Viaje a Oaxaca/II
Miércoles 8 por la tarde. Desencanto y tristeza es lo que percibo entre amigos y conocidos. También rabia, pero no lástima ni autoconmiseración. Esa disposición recuerda a algún autor de antaño: la ira y la befa son señoriales, el llanto y la jeremiada no. Junto a las siete regiones étnicas oaxaqueñas existe otra más: la octava. Está compuesta por extranjeros de todas partes que han llegado acá para hacer su vida, casi todos artistas de una u otra manera, así solamente sea en cuanto a su experiencia cotidiana.
Estos gringos —como son llamados por los racistas oaxaqueños hasta los idénticos vecinos del poblado más próximo— forman un caldero inusual. Una amiga comenta haberse enterado de que Murat y otros políticos están comprando en la ciudad propiedades a precio de remate. Otra dice que los impuestos estatales al comercio han aumentado 130 % desde el conflicto. Alguien acota mencionando la temible voracidad oaxaqueña, su histórico afán —ciudad mercado— de lucrar.
Pero no hay turismo y no hay dinero. El gobierno se roba lo que puede y la corrupción oaxaqueña suele parecerse a la de Haití. Sin embargo hay una capa económica que prolifera y funda, en incomprensible afán imitativo, hoteles y restaurantes y negocios y antros con dinero dudoso, según se especula allí. A diferencia de Proust, cuyo protagonista se iba a dormir temprano, nosotros nos desvelamos contándonos las cosas que sucedieron y están por suceder.
Y me doy cuenta entonces que estoy en un laboratorio social en el cual surgen nuevas capilaridades, nuevas formas colectivas de expresión. Me lo confía un amigo que arrojó proyectiles contra las fuerzas policiacas invasoras en la épica batalla de Cinco Señores. Es el disco que contiene los casi mil esténciles y pintas y grafitos e imágenes que el movimiento, a través de colectivos cuyos miembros son anónimos, y anarcas varios de ellos, plasmó en las asombrosas paredes de Oaxaca, logrando una renovación profunda de la expresión plástica y la opinión popular: un Juárez punk u otro maoísta, una línea escrita como latigazo –“En Oaxaca no pasa nada excepto la revolución”–, una caricatura del tirano en abstracto inesperado o en realismo genial.
Por sus artistas se conoce a las insurrecciones. Surge la historia del Piedra, un lavavidrios adolescente que se integró a la brigada de basuqueros de la APPO y plantó su aguerrida base de proyectiles en una esquina. Los días de la batalla le significaron capilaridad social o pertenencia pública. Nadie ha vuelto a verlo a partir de entonces, cuando fue feliz. Todos están de acuerdo en que los sucesos políticos recientes están cruzados por sentidos múltiples, intereses inconfesables, versiones contrapuestas. De la poliédrica ebullición de pintas meses atrás, ahora sólo descubro dos de ellas escondidas en la periferia: “Sad City” e “Ira”, dicen.
Jueves 9. Ya estoy viejo para perder el tiempo con quienes son personajes de sí mismos. Ya estoy viejo para perder el tiempo. Pero aquí lo gano, o lo disuelvo, cuestión que me gusta más. Vuelve a surgirme la idea de que estoy delante de otras cosas además de las que ven mis ojos. Para explicarme encuentro dos ejemplos: la Viena del fin de siglo y los pequeños formatos. Viena simplemente por la intensa variedad de intercambios humanos que en ella ocurrieron, similares en algo a los que aquí pasan ahora mismo: quince o más galerías plásticas abiertas al unísono, varios museos y bibliotecas, presentaciones de libros y revistas, eventos musicales de primer nivel, conferencias y encuentros, paseantes y conversadores. Tal vez, como en Viena, son los cantos de cisne de la ley histórica: a mayor decadencia política, mayor creatividad individual.
Una regla dicta que hay que estar fuera de un sistema para poder observarlo. Entre la gente de la octava región predomina un sentimiento de interdependencia que lleva a sus miembros a afectar positivamente su propio espacio y construir una casa, pues entienden que la misma es una máquina de residir. Acaso por ello la desesperanza actual, cuando el lugar parece irse a pique, a pesar de su gigantesca belleza física. Pura compensación indiferente: no es Oaxaca sino Ulises y el ulisismo los verdaderos problemas de la coyuntura.
Una amiga narra sus peripecias para sacar a una joven militante de la APPO de la ciudad. Consiguió un coche lujoso, la vistió a la moda y pasó con ella todos los retenes: astucia de clase. Otro conversa sobre la tortuosa mecánica asambleística de la organización insurrecta, en la cual son mayoría los estalinistas —pues además de eso se trata todo esto: del presente del pasado mexicano que aquí sigue vivo. ¿Por qué no votaron en las elecciones inmediatas? Porque los estalinistas en la APPO quieren exacerbar las condiciones y enredaron la discusión al respecto, porque a 7 de cada 3 electores les importa un pito el resultado, porque el ulisismo impuso la cooptación y el miedo: todos los candidatos a diputado de todos los partidos eran de alguna manera suyos.
Viernes 10. Así como el ecocidio gubernamental de los laureles en el zócalo de Oaxaca fue el antecedente del levantamiento ciudadano, así también la muerte de Oseas, un venerable loco que secretamente creía ser dueño del lugar, quien fue incendiado por vándalos cobardes y anónimos estando en el jeep que le prestaban para dormir, anunció el horror inminente. Hoy los escorpías que Lowry alucinó dominan Oaxaca. Todo es transitorio. Y esta gente cree que sucedió un asalto en el combate. Como la calma chicha en el mar.
Fernando Solana Olivares
Estos gringos —como son llamados por los racistas oaxaqueños hasta los idénticos vecinos del poblado más próximo— forman un caldero inusual. Una amiga comenta haberse enterado de que Murat y otros políticos están comprando en la ciudad propiedades a precio de remate. Otra dice que los impuestos estatales al comercio han aumentado 130 % desde el conflicto. Alguien acota mencionando la temible voracidad oaxaqueña, su histórico afán —ciudad mercado— de lucrar.
Pero no hay turismo y no hay dinero. El gobierno se roba lo que puede y la corrupción oaxaqueña suele parecerse a la de Haití. Sin embargo hay una capa económica que prolifera y funda, en incomprensible afán imitativo, hoteles y restaurantes y negocios y antros con dinero dudoso, según se especula allí. A diferencia de Proust, cuyo protagonista se iba a dormir temprano, nosotros nos desvelamos contándonos las cosas que sucedieron y están por suceder.
Y me doy cuenta entonces que estoy en un laboratorio social en el cual surgen nuevas capilaridades, nuevas formas colectivas de expresión. Me lo confía un amigo que arrojó proyectiles contra las fuerzas policiacas invasoras en la épica batalla de Cinco Señores. Es el disco que contiene los casi mil esténciles y pintas y grafitos e imágenes que el movimiento, a través de colectivos cuyos miembros son anónimos, y anarcas varios de ellos, plasmó en las asombrosas paredes de Oaxaca, logrando una renovación profunda de la expresión plástica y la opinión popular: un Juárez punk u otro maoísta, una línea escrita como latigazo –“En Oaxaca no pasa nada excepto la revolución”–, una caricatura del tirano en abstracto inesperado o en realismo genial.
Por sus artistas se conoce a las insurrecciones. Surge la historia del Piedra, un lavavidrios adolescente que se integró a la brigada de basuqueros de la APPO y plantó su aguerrida base de proyectiles en una esquina. Los días de la batalla le significaron capilaridad social o pertenencia pública. Nadie ha vuelto a verlo a partir de entonces, cuando fue feliz. Todos están de acuerdo en que los sucesos políticos recientes están cruzados por sentidos múltiples, intereses inconfesables, versiones contrapuestas. De la poliédrica ebullición de pintas meses atrás, ahora sólo descubro dos de ellas escondidas en la periferia: “Sad City” e “Ira”, dicen.
Jueves 9. Ya estoy viejo para perder el tiempo con quienes son personajes de sí mismos. Ya estoy viejo para perder el tiempo. Pero aquí lo gano, o lo disuelvo, cuestión que me gusta más. Vuelve a surgirme la idea de que estoy delante de otras cosas además de las que ven mis ojos. Para explicarme encuentro dos ejemplos: la Viena del fin de siglo y los pequeños formatos. Viena simplemente por la intensa variedad de intercambios humanos que en ella ocurrieron, similares en algo a los que aquí pasan ahora mismo: quince o más galerías plásticas abiertas al unísono, varios museos y bibliotecas, presentaciones de libros y revistas, eventos musicales de primer nivel, conferencias y encuentros, paseantes y conversadores. Tal vez, como en Viena, son los cantos de cisne de la ley histórica: a mayor decadencia política, mayor creatividad individual.
Una regla dicta que hay que estar fuera de un sistema para poder observarlo. Entre la gente de la octava región predomina un sentimiento de interdependencia que lleva a sus miembros a afectar positivamente su propio espacio y construir una casa, pues entienden que la misma es una máquina de residir. Acaso por ello la desesperanza actual, cuando el lugar parece irse a pique, a pesar de su gigantesca belleza física. Pura compensación indiferente: no es Oaxaca sino Ulises y el ulisismo los verdaderos problemas de la coyuntura.
Una amiga narra sus peripecias para sacar a una joven militante de la APPO de la ciudad. Consiguió un coche lujoso, la vistió a la moda y pasó con ella todos los retenes: astucia de clase. Otro conversa sobre la tortuosa mecánica asambleística de la organización insurrecta, en la cual son mayoría los estalinistas —pues además de eso se trata todo esto: del presente del pasado mexicano que aquí sigue vivo. ¿Por qué no votaron en las elecciones inmediatas? Porque los estalinistas en la APPO quieren exacerbar las condiciones y enredaron la discusión al respecto, porque a 7 de cada 3 electores les importa un pito el resultado, porque el ulisismo impuso la cooptación y el miedo: todos los candidatos a diputado de todos los partidos eran de alguna manera suyos.
Viernes 10. Así como el ecocidio gubernamental de los laureles en el zócalo de Oaxaca fue el antecedente del levantamiento ciudadano, así también la muerte de Oseas, un venerable loco que secretamente creía ser dueño del lugar, quien fue incendiado por vándalos cobardes y anónimos estando en el jeep que le prestaban para dormir, anunció el horror inminente. Hoy los escorpías que Lowry alucinó dominan Oaxaca. Todo es transitorio. Y esta gente cree que sucedió un asalto en el combate. Como la calma chicha en el mar.
Fernando Solana Olivares
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