Friday, September 18, 2015

JUEVES 19, VIERNES 20.

Fue absolutamente inesperado, no percibí tanto el brutal movimiento como sus devastadoras consecuencias después. Me incorporé de la cama por las exclamaciones de mi mujer y un vago fragor proveniente del estudio, donde los inestables libreros se habían venido abajo. El mundo se estremecía rebasando cualquier costumbre: la naturaleza emplea razones que la razón desconoce. No había mitología posible para el momento cuando sucedía lo inesperado, aquello para lo cual no se conoce aceptación. Sabíamos que los hombres erigen mitos para que al suceder lo inesperado pueda explicarse, pero ahora éstos caían al suelo junto con todos los objetos grandes y pequeños que iban cayendo también. Un trabajador de la casa llegó contando noticias apocalípticas. Entonces comenzó el peregrinaje. Mientras más nos adentrábamos hacia el Centro de la ciudad más veíamos las ruinas de una batalla colosal y despiadada de los dioses contra los hombres, que parecía lanzada desde el cielo pero surgía de la tierra, de la serpiente ctónica agitándose en sus entrañas. El dolor, el pasmo y el espanto se percibían como atmósfera física. Antiguos lugares del recuerdo biográfico y la memoria somática estaban aplastados, con sus ocupantes adentro y la ropa comprimida en los bordes de cicatrices estratificadas que apenas un poco antes habían sido ventanas luminosas. El edificio de la empresa de mi suegro en Insurgentes y Zacatecas había colapsado como si un gigante furioso se hubiera sentado encima. A diferencia de los edificios familiares, repletos a esas horas, en los de oficinas prácticamente no había nadie: milagrosa, providencial selección de las catástrofes. Mi mujer regresó al sur de la ciudad, donde los daños del sismo eran considerablemente menores. Yo seguí hacia el Centro, donde los daños se habían cebado. Conforme caminaba por Cuauhtémoc y luego por Bucareli iban en aumento las construcciones caídas. Un gran número de dolientes vagaban por las aceras con rostros congelados por el horror o miraban paralizados e incrédulos, otros gritando y llorando, las casas destruidas y a sus parientes sepultados en ellas. Las primeras horas del terremoto, a pesar de los ayes y lamentos cercanos, de las sirenas ululantes a la distancia, parecían pobladas de un silencio pánico, distinto al usual que sólo es duradero un instante. Quizá ese mismo instante, ahora pavorosamente extenso, era el que aterraba con su muda duración. Parecía haberse roto un portal de tiempo, un contenedor que luego de la trepidación regresara no a la calma sino a la inmóvil crispación. Y los sentidos se embotaban, saturados de tanto percibir las calamidades de la ilusión de la vida ordinaria de la gente rota muy temprano por la mañana. La famosa ecuación se había calcinado: si la comedia es tragedia más tiempo ¿qué era esta tragedia instantánea cuyos efectos serían para siempre, este implacable y repentino paso de la normalidad feliz a la anormalidad desdichada? Mi credencial metálica de periodista de La Jornada, hacia donde me dirigía, hasta el corazón de la zona del Centro de la ciudad donde las trepidantes ondas sísmicas habían destruido grandes edificios y rancios hoteles, me permitió franquear los controles que los marinos, cuyas instalaciones estaban ahí, habían organizado. Los primeros en responder ante la catástrofe para auxiliar y luego la sociedad civil y después, mucho después, el robótico gobierno estupefacto y sus tardías instituciones. Después de traspasar los círculos dantescos y experimentar esa suspensión abrupta, atemorizante, que la realidad sufrió aquel jueves 19 y viernes 20 de septiembre de 1985, cuando el sismo del día anterior ahora era nocturno y el miedo aumentaba, sólo queda la memoria y un ejercicio cognitivo: peripecia más reconocimiento. La tragedia enseña la condición evanescente de nuestras vidas episódicas, nuestra inerme circunstancia ante el destino. Acaso le es dada a los hombres para templar el carácter y hacerlos mejores, a la manera de un teatro de la crueldad purificante. Acaso sólo es un sádico castigo de deidades primarias y vengativas. Como sea, cicatriza y ocupa la memoria. Quien regrese a ese momento vivirá el recuerdo: la última vez que se acordó de ello. Y será como invoca el poeta: recuerda, cuerpo, que aquellos dos días hubo otro pulso entre las cosas, una onda telúrica que las destruyó. También el corazón sentirá un estremecimiento: el noble dolor. Fernando Solana Olivares.

Friday, September 11, 2015

EL ÚNICO ADJETIVO.

Robert Musil dijo que la época contemporánea era sin síntesis. El lenguaje se desgasta todos los días en sus empeños por definirla. Llegó a sus límites en la Shoah y hubo quien anunciara su irremediable enmudecimiento. Siguió ocurriendo el horror sin pausa y los nombres se diluyeron todavía más. Ayer o antier escuché en el radio algo pavoroso: el testimonio de una defensora de los derechos de los niños y activista contra la trata y la pederastia. En medio de cosas insoportables e incomprensibles que contó: las bestiales depredaciones de bebés y niños, los índices escalofriantes de la crucifixión mexicana con sus primeros lugares de trata y pederastia infantiles, la impunidad sistemática en la comisión y complicidad de estos aberrantes delitos, entre otras atrocidades, la admirable mujer calificó así el estado actual de cosas, la fenomenología oscura de estas horas: “diabólica”, la consideró. El grito de Edvard Munch se transmutó en aquella fotografía icónica de una niña vietnamita quemada por napalm que va corriendo desnuda y despavorida. El dolor actuante de la imagen es atroz pero aún en movimiento. En cambio, la fotografía del cuerpo sin vida de Aylan Kurdi, el niño sirio de tres años ahogado con su madre y con su hermano frente a las costas de Turquía, contiene una dolorosa belleza estática, una serenidad inmóvil de desconcertante perfección: la blusa roja, los pantalones cortos azules, las diminutas sandalias, la postración y la dócil entrega del cadáver, su simbólica convocatoria angelical, ese cuadro eterno de la muerte de un inocente. La imagen de la niña en el bombardeo impone el reconocimiento de un puro horror. La imagen de Aylan rebosa un manso y envolvente dolor que toca a la conciencia en su interior profundo, la con-mueve de la indiferencia emocional del momento histórico y de su incapacidad para el asombro humano y la sorpresa moral. Una teoría sociológica advierte sobre el cambio de un paradigma cuando en el imaginario colectivo surgen imágenes que antes no había y que en adelante serán icónicas, referenciales. Estos son los tiempos de las grandes tribulaciones humanas, de las concentraciones de dolor que crecen en forma desmedida. Tal intemperie acerca, desde una perspectiva escatológica, el fin del ciclo histórico. El Logos de esta edad patriarcal y materialista está quebrado, es un recipiente hecho pedazos y lo que debiera ser común a todos ya no lo es ---un sentido del ser y de la existencia, de la pertenencia al mundo, un discernimiento eficiente del bien y el mal---, ahora los seres humanos actúan como si fueran usuarios terminales de sí mismos, dueños narcisistas de una lógica particular. La enfermedad mortal de Kali Yuga, la edad triste. Sucede ahora, afirma Guénon, una auténtica “pulverización” del mundo, lo que constituye una de las formas de la disolución cíclica. Se han multiplicado las formas más oscuras del psiquismo inferior, de los bajos fondos mentales de la atmósfera cultural masiva de la civilización actual. Las tinieblas del evangelio, un descenso a los Infiernos al que no sigue una purificación y una vuelta a la superficie, son una “caída en el cenegal”: las posibilidades inferiores se apoderan de la persona, la dominan y acaban sumergiéndola por completo. Guénon habla de las grietas por donde penetran las influencias maléficas del mundo sutil, aquellas de las que puede decirse que tienen un carácter literalmente “infernal”. El simbolismo de la “caída de los ángeles” sobreviene cuando se ignora toda verdad de orden espiritual y metafísico, indica Guénon. Yo elijo creer que está dado en la muerte por ahogamiento de Aylan y los suyos, quienes no llegaron como él a una playa piadosamente amortajados por el mar. La segunda guerra mundial arrojó de sus países a tantos cientos de miles de seres humanos como ahora. La analogía es la misma: los refugiados de la tercera guerra mundial. Si tanto dolor es terminal, pues no puede exceder indefinidamente un umbral determinado, bienvenido sea. Tanta belleza macabra se transfigura: todos los cuerpos caen. El de Aylan fue sumergido y lo tomó el océano para después mostrarlo. En el dolor posmoderno nos hacemos y deshacemos hasta que la despiadada criba termine y suceda la corrección. La ilusión que lleva al mal es la de la separatividad. El fin de un mundo, afirma Guénon, es el fin de una ilusión. La ilusión del Logos racional llegó a su término. La imagen icónica del pequeño sacrificado así lo establece. Fernando Solana Olivares.

OLIVER SACKS: TAXONOMÍAS.

“Ni siquiera he intentado darle un título adecuado. En mi cuaderno de apuntes era el diario de Oaxaca, y en Diario de Oaxaca ha quedado”. Estas son las líneas finales del prefacio que Oliver Sacks escribió en diciembre de 2001 para consignar su viaje en busca de helechos realizado un año antes con un pequeño grupo de científicos, autodidactas y eruditos, un grupo de naturalistas del que este neurólogo clínico y escritor creativo formaba parte como lo hacía de sociedades paleontológicas o dedicadas a la investigación de los minerales. En esas dos cuartillas y media Sacks incurre de nuevo en aquel riesgo de Pascal citado en su legendario El hombre que confundió a su mujer con un sombrero: establecer al último lo que debiera exponerse al principio. Todo prólogo entonces es un inevitable epílogo donde queda delineada una genealogía a la que Sacks pertenece: los naturalistas y sus diarios decimonónicos, “una mezcla de lo personal y lo científico”: Wallace, Bates, Spruce, y antes de ellos, su inspirador y también el de Darwin, el pionero Humboldt. Sacks los define como aficionados que hallaban la motivación de sus búsquedas heroicas en su propio interior, sin pertenecer a ninguna institución y, utilizando una metáfora afortunada, siendo habitantes ocasionales de un mundo feliz, paradisíaco. Así calificará al grupo con el que viaja: amateurs, amantes en el mejor sentido, dice, unidos por la pasión hacia los helechos (de los cuales en Oaxaca hay varios cientos de especies), un grupo no competitivo formado por treinta profesionales eruditos: lección antropológica de los pequeños formatos, tan cercanos al pensamiento y a las indagaciones cognitivas de este hombre renacentista que contempló activamente y experimentó a la naturaleza. El que no experimenta no piensa, afirma la alquimia, un arte practicado por los antepasados. Oliver Sacks pertenece a una anticipación cultural que ya está en curso: el cambio del paradigma cartesiano y el positivismo materialista de la separatividad, por una conciencia de participación cuya lógica es básica y su operación simple: sólo relaciona. En algunos medios se le llama Tercera cultura, la cual reúne la sensibilidad y el conocimiento supra científico de las humanidades con la disciplina del método experimental científico. Y en el caso de Sacks, mediante otra simetría: la confluencia del médico, que se ocupa de un solo organismo, y la del naturalista, que observa varios. “Para situar de nuevo en el centro al sujeto (el ser humano que se aflige y que lucha y padece) hemos de profundizar en un historial clínico hasta hacerlo narración o cuento”. Este es el método que sigue Sacks para obtener un “quién”, además de un “qué”. Líneas actuantes en su perspectiva: la recuperación del sujeto concreto, aquel que fue invisibilizado al ocurrir el olvido del ser propio de la sociedad moderna de masas. Un olvido esencial. Sacks afirmaba que en su ejercicio clínico no era posible disociar el estudio de la enfermedad y el estudio de la identidad del enfermo. Y los trastornos de enfermedades neurológicas que aborda ---pérdida de memoria, de la capacidad de reconocer a la gente o los objetos de uso corriente, aparición de tics o muecas violentas o vociferaciones obscenas involuntarias, enajenación de miembros físicos o retrasos mentales con inmensas dotes artísticas o científicas---, junto con la literatura descriptiva que emplea para dibujar con palabras los aspectos exteriores e interiores de un ser, o la forma de percibirlos, produciendo en la imaginación del lector una impresión tan definitiva como logra hacerlo la percepción sensible, son parte de una nueva disciplina a la que Sacks llamó “neurología de la identidad”. Los pacientes nerviosos habitan figuras arquetípicas: héroes, víctimas, mártires y guerreros, “viajeros que viajan por tierras inconcebibles”. Son vidas y periplos que tienen el don de lo fabuloso y transcurren por territorios donde se juntan el científico y el romántico en una “ciencia romántica”, una intersección de hecho y de fábula que convirtió en género. En febrero de este año, en un texto testamentario de franqueza conmovedora, Oliver Sacks hizo saber que padecía un cáncer terminal. Además de un vivo pesar, su templanza y su aceptación infundieron serenidad entre sus miles de lectores. Hace unos días la mano del destino bajó el telón de este sabio numeroso. Otro autor canónico: profunda extrañeza, gran belleza. Fernando Solana Olivares.

MERCADO YOGA.

Los juegos del intercambio, metaforizaba un viejo historiador, para enfatizar las virtudes del comercio, esa acción esencialmente humana. El primer ministro indio, Narendra Modi, celebró el primer Día Internacional del Yoga el 21 de junio pasado, encabezando una meditación junto a miles de sus compatriotas en Nueva Delhi. El yoga es un negocio de 10 mil millones de dólares en Estados Unidos, donde lo practican diariamente veinte millones de personas. En un artículo reciente (El País, 16-VIII-15), el escritor indio Nilanjan Mukhopadhyay afirma que la estrategia internacional de promoción del yoga seguida por Modi y su gobierno no obedece a un poder blando, como se cree, sino que está hecha para desviar la atención de las políticas antiminorías que viene aplicando desde que llegó al poder. Narendra Mori rompe los moldes del político habitual. Los analistas coinciden en que es un genio de la imagen, carismático y cautivador. Nació en 1950 en el seno de una familia pobre del estado de Gujarat al oeste de India. A los ocho años ingresó en una organización hindú fundamentalista de la que llegó a ser coordinador. Fue un gobernador muy exitoso que encabezó la revolución industrial de su estado, llevándolo a un crecimiento de más del 10 % durante más de una década. Nunca ha sido visto con ninguna pareja sentimental, es un vegetariano estricto y asegura ser un asiduo practicante de yoga y dormir entre cuatro y cinco horas diariamente. Asumido como una gimnasia holística capaz de curar afecciones, prevenirlas o retrasarlas, practicado según diversos estilos y escuelas, las tradiciones clásicas del yoga en Occidente lamentan que se suprima el ejercicio de la meditación, una parte sustantiva del ejercicio del yoga. Su masificación mercadológica lo ha empobrecido, ofreciéndose en una versión reducida y meramente física. De las ocho etapas del yoga: abstinencia, observancia, posturas corporales, técnicas de respiración, interiorización, concentración, meditación y contemplación, la apropiación occidental sólo toma en cuenta la tercera y un poco de la cuarta. Así son los sincretismos superficiales, las descontextualizaciones vampíricas del capitalismo terminal que haciendo de la parte un todo obtiene su fin enfermo y absoluto: la rentabilidad. Sin embargo, el fenómeno cultural va más allá de su comercialización, de su transmisión superficial y de su instrumentación política. El cuerpo asumido como templo del alma, idea central del yoga (yug, yugo: unión de mente y cuerpo), representa una corrección del dualismo cartesiano y enseña al practicante la posibilidad psicofisiológica de existir de otra manera. El Bhagavadgitâ, “El canto del Bienaventurado”, uno de los textos religiosos más importantes de la humanidad, presenta a Arjuna, el Hamlet indio, quien se niega a combatir contra gente de su propia familia. Para vencer su resistencia, Krishna, la deidad, le habla de las tres ramificaciones del yoga: el de la acción, el del conocimiento y el de la devoción. La vía del karmayoga ---el de la acción desapegada--- ha fascinado a un Occidente ascético, protestante y calvinista desde que oyó hablar de ella. El sistematizador del yoga, Patañjali, recuerda que la ignorancia, causa esencial de la miseria humana ---una ignorancia que lleva a confundir el espíritu con nuestro proceso psico-mental, atribuyéndole cualidades y predicados---, consiste en considerar lo efímero, impuro, doloroso y no-espíritu, como siendo eterno, puro, placentero y sí-espíritu. En tal medida el hinduismo, dentro del cual está el yoga, participa de una dimensión metafísica que Occidente niega y a la vez teme. Y tal como Schopenhauer, ese primer budista extraviado en Europa introdujo en la filosofía moderna conceptos provenientes del hinduismo y del budismo que le eran afines, pensadores actuales como Peter Sloterdijk han conocido empírica y directamente la vivencia sistematizada del yoga, de la meditación y del retiro del mundo, en su caso en el ashram del gurú Osho, de quien fuera discípulo. Sloterdijk combate la cultura unidimensional que nos ahoga. En aquellos ejercicios de provocación que propone para que surjan las posibilidades de no seguir desmoralizándose, el yoga es lo que él llamaría una distinción relevante. O una obligación para la época: la facultad de distinguir. Esos sincretismos de los que deberá hablarse. Fernando Solana Olivares.

DOS SAETAS.

Cruzaron el cielo como una fuerza aérea. Atareados y poderosos volaban hacia algún lugar próximo, pues en verano los patos bajan desde el norte para anidar y reproducirse. Ninguna otra ave vuela igual que ellos, sumergidos en un mar invisible que van desplazando en el meta espacio donde viajan, en otra dimensión. Siempre he creído que la pregunta de Mark David Chapman, el asesino de John Lennon, al ver las aguas congeladas de Central Park: ¿a dónde van los patos en invierno?, se contesta aquí: algunos de ellos vienen aquí. La sonda espacial News Horizons se encuentra fugazmente con Plutón para levantar el velo del último de los mundos sin explorar del mundo clásico. Para la astrología analítica, Plutón, el príncipe de las tinieblas, representa las profundidades de las tinieblas interiores, de las capas arcaicas de la psique: el estado sado-anal con las fuerzas oscuras, según dicen los textos, con lo negro, lo feo, lo sucio, lo malo, la revuelta, el sadismo, la angustia, lo absurdo, la nada y la muerte. Por otra parte, es símbolo de la reconstitución radical sobre nuevas bases y rechazando los elementos dañinos o superfluos. Significa una criba o el trabajo en lo echado a perder. Nada de esto, desde luego, le interesa a los patos saeta que rasgan el cielo con su trayectoria. Su intenso presente no admite ninguna especulación. Fue Nietzsche quien promulgó el dictum de la época: no hay hechos, sino interpretaciones. Por eso surgió la hermenéutica, la ciencia de la interpretación. Somos intérpretes que interpretamos interpretaciones. Se ha multiplicado entre la gente una perspectiva, una interpretación casi fatal de la realidad contemporánea. Ya afirmaba la primera filosofía occidental que el Logos era común a todos pero que cada quien actuaba como si fuera dueño de una lógica particular. Hoy los diarios del desasosiego personal se vuelven comunes, a la manera de un Logos negativo. O de otra forma: hoy la gente común está triste y desencantada. Surgió ya en todo su negativo esplendor la oscuridad de la época y habrá quienes extiendan el término de campo de concentración para detallar sociológicamente las condiciones que van prevaleciendo en la sociedad planetaria. Parece no haber alternativas: a) la auto corrección del sistema: una utopía; b) su mantenimiento prolongado; c) su agravamiento. B y c van ocurriendo. La realidad se estrecha y una gran parte de ella se vuelve desde dura hasta insoportable. El pensamiento único sólo propone una forma material de estar en el mundo y lo inmediato es entre falso, inalcanzable y evanescente. No en balde la época cambió sus paradigmas cuando de las discusiones sobre el compromiso político de los intelectuales, los intelectuales pasaron a debatir la muerte del hombre. Un dato más entre otros es que ésta época fue prevista, nombrada y descrita por los textos antiguos. La consejería está abierta: lo que no nos aniquila, nos vuelve más fuertes (Nietzsche), en el centro del huracán mora la calma (varios), el piso que tira es el piso que levanta (proverbio tántrico). Puede escogerse la fórmula para transitar por estos procelosos días, cuyas metáforas son terribles: un barco gigantesco que surca un mar de ahogados, mientras a bordo se suceden angustiosas conferencias sobre el estado de las cosas (Sloterdijk). Si la imagen del campo de concentración es operativamente posible de ser pensada, quedan dos actitudes ante ello, conforme a testimonios directos (Primo Levi): abandonarse hasta el final o tener todos los días algunos gestos de recuperación de la dignidad humana: aliñarse al violento despertar, limpiarse la cara si era posible, enderezarse la ropa, amarrarse los zapatos. ¿Por qué haces eso? le preguntaba otro confinado al que le parecía ocioso. Para seguir siendo humano, contestaba el escritor, o algo similar. Es un juego de espejos, una suma de paradojas: en el sinsentido encontrar sentido, en el dolor fortaleza. Los consuelos estoicos, una política de los pequeños gestos, de los ámbitos que dependen de uno, de los pequeños formatos, mientras suena la hora de que lo colapsado se reformule. Si todo es interpretación, la acción posible está en el cambio de la interpretación. Toda interpretación es una suma de palabras. Las palabras son perspectivas. El vuelo de los patos es una escritura. Fernando Solana Olivares.