Friday, January 12, 2007

LA MISOGINIA PERENNE / II

Todas las culturas conocidas son misóginas, prácticamente todos los mitos fundacionales también. Todas las religiones son misóginas, incluso esa tolerante ciencia del espíritu que es el budismo. A regañadientes, y después de muchas presiones de sus discípulos cercanos, el Buda aceptó que las mujeres entraran a la sangha, a la comunidad de adeptos, pero vaticinó entonces que su doctrina duraría vigente menos tiempo en el mundo. Los griegos y los latinos fueron tan misóginos como sus panteones celestiales. Los judíos no se diga. Los cristianos y su teología siempre estuvieron a la par.
El primer relato cristiano de la creación (Génesis 1:1-2:4) afirma: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó”. Pero en el segundo relato (Génesis 2:5) aparece la versión misógina que construiría el mundo histórico de miles de años duradero hasta hoy: “De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre”.
El fascinante Diccionario de las religiones de Eliade y Couliano (Paidós Orientalia), menciona la explicación de una investigadora sobre la denigración cristiana de la mujer a partir del siglo XIII cuando se generalizó. Fue responsable de ello el triunfo del pensamiento de Aristóteles, padre de una teoría acerca de la condición secundaria de la mujer cuya última variante es la versión freudiana de la envidia o privación del pene, al postular que la mujer es un hombre incompleto y defectuoso porque no aporta un semen que contribuya a engendrar un nuevo ser. Tan peregrina idea, más otros prejuicios seculares como la supuesta insaciabilidad sexual femenina o su irracionalidad mental, defectos que la hacían proclive a los influjos del demonio, desembocaron en una despiadada persecución iniciada mediante una bula papal hace 500 años, mucho más intensa y brutal en los territorios protestantes, precisamente en aquellos que determinaron el proceso cultural que hoy llamamos modernidad.
A pesar de su error determinante, la cultura misógina occidental destructora de las mujeres ha conocido movimientos de resistencia, producidos por la misma cristiandad persecutora. Pedro Abelardo, un teólogo, publicó hace mil años una sólida demostración escolástica de la superioridad de las mujeres sobre los hombres. Después llegó a las costumbres el culto compensatorio a la Virgen como una nueva espiritualidad desde lo femenino, la erección medieval de catedrales dedicadas a Nuestra Señora, la pintura al fresco en monasterios irlandeses de Cristos con pechos nutricios, y algo más, un espacio cultural de refinadas maneras: la devoción a la dama, el amor cortés, y la devoción a la Virgen, diosa femenina, como sentimientos humanos que conducían a un mismo fin, a una superior (más feliz) condición.
Sin embargo, esas luchas de resistencia cultural no han sido suficientes para terminar con el odio a lo femenino, para evitar el feminicidio sistémico y sus horribles derivados que ahora ocurren por todas partes. Una psicoanalista contemporánea diserta en torno a la sobreprotección o el abandono maternos (caras de lo mismo) vividas durante la niñez por los hombres como aquello que los lleva a agredir después a las mujeres. Teorías pálidas ante la realidad. O bien causativas, como la que Marta Lamas comenta (Proceso 1573) de la antropóloga argentina, Rita Laura Segato, para explicar los feminicidios de Ciudad Juárez, ese infernal y delirante osario nacional.
Rita Laura Segato habla de una fratria, una fraternidad criminal compuesta por una mafia de poderes fácticos (segundo Estado, le llama a la sustitución secreta de los recursos, derechos y deberes de un Estado por una corporación informal y paralela dominante en una región) que lleva a cabo estos sacrificios demenciales como una exigencia extrema entre sus miembros para garantizar absoluta lealtad a la cofradía. “Se trata de un pacto entre hombres ---escribe Marta Lamas---, que así afirman su dominio sobre un territorio, mientras hacen valer su virilidad aplastando las vidas de mujeres”.
De acuerdo, ¿pero por qué? ¿Qué tan siniestro hay en la conciencia masculina, cuánta descomposición (según Robert Blyth tal es el englobante signo de la época: la putrefacción de la conciencia masculina) para llevarla a hacer sus juramentos gangsteriles mediante sangrientos e incomprensibles crímenes de género, perpetrados además bajo un diseño sacrificial: obreras jóvenes, solteras, de cabello largo y oscuro? El pensamiento causativo no es igual al pensamiento propositivo, o sea, el pensamiento de las causas de algo no permite conocer su por qué. Ahora bien, ¿es importante conocer las causas de la misoginia antes de pasar a la reflexión de intentar cambiarla cultural y personalmente? Quien no conoce su pasado está condenado a repetirlo, advierte un autor. Pero conocerlo no es todavía un cambio, sólo representa el primer movimiento de la operación. Nos enfermamos simbólicamente, nos curamos igual. Quién sabe cuánto tiempo quede en la historia actual antes de un colapso mayor, pero sea cuanto sea, la revinculación con lo femenino parece ser el único método que admite la organización de la experiencia contemporánea. Y mientras más completa resulte más poder mental y emocional tendrán esas personas que lo realicen, hombres o mujeres, para vivir lo que vendrá y darle sentido a lo que está siendo. Como decir Dios/Diosa al referirse a la divinidad. Como tratar con dulzura a la mujer que se tiene. En fin.

Fernando Solana Olivares

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