ESTE DESLINDE / Y III
Lo metafísico en la historia exige abandonar la equivocada idea del hombre como centro de la creación para aceptar que “pertenece a conjuntos reales”, como la historia humana misma
Con sobrada razón, sin duda, un amable lector de estos textos escribe para decirme que no encuentra lógica en los argumentos de los mismos, pues no le convence el vínculo que pretenden establecer entre la política contemporánea y la acción en ella de otras fuerzas cuya adscripción, de estar en alguna parte, no se encuentra en el mundo de lo aparente, de lo visible o incluso de lo común. Y dicho lector no es un positivista elemental que sólo acepta hablar de lo que puede percibirse con los sentidos físicos y nada más.
Existen dos modos de definir aquellas fuerzas actuantes en el orden de lo político que por su propia naturaleza son ocultas y secretas. Las primeras, más o menos referibles, corresponden a los poderes fácticos que van desde el imperio mediático-financiero hasta los omnipresentes mecanismos de la persuasión ideológica y publicitaria. Pueden ubicarse a partir de testimonios de políticos como el inglés Benjamín Disraeli —“El mundo está gobernado por personajes muy distintos a los que se imaginan aquellos que no están dentro del telón”—, o el asesor estadunidense Zbigniew Brzezinski —“La sociedad será dominada por una élite de personas libres de valores tradicionales, que no dudarán en realizar sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del pueblo y controlarán y vigilarán con todo detalle a la sociedad”—, testimonios múltiples que corroboran la existencia de otra política diferente a la que públicamente se declara, de otros dueños del poder que no son aquellos que resultan electos en las urnas y, en consecuencia, de otros intereses insospechados que se esconden detrás de lo que la gente ignora.
La verdad, diría Voltaire, es lo que se hace creer. De tal manera que vivimos bajo una “extraña dictadura” económica e ideológica, que Viviane Forrester describe como un régimen político nuevo a escala planetaria, no declarado, “que se instauró sin ocultarse pero a espaldas de todos, de manera no clandestina sino insidiosa, anónima, tanto más imperceptible por cuanto su ideología descarta el principio mismo de lo político y su poder no necesita gobiernos ni instituciones”. Sobran ejemplos de ello para quien quiera verlos, y son suficientes para abonar la hipótesis de las fuerzas ocultas que gobiernan la realidad actual. Fuerzas fácticas, segundos estados, fratrias o mafias propias de un primer nivel del secreto político y de la acción histórica.
La segunda instancia de lo oculto en aquello que atañe a las sociedades sólo puede ser considerada desde una interpretación radicalmente diferente a la que suele privar en las visiones materialistas de la realidad, porque define lo “histórico” como el lugar de revelación de lo “metafísico”. Y este término supone un problema de significado insoluble para la mentalidad literal tan común en nuestros días. Lo metafísico suele confundirse con lo religioso, cuando debería vincularse con lo sagrado, una noción que sólo la ignorancia entiende como sinónimo de todo lo que tenga que ver con una fe dogmática, con sus respectivas iglesias y representantes. En todo caso, lo metafísico en la historia, explicándola como un principio espiritual y no como un suceder azaroso, exige abandonar la equivocada idea del hombre como centro de la creación para, si no se quiere acudir a algo tan problemático como ese campo semántico que llamamos lo divino, aceptar entonces que el hombre “pertenece orgánicamente a conjuntos reales”, uno de ellos, la historia humana misma y sus lapsos de duración, en los cuales épocas como la presente sólo son un pedazo: tal es el valor del tiempo, que participa de la eternidad.
Por eso Nicolai Berdiaev —pensador ruso de origen marxista que derivó hacia una concepción de lo humano cuya idea dominante es la libertad creadora— insiste en la necesidad de una identificación entre el sujeto conocedor (el hombre) y el objeto conocido (la historia), para comprender los procesos socioculturales en su verdadera dimensión: “la historia contemporánea se acaba”, afirma Berdaiev. Tanto el humanismo como el racionalismo y el individualismo son desarrollos de un proceso histórico iniciado en el Renacimiento y que para él ha llegado a su crepúsculo. Una nueva Edad Media sobrevendrá entonces, a la manera de un periodo histórico donde si bien ciertas pérdidas profundas y muchas barbarizaciones sistémicas se harán presentes, también surgirán ciertos rasgos preparatorios del momento histórico siguiente, algunos de los cuales pueden advertirse ya agrupados en una emergente originalidad (es decir: una vuelta al origen), cuya síntesis tal vez sea ese “retorno al pensamiento complejo” propuesto por autores como Edgar Morin: una nueva mentalidad plurívoca que sacramente lo real como maravilloso, que transite desde el racionalismo materialista moderno hasta el superrealismo de una renovación espiritual, que encuentre otro simbolismo para las viejas nociones y se adapte a una lógica naciente. Sin embargo, los riesgos serán múltiples, pues la civilización técnica puede intentar desarrollarse hasta límites que Berdaiev llama de magia negra para evitar su final, y la “masa de durmientes” entonces se multiplicará.
En dicho dilema no hay otra solución que penetrar en la sustancia de la libertad personal, algo a lo que se accede, no algo que se nos da. Un trabajo tanto interno como externo para reconstruir individualmente aquello que históricamente se ha perdido: el centro espiritual. Quienes consiguen este deslinde son llamados “los que se mueven a voluntad”.
Fernando Solana Olivares
Con sobrada razón, sin duda, un amable lector de estos textos escribe para decirme que no encuentra lógica en los argumentos de los mismos, pues no le convence el vínculo que pretenden establecer entre la política contemporánea y la acción en ella de otras fuerzas cuya adscripción, de estar en alguna parte, no se encuentra en el mundo de lo aparente, de lo visible o incluso de lo común. Y dicho lector no es un positivista elemental que sólo acepta hablar de lo que puede percibirse con los sentidos físicos y nada más.
Existen dos modos de definir aquellas fuerzas actuantes en el orden de lo político que por su propia naturaleza son ocultas y secretas. Las primeras, más o menos referibles, corresponden a los poderes fácticos que van desde el imperio mediático-financiero hasta los omnipresentes mecanismos de la persuasión ideológica y publicitaria. Pueden ubicarse a partir de testimonios de políticos como el inglés Benjamín Disraeli —“El mundo está gobernado por personajes muy distintos a los que se imaginan aquellos que no están dentro del telón”—, o el asesor estadunidense Zbigniew Brzezinski —“La sociedad será dominada por una élite de personas libres de valores tradicionales, que no dudarán en realizar sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del pueblo y controlarán y vigilarán con todo detalle a la sociedad”—, testimonios múltiples que corroboran la existencia de otra política diferente a la que públicamente se declara, de otros dueños del poder que no son aquellos que resultan electos en las urnas y, en consecuencia, de otros intereses insospechados que se esconden detrás de lo que la gente ignora.
La verdad, diría Voltaire, es lo que se hace creer. De tal manera que vivimos bajo una “extraña dictadura” económica e ideológica, que Viviane Forrester describe como un régimen político nuevo a escala planetaria, no declarado, “que se instauró sin ocultarse pero a espaldas de todos, de manera no clandestina sino insidiosa, anónima, tanto más imperceptible por cuanto su ideología descarta el principio mismo de lo político y su poder no necesita gobiernos ni instituciones”. Sobran ejemplos de ello para quien quiera verlos, y son suficientes para abonar la hipótesis de las fuerzas ocultas que gobiernan la realidad actual. Fuerzas fácticas, segundos estados, fratrias o mafias propias de un primer nivel del secreto político y de la acción histórica.
La segunda instancia de lo oculto en aquello que atañe a las sociedades sólo puede ser considerada desde una interpretación radicalmente diferente a la que suele privar en las visiones materialistas de la realidad, porque define lo “histórico” como el lugar de revelación de lo “metafísico”. Y este término supone un problema de significado insoluble para la mentalidad literal tan común en nuestros días. Lo metafísico suele confundirse con lo religioso, cuando debería vincularse con lo sagrado, una noción que sólo la ignorancia entiende como sinónimo de todo lo que tenga que ver con una fe dogmática, con sus respectivas iglesias y representantes. En todo caso, lo metafísico en la historia, explicándola como un principio espiritual y no como un suceder azaroso, exige abandonar la equivocada idea del hombre como centro de la creación para, si no se quiere acudir a algo tan problemático como ese campo semántico que llamamos lo divino, aceptar entonces que el hombre “pertenece orgánicamente a conjuntos reales”, uno de ellos, la historia humana misma y sus lapsos de duración, en los cuales épocas como la presente sólo son un pedazo: tal es el valor del tiempo, que participa de la eternidad.
Por eso Nicolai Berdiaev —pensador ruso de origen marxista que derivó hacia una concepción de lo humano cuya idea dominante es la libertad creadora— insiste en la necesidad de una identificación entre el sujeto conocedor (el hombre) y el objeto conocido (la historia), para comprender los procesos socioculturales en su verdadera dimensión: “la historia contemporánea se acaba”, afirma Berdaiev. Tanto el humanismo como el racionalismo y el individualismo son desarrollos de un proceso histórico iniciado en el Renacimiento y que para él ha llegado a su crepúsculo. Una nueva Edad Media sobrevendrá entonces, a la manera de un periodo histórico donde si bien ciertas pérdidas profundas y muchas barbarizaciones sistémicas se harán presentes, también surgirán ciertos rasgos preparatorios del momento histórico siguiente, algunos de los cuales pueden advertirse ya agrupados en una emergente originalidad (es decir: una vuelta al origen), cuya síntesis tal vez sea ese “retorno al pensamiento complejo” propuesto por autores como Edgar Morin: una nueva mentalidad plurívoca que sacramente lo real como maravilloso, que transite desde el racionalismo materialista moderno hasta el superrealismo de una renovación espiritual, que encuentre otro simbolismo para las viejas nociones y se adapte a una lógica naciente. Sin embargo, los riesgos serán múltiples, pues la civilización técnica puede intentar desarrollarse hasta límites que Berdaiev llama de magia negra para evitar su final, y la “masa de durmientes” entonces se multiplicará.
En dicho dilema no hay otra solución que penetrar en la sustancia de la libertad personal, algo a lo que se accede, no algo que se nos da. Un trabajo tanto interno como externo para reconstruir individualmente aquello que históricamente se ha perdido: el centro espiritual. Quienes consiguen este deslinde son llamados “los que se mueven a voluntad”.
Fernando Solana Olivares
1 Comments:
Estimado Fernando, gracias a Miguel Ángel Echegaray me enteré que andas por Jalisco y navegando en la red me encuentro este blog tuyo. Aprovecho entonces las coincidencias con esta botella al mar que espero llegue a tu buen puerto, para tratar de reconectarnos y platicarte un poco de lo que ando haciendo en gráfica y pintura. A parte del correo mío que viene en este post te doy otros dos:
mgmorin@santillana.com.mx
mauriciogomezmorin@yahoo.com.mx
Bueno pues ojala me conteste, me gustará mucho el reencuentro. Mientrás tanto va un afectuoso abrazo
Mauricio
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