POBLACIONES NO RENTABLES
Hace no muchos meses el sociólogo belga Francois Houtart, presidente del Foro Social Mundial, afirmó en un encuentro que el capitalismo destruye las dos fuentes que sostienen su opulencia: el hombre y la naturaleza. Dijo que en la historia universal de las mentiras nunca habían adquirido éstas la importancia que ahora tienen en tantos campos de lo humano. No valdría la pena extenderse para demostrarlo, pues solamente otras mentiras refutarían el dicho de Houtart, quien entonces denunció que el mundo asiste a la creación en todas partes de “poblaciones no rentables”, que no pueden comprar y que tampoco producen algún valor capitalizable. Los prescindibles.
Reiteró el planteamiento de Carlos Marx acerca de que el capitalismo es vulnerable y que alguna vez perecerá, pues una de sus contradicciones básicas consiste en la disminución obsesiva de los costos de producción y la consecuente mengua de clientes que eso significa. El capitalismo produce demasiado ---y destruye demasiado al hacerlo--- para una población que no puede comprar tantos productos. El 20% de los más ricos absorben el 84 % de los recursos del mundo; los servicios de deuda externa imposibilitan incrementar la inversión pública; la riqueza se transfiere del Sur al Norte y las ganancias van a dar a las manos de unas pocas empresas multinacionales más poderosas que los mismos estados nacionales.
La lógica económica en curso es tan despiadada y cínica ---Marx describió las heladas aguas del cálculo egoísta--- que en Costa de Marfil, por ejemplo, debido a los subsidios que los países ricos destinan a su agricultura, resulta más barato comprar carne europea que producirla ahí. Y en México, a partir del mes de enero de 2008, se abrirán las fronteras para el maíz, el frijol, el azúcar y la leche en polvo extranjeros. Pensar que nuestro gobierno proconsular (término que empleaba José Vasconcelos para describir la mentalidad colonizada de los gobernantes locales educados por el imperio capitalista anglosajón) atenderá, cuando menos, lo que se avecina en las muy precarias poblaciones rurales mexicanas que viven de esos productos, es inútil. Son poblaciones no rentables. Son gobiernos proconsulares.
Empleando una dura imagen sobre la situación actual del mundo, el filósofo Peter Sloterdijk sugiere la idea de un barco modernísimo que surca un mar de ahogados y a bordo del cual se suceden angustiosas conferencias en cuanto al estado económico, político y social que guardan las cosas. Como el mal siempre es banal, quizá Sloterdijk yerra al creer que dichas conferencias son angustiosas. Aquellas mentes lúcidas que no participan del poder sin duda se sentirán preocupadas por tantos signos del ocaso que nos rodean, pero los políticos, tontos jugadores de un poker ajeno, se muestran tan vacíos ante la realidad como son, intelectual y moralmente tan por debajo de lo que la hora actual exige.
Una lógica popular creciente va desde la exigencia argentina “¡Que se vayan todos!”, pasa por el exabrupto lopezobradorista del “¡Al diablo con sus instituciones!”, proviene hasta del zapatismo insurrecto, cruza entre los levantamientos cimarrones al modo de la APPO y se concreta en fenómenos masivos sucedidos aquí y allá. Una y otra vez surge la lección sloterdijkiana de que cuando los grandes órdenes se fracturan solamente pueden regenerarse en pequeños formatos. ¿Cuáles son éstos que surgen ahora, de qué se componen, en dónde están? ¿Cuánto y cómo son distintos al horror capitalista ante el que resisten?
Acaso consistan, nada más y sobre todo, en el ingreso de la persona a una dimensión espiritual. Es decir, de cambios interiores producidos por diversas vías en la mente humana que le permitan considerar de otra manera al mundo exterior, diferente a aquella de la ansiedad, la frustración y la prisa que la ideología capitalista del consumo construye y propaga sin cesar. Todo cambio espiritual es un cambio cognitivo cuya expresión se realiza en lo cotidiano: comer despacio, mirar despacio, respirar profundo y despacio.
En el fondo, el antídoto es tan simple como ralentizar la realidad. O simplificarla en épocas harto complejas, pues abrir una dimensión espiritual en la mente significa que la persona pone su atención en todo aquello, humilde y pequeño pero extraordinario, de lo cual está compuesto su vida diaria y que antes no percibía. ¿La pobreza capitalista permite obtener esos bienes cognitivos? Neurofisiólogos occidentales acaban de demostrar mediante pruebas científicas que hay más felicidad humana entre los habitantes de las postapocalípticas barriadas lacustres filipinas que entre los ricos y neuróticos ciudadanos de la postmoderna Hong Kong. Cuando los bienes son escasos la atención se concentra, cuando los bienes sobran la atención se hace difusa y la mente es presa de la subjetividad.
Aunque a las consideraciones anteriores falte la mención del método, pues éste es producto de la experiencia y no hay mucha al respecto, las poblaciones prescindibles serán dejadas a su suerte en el Outback del capitalismo, ese temible desierto australiano donde sólo resisten los sobrevivientes. Son quienes cambiaron de adentro hacia fuera y no al revés. Gente que se refugia en su interior, pues de otra forma no se enteraría de nada, que escapa del ruido y de la compulsión, del fetichismo de los objetos, del consumo demencial. Las retaguardias de hoy que serán las vanguardias de mañana, cuando luego del capitalismo el mundo continuará.
Fernando Solana Olivares
Reiteró el planteamiento de Carlos Marx acerca de que el capitalismo es vulnerable y que alguna vez perecerá, pues una de sus contradicciones básicas consiste en la disminución obsesiva de los costos de producción y la consecuente mengua de clientes que eso significa. El capitalismo produce demasiado ---y destruye demasiado al hacerlo--- para una población que no puede comprar tantos productos. El 20% de los más ricos absorben el 84 % de los recursos del mundo; los servicios de deuda externa imposibilitan incrementar la inversión pública; la riqueza se transfiere del Sur al Norte y las ganancias van a dar a las manos de unas pocas empresas multinacionales más poderosas que los mismos estados nacionales.
La lógica económica en curso es tan despiadada y cínica ---Marx describió las heladas aguas del cálculo egoísta--- que en Costa de Marfil, por ejemplo, debido a los subsidios que los países ricos destinan a su agricultura, resulta más barato comprar carne europea que producirla ahí. Y en México, a partir del mes de enero de 2008, se abrirán las fronteras para el maíz, el frijol, el azúcar y la leche en polvo extranjeros. Pensar que nuestro gobierno proconsular (término que empleaba José Vasconcelos para describir la mentalidad colonizada de los gobernantes locales educados por el imperio capitalista anglosajón) atenderá, cuando menos, lo que se avecina en las muy precarias poblaciones rurales mexicanas que viven de esos productos, es inútil. Son poblaciones no rentables. Son gobiernos proconsulares.
Empleando una dura imagen sobre la situación actual del mundo, el filósofo Peter Sloterdijk sugiere la idea de un barco modernísimo que surca un mar de ahogados y a bordo del cual se suceden angustiosas conferencias en cuanto al estado económico, político y social que guardan las cosas. Como el mal siempre es banal, quizá Sloterdijk yerra al creer que dichas conferencias son angustiosas. Aquellas mentes lúcidas que no participan del poder sin duda se sentirán preocupadas por tantos signos del ocaso que nos rodean, pero los políticos, tontos jugadores de un poker ajeno, se muestran tan vacíos ante la realidad como son, intelectual y moralmente tan por debajo de lo que la hora actual exige.
Una lógica popular creciente va desde la exigencia argentina “¡Que se vayan todos!”, pasa por el exabrupto lopezobradorista del “¡Al diablo con sus instituciones!”, proviene hasta del zapatismo insurrecto, cruza entre los levantamientos cimarrones al modo de la APPO y se concreta en fenómenos masivos sucedidos aquí y allá. Una y otra vez surge la lección sloterdijkiana de que cuando los grandes órdenes se fracturan solamente pueden regenerarse en pequeños formatos. ¿Cuáles son éstos que surgen ahora, de qué se componen, en dónde están? ¿Cuánto y cómo son distintos al horror capitalista ante el que resisten?
Acaso consistan, nada más y sobre todo, en el ingreso de la persona a una dimensión espiritual. Es decir, de cambios interiores producidos por diversas vías en la mente humana que le permitan considerar de otra manera al mundo exterior, diferente a aquella de la ansiedad, la frustración y la prisa que la ideología capitalista del consumo construye y propaga sin cesar. Todo cambio espiritual es un cambio cognitivo cuya expresión se realiza en lo cotidiano: comer despacio, mirar despacio, respirar profundo y despacio.
En el fondo, el antídoto es tan simple como ralentizar la realidad. O simplificarla en épocas harto complejas, pues abrir una dimensión espiritual en la mente significa que la persona pone su atención en todo aquello, humilde y pequeño pero extraordinario, de lo cual está compuesto su vida diaria y que antes no percibía. ¿La pobreza capitalista permite obtener esos bienes cognitivos? Neurofisiólogos occidentales acaban de demostrar mediante pruebas científicas que hay más felicidad humana entre los habitantes de las postapocalípticas barriadas lacustres filipinas que entre los ricos y neuróticos ciudadanos de la postmoderna Hong Kong. Cuando los bienes son escasos la atención se concentra, cuando los bienes sobran la atención se hace difusa y la mente es presa de la subjetividad.
Aunque a las consideraciones anteriores falte la mención del método, pues éste es producto de la experiencia y no hay mucha al respecto, las poblaciones prescindibles serán dejadas a su suerte en el Outback del capitalismo, ese temible desierto australiano donde sólo resisten los sobrevivientes. Son quienes cambiaron de adentro hacia fuera y no al revés. Gente que se refugia en su interior, pues de otra forma no se enteraría de nada, que escapa del ruido y de la compulsión, del fetichismo de los objetos, del consumo demencial. Las retaguardias de hoy que serán las vanguardias de mañana, cuando luego del capitalismo el mundo continuará.
Fernando Solana Olivares
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