Friday, September 26, 2014

EL VALOR DE ARREOLA.

Hablando alguna vez del primer encuentro que tuvo con Antonio Alatorre, quien sería su entrañable amigo, Juan José Arreola lo describió como un hombre afanoso de conocimiento que desde niño empezó a saber y a conocer y a practicar ese arte de la apropiación de bienes ajenos en que consiste la cultura. La descripción también era la suya, pues la vida literaria e intelectual de Arreola, desde una temprana edad que él ya ha contado, significó esa impaciencia del conocimiento autodidacta y voraz en su adherencia a las vastas corrientes del pensamiento y la creación, a la extensa red de vasos capilares y continuidades donde hasta hace poco venía transmitiéndose el espíritu de la cultura, su bosque de signos y vinculaciones, el canon de la memoria común. En algún texto memorable Arreola empleó su poderosa imaginación y su erudición chispeante para determinar que en el interior del nombre genérico Ensayo actuaba la palabra latina que designaba al catador de alimentos para los reyes. Reunió el riesgo de aquel oficio con la acción crítica e indagante de la prosa ensayística: otro retrato de sí mismo y sus empeños, pues debe anotarse la audacia intelectual entre sus profundos méritos literarios y culturales, un rasgo dado por esa condición individual solitaria que prescindió de intermediarios entre él como aprendiz y el libro y su autor. Tal vez ha sido el mismo personaje público, su excentricidad y energía (recuérdese que toda virtud es energía), lo que ha matizado el gran talento literario de Arreola, un don que se manifestaba urgente entre tantos otros que poseía, como su fascinación hacia la vida y el intenso ejercicio de sus pasiones, o la generosidad aristocrática con sus amigos y hasta desconocidos desde su heroica y crónica pobreza. Llegó a reclamar su fama de estilista literario, un epíteto dicho por la crítica que sentía mustio y sin alma. Afirmaba que entre sus textos se encontraba toda la fluidez, aun la plebeya, toda la incesante corriente del lenguaje, al fin su única pertenencia y la auténtica patria del escritor verdadero. En cuanto a Arreola, como con todas las mentes y obras superiores, deberá decirse que ese lenguaje fue el Logos. Entre sus saberes diversos Arreola frecuentó las culturas orientales. Esa formación insaciable o su legendaria y aguda penetración irónica, su visión dislocadamente literaria de la realidad, pudieron hacerle conocer aquella sentencia china que advierte sobre la muerte de las virtudes y la sobrevivencia de los ritos y los ceremoniales laicos en sustitución de ellas. Sin embargo, de conocer la iniciativa de la diputada Verónica Delgadillo para declararlo Benemérito Ilustre y trasladar sus restos mortales a la Plaza de los Jaliscienses Ilustres, Arreola se mostraría de acuerdo en aceptar ---acaso con una divertida sonrisa y un ácido comentario--- el sitio canónico que le corresponde entre las autoridades de la cultura y el lenguaje, una sucesión en el tiempo que funda el pensamiento y la sensibilidad humanos, el lugar que le pertenece entre esos muertos inolvidables que la perseverancia de la memoria colectiva, un destello del milagro resistente contra los profesionales del olvido: la cultura es el diálogo de los que están vivos con aquellos muertos que nunca han muerto. De todos modos no pasaría nada si la iniciativa de honrar a un muerto ilustre no prosperara. Y menos con Arreola. Una mañana perentoria, cuando se vencía el plazo editorial para entregar un libro, José Emilio Pacheco contó haberse presentado a las nueve en Elba y Lerma para recibir el dictado que Arreola haría tumbado de espaldas desde un catre. Ante la pregunta de éste, Pacheco sugirió empezar por la cebra. Contó después que como si estuviera leyendo un texto invisible, el Bestiario empezó a fluir de sus labios: ‘La cebra toma en serio su vistosa apariencia, y al saberse rayada, se entigrece. Presa de su entejado lustroso, vive en la cautividad galopante de una libertad mal entendida”. Ese rapto creativo característico del sistema mental de Arreola, la posesión por el genio de lenguaje, merece el lugar común de un homenaje. Reclamando la libertad bien entendida de su arte literario, Arreola decía poder demostrar que cada párrafo de su literatura llevaba la sustancia de su vida personal, su sangre y su sensualidad más exacerbada. Se consideraba “un poco artista, solamente”. Más bien un gozador de la vida, un “vividor” nutrido más que de la cultura libresca, en la cultura vital. Fernando Solana Olivares.

Thursday, September 25, 2014

PARADIGMÁTICA.

Los mismos pensamientos, tenidos una y otra vez, cimentan en la red neuronal del cerebro profundas conexiones que definen a la persona en cuanto a su identidad y así conducen su destino. Una poderosa y compleja red de sinapsis neurofisiológicas e intercambios bioquímicos construida, en gran medida, a través del diálogo interior y los pensares de la época. En el primero se establece la idea que la persona se forma de sí misma, el auto concepto (“eres como eres porque te dices a ti mismo que así eres”); en los segundos se anidan los pensamientos colectivos, lo que Byung Chul-Han llama la dictadura del consenso y Murena define como los pensamientos de la época que nos piensan, el sistema de ideas o la ideología común en un momento histórico. Ciertas escuelas indican que esa es la primera operación a realizar: cobrar conciencia de que uno es lo que piensa, y a continuación cobrar conciencia de que uno puede dejar de pensar lo que piensa. ¿Cómo? La más antigua definición del yoga dice que esto se logra mediante la suspensión voluntaria del flujo mental, un ejercicio de meditación que genera el crecimiento de la masa encefálica, sobre todo en el lóbulo frontal donde se operan las funciones de la conciencia superior, y confirma la existencia de la neurogénesis y de la plasticidad neuronales recientemente descubiertas por la ciencia occidental, confirma la renovada vida de la mente conocida desde antaño por la psicología oriental. Para lograrlo debe tenerse una práctica estructurada, una técnica invariable. Su ejercicio diario va profundizando la limpieza sináptica, la corrección de las denominaciones que la mente realiza, el desaprendizaje de sus rutinas y la desautomatización de sus pasos. Ello permite separar el pensamiento que llega a la mente de cualquier reacción bioquímica o conductual que ante él se genere: simplemente se lo ve y se lo deja pasar. Al cabo de un tiempo esos pensamientos (llamados irritantes psíquicos por el budismo) dejarán de llegar al plano mental, pues la equivocada sinapsis neuronal en que se sostenían desaparece, pues la red neuronal de la mente se transforma: todo organismo conoce, así sea potencialmente, su mutabilidad. Sucede entonces el único milagro posible, el cambio estructural de actitud. Cuando yo es otro, como diría Rimbaud. La materia está entrelazada, como lo demuestra el “espeluznante efecto distancia” mencionado por Einstein: aquel fenómeno en que dos partículas lanzadas hacia lugares opuestos del cosmos responden de modo instantáneo ante cualquier acción ejercida en una de ellas, negando radicalmente que exista tal cosa como la distancia, pues todo está en contacto todo el tiempo de una manera que escapa todavía a nuestra comprensión. Comienza apenas el traslado de tales conocimientos (“El entrelazamiento no es una propiedad del quantum, sino que es la propiedad”: Erwin Schrödinger) a otras áreas de la experiencia como los sistemas biológicos, sociales o globales. Y aunque hay quienes creen que esas extrapolaciones de la física cuántica son meros buenos deseos de la incipiente filosofía de la New Age, lo cierto es que trazan claramente, como diría algún autor, una línea divisoria entre el viejo paradigma racionalista y mecánico de un universo desconectado y muerto, y el nuevo paradigma en desarrollo acerca de un universo interconectado e intrínsecamente vivo. De tal modo que no parece nada improbable o alocado postular que las mentes se entrelacen y que efectivamente exista un campo mental unificado como desde hace miles de años han establecido los Vedas o el budismo, entre otros métodos de conocimiento que parten de la unicidad de la materia y de la energía, de su origen y procedencia esenciales. En suma, todos los campos del saber y la experiencia (psicología, sociología, biología, economía, teoría de sistemas, ética, teología, política) se verán modificados por la certeza creciente de que la mente, la conciencia, un atributo inmaterial, tiene efectos materiales sobre el orden físico. De alguna manera, hasta la Babel posmoderna de interpretaciones con su deconstrucción obsesiva ha sido una preparación conceptual para entender la multiplicidad de lo existente, “la jerarquía anidada de sistemas coherentes, conectados no-localmente, entrelazados” que conforman a la naturaleza, según Ervin Laszlo. La conclusión perentoria es que todo está conectado con todo. Aceptarlo es el primer paso en la metamorfosis de la conciencia: el otro modo de pensar. Fernando Solana Olivares.

CON MAGRIS NOS ARREBATA.

La literalidad: sólo citarlo ¿Para qué decir qué?: “La reverberación de la nada enciende las cosas, las latas abandonadas en la playa y los cristales reflectores de los coches, del mismo modo que el crepúsculo incendia las ventanas. El río no posee totalidad y viajar es inmoral, decía Weininger mientras viajaba. Pero el río es un viejo maestro taoísta, que a lo largo de sus orillas da clases sobre la gran rueda y sobre los intersticios entre sus radios. En cada viaje existe por lo menos un fragmento de sur, horas tranquilas, abandono, fluir de la ola. Sin preocuparse por los huérfanos de sus orillas, el Danubio corre hacia el mar, hacia la gran persuasión”. Una excursión hecha de historias múltiples, estratificadas y específicas que se cuentan como tela de araña vibrátil desde una materia hasta ahora no empleada así en los tejidos narrativos: el río mismo, sobre el cual escribir no es fácil, como dice Magris que decía Tumler en su libro al respecto, pues fluye continuo e indiferenciado, ignorando las proposiciones y el lenguaje. El Danubio es una obra maestra sin reservas cuya voz narrativa son un cuerpo de agua y los destinos, las fábulas, las memorias de todos aquellos huérfanos en sus orillas. Sólo puede consultarse, después de ser leído una, dos y tres veces, por bibliomancia abriéndolo al azar. El río no debe de ser interrogado directamente, escribe Magris, como Medusa petrificante, así que obstinarse en hacerlo hablar lleva a una desproporción literaria de énfasis líricos, a un Danubio que sería inexistente. El libro igual. Muy pronto conocí el deslumbramiento magrisiano, introducido a él por quien conducía esa fratria de lectores, José María Pérez Gay, pues en el genio triestino y en su literatura estaba el imperio perdido austro-húngaro que aquél hiciera conocer a otros como yo, ávidos y agradecidos también de saber que en Trieste, zona de tránsitos, vivió en silencio literario por veinte años Italo Svevo y enseñó inglés James Joyce para enamorarse cándidamente de una alumna y escribirlo con sublimidad. Y la galanura del brillante ensayista de prosa impresionante, su apariencia, era un valor agregado más. El grupo que viaja con el otro narrador, el que sigue las variantes, los rizos y la cadencia que impone el río, multiplica formas propuestas por el Tractatus de Wittgenstein, quien también está en El Danubio, pues en él quedan suspendidos los decretos de Su Majestad el Olvido (al que Lichtenberg dedicaba sus obras) y la memoria recuerda, convoca, invoca. Gigi, la viajera que acompaña al relator en su vagabundeo por el río, encuentra en una librería de viejo de Budapest un libro de cartas que la conducen a una mención del maestro de música Eulambio de Gradisca, profesor durante treinta años en Leipzig, evaporado en la nada de la omisión y ahora existente mientras perviva el libro que lo cita. Extraordinario organismo literario de destinos sinápticos, concomitantes y funcionales en una profunda red donde no sobra nada. Ningún ornamento que sea un delito. En alguna parte de este libro sapiencial escrito desde el río histórico, deidad heracliteana fluyente donde sucede la oscura desbandada de la existencia, el autor triestino se encuentra con una antigua condiscípula, quien le cuenta cómo ha sido su vida hasta entonces. La mujer se confiesa cansada ya de significar para los otros un apoyo constante, un invariable dar. No le agobia la tarea misma, la cual asume como un destino que estoicamente cumplirá hasta el último de sus días, sino lo que a cambio de hacerla recibe: el egoísmo indiferente de tantos de sus beneficiarios, quienes nunca reparan en las necesidades de ella misma, nunca se interesan en su situación. El drama de los tantos destinos inagotables, los nudos episódicos que hacen la red. Vendrá Magris como un anciano venerable a recibir un premio más, el FIL de Literatura. No será el Dios de Spinoza citado por él, el de naturaleza indiferente, quien lo recibirá, sino el otro Dios, el que permite el atónito estupor ante la fortuna recibida y consagra la lección dicha por Stifter y mencionada por el escritor líquido: que todas las cosas expresan algo, pero el hombre que las escucha se estremece porque hablan de la ley general, del fluir del presente en el pasado. La verdadera literatura, escribe Magris, obliga a ajustar cuentas con el mundo del lector y sus certidumbres. Leer El Danubio es fundar la memoria. Fernando Solana Olivares.

Tuesday, September 09, 2014

GIRO DE DERVICHE.

Una secuencia física comienza con veintiún giros. Se trata de estimular los remolinos de los siete centros de energía llamados chakras por los hindúes y glándulas endocrinas por la medicina occidental. Pero sobre todo se trata de girar hacia la derecha como peonza con los brazos extendidos sin perder el centro y obteniendo velocidad. Girar para alcanzar equilibrio, reunión hemisférica y hasta gozo infantil. Al parar, cuando se absorbe el mareo, un remolino de energía ascendente subirá por el cuerpo. Método sugerido por Richard Burton, el explorador del siglo XIX que entró a la Meca y Medina, conoció las fuentes del Nilo y tradujo Las mil y una noches: “Abjura del por qué y trata de obtener el cómo, como un sufí”. Dice el diccionario especializado que las doctrinas y prácticas sufíes ---la vía mística del islam que se remonta hasta Mahoma y se propone alcanzar una relación estrecha con Dios--- practican el dhikr, una meditación o invocación divina que puede acompañarse con un rosario, con el control de la respiración, con música o danzas extáticas como las de los derviches danzantes y giradores en la tradición del gran poeta místico turco Rumi del siglo trece. Los ortodoxos islámicos reprueban todo ello. Acusan a los sufíes de panteístas, libertinos, antinómicos, descuidados de la oración, el ayuno y la peregrinación. En algunos lugares se les persiguió y los sufíes mendicantes fueron tildados de charlatanes o heréticos. Uno de los autores importantes de esa corriente, al-Ghazâlî, defiende a ultranza el conocimiento de lo otro, de la unidad, por medio de la experiencia directa y la revelación antes que por el razonamiento lógico o la cultura normativa. Y más que modestos, en la metodología sufí también cuentan los giros. Escalera al cielo de otros estados de la conciencia que se alcanzan (o se atisban, y eso ya es extraordinario) en el cuerpomente del practicante, un desprendimiento de la pesadez matérica, cierta levedad y flotamiento que dejan el lastre atrás. El más conocido representante actual del sufismo divulgativo, Idries Shah, coloca la atención como la facultad inicial de ese camino espiritual. Para la novelista Doris Lessing es un sendero donde se abandona la idea del conocimiento y de lo otro como una comodidad o un consumo, se utilizan las parábolas, los poemas y las narraciones para transmitir el conocimiento, se rechaza el sentimentalismo y se desenmascaran las ilusiones. Esta es una cita de Rûmi en En esto lo que está en eso: “El hombre tiene tres estados espirituales. En el primero no presta ninguna atención a Dios, pero reverencia y atiende a todo, mujer y hombre, riqueza y niños, piedad y terrones. No profesa culto a Dios. Cuando adquiere algo de conocimiento y de conciencia, entonces sólo sirve a Dios. Luego, cuando progresa más en su estado, se vuelve silencioso. No dice ‘No sirvo a Dios’, ni tampoco dice ‘Sirvo a Dios’, pues ha trascendido estos dos grados”. Así penetraron en el país afgano donde uno de ellos sería rey, disfrazados de derviches danzantes vagabundos, Daniel Dravot, el degollado y efímero monarca, cuya tragedia empieza cuando es mordido por la mujer a la que obligan a desposarlo y la herida revela su condición humana, y Peachey Carnehan, los dos memorables personajes de la novela de Kipling. Derviches giradores aparecen también en Encuentros con hombres notables de G. I. Gurdjieff (y en la película de Peter Brook del mismo título) como parte de las danzas sagradas que una expedición de buscadores de la verdad encuentra todavía vigentes en un monasterio milenario escondido en el desierto del Gobi. La primera de las diez etapas místicas sufíes es la que se llama murâqabah, atención constante. Esa y otras nueve, que se practican desde los sietes estadios del practicante, entre los que están la ascesis, la paciencia y la satisfacción, permiten obtener la unidad del ser, el logro final. Las largas temporadas dedicadas a los pequeños detalles nutren las fuerzas. Es de llamar la atención que sea la atención el método siempre indicado por las diversas tradiciones integrales que no son accidentes de tiempo y lugar, aquellas donde toda búsqueda filosófica o creativa debe desembocar en una realización espiritual personal o de lo contrario será una vana pérdida de tiempo, como buscar las experiencias espirituales sin una formación filosófica previa que las integre. Veintiún giros: los modos de comprender y los modos de ser. Fernando Solana Olivares.

Tuesday, September 02, 2014

LA GLORIETA IDIOTA.

Uno. El pueblito tiene sus carreteras deshechas pero el gobierno municipal dispuso construir una glorieta. O quizá ella surgió por sí misma y trajo consigo a los afanosos peones que la van levantando. Está en el peor lugar posible, enfrente de una fábrica que gigantescamente crece y desplaza cada vez más tráilers poco diestros para dar vueltas: el desarrollo. Nadie dice nada, las glorietas son incriticables, pero todos lo comentan: una pendejada gubernamental más. Se quejan del munícipe y de su programa de trabajo consistente en todas las arbitrariedades a las que lo conducen sus ocurrencias. Lleva dos años en el cargo y los vecinos sienten como si hubieran pasado veinte. ¡Oh realidad! Dos. Hace cien años nació Julio Cortázar, el cual nunca se ha ido: su obra es tan vigente como antes y forma parte canónica de la memoria común. Entre su genio entrañable y múltiple está “Casa tomada”, otra narración perfecta de las muchas que imaginó. Una presencia que el cuento nunca define y sólo alude ---de ahí su condición intensamente perturbadora--- va ocupando la casa de dos hermanos hasta que deben abandonarla en la noche con lo que llevan puesto. Analogía, metáfora: hoy el país está tomado por el priísmo triunfante que prepara su nueva perdurabilidad sexenal. La oposición no existe y sus restos sobreviven divididos. La diferencia, si hay alguna entre el cuento y nuestra circunstancia, es que aquí sí se sabe quién toma la casa y también para qué. Ya tienen todo, pero necesitan más. Tres. La dictadura del consenso lleva al infierno de lo idéntico. Es el autoritarismo difuso del pensamiento único, perverso logro de la globalización impuesta: hacernos creer que no existen alternativas económicas y políticas, culturales y espirituales, otros saberes diferentes al modelo hegemónico de la positividad, que sin necesitar decirlo prohíbe el reconocimiento de lo negativo, así ésta sea un disenso fundado, una objeción argumentada o una simple diferencia de intereses, razón por la que en Facebook no existe la opción “no me gusta”: el parque mental de diversiones temáticas posmodernas no puede no gustar. Cuatro. ¿Qué importa más: conservar una amistad de muchos años o dejar sentado (escrito) un precedente crítico, una opinión discordante con un suceso, con una forma de? La amistad es un valor humano, lo otro es una acción moral. Cinco. El sábado por la noche, mirando una película boba, surgió en la pantalla al cambiar de canal. Llamaban la atención los gestos faciales de los reunidos: la mirada arrogante de una, la actitud embelesada de la otra, el rictus de amargura de aquél, las ceremonias de éste, la familiaridad del de junto, la circunspección del allá. Sonaba la lengua de madera del poder y sus lugares comunes, la oquedad de las preguntas y las respuestas. Cuando mueren las virtudes sólo quedan en pie las sobre socializaciones mediáticas, los actos que se vuelven reales y legítimos porque se transmiten por televisión, ese único “saber mayoritario” actual. Seis. “Ella tiene el propósito de ser una persona leal y franca, aunque tenga que joder a todo el mundo para lograrlo”, escribe Scott Fitzgerald en su cuaderno de notas. El inciso cuatro presenta la misma diyuntiva. Debe surgir entonces la autocensura, un sacrificio en el altar de esa sombra de una sombra, según los antiguos consideraban a la amistad. Siete. Que el diccionario pare las balas, que las mentiras parezcan mentiras, canta un rasposo juglar contemporáneo. La historia actual es una intemperie, un mal tiempo generalizado que tendrá que culminar alguna vez. Para tolerarla y sobrevivirla hay que identificar el mal: la constante repetición de lo mismo, el dominio de la mercancía evanescente en un momento histórico donde todo es mercancía. Por eso hay que despensar, desaprender el modelo establecido, organizar el pesimismo y hacer una lectura a contrapelo de la “filosofía del éxito y la victoria”, que desde la antigüedad hasta hoy considera que los logros obtenidos a costa de los otros son necesarios, útiles, justos y morales. Ocho. Lo anticipó Walter Benjamin en su aviso de incendio histórico para que nadie le hiciera caso: “es preciso cortar la mecha encendida antes de que la chispa llegue a la dinamita”. Nueve. El budismo zen es supra razonable. Uno de sus patriarcas enseñó que la enfermedad de la mente humana consiste en rechazar lo desagradable y buscar con avidez compulsiva lo agradable. Milenios atrás se diagnosticó la patología de la positividad, que entonces aquejaba a las conciencias individuales y hoy es un inconsciente colectivo, una atmósfera tan invisible como el agua para el pez. Fernando Solana Olivares.

DISFUNCIONALIDADES.

Este país existe en diversos planos, en estratos, franjas o burbujas que no se mezclan pero se afectan entre sí. Uno de ellos es como una opereta crepuscular y decadente aunque tiene un nombre más preciso: esperpento. Esta construcción sociopolítica bizarra, destructiva y de doble vínculo que nos implica a todos: clases políticas, oligarquías, tecnocracias, medios de comunicación, instituciones, crimen organizado y sociedad. Como en la Roma corrupta y degradada, el espectáculo de la putrefacción de los políticos mexicanos resulta patético. Aunque los coros mecánicos del consenso pretendan desviar tales asuntos al terreno de la esfera privada y a la violación de los derechos personales, no hay tal. El poder y la representación demandan un cierto comportamiento, pues la forma y el fondo actúan juntos en política. Sería ingenuo pretender la vigencia de aquella norma antigua que restringía la conducta de quien había sido dotado de poder, ya que dicha condición lo colocaba en un estado diferente al del ciudadano común, en una circunstancia que le exigía una conducta moral como fuente de la auténtica legitimidad. Pero sería culturalmente correcto postularlo, sobre todo ahora, en nuestra época bizarra, cuando los buenos están encerrados en su incertidumbre y los malos viven henchidos de apasionada intensidad. Y gobernando, además. En la sociedad confesional y policiaca de estos días las grabaciones clandestinas, aun siendo delito, son habituales. ¿No lo saben los políticos videograbados o la impunidad nacional reinante los dota ya de un cínico cinismo ante lo que de ellos se exhiba? Parece así avanzar sin obstáculo alguno una subcultura disfuncional que admira la conducta negativa y la convierte en ideal. Tan dispuesta a olvidar robos, sobornos, desfalcos, yates, extravagancias, abusos, viajes, putas, apuestas, alcohol, estimulantes, autos, joyas y tanto más, como se muestra capaz de ignorar reformas legales brutalmente nocivas para el interés nacional que significan, conforme afirma la prensa europea independiente, una puesta en venta del país. Esta autoritaria y súbita conclusión de la despiadada etapa neoliberal que comenzó con De Lamadrid, se profundizó con Salinas y se impuso al fin con Peña Nieto. La ley de analogía es un principio que se considera universal. Tal atraco legislativo, una mezcla de traición, frivolidad y cooptación históricas cuyas consecuencias en el tiempo serán vistas como una fractura del estado nacional, sólo podría haber sido perpetrado por los peores representantes posibles. Los malos legisladores legislan malas leyes. Además ajenas, provenientes de senadores republicanos gringos cabilderos de las voraces empresas trasnacionales que desde la expropiación petrolera han pugnado por volver a apoderarse de la renta petrolera, o de poderes locales fácticos como los monopolios televisivos y radiofónicos que construyen el consenso de control sicótico y fomentan la desarticulación de los intereses populares. Y luego otros órdenes sutiles pero también determinantes para el estado profundo del país: la relación entre la violencia incontrolable a pesar de los indicadores mediáticos y los comisionados estatales impuestos por Los Pinos ---una obsesión con los efectos de la violencia y una sistemática invisibilización de sus causas generativas: la pobreza, la desigualdad, la exclusión de las mayorías---, y la psique nacional agobiada por las evidencias de un presente colectivo cada vez más adverso y difícil ante el cual está inerme debido a la corrupción y a la impunidad orgánicas, a la crisis de representación política, y las posibilidades objetivas de un agravamiento económico y sociopolítico quizá radical en el corto y mediano plazo. Analistas como Eduardo Caccia han exhibido la disfuncionalidad, el doble vínculo o doble mensaje que sostienen a la política mexicana y a la misma atmósfera común que le da origen y sostén: el sistema cultural mexicano moldea conductas delictivas, pues al no castigarlas las premia. Dicha esquizofrenia de siglos agravada en las últimas décadas ---cuya prevalencia va más allá de las clases políticas para afectar prácticamente todos los órdenes de la vida nacional, desde universidades públicas hasta orfanatos--- no presenta signos de remisión. Los cambios culturales ocurren mediante eventos de choque o a través de cambios graduales. Es mexicanamente obvio que esto último no está todavía a nuestro alcance. ¿Seguirá entonces qué? Fernando Solana Olivares.