Friday, February 16, 2007

CARACTERES

Rocco, el invisible. Diecinueve, veinte años. Estudia Psicología en una universidad pública de provincia. Tal vez quiere entender cómo está el negocio. Entonces el maestro dice que la sintaxis es una combinación. Por ejemplo, la suya. Lleva lentes oscuros toda la clase ---3 horas de cátedra--- y los lleva el resto del día, quizá excepto al dormir. Viste un traje negro de tres piezas, porta una camisa negra también y luce una corbata roja. Del bolsillo del chaleco al del traje le cuelga la cadena de una leontina. En el ojal sobre su pecho brilla un distintivo, como si fuera una pequeña condecoración. Trae puestos un par de guantes de piloto de autos, de cuero negro, para combinar. El efecto que consigue es llamativo. Órale, piénsase al conocerlo. Desde luego no se da por aludido mientras en el salón universitario se discurre que la sintaxis y la combinación son lo mismo. La suya propia de sí es una rebeldía freudiana. ¿Así que uno es siempre otro para los otros? Pues a que Rocco no. ¿Sasqué? Él viene del mundo de los charros contra los gangsters, representa a estos últimos, que son muy pocos ya que los vaqueros los rodean, y anda disfrazándose por el mundo con un sentido del gusto al parejo de su evidencia sobresaltante, de su elegancia vestimental. Como te ven te tratan. Rocco, el solitario: nadie trata con él. No le importa porque ni siquiera se da cuenta. Él siempre es el mismo para los otros, a los cuales, que no quepa ninguna duda, les impone rotundo su personaje visual, la estrategia bicrómica de su pachuca presencia en la ronda de caracteres de la realidad. ¿En cuál instante epifánico delante del espejo Rocco se preparó tal versión de sí mismo: gozó entonces de un proceso paso por paso o la metamorfosis sobrevino durante una revelación?
Abundantes son las cuestiones que no pueden saberse: Rocco, el misterioso. Un joven tan pleno de sí que cuando sea adulto estará hinchado, como el gordo de su padre, a quien su dudoso pasado condena y de quien los maledicentes del pueblo mastican aplicadamente la frágil reputación. Él se defiende con las mismas armas: criticar a todos los demás. A todos. Cualquier tópico que se trate a su lado es materia de su competencia, a los médicos les explica de medicina y a los poetas de poesía. Resulta más ofensivo cuando elogia que cuando desprecia, pues su elogio es un desprecio a veces escondido, a veces literal. Convenció a su esposa para obtener su medicado control e hizo una quinta aportación a la tipología misógina: santas, putas, tontas, brujas. Y locas, afirmó el padre de Rocco el satisfecho, ocupado en el montaje insánico de la media naranja a trastornar. ¿Así que uno es siempre otro para los otros? Pues allá los otros, porque el padre siempre es el mismo. Entonces no debe pensarse que sus doce, quince manías sean una irregularidad, sino doce, quince maneras de puntualizar las cosas. O también un merecido premio, pues si tener una sola obsesión resulta problemático, existir con doce o quince de las mismas significa una delicada operación existencial. El padre de Rocco, como el hijo, cree que los demás lo admiran o lo envidian. Todos. Y bien mucho, pinches pendejos, ¿qué no?
Rocco, el fantasma, con su lenguaje que no puede ir más allá. ¿Analogías? ¡No, cabrón, me cae! Anda contándose la vida a balbuceos y luego batalla con artefactos verbales como el silogismo de la hierba: la hierba perece, los hombres perecen, los hombres son hierba. Serán los demás, güey. ¿Como que uno siempre es otro para los otros? ¡No, cabrón, aquí eso no es así! Y aquí solamente es donde él está. De pronto algunos gestos inquietos traicionan la suprema ataraxia de su narcisismo hierático, o sea, de su aristocrática imperturbabilidad, cuando en clase escucha nociones así: neurosis de destino o doble vínculo o patología familiar. Pero el traje negro de tres piezas, la camisa negra y la corbata roja, un poco deslustrado todo ello por el uso, no evidencian ningún trastorno básico, tampoco la envaselinada melena, menos los lentes ahumados de Rocco, el impenetrable. Acaso el guante deportivo imitación piel que enfunda en su mano morena sobresale por entre las cabezas de los cuarenta y tantos condiscípulos para pedir la palabra y decir: ¿sasqué, güey?, la santa de mi mamá me mima y el chingón de mi papá me ama.
Al buen entendedor, pocas palabras. Además no hay tiempo en clase, quizá tampoco ganas, para iniciar la deconstrucción de Rocco y su parafernalia estrambótica entre tantos jeans, blusas ombligueras y camisetas estampadas como ahí se ostentan. Que ganen los gangsters el punto pues los charros dormitan en el sopor de las dos de la tarde. Es entonces que el profe escribe en el pizarrón dos cadenas causativas: a) conciencia masculina-organismo-mundo animal-onomatopeya-literalidad-conducta de discriminación; b) conciencia femenina-sistema-mundo vegetal-lenguaje-metáfora-conducta de participación. Entendieron todos, ¿les cae? Más de cuatro docenas de alumnos se inscriben sin pensarlo en la cadena b. Sólo Rocco, el calmoso dandy de sí mismo, establece su pertenencia al universo a. No porque lo comprenda sino porque le gusta estar donde nadie más. Distinguirse, destacarse, participar. Uno tan especial siempre es el mismo para los otros. Rocco, quien estando tanto nunca está. El profe piensa si debe postular esa diferencia vuelta invisibilidad. ¿Sasqué, güey? No, por caridad. Son las tres de la tarde y la sesión avanza para al fin terminar. Será el próximo viernes, pues Rocco, eterno retorno que no suda, vendrá vestido idéntico a pesar del calentamiento global.

Fernando Solana Olivares

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