INEXPRESIVAS
“En tres edades se divide la vida ---escribió Séneca---: la que fue, la que es, la que será. Entre éstas, la que vivimos es breve; la que viviremos, dudosa; la que hemos vivido, segura: ésta es, precisamente, aquella sobre la cual perdió su jurisdicción la fortuna, la que no puede ser sometida al arbitrio de nadie.”
El hierático grupo no hizo un solo gesto al escuchar la cita pronunciada por el maestro. Volvió entonces en su mente a la pregunta irresuelta desde meses atrás, cuando las había conocido: ¿por qué ni un músculo mueven? Ellas siguieron contemplando el infinito y hurtándose al brevísimo contacto visual que el hombre lograba tener de tanto en tanto con alguna de las jóvenes que poblaban el salón de clase. La materia impartida era transdisciplinar, o sea que se trataba de nada definitivo.
No todas las alumnas eran atractivas, pero algunas sí. Casi todas eran más inteligentes y sagaces de lo que ante él mostraban ser. Un nuevo asunto de sus cavilaciones: ¿cuáles, entre las siempre hieráticas, lo eran por sí mismas, o bien para ello su temprana edad las ayudaba? El tiempo desgasta al cuerpo lo mismo que al alma, ¿cuántas de todas ellas serían deseables luego de unos años? Sobre todo tomando en cuenta, como el maestro tomaba, que cualquier amistad está basada en los sentidos.
Intentó hacer lo que el Buda con la bella cortesana: convertir ante su vista a las beldades en materia orgánica putrefacta. No le duró mucho la decisión, pues debió continuar con su clase transdisciplinar sobre Séneca, quien nunca opinó nada que se conozca acerca de las ninfas.
---¿A ver, jovencitas, por qué son tan inexpresivas? ---inquirió el mentor mirando al grupo. Algunas tragaron saliva, otras sonrieron y las más redoblaron su inexpresividad.
Se dirigió a una señorita del sector de las ninfas, tal vez la más visible entre ellas tan visibles, para indagar por la razón de que sus compañeras se comportaran de ese modo.
---Así nos educaron, profesor.
---Pero a usted no.
---Pues sí, también.
---¿Y entonces?
Siempre que se convoca alguna cosa mediante el lenguaje pasa algo verdadero aunque abstracto, pero cuando se invoca una entidad al hablar, lo que suele suceder resulta concreto y a veces acostumbra presentarse donde tal invocación se ha hecho. Súbitamente el maestro reparó haber caído bajo el potente influjo de las ninfas.
---Ya estudiamos símbolo, ¿lo recuerdan? ¿Qué es una ninfa?
Afrontó el requerimiento magisterial una guapa chica del sector desdeñoso: es el último agente de lo divino que quedó después de la desaparición del mundo antiguo y pagano, reside en cuerpos de agua, en las florestas y en el aire, fue engañada por el dios Apolo quien le birló sus artes adivinatorias, y al fin conduce a la locura a aquellos que gozan su fascinación. Creyó percibir un brillo distinto en la mirada altiva y fija de la respondiente. Quizá por eso decidió avanzar.
---¿Y una ninfeta, señoritas?
Indagaba por una denominación que nunca antes había expuesto en clase. Alzó la mano una avispada alumna de ese sector reconcentrado que él llamaba insípido.
---Son como ellas, profesor.
Las aludidas por la alumna se manifestaron prudentemente orgullosas. Hubiera sido antipedagógico que el hombre continuara con el tema, pero lo hizo confiando en el Séneca que había citado: la edad que vivimos es breve.
---¿Y cómo son ellas?
Una carcajada unánime cimbró las paredes del aula y acaso, como si sonara un burlón ruidito de hadas, tintinearon los cristales.
El hombre entró en pánico porque se dio cuenta de su grave error de perspectiva: todas eran ninfas, todas eran ninfetas. Cuando menos las cuarenta que allí se le mostraban.
---Entonces, jovencitas, ¿así las educaron?
A pregunta disfuncional, retraso del tiempo narrativo. Y el profesor sufría en el corazón, aunque su rostro sonreía. La mente debatió consigo misma si sostenía la cátedra de Séneca el estoico o bien saltaba hasta Vladimir Nabokov y su dramática catalogación de las Lolitas, aquellas nínfulas que hacen perder la cabeza a cierto tipo de señores. Siendo transdisciplinar la materia que estaba a su cargo, claro que podría emplear un giro dialéctico y confesarles a ellas el obscuro objeto de su deseo.
Control de daños, más bien. Comprendió que lo asustaban porque siendo tan jóvenes todas, todas le parecían muy viejas. Las inexpresivas, las bellas, las insípidas, como si estuvieran ante él cuarenta brujas de Macbeth, cuarenta Venus Afroditas, cuarenta Lloronas, cuarenta Coatlicues, cuarenta Madonas. Y tantas vírgenes, casi todas. En cuanto a sus prejuicios adolescentes ése era uno de los más destacados: la comisión pendiente del sexo.
Alcanzó a fantasear la expresividad de las inexpresivas cuando el destino las hiciera ceder. Pero se acordó de Julio Torri, príncipe de las letras, que vestido de traje y montado en bicicleta salía a piropear criaditas por la calle. Le dio vergüenza ajena.
“Nadie te restituirá tus años, nadie te devolverá a ti mismo. (...) Tú estás ocupado, la vida anda aprisa: llegará entre tanto la muerte, a la cual, quieras que no, habrás de rendirte.” Las bellas, las inmóviles y las masivas se excluyeron de la frase del filósofo latino. Lo miraban a él pues sólo a él le concernía. Lo miraban viejo y ellas eran tan húmedas y antiguas, tan secretas y femeninas.
Terminó la clase y las hadas lo rodearon. Sintió que el alma se le iba.
Fernando Solana Olivares
El hierático grupo no hizo un solo gesto al escuchar la cita pronunciada por el maestro. Volvió entonces en su mente a la pregunta irresuelta desde meses atrás, cuando las había conocido: ¿por qué ni un músculo mueven? Ellas siguieron contemplando el infinito y hurtándose al brevísimo contacto visual que el hombre lograba tener de tanto en tanto con alguna de las jóvenes que poblaban el salón de clase. La materia impartida era transdisciplinar, o sea que se trataba de nada definitivo.
No todas las alumnas eran atractivas, pero algunas sí. Casi todas eran más inteligentes y sagaces de lo que ante él mostraban ser. Un nuevo asunto de sus cavilaciones: ¿cuáles, entre las siempre hieráticas, lo eran por sí mismas, o bien para ello su temprana edad las ayudaba? El tiempo desgasta al cuerpo lo mismo que al alma, ¿cuántas de todas ellas serían deseables luego de unos años? Sobre todo tomando en cuenta, como el maestro tomaba, que cualquier amistad está basada en los sentidos.
Intentó hacer lo que el Buda con la bella cortesana: convertir ante su vista a las beldades en materia orgánica putrefacta. No le duró mucho la decisión, pues debió continuar con su clase transdisciplinar sobre Séneca, quien nunca opinó nada que se conozca acerca de las ninfas.
---¿A ver, jovencitas, por qué son tan inexpresivas? ---inquirió el mentor mirando al grupo. Algunas tragaron saliva, otras sonrieron y las más redoblaron su inexpresividad.
Se dirigió a una señorita del sector de las ninfas, tal vez la más visible entre ellas tan visibles, para indagar por la razón de que sus compañeras se comportaran de ese modo.
---Así nos educaron, profesor.
---Pero a usted no.
---Pues sí, también.
---¿Y entonces?
Siempre que se convoca alguna cosa mediante el lenguaje pasa algo verdadero aunque abstracto, pero cuando se invoca una entidad al hablar, lo que suele suceder resulta concreto y a veces acostumbra presentarse donde tal invocación se ha hecho. Súbitamente el maestro reparó haber caído bajo el potente influjo de las ninfas.
---Ya estudiamos símbolo, ¿lo recuerdan? ¿Qué es una ninfa?
Afrontó el requerimiento magisterial una guapa chica del sector desdeñoso: es el último agente de lo divino que quedó después de la desaparición del mundo antiguo y pagano, reside en cuerpos de agua, en las florestas y en el aire, fue engañada por el dios Apolo quien le birló sus artes adivinatorias, y al fin conduce a la locura a aquellos que gozan su fascinación. Creyó percibir un brillo distinto en la mirada altiva y fija de la respondiente. Quizá por eso decidió avanzar.
---¿Y una ninfeta, señoritas?
Indagaba por una denominación que nunca antes había expuesto en clase. Alzó la mano una avispada alumna de ese sector reconcentrado que él llamaba insípido.
---Son como ellas, profesor.
Las aludidas por la alumna se manifestaron prudentemente orgullosas. Hubiera sido antipedagógico que el hombre continuara con el tema, pero lo hizo confiando en el Séneca que había citado: la edad que vivimos es breve.
---¿Y cómo son ellas?
Una carcajada unánime cimbró las paredes del aula y acaso, como si sonara un burlón ruidito de hadas, tintinearon los cristales.
El hombre entró en pánico porque se dio cuenta de su grave error de perspectiva: todas eran ninfas, todas eran ninfetas. Cuando menos las cuarenta que allí se le mostraban.
---Entonces, jovencitas, ¿así las educaron?
A pregunta disfuncional, retraso del tiempo narrativo. Y el profesor sufría en el corazón, aunque su rostro sonreía. La mente debatió consigo misma si sostenía la cátedra de Séneca el estoico o bien saltaba hasta Vladimir Nabokov y su dramática catalogación de las Lolitas, aquellas nínfulas que hacen perder la cabeza a cierto tipo de señores. Siendo transdisciplinar la materia que estaba a su cargo, claro que podría emplear un giro dialéctico y confesarles a ellas el obscuro objeto de su deseo.
Control de daños, más bien. Comprendió que lo asustaban porque siendo tan jóvenes todas, todas le parecían muy viejas. Las inexpresivas, las bellas, las insípidas, como si estuvieran ante él cuarenta brujas de Macbeth, cuarenta Venus Afroditas, cuarenta Lloronas, cuarenta Coatlicues, cuarenta Madonas. Y tantas vírgenes, casi todas. En cuanto a sus prejuicios adolescentes ése era uno de los más destacados: la comisión pendiente del sexo.
Alcanzó a fantasear la expresividad de las inexpresivas cuando el destino las hiciera ceder. Pero se acordó de Julio Torri, príncipe de las letras, que vestido de traje y montado en bicicleta salía a piropear criaditas por la calle. Le dio vergüenza ajena.
“Nadie te restituirá tus años, nadie te devolverá a ti mismo. (...) Tú estás ocupado, la vida anda aprisa: llegará entre tanto la muerte, a la cual, quieras que no, habrás de rendirte.” Las bellas, las inmóviles y las masivas se excluyeron de la frase del filósofo latino. Lo miraban a él pues sólo a él le concernía. Lo miraban viejo y ellas eran tan húmedas y antiguas, tan secretas y femeninas.
Terminó la clase y las hadas lo rodearon. Sintió que el alma se le iba.
Fernando Solana Olivares
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