Budiatría: el fuego / y III
El tema de esta pequeña serie de artículos que ahora termina son las interacciones mente-cuerpo. La ciencia occidental ha descubierto (o confirmado, pues las doctrinas tradicionales lo saben desde hace milenios) que las diversas técnicas meditativas permiten alcanzar una reacción psicofisiológica contraria a la reacción generada por el estrés, aquella que se conoce como “luchar o huir” y durante la cual aumentan el metabolismo, la presión sanguínea, el ritmo cardíaco y el ritmo respiratorio. Después de investigaciones que comenzaron alrededor de 1967 en Harvard, por fin se ha documentado experimentalmente que son indispensables dos pasos para obtener los cambios fisiológicos que el médico Herbert Benson denomina “reacción de relajamiento”: “1) La repetición de una palabra, sonido, plegaria, pensamiento, frase o incluso actividad muscular; y 2) ignorar los demás pensamientos que acudan a la mente para volver pasivamente a la repetición”.
Benson explica lo que para unos cuantos resulta una obviedad y para muchos otros una sorpresa: que estas instrucciones figuran en técnicas religiosas y seculares antiquísimas, presentes lo mismo en la tradición hindú que en la judía, en la tradición cristiana protestante o en el catolicismo romano igual que en el ortodoxo. “El hecho es que la reacción de relajamiento —escribe— supone una reacción fisiológica humana común y forma parte de todas las religiones que utilizan la oración repetitiva”. Y es apenas ahora cuando esta técnica que efectivamente contrarresta los terribles efectos del estrés, esa generalizada enfermedad tardomoderna que origina prácticamente todas las demás, se está abriendo paso en la medicina contemporánea. ¡Oh, sorpresa!: los místicos, además de todo, gozan de cabal salud. Y de virtud, pues según afirma Proust muy sensatamente ésta no es otra cosa que energía.
Así entonces, el trabajo de diversos científicos no enajenados ha puesto en claro que si bien existe un estado fisiológico común a todos, dicho umbral puede cruzarse con las técnicas de la meditación. Volviendo a las prácticas superiores del g Tum-mo, donde el meditador puede disolver a voluntad el sentimiento de identificación con el tipo ordinario de corporeidad —toda percepción o idea, aun la tan arraigada del cuerpo, no es más que una convención, un modelo mental para armar o desarmar—, el método requiere que tanto el cuerpo como el entorno sean equiparados con la representación de una deidad arquetípica, un modelo del yo que permite imaginarse y vivirse a uno mismo como un ser de muchos brazos, por ejemplo, para alcanzar un sentimiento y una psicofisiología distintas a las predominantes en la conciencia habitual.
Después de que el practicante se ha visualizado en un cuerpo arquetípico debe dejar este cuerpo para verse, mediante su complejo mente-cuerpo, como una especie de bioordenador (una máquina viviente), “formado por canales en una red específica de pautas, una red neural, energías que se mueven de formas particulares y nódulos o gotas bioquímicas de conciencia sutil, gotas como focos de conciencia o células seminales”. Un área de sabiduría y práctica tántricas conectada, conforme la secuencia descrita por Robert A. F. Thurman, con la neurociencia actual.
El mismo científico elucida que el practicante de g Tum-mo se convierte, a través de complejas pero altamente organizadas visualizaciones que trabajan su sistema nervioso, en un emisor de energía extraordinaria que se aviva con la respiración al modo de un fuelle con las llamas: “al final hace que se funda y resplandezca este ordenador bioquímico, fundiendo todos los vestigios de gotas de conciencia ordinaria e impulsos energéticos en libertades y gozos sublimes, disolviéndolo todo en la dimensión sutil de la columna central”. Cuando el yogui penetra en esa función tubular su finalidad es adquirir una inmensa beatitud o euforia que sube y baja por su sistema central, para introducirse a continuación en una “secuencia de reinos experienciales internos de las mentes sutil y extremadamente sutil, que es como se las llama, y acaban sumergiéndose en lo que se conoce como la clara luz de la libertad o clara luz del vacío absoluto. (...) Y luego el objetivo final es llevar esa no-dualidad a todos los aspectos de la vida cotidiana, de modo que se convierta uno en una manifestación ambulante de clara luz, vacío absoluto y gran gozo beatífico. Se es entonces amor y compasión en cada gesto”.
De tal manera que las diferencias de temperatura y calor captadas por instrumentos térmicos son solamente el fenómeno periférico o pintoresco de tan extraordinario logro de la conciencia humana: desarrollar el fuego del furor interior. Todo ello no es propio de ningún superhombre nietzscheano pues al hacerlo no hay afán de dominio o de poder sobre los demás. Pero sí es un logro concurrente para el superhombre compasivo y ascético que sabe que las palabras del Dhammapada (considerado el texto cumbre del budismo) son verdad objetiva, pura verdad: “Las condiciones en las cuales nos hallamos son el resultado de lo que hemos pensado, quedan fundadas en la mente, son forjadas por ella”.
Para cambiar la vida de todos los días hay que cambiar la mente. Y quien quiera hacerlo debe ponerse a meditar. Tal vez no secará sábanas con el calor de su cuerpo ni derretirá la nieve, pero sin duda logrará aquella legendaria operación que se dice de los magos: transformar la realidad modificando el tóxico y subjetivo punto de vista acerca de la realidad. O al menos, que no es poco, reducirá su estrés vivencial.
Fernando Solana Olivares
Benson explica lo que para unos cuantos resulta una obviedad y para muchos otros una sorpresa: que estas instrucciones figuran en técnicas religiosas y seculares antiquísimas, presentes lo mismo en la tradición hindú que en la judía, en la tradición cristiana protestante o en el catolicismo romano igual que en el ortodoxo. “El hecho es que la reacción de relajamiento —escribe— supone una reacción fisiológica humana común y forma parte de todas las religiones que utilizan la oración repetitiva”. Y es apenas ahora cuando esta técnica que efectivamente contrarresta los terribles efectos del estrés, esa generalizada enfermedad tardomoderna que origina prácticamente todas las demás, se está abriendo paso en la medicina contemporánea. ¡Oh, sorpresa!: los místicos, además de todo, gozan de cabal salud. Y de virtud, pues según afirma Proust muy sensatamente ésta no es otra cosa que energía.
Así entonces, el trabajo de diversos científicos no enajenados ha puesto en claro que si bien existe un estado fisiológico común a todos, dicho umbral puede cruzarse con las técnicas de la meditación. Volviendo a las prácticas superiores del g Tum-mo, donde el meditador puede disolver a voluntad el sentimiento de identificación con el tipo ordinario de corporeidad —toda percepción o idea, aun la tan arraigada del cuerpo, no es más que una convención, un modelo mental para armar o desarmar—, el método requiere que tanto el cuerpo como el entorno sean equiparados con la representación de una deidad arquetípica, un modelo del yo que permite imaginarse y vivirse a uno mismo como un ser de muchos brazos, por ejemplo, para alcanzar un sentimiento y una psicofisiología distintas a las predominantes en la conciencia habitual.
Después de que el practicante se ha visualizado en un cuerpo arquetípico debe dejar este cuerpo para verse, mediante su complejo mente-cuerpo, como una especie de bioordenador (una máquina viviente), “formado por canales en una red específica de pautas, una red neural, energías que se mueven de formas particulares y nódulos o gotas bioquímicas de conciencia sutil, gotas como focos de conciencia o células seminales”. Un área de sabiduría y práctica tántricas conectada, conforme la secuencia descrita por Robert A. F. Thurman, con la neurociencia actual.
El mismo científico elucida que el practicante de g Tum-mo se convierte, a través de complejas pero altamente organizadas visualizaciones que trabajan su sistema nervioso, en un emisor de energía extraordinaria que se aviva con la respiración al modo de un fuelle con las llamas: “al final hace que se funda y resplandezca este ordenador bioquímico, fundiendo todos los vestigios de gotas de conciencia ordinaria e impulsos energéticos en libertades y gozos sublimes, disolviéndolo todo en la dimensión sutil de la columna central”. Cuando el yogui penetra en esa función tubular su finalidad es adquirir una inmensa beatitud o euforia que sube y baja por su sistema central, para introducirse a continuación en una “secuencia de reinos experienciales internos de las mentes sutil y extremadamente sutil, que es como se las llama, y acaban sumergiéndose en lo que se conoce como la clara luz de la libertad o clara luz del vacío absoluto. (...) Y luego el objetivo final es llevar esa no-dualidad a todos los aspectos de la vida cotidiana, de modo que se convierta uno en una manifestación ambulante de clara luz, vacío absoluto y gran gozo beatífico. Se es entonces amor y compasión en cada gesto”.
De tal manera que las diferencias de temperatura y calor captadas por instrumentos térmicos son solamente el fenómeno periférico o pintoresco de tan extraordinario logro de la conciencia humana: desarrollar el fuego del furor interior. Todo ello no es propio de ningún superhombre nietzscheano pues al hacerlo no hay afán de dominio o de poder sobre los demás. Pero sí es un logro concurrente para el superhombre compasivo y ascético que sabe que las palabras del Dhammapada (considerado el texto cumbre del budismo) son verdad objetiva, pura verdad: “Las condiciones en las cuales nos hallamos son el resultado de lo que hemos pensado, quedan fundadas en la mente, son forjadas por ella”.
Para cambiar la vida de todos los días hay que cambiar la mente. Y quien quiera hacerlo debe ponerse a meditar. Tal vez no secará sábanas con el calor de su cuerpo ni derretirá la nieve, pero sin duda logrará aquella legendaria operación que se dice de los magos: transformar la realidad modificando el tóxico y subjetivo punto de vista acerca de la realidad. O al menos, que no es poco, reducirá su estrés vivencial.
Fernando Solana Olivares
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