Friday, July 27, 2007

HACE UN AÑO / I

He sopesado razones bien y mal fundadas, he leído decenas de argumentos densos y otros superficiales, he conversado con simpatizantes y opositores, he escuchado rumores y versiones de toda laya, he hecho especulaciones prospectivas basadas en el hubiera, he mirado en televisión las manipuladas imágenes de árbitros, comentaristas y actores, he cavilado a solas al respecto así como con otras personas, he observado durante doce meses la frenética construcción pública del consenso, y después de todo ello sigo convencido de que los mínimos resultados favorables para Felipe Calderón en las elecciones presidenciales del 2 de julio de 2006 se obtuvieron mediante un fraude.
En cuanto a los usos de mi propia memoria militante no me interesa el método con el que esto fue conseguido, aunque supongo que para el interés táctico del grupo defraudado resulta esencial considerar los medios empleados en su contra, y así cuando se ofrezca, pues volverá a ofrecerse, contrarrestarlos. Una elección donde las cifras preliminares de los votos se comportaron en espejo, violando evidentemente las leyes matemáticas, produce tantas dudas como la política misma, ese rosario esperpéntico que se compone de dislates, corrupciones, audacias, intrigas, ineptitudes e impudicias sin fin, es decir, interminables.
En efecto, las pavorosas gentes de la política se atreven a todo. Dos ejemplos entre muchos del patrimonialismo imperante y de la cínica estupidez: el gobernador panista de Jalisco, Emilio González Márquez, distrae (o dicho en castellano puro: sustrae) de la partida 4603, aquella que es para atender la pobreza, la vulnerabilidad y los casos de desastre de sus desafortunados conciudadanos, la inmensa suma de 67 millones 250 mil pesos para pagarle a Televisa esa evanescente y banal tomadura de pelo llamada Espacio 2007, según reportó el periodista Felipe Cobián en Proceso Jalisco. La estulticia y la complicidad son tan grandes que de inmediato una encuesta publicada en un periódico local confirmó que un porcentaje mayoritario de los ciudadanos aprobaba alborozado y agradecido tan benéfica y socialmente útil medida. La república mexicana de la televisión se dio a su autodefensa celebratoria, como suele hacer con mayúsculo cinismo, y el venalmente tonto gobernador, quien creyó que de tan mediática manera se “posicionaría” como un temprano precandidato presidencial, solamente obtuvo unos cuantos segundos de imagen nacional. ¡Qué tiempo tan breve y tan caro pagado con dinero ajeno!
Tal vez sea el tiempo mismo lo que se está discutiendo y litigando ahora. Ayer apareció en el noticiero nocturno del canal dos de la omnipresente Televisa un bienpensante opinador. Le espetó al público televidente un editorial sobre los riesgos de mirar atrás, pues el tiempo, dijo, no se detiene. Se refería, desde luego, al 2 de julio de hace un año y argumentaba que el país no podía quedarse atrás. ¿De qué? De los fetiches predilectos: competitividad, globalización, inversión, etcétera. Pero el subtexto del tema, que siempre lo hay, quería decir otra cosa: formalmente no pudo comprobarse ningún fraude electoral, en consecuencia no debe afirmarse que hubo tal cosa. Y el subtexto del subtexto era el habitual en la construcción publicitaria del consenso políticamente correcto: la derecha aliada al gran capital manda sin disimulo y López Obrador todavía sigue siendo un peligro para México.
Hoy leo una nota periodística más que mueve a escándalo, pues en efecto esta gentuza de la política mexicana, estos poderosos ilegítimos aunque sean electos, que manejan destinos y recursos de los demás como si fueran suyos, neronianamente se atreven a todo. Así como al demente emperador Calígula lo retrató Albert Camus, no habrá escritor o escritora que pueda consignar de Ulises Ruiz, desgobernador de la castigada Oaxaca, otra cosa salvo el azote caciquil que significa para el pueblo que lo padece, los crímenes y delitos que ha cometido en su nefasta gestión, las decisiones atrabiliarias que lo caracterizan o la corrupción que él y los suyos ejercen sin ninguna restricción. Acaso sirva para inspirar una amarga y surrealista sátira acerca de una aldea africana llamada Oaxaca, en la cual existía un señor de horca y cuchillo que a través del PEN Club México pretendía legitimarse internacionalmente y celebrar en su reprimido, desigual e injusto feudo la asamblea del PEN Club Internacional el año próximo, conforme reporta el periodista Marco Appel desde Bélgica (Proceso 1600).
“El PEN Internacional, considerado ‘la conciencia del mundo literario’ y reconocido por defender a escritores y periodistas perseguidos, (...) ha recibido sendas comunicaciones en las que el PEN México exalta la figura del gobernador Ulises Ruiz y lo exculpa de las graves denuncias de abusos a los derechos humanos que pesan sobre él y su gobierno”, escribe Appel. “Dichas comunicaciones lo llaman ‘víctima de una campaña de calumnias’ y enaltecen sus ‘profundas convicciones en la justicia’, lo que ha escandalizado a miembros de la asociación internacional.” ¿Quiénes son los inmorales seudoescritores mexicanos que defienden al sátrapa del sureste? Una señora desconocida, María Elena Ortiz Cruz, antigua encargada de las publicaciones de otro gobernador oaxaqueño; Neda G. de Anhalt, colaboradora de la desaparecida revista Vuelta, y Jaime Ramírez Garrido, autores literarios menores, si es que lo son.
Como dirían aquellos decentes y mesurados clásicos, hoy completamente boquiabiertos: ¡qué güevos!

Fernando Solana Olivares

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