Friday, April 25, 2008

TERCERO EN DISCORDIA

La democracia política mexicana cruje. La democracia social ni siquiera eso, pues nunca ha existido. Tirios y troyanos se desgarran las vestiduras y el espectáculo de lo público alcanza de nuevo la condición que a menudo suele tener: el esperpento. Dice un mago que por ahora leo (Eliphas Levi) que toda fuerza necesita una debilidad, se ejerce sobre una debilidad y triunfa por una debilidad. Nuestra democracia es débil porque solamente alcanza las manifestaciones de lo formal, pero tampoco ahí, en tales ritos que no derivan de virtud alguna, se comporta coherente, convincentemente. Y la fuerza que se le aplica proviene de un hartazgo popular que va ganando terreno y cada vez se hace más destructivo. Quién utiliza ese hartazgo y para qué lo vuelve fuerza, es parte esencial de la cuestión a plantear: la postura de un tercero en discordia ante las equidistantes y excluyentes posiciones políticas que hoy se enarbolan con pretexto de la reforma petrolera (que no energética) presentada al Congreso por el gobierno de Felipe Calderón.

No creo en las buenas intenciones de un régimen gubernamental cuya inmensa miopía táctica o franca venalidad estratégica lo llevan a nombrar secretario de Gobernación a un oligarca partícipe del negocio energético y contratista de Pemex, aun ocupando cargos de representación popular y públicos. Si esto no fuera suficiente para contaminar de manera irreparable y abonar objetivamente la desconfianza hacia cualquier proposición sobre el tema proveniente de un gobierno compuesto por integrantes así, bastarían los mecanismos publicitarios que se han utilizado para multiplicar las suspicacias al respecto y, empleando el mero sentido común, concluir que la reforma petrolera, como está concebida, es la parte más sustancial de un guión de privatizaciones dictado por la insaciable voracidad neoliberal extranjera con la complicidad de sus socios locales, aquellos lamentables procónsules descritos por Vasconcelos.

No creo que Televisa, sus noticieros y locutores (por razones de toxicidad mayor no frecuento los del otro monopolio, Azteca) tengan autoridad objetiva y moral alguna para asumirse como voceros del interés democrático de la república. No cuando han sido y siguen siendo el aparato de desnacionalización, manipulación y embrutecimiento más amplio e insidioso que hasta ahora se conoce. Si las palabras recuperaran un sentido cabal entre nosotros, debiera calificarse al duopolio televisivo como el verdadero peligro nacional que ha arruinado la salud física, mental y educativa de millones de mexicanos. Por ello ya no creo, y lo lamento, en aquellos intelectuales que antes fueron voces críticas y ahora dan lo que sea por aparecer en las pantallas de la caja que alguna vez fue idiota para opinar cosas del todo evanescentes, sabiendo —aunque simulen haberlo olvidado— que el medio en sí es el propio mensaje, que el medio es el masaje.

No creo, asimismo, que la toma de las tribunas del Congreso por el FAP sea una actitud “golpista”, equiparable al fascismo histórico. En todo caso, sí, atenta contra el proceso democrático político porque mediante la fuerza lo altera. ¿Pero cuál es el mal más grande: interrumpir mediante ese trámite violento y desesperado, que luce tan indecente a los ojos televisivos del público decente, una negociación acrítica pactada de antemano y en lo oscuro por las finísimas y confiables personas de nuestros legisladores priistas y panistas, o, así sea mediante tan cuestionable recurso antiparlamentario, descarrilar una maquinaria ya lista para legislar facciosamente y obligarla a discutir el tema de la reforma a Pemex en un contexto y en unos plazos más amplios?

No creo, evidentemente, que López Obrador sea un líder democrático; sus adversarios y enemigos tampoco lo son, acaso sólo cuiden con más esmero las apariencias de un formalismo político que a aquél parece importarle menos cada vez. No creo, como es obvio, que en las asambleas dominicales lopezobradoristas se ejerza ninguna suerte de consulta colectiva o de discusión racional: el líder fija la línea y ésta se acata. Acaso porque es la única figura carismática, guste o no, surgida en la vida pública luego de Marcos. Pero el mismo acriticismo lineal es ejercido en las otras formaciones políticas: los jefes dicen qué y los demás lo hacen.

No creo, faltaba más, en el lamentable y recién suicidado PRD. Podría decirse que es un lástima porque de tal bizarra y rabiosa manera la izquierda mexicana institucional se anula a sí misma y cancela, si todavía lo representara, el interés histórico de las masas populares. Pero tampoco creo en el ineficaz y corrupto panismo que en donde gobierna lo hace peor que sus corruptos e ineficaces antecesores priistas, esa confederación de intereses patrimoniales que acaricia lograr lo que sería una dramática restauración política: la durísima condena de este país para seguir viviendo en el presente del pasado.

Los peores, dipsómanos de la moral ajena y nunca de la propia, están henchidos de apasionada intensidad, mientras que los mejores viven encerrados bajo su propia incertidumbre. A fin de cuentas tuvo razón la videncia poética de López Velarde: los veneros del petróleo nos los escrituró el diablo. Sus pozos profundos también. Entonces, toda fuerza requiere una impulsión, necesita una acción y se apoya sobre una resistencia. Toda democracia política, para serlo francamente, requiere ser una democracia social.

Fernando Solana Olivares

Friday, April 18, 2008

ESTE DESLINDE / Y III

Lo metafísico en la historia exige abandonar la equivocada idea del hombre como centro de la creación para aceptar que “pertenece a conjuntos reales”, como la historia humana misma

Con sobrada razón, sin duda, un amable lector de estos textos escribe para decirme que no encuentra lógica en los argumentos de los mismos, pues no le convence el vínculo que pretenden establecer entre la política contemporánea y la acción en ella de otras fuerzas cuya adscripción, de estar en alguna parte, no se encuentra en el mundo de lo aparente, de lo visible o incluso de lo común. Y dicho lector no es un positivista elemental que sólo acepta hablar de lo que puede percibirse con los sentidos físicos y nada más.

Existen dos modos de definir aquellas fuerzas actuantes en el orden de lo político que por su propia naturaleza son ocultas y secretas. Las primeras, más o menos referibles, corresponden a los poderes fácticos que van desde el imperio mediático-financiero hasta los omnipresentes mecanismos de la persuasión ideológica y publicitaria. Pueden ubicarse a partir de testimonios de políticos como el inglés Benjamín Disraeli —“El mundo está gobernado por personajes muy distintos a los que se imaginan aquellos que no están dentro del telón”—, o el asesor estadunidense Zbigniew Brzezinski —“La sociedad será dominada por una élite de personas libres de valores tradicionales, que no dudarán en realizar sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del pueblo y controlarán y vigilarán con todo detalle a la sociedad”—, testimonios múltiples que corroboran la existencia de otra política diferente a la que públicamente se declara, de otros dueños del poder que no son aquellos que resultan electos en las urnas y, en consecuencia, de otros intereses insospechados que se esconden detrás de lo que la gente ignora.

La verdad, diría Voltaire, es lo que se hace creer. De tal manera que vivimos bajo una “extraña dictadura” económica e ideológica, que Viviane Forrester describe como un régimen político nuevo a escala planetaria, no declarado, “que se instauró sin ocultarse pero a espaldas de todos, de manera no clandestina sino insidiosa, anónima, tanto más imperceptible por cuanto su ideología descarta el principio mismo de lo político y su poder no necesita gobiernos ni instituciones”. Sobran ejemplos de ello para quien quiera verlos, y son suficientes para abonar la hipótesis de las fuerzas ocultas que gobiernan la realidad actual. Fuerzas fácticas, segundos estados, fratrias o mafias propias de un primer nivel del secreto político y de la acción histórica.

La segunda instancia de lo oculto en aquello que atañe a las sociedades sólo puede ser considerada desde una interpretación radicalmente diferente a la que suele privar en las visiones materialistas de la realidad, porque define lo “histórico” como el lugar de revelación de lo “metafísico”. Y este término supone un problema de significado insoluble para la mentalidad literal tan común en nuestros días. Lo metafísico suele confundirse con lo religioso, cuando debería vincularse con lo sagrado, una noción que sólo la ignorancia entiende como sinónimo de todo lo que tenga que ver con una fe dogmática, con sus respectivas iglesias y representantes. En todo caso, lo metafísico en la historia, explicándola como un principio espiritual y no como un suceder azaroso, exige abandonar la equivocada idea del hombre como centro de la creación para, si no se quiere acudir a algo tan problemático como ese campo semántico que llamamos lo divino, aceptar entonces que el hombre “pertenece orgánicamente a conjuntos reales”, uno de ellos, la historia humana misma y sus lapsos de duración, en los cuales épocas como la presente sólo son un pedazo: tal es el valor del tiempo, que participa de la eternidad.

Por eso Nicolai Berdiaev —pensador ruso de origen marxista que derivó hacia una concepción de lo humano cuya idea dominante es la libertad creadora— insiste en la necesidad de una identificación entre el sujeto conocedor (el hombre) y el objeto conocido (la historia), para comprender los procesos socioculturales en su verdadera dimensión: “la historia contemporánea se acaba”, afirma Berdaiev. Tanto el humanismo como el racionalismo y el individualismo son desarrollos de un proceso histórico iniciado en el Renacimiento y que para él ha llegado a su crepúsculo. Una nueva Edad Media sobrevendrá entonces, a la manera de un periodo histórico donde si bien ciertas pérdidas profundas y muchas barbarizaciones sistémicas se harán presentes, también surgirán ciertos rasgos preparatorios del momento histórico siguiente, algunos de los cuales pueden advertirse ya agrupados en una emergente originalidad (es decir: una vuelta al origen), cuya síntesis tal vez sea ese “retorno al pensamiento complejo” propuesto por autores como Edgar Morin: una nueva mentalidad plurívoca que sacramente lo real como maravilloso, que transite desde el racionalismo materialista moderno hasta el superrealismo de una renovación espiritual, que encuentre otro simbolismo para las viejas nociones y se adapte a una lógica naciente. Sin embargo, los riesgos serán múltiples, pues la civilización técnica puede intentar desarrollarse hasta límites que Berdaiev llama de magia negra para evitar su final, y la “masa de durmientes” entonces se multiplicará.

En dicho dilema no hay otra solución que penetrar en la sustancia de la libertad personal, algo a lo que se accede, no algo que se nos da. Un trabajo tanto interno como externo para reconstruir individualmente aquello que históricamente se ha perdido: el centro espiritual. Quienes consiguen este deslinde son llamados “los que se mueven a voluntad”.

Fernando Solana Olivares

Friday, April 11, 2008

ESTE DESLINDE / II

La lastimosa existencia de una izquierda política tan parecida a la derecha reinante, denominaciones las dos que dejan ya de tener sentido cabal: todos los gatos son pardos

El día del racionalismo materialista ha llegado a su fin y comienza la noche histórica. “Todas las señales —escribió en los años treinta del siglo pasado Nicolás Berdiaev, un pensador a quien debe leerse de nuevo para comprender lo que ocurre en nuestro momento y, acaso, lo que ocurrirá sin falta— atestiguan que hemos salido de una era diurna para entrar a una era nocturna”. Nuestro tiempo es crepuscular. Y aunque el superficial e inducido optimismo de la época lo rechace, o su complemento pesimista también superficial e inducido lo magnifique, dicha condición nocturnal es indispensable para cualquier cambio de estado, el cual siempre se produce a través de una fase previa de oscurecimiento.

Lo anterior puede sonar abstracto o incluso lírico. Sin embargo, y a pesar de la supuesta brillantez tecnológica de nuestra época, de los omnipresentes mecanismos de persuasión masiva que reiteran sin cesar las hipotéticas bondades de la actualidad neoliberal, sólo considerando (y desdramatizando) ese agotamiento espiritual y por ende físico, político, psíquico, ambiental y económico del día racionalista, será posible dar el salto hermenéutico —“la ruptura”, le llama el autor— hacia otro futuro posible, otra sensación de universo, otro modelo de existencia común.

Todo acto de transformación se inicia como un acto de imaginación profunda. En tal terreno debe ocurrir la lucha personal para comprender y luego resistir los brutales trastornos colectivos que irán sucediéndose con una frecuencia cada vez mayor. Quien controla la imaginación de la gente controla su destino. Si tampoco se acepta la existencia deliberada e intencional de una formidable empresa de sugestión para establecer dicho dominio avasallante sobre la psique, el cuerpo, la voluntad y el sentimiento de las masas contemporáneas, no será posible para ningún sujeto o grupo actuar en consecuencia y construir alternativas. Por eso, entre otras razones, la lastimosa existencia de una izquierda política tan parecida a la derecha reinante, denominaciones las dos que dejan ya de tener sentido cabal: todos los gatos son pardos.

El mundo tardomoderno está al revés y en él sigue ocurriendo con frecuencia creciente aquello que advirtió Goethe: “¿Qué es lo más difícil de todo? Lo que parece más sencillo: ver con nuestros ojos lo que hay delante de ellos”. ¿Ejemplos? Son legión. La organización del ocio masivo o la moda, ese cambio incesante y sin objeto que se convierte en valor en sí. La obsolescencia de las mercancías, desde coches hasta computadoras, fabricadas para no durar y muchas para ni siquiera servir. Los controles burocráticos, el feismo contemporáneo, el envilecimiento de la vida cotidiana, el estrangulamiento del espacio vital, la política del miedo a través de la enfermedad como tópico constante, la puerilización de las conductas, o la reducción existencial y aun educativa del habla, pues ya no se requieren más de cien palabras para convivir (alguna vez la casa del ser fue el lenguaje, quizá tal sitio hoy se localice en la pantalla de un teléfono celular). Etcétera.

A fin de cuentas todo es dialéctico y todo desorden es el germen de un orden que todavía no se puede ver. En las visiones cíclicas del tiempo, nuestro momento histórico es designado por los libros sagrados tibetanos como la “Edad de la progresiva corrupción”. El jainismo le llama la “Edad tristemente triste”. Sin embargo, esta decadencia antes gradual y ahora acelerada ofrece múltiples salidas para aquellos que sean capaces de reconocer las relaciones de continuidad entre un mundo que muere y otro que apenas va a nacer. Éste último no se encuentra más que en el regreso al origen, es decir, en la originalidad. Y como esa condición exige sobre todo liberar la imaginación humana de los mecanismos de control que la estupidizan, hay quienes la definen, siguiendo a Berdaiev, “como un recogimiento intelectual operado en la oscuridad, una renovación de la conciencia en el plano sociocultural.” Si se quiere una receta más tangible de lo mismo habría que repetir a Calvino: saber qué y quién no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio. En suma, observar con atención aquello que ha estado delante de los ojos y mirarlo otra vez sin las anteojeras de la opinión, del prejuicio o de la seudoinformación manipulante.

Hace milenios surgió en la China antigua —que no en la actual, esta potencia brutalmente genocida y vorazmente destructora— la “Escuela de los nombres” para ocuparse de la relación entre las palabras y la realidad. Derivada de ella, el proyecto político de Confucio insistió en que el mantenimiento del orden común y el ejercicio del buen gobierno requerían la coincidencia puntual entre las cosas y las designaciones dadas a las mismas. “Rectificación de las palabras” se le llamó a dicha actitud civilizacional. ¿No sería deseable un empeño lingüístico similar entre nosotros para nombrar los verdaderos “peligros para México”, que antes que López Obrador ¬—al cual en una operación de contrapropaganda ellas mismas y otras le endilgaron tal diatriba—, lo son empresas tan reverenciadas como Coca-Cola, Pepsico, Nestlé, Bimbo y Kellogg’s, responsables todas (Proceso 1640), junto con diversos funcionarios estatales, oligarcas, legisladores, cabilderos, publicistas y medios electrónicos de comunicación masiva, del gravísimo segundo lugar mundial que ostenta el país en sobrepeso y obesidad entre niños y adultos?

Y lo que sigue es la cuestión del petróleo, esa tenebrosa profundidad.

Fernando Solana Olivares

Friday, April 04, 2008

ESTE DESLINDE / I

Somos lo que son nuestros estados mentales. Y así nos va. Comprendemos poco, quizá nada. Tenemos costumbres, prejuicios, opiniones. Nos pesa la memoria, nos hace sufrir la sentimentalidad. Tomamos la realidad por algo dado y perdemos de vista que es una construcción. Pero en el mundo moderno ---advierten autores como René Guénon---, a pesar de su patología del mirarlo todo y quizá por ello, el secreto mejor guardado es el de la profunda y extendida tarea de sugestión que ha diseñado la mentalidad contemporánea, fabricándola de tal modo que se vea impedida para percibir y aceptar la existencia, la sola posibilidad de que esa “formidable empresa sugestiva” sea algo intencional y dirigido, logrando así el mejor medio posible para que dicho secreto nunca llegue a ser descubierto.
La publicidad es el agente funcional que pone en circulación las falsas necesidades dirigidas a moldear y establecer la mentalidad vigente. Aunque debe de haber algo más en tales iniciativas, que no son sólo acciones espontáneas de un capitalismo salvaje y extremo donde la mercancía representa un fetiche absolutizador. El odio de la época al secreto esconde y preserva la existencia de misterios operativos que van más allá de poderes económicos y políticos no visibles, de revoluciones que sólo la ingenuidad suele llamar espontáneas, de guerras y catástrofes inducidas, de magnicidios insolubles a través de un guión que parece seguirse en todas partes, de seudorreligiones y neoespiritualismos edificados a propósito, de destrucciones económicas y sociales, debacles que lucen como si fueran los ensayos generales de un experimento mayor.
Las teorías conspirativas, las visiones policiacas de la historia, las hipótesis de la causalidad ---un residuo de la mentalidad primitiva que en toda acción cree atisbar la voluntad de una fuerza oculta---, han sido desautorizadas por un mundo que predica la democracia informativa y exalta modélicamente la imagen simbólica de las casas de cristal, y por un racionalismo que cree que sólo existe lo tangible, dentro de lo que ahora está prioritariamente lo que se exhibe ante la mirada. Al modo de la carta del cuento de Edgar Allan Poe, aquella que se esconde mostrándose, la modernidad difunde el odio al secreto para preservar cuestiones que no deben ni siquiera pensarse: ¿existen creaciones intencionales, poderes de la subversión, mentes conscientes comprometidas en procesos de larga duración, fuerzas dedicadas a abrir la puerta de influencias psíquicas y sociales cada vez más degradantes y sórdidas?
Responder afirmativamente supone un acuerdo con lo que postula Guénon: aceptar la existencia del mal no desde una perspectiva religiosa o moral sino tradicional y suprahistórica, existencia que se exacerba en coyunturas temporales como las prevalecientes ahora; aceptar que los estados del ser son múltiples, que la condición humana sólo es uno más de esos estados, y que la modernidad supone una etapa límite o terminal de un dilatado ciclo. Sin embargo, el autor se niega a ir más lejos de hacer alusiones generales cuando menciona a los operadores de ciertas empresas, grupos que pueden estar detrás de asuntos tan elaborados y complejos como la creación de la Sociedad Teosófica de madame Blavatsky y su asociado Olcott, a la cual Guénon dedica un documentado libro: El teosofismo. Historia de una pseudorreligión (Obelisco, Barcelona, 1989).
Guénon pormenoriza en él con tanto detalle los orígenes de la fundadora del teosofismo que no puede dudarse de su profundo y autorizado conocimiento sobre mucho más que aquello que escribe. Metódicamente breve, perentorio y lacónico, el autor escapa invariablemente de una divulgación tremendista o anecdótica, que le parece nociva para el sistema inmunólogico mental de los individuos, y también una concesión “pintoresca” a la naturaleza de las cosas, un mero efecto dramático. Sin embargo, hace una escueta mención de una entidad llamada John King, ligada desde tiempo atrás a Blavatsky, según su propia afirmación. De lo muy poco dicho por Guénon puede inferirse que John King es un ‘espíritu’ materializado, una proyección de energía hecha desde otro nivel y para otros fines, un transmisor actuante en este mundo desde siglos antes. Pero nada más.
El estudio es tan minucioso y documentado que se ha dicho que su información le fue proporcionada a Guénon por la logia desconocida de la que formaba parte, dispuesta a desenmascarar así el montaje de un engaño para crédulos. Citando un escrito ocultista, Histoire de Rose-Croix, por Sédir, el autor ---que está exponiendo los rasgos conectivos entre la escenografía teosófica y sus similitudes masónicas adulteradas--- transcribe con interés lo siguiente: “Una tradición dice que este Imperator existe siempre, y que su acción habríase convertido en política”.
No es posible indagar más porque Guénon demuestra, mediante la multiplicidad de dominaciones rosacrucianas existentes, su distancia del centro espiritual que afirman representar, sin abundar en el tema. A pesar de ello hace otra mención sobre logias modernas iluministas y templarias equívocas, y dice que una de ellas “desempeñó un papel político sospechoso”. El espíritu es peligroso, aseguran quienes conocen de su frecuentamiento, desde san Pablo hasta Sai Baba. La prioridad intelectual de Guénon no consiste en aquello que considera un signo contingente de la degradación moderna, como la política. Le interesa el espíritu antes que su mezcla, aunque tácitamente concede que en momentos como los actuales los dos niveles parecen actuar vinculados.

Fernando Solana Olivares