Friday, November 30, 2007

ESTAMPAS PROFANAS

La nuestra es una época interesante de una manera que para muchos va siendo insoportable, para otros asombrosa y para muy pocos liberadora

Una percepción fundamentada en evidencias cada vez más dramáticas parece ir multiplicándose entre mucha gente: algo está pasando, algo está por pasar. Época sin síntesis, le llaman a la actual. Un autor la ejemplifica al modo de un fáustico barco tecnológico que surca un mar de ahogados y sobre el cual se suceden angustiosas conferencias acerca del estado que guarda la realidad.

Cumplida con creces la maldición china: “Que vivas en épocas interesantes”, la nuestra lo es de una manera que para muchos va siendo insoportable, para otros asombrosa y para muy pocos liberadora. Todos éstos, sin embargo, convienen en la condición terminal de nuestros días. ¿Qué es lo que se está terminando: el mundo? No, responde la hipótesis positiva, lo que finaliza es una forma de mundo, un sistema, una civilización. Pero la afirmación es durísima porque supone, ahora sí, que todo lo sólido (el modo de vida conocido) se evapore en el aire catastrófico del sobresaltado imaginario común.

No haré la pregunta lógica: ¿cuál es el sentido existencial de este tiempo que nos fue dado para vivir? Mejor refiero la historia que hace días me contó mi joven amigo Simone, un italiano crístico (se parece al Nazareno), interesado en la energía eólica, en los jardines de piedra, en las hortalizas y en los viveros. Es poseedor de un sentido del tiempo histórico que lo lleva a calcular su vida durante los próximos cinco años según la reventazón global por suceder del horror económico especulativo. Y cita a diversos, sólidos autores cuando asegura que las leyes de la energía refutan la obsesión capitalista del crecimiento económico sin término ni fin. Es un hombre dulce y sereno, nada desencantado, que a pesar de todo lo que ve venir confía en la naturaleza extraordinaria de la vida.

Simone es cineasta y prepara locaciones para otros colegas. Con tal misión fue a la ciudad de Oaxaca el pasado Día de Muertos. Entró al templo del Panteón Civil, donde descubrió una estela de piedra que ostentaba una calavera prehispánica y signos masónicos grabados a su alrededor. Los fieles ofrendaban a la muerte y ponían un cigarro prendido en sus labios. Simone hizo lo mismo, también su socio. Pero quien no pudo hacerlo fue el tercer miembro de su pequeño equipo logístico: Crinolina, una austriaca tipo valquiria que sufrió una crisis incontrolable de risas histéricas cuando llegó su turno para colocar la ofrenda en la boca de la calaca. Tuvieron que salir rápidamente del santuario con ella a jalones y en medio del disgusto y el enojo de los feligreses.

Al día siguiente escucharon por el radio una noticia local: vecinos de algún pueblito cercano habían estado a punto de linchar a un grupo de adeptos de la Santa Muerte que fueron sorprendidos en un templo clandestino. Invocando sus usos y costumbres gandallas, las propiedades de los sectarios expulsados serían confiscadas por el pueblo. Simone y su socio creyeron pertinente ubicar el lugar y visitarlo pues podría ser una locación. Para averiguar al respecto decidieron que el socio de Simone entrara a una tienda que ofrecía en venta coloridas efigies de la parca con su guadaña.

Lo resolvieron así pues el socio, siendo mexicano, no despertaría sospecha alguna. Simone parece un esenio y la racionalista rubia Crinolina estaba fuera de lugar. Desde ayer sólo preguntaba: “¿Me pueden decir qué está pasando, eh?” Lo que estaba pasando es que el dependiente no creyó una palabra de lo que el socio dijo, pero aparentó que sí. Le entregó un sobre blanco cerrado donde supuestamente iba una invitación para una próxima reunión de fieles, y guardó en una bolsa de plástico las tres imágenes de la Virgen de Guadalupe compradas por el socio para despistar.

Quien vio todo a la distancia fue Simone. Crinolina se crispaba por ahí mientras él observó cuando el dependiente, una mezcla de punketo, darqueto y cholo de menos de veinte años, tatuado en los brazos y con pétrea mirada de ojete, roció la bolsa por dentro con un spray. Olieron el punzante perfume de inmediato pues el socio entregó una imagen a cada uno. De pronto se notaron perdidos en el laberíntico mercado donde andaban y comenzaron a sentirse muy mal, como si el aire les faltara. La austriaca se quedó atrás pero ni Simone ni el socio se percataron hasta media hora después, cuando la encontrarían alteradísima y con el pantalón marcado de pintura negra por una clónica versión infantil, que con saña la persiguiera, del feroz dependiente de la tienda devocional.

Concluyeron lo que para Simone y su socio era obvio: habían topado con el mal. Pero como los dos son guadalupanos fervorosos, a la manera neo-gnóstica de estos días donde se estila hablar directamente con los dioses, encaminaron sus pasos a un centro de poder para desprenderse de las malas energías sentidas. Plegaria viene de precaria, así que Simone prometió a la Guadalupana, luego de un recorrido de templos cerrados que no hay tiempo para contar aquí, jamás volver a acercarse a ningún culto sectario que simbolizara la muerte y no consagrara la vida. Y acaso, no hacerse acompañar de personas como Crinolina.

Mientras habla del viento, de las torres y las aspas, Simone cuenta sin reparos que él no es católico pero sí fervientemente guadalupano. Es harto sensible a la cuenta corta de estos tiempos y cree que la cuenta larga está a punto de terminar. Apocalíptico e integrado, pues no se azota sentimentalmente por eso. Afirma que la única seguridad que existe es la inteligencia, si se tiene. Él procura tener la suya.


Fernando Solana Olivares

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