados potenciales, en sentidos a descifrar. ¿Cómo? Narrándola para uno mismo. “La narración ejerce una selección”, escribe el autor, considerando que la memoria está sometida a una constante reordenación e inscripción, a una reelaboración creativa del recuerdo. En cambio, los datos del anecdotario “permanecen iguales a sí mismos”, no están estratificados como si lo está la memoria, quedan unos sobre otros y no pueden ni recordarse ni olvidarse. Observa este pensador alemán de origen coreano que “en las experiencias encontramos al otro, por el contrario, en las vivencias nos hallamos a nosotros mismos en todas partes”. La experiencia provoca transformaciones. Y en esto radica la distancia entre la experiencia, que otorga la fuerza existencial para cambiar, y la vivencia, que aun siendo espectacular, truculenta o memorable, deja intacto lo ya existente. Así por ejemplo Lisbeth Salander, el icónico personaje de la exitosa trilogía Millennium de Stieg Larsson, termina con cicatrices profundas en el cuerpo luego de las feroces batallas a muerte que sostiene, pero esencialmente igual a sí misma en el alma. La saga concluye cuando la feroz guerrera deja entrar de nuevo en su vida a Mikael Blomkvist, el otro personaje central de la obra, un giro literario circular y eterno-retornista que al no concluir el final lo cierra mediante la unilateralidad del personaje, idéntico a aquel quien era cuando la historia comenzó. Salander nunca se escucha, ni siquiera casualmente, a sí misma. La hegemonía de la vivencia en el mundo global está vinculada al predominio del homo videns tardomoderno, aquel que ve sin comprender. Los personajes literarios, lo mismo que los sujetos reales, solamente tienen vivencias asumidas como anécdotas externas a su interioridad. Todo el culto mediático a la acción produce y reproduce tal mentalidad, cuya patología o enfermedad emblemática es la depresión. En la actual sociedad del rendimiento, reemplazante de la anterior sociedad disciplinaria, el individuo vive la violencia de la positivad, del consenso único que conduce al agotamiento por la sobreabundancia, la superproducción, el superrendimiento, la supercomunicación, la sobresocialización. Su plural afirmativo, individual y colectivo, afirma Byung-Chul es “Yes, we can”. En esta sociedad de obligación, “donde cada cual lleva consigo su campo de trabajos forzados”, la pérdida de la capacidad contemplativa conocida como reconocimiento ---un acto de observación sin pensamiento discursivo--- es responsable de la absolutización de la vida activa, histérica y nerviosa de la actualidad, del infierno de lo igual convertido en globalización impuesta por todas partes. El odio a la contemplación recorre la modernidad hasta desembocar en la atención mediática contemporánea, difusa y superficialmente múltiple, que acerca al individuo de hoy a la febril atención múltiple propia del animal salvaje, incapaz de recogimiento interior. A pesar de que el alma humana, como señala Byung-Chul Han, necesite esferas mentales “en las que pueda estar en sí misma sin la mirada del otro”. La sociedad positiva contemporánea se aparta de la reflexión dialéctica ---una consideración de los contrarios--- lo mismo que de la reflexión hermenéutica ---un ejercicio sobre el sentido y la interpretación de lo real---, abandonando así las operaciones cognitivas características de la época anterior. Tampoco acepta ningún sentimiento negativo: “Se olvida de enfrentarse al sufrimiento y al dolor de darles forma”, anota Byung-Chul. De ahí las perturbaciones psíquicas de estas horas debidas al exceso de positividad: agotamiento, cansancio y depresión. Y con ello la destrucción y el envilecimiento del lenguaje, la incapacidad para nombrar el mundo y transformarlo. O las “verdades históricas” dictadas por agobiantes y agobiados funcionarios. Fernando Solana Olivares