Friday, March 30, 2007

SUPERFICIE LISA, SUPERFICIE ESTRIADA

Tengo dudas sobre qué escribir. Últimamente me asaltan nociones estremecedoras acerca del lenguaje. Escribí nociones, qué descuidado. Podría ser frío y preciso como Ryonosuke Akutagawa, el genio japonés de la escritura. Podría ser, qué atrevido. Pero uno está en tanto a los muertos que lee, los inolvidables muertos, subordinado por ellos, uno es su aprendiz. Este libro me fue dado por mi hijo pintor, a quien acompañé a inaugurar una exposición a Aguascalientes, extraña ciudad mexicana que funciona bien, cuya universidad pública monta bien la obra y trata bien al artista, donde el rector llega solo al acto y se comporta muy cortés, como en toda universidad debiera ser.
Akutagawa no habría empleado la frase anterior, su literatura es el arte de la restricción quintaesenciada. Escribí quintaesenciada, qué complicado. Yo había creído aquello contado por Borges: que Akutagawa se suicidó a los 35 años dejando tras de sí la nota más lacónica que se recuerde, “una vaga inquietud”. Además perturbadora, pues si ésa fuese una causa de suicidio todos debiéramos hacerlo. Al prestarme el libro me comentó que era impactante, que lo había conmovido. Esa misma noche lo leí.
Su carta suicida es hermosa y serena. Sólo transcribo la posdata, así quedará clara esta afirmación: “P.S. Leyendo una vida de Empédocles, siento qué antiguo es este deseo de convertirse en un dios. Esta carta, en la medida en que puedo saberlo, no lo intenta. Por el contrario, me considero uno de los humanos más comunes. Tal vez recuerde aquellos días, veinte años atrás, cuando hablamos de Empédocles bajo los tilos. En esa época yo era alguien que quería convertirse en un dios”.
No es desmesurado pensar que veinte años atrás yo mismo quería serlo. Quizá hasta lo logré entonces. Hoy soy un humano común que escucha a Cold Play creyendo que es la luz crepuscular de esta época. Akutagawa no oía, sobre todo veía la densa y prolija telaraña de su alucinación. Comprendo que no tenía por qué dejar una larga nota de despedida, aunque la dejó, pues en “Los engranajes” narró con precisión prosística cirujana todos los pasos del delirio final. Escribí escribió, qué sugerente.
Al estar refugiado en un cuarto de hotel pierde una sandalia que dejó al lado de la cama. Llama a la recepción para pedir ayuda. El camarero la encuentra en el baño y hace una mueca burlona. Chancea con que un ratón la llevó hasta allí. Un rato después Akutagawa ve salir disparado al ratón detrás de la cortina y entrar al baño. Lo busca y no está. Luego percibe en todas partes un impermeable que flota. Los engranajes visibles de una realidad donde la inquietud es vaga, imprecisa y letal. Uno debe prepararse para tales instantes.
Es lastimoso pensar los vínculos entre el dolor y la creación. Por eso hay arte, para que no muramos de realidad, según Nietzsche. Akutagawa se dio muerte el día 24 de julio de 1927. En su carta final consigna haber asegurado la perfección del descenlace sin que su familia se enterara. Le desagrada, sin embargo, asignarle a ella la incomodidad del cadáver. Sería meritorio que cada quien se llevara al morir su cuerpo consigo. Disolverse como el polvo sideral.
Existen ahora personas definidas como “nuevos individuos monásticos”, los Nim. Akutagawa escribió sobre los Kappas, una especie fantástica paralela al mundo humano, emblema de su crepúsculo mental. Acaso ochenta años antes resultaba imaginable un kappa de Akutagawa, un insecto de Kafka o un yahoo de Swift para expresar la miserable condición humana. Ahora al contrario, en esta época recién iniciada de “post-escasez”, cuando dicha condición ha descendido ya tanto que el péndulo de la esperanza, no el de la expectativa, viaja a su punto equidistante otra vez.
Akutagawa se fue antes de que los nim aparecieran sobre la tierra. Esta gente de última hora es, conforme sus expertos, aquella que no pertenece a ninguna clase ni ostenta membresía en ninguna jerarquía. “Aristocracia sin dinero” libre de jefes y supervisión. Trabajan duro, por amor al trabajo mismo y por interés espiritual, pero su trabajo resulta tan serio como un juego.
Lo creían Akutagawa y Forster, quien lo expuso después de la muerte del primero: “no una aristocracia de los poderosos, basada en el rango y la influencia, sino una aristocracia de los sensibles, los considerados y atrevidos”. Sensible de sentir, considerado de considerar, atrevido de atrever. Akutagawa se atrevió a lo máximo posible: dejar de ser. Uno debe imaginar cómo lograrlo por otros medios. Quizá cuando intenté ser dios, veinte años ha, consideré el suicidio como un tema propio. Ya no.
A pesar de su tolerancia y respeto, los nim no suelen darse muerte con propia mano, viven aplomadamente. Escribí aplomadamente, soy un albañil que no sabe latín. Los nim practican el nomadismo interior, donde la tienda en la que se vive no está atada a un territorio sino a un itinerario. Corresponden a una diferencia entre las superficies lisas y estriadas. De las primeras es fácil irse a otro lugar siempre, las segundas requieren vigilancia permanente y defensa. En las superficies estriadas se ocupa el territorio, en las lisas se prefiere el tráfico, los intersticios, los engranajes: ahí no hay nada por defender contra los otros, ahí toda identificación restringe. Uno debe aprender a fluir.
Su mujer y tres hijos sobrevivieron. No sé nada de su destino. Lo debo averigüar. ¿Habrá un nim entre ellos? Es terapéutico estar a su lado porque se han librado de las imágenes mentales. Akutagawa en ellas pereció.

Fernando Solana Olivares

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