Friday, February 22, 2008

LAS PAUTAS POÉTICAS

Cuenta Ezra Pound, en un libro de preceptiva literaria hoy poco frecuentado, que hubo un tiempo en que el poeta se tendía en el pasto, apoyaba la cabeza contra un árbol y tocaba sus composiciones en un humilde flautín. Mientras tanto César conquistaba el mundo y Craso atesoraba riquezas, las modas seguían su camino y todos dejaban al poeta en paz. Tal vez ahora siga siendo lo mismo, a pesar de que aquella Edad de Oro ya no exista. La realidad se degrada a una velocidad espeluznante, la crisis civilizacional profundiza sus circunstancias, la gente sólo cree en la existencia de lo que percibe y así percibe muy poco, el materialismo planetario de la religión del consumo ahoga cualquier sensibilidad. La fealdad del presente tiene fuerza retroactiva, dijo el vienés Karl Kraus apenas a principios del siglo pasado, y una triple decadencia, advertida por Cyril Conolly también apenas ayer, se enseñorea de nuestros instantes: la decadencia del material, la decadencia del lenguaje, la decadencia del mito unificador, cualquiera que éste pudo haber sido. Por eso un artista, insiste Conolly, debe pensar que escribe sobre agua y modela sobre arena, pero no desesperarse por vivir en una época de decadencia, pues esto último sólo es “un problema técnico más que ha de resolver”.

Quienquiera entonces comprobar que la Edad de Oro todavía existe en aquel campo semántico o lenguaje cargado de sentido a su máxima posibilidad que llamamos poesía, debe leer un libro que acepta todo adjetivo de magnitud —por ejemplo, el de extraordinario— pues los elogios que merece son abundantes y conducen a la exactitud crítica: el Anuario de poesía mexicana 2006 (FCE, México, 2007), cuya selección y prólogo se deben a Pura López Colomé, una de las mejores (mejor es más grande) poetas contemporáneas en lengua española, traductora ejemplar e inusualmente dotada, inteligente y sensible ensayista.

“Me aproximé a esta tarea —escribe Pura en su presentación de la antología, ella misma un poderoso y expresivo poema— con una profunda emoción. La de quien valora estar en este mundo y en este país hoy, considerándolo una gracia plena. Difícilmente habría yo leído toda esta poesía sin el compromiso de reunir sus realizaciones más afortunadas, simplemente porque mis obsesiones literarias me conducen por caminos insospechados que no siempre son los de mi propia casa. Tengo presente ahora como nunca antes que, en serio, todo encuentro casual es una cita. Haber leído a tantos poetas jóvenes —que podían ser mis hijos—, y no hallar en ellos ni la menor huella de sinsabor respecto de las posibilidades y alcances de la palabra en las demarcaciones indemarcables del poema; sentir en su escritura el ‘fino exceso’ de que hablaba Keats, sin pasarse de listos creyéndose dueños de una, también entrecomillada, singularidad; recibir de su poesía, pese a los años luz que nos separan, el don romántico del pensamiento elevado que tan es tal que nos parece casi un recuerdo íntimo; percatarme, sobre todo, de la ferocidad de su lenguaje, su furia, su burla, su hilaridad abriéndose paso codo a codo con el dolor de un mundo nada grato; sentir a todo volumen su exuberancia, fuerza, pasión intelectual, y notar que no pierden, por la seriedad de sus temas, ni un ápice de frescura; todo esto y tanto más me hizo estallar de orgullo y felicidad, y hallar, asimismo, a muchos eternos jovencitos en colegas de mi generación, cuyo módulo expresivo se refresca por la cercanía de quienes tienen muchos años menos (...)”.

Toda pauta depura. Y este acto de amor poético que nos ofrece una poeta, cuya voz se multiplica entre las voces de una nómina opulenta, enseña —muy alto es su magisterio— que nos ocupamos de lo inútil y nos perdemos de lo esencial. La poesía es inútil, por eso es esencial. Sería injusto decir que este volumen condensatorio se compone de tantos más cuantos poetas; mejor nombrarlos como ahí aparecen para que su patronímico guíe a quien anhele consolarse de esta vida gracias a su lectura, función de la poesía definida por Luis Cernuda que Pura reitera en su elocuente puerta de introducción. Pero son 92 —seleccionados entre revistas literarias que publicaron sus versos durante 2006— y su lista rebasaría los caracteres asignados a esta columna. Sirva entonces como disculpa con el casi centenar de notables autores aquella frase del viejo Pound donde afirmó que es de enorme importancia que se escriba gran poesía, pero que no importa en absoluto quién la escriba. Supongo que cualquier poeta íntegro suscribirá la disolvente afirmación.

Hasta ayer desconfiaba de los premios literarios por dos razones: porque nunca me los han dado y a como voy —a como escribo— es un hecho que nunca me los darán; porque abundan los premios editorialmente comerciales cuyos obras galardonadas se caen de las manos desde la primera vez que se leen. Ahora sí confío en algunos de ellos, pues a Pura López Colomé le han otorgado, mucho más que merecidamente, el premio Xavier Villaurrutia, debido a su invicto libro de poesía Santo y seña (FCE, México, 2007), icástica palabra mayor. Al dárselo a Pura también a mí me lo han dado, pues cada vez que leo sus cantos éstos me poseen como si fueran míos; así ella misma diría de su generosa y feliz antología: se vuelven propios, son tan múltiples y universales, tan conmovedoramente humanos y claros, tan austeros y estremecedores, tan bien escritos, tan santo y seña poéticos, que no importa quién.

Fernando Solana Olivares

1 Comments:

Blogger JORGE SOLANA AGUIRRE said...

El hongo hecho sueño por el hambriento tiempo.

Jorge solana

www.jorgesolana.blogspot.com

2:44 PM  

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