Wednesday, March 14, 2007

DE SANGRE Y DE SOL / y II

El libro de Sergio González Rodríguez es un testigo del tiempo que corre. Y un proponente, también: toda reflexión significa un acto creativo que aumenta la comprensión. Sus temas elaboran un tejido intelectual, político, mágico, literario y metafísico sobre aquella dimensión espiritual que la modernidad ha vivido elusivamente, sin que la racionalidad y el sentimentalismo predominantes lo acepten. O más bien: la razón ha rechazado el espíritu, pues no puede encontrarlo en la materia, mientras que el sentimentalismo lo ha mencionado, pero sin encontrarlo igual. De esos chapoteos en los bajos fondos, de esas partidas correctas en direcciones equivocadas se desprende un rechazo. Nuestra época, en suma, es antiespiritual.
El motivo de ello, tal vez, está en que no es posible articular un discurso cabal sin conocer una práctica espiritual. Conocer una práctica es incursionar en eso que René Guénon menciona como al pasar en uno de los textos anotados en la copiosa bibliografía de De sangre y de sol: la ciencia del ritmo. O sea, una técnica psicofisiológica de la atención concentrada ---hay muchas---, sostenida en la postura y en la respiración, en el silencio interior y en la inmovilidad exterior, que se realice diariamente para provocar una transformación mental profunda desde la que pueda comprenderse el ámbito espiritual más allá de los conceptos y las alusiones librescas.
Además existe la otra cara del espíritu: aquella que ha sido advertida como peligrosa, pues desemboca en una energía somática colectiva que en el pasado inmediato ha tenido escenificaciones terribles como el nazismo y los fascismos cesáreos, y a menor escala ha hecho surgir cultos mágicos y pseudoespirituales que van de lo sangriento a lo bizarro, y alcanzan a perjudicar a millones de seres humanos. Tal parte debe contarse entre la amplia zona metafísica del tema: si hay iniciaciones, existen contrainiciaciones; si hay espiritualidad, contraespiritualidad; si hay religiones, surgen seudorreligiones.
Una de las más conspicuas de estas últimas es la de la rusa Helena Petrovna Blavatsky, fundadora, con el coronel Olcott, su asociado, de una seudorreligión teosófica. Un libro de René Guénon documenta exhaustivamente la superchería de esa operación intencionada para introducir masivamente un culto artificial, basado en saqueos de las tradiciones espirituales verdaderas (las que han durado en el tiempo) y en fraudes documentados, en libros insostenibles y en teologías vacuas. Una operación cuyo interés ---nada más apuntado por Guénon, como suele hacer en lo que él considera accesorio, meramente pintoresco--- está en las entidades o instancias desconocidas responsables de utilizar a las Blavatsky y a los Olcott para sus fines seudoespirituales.
Un caso equivalente de partidas equivocadas en dirección correcta lo encarna el mago Aleister Crowley, la Bestia 666, un ocultista extravagante dedicado al lado oscuro de la fuerza, que con toda su parafernalia esotérica de magia sexual ceremonial ---y sin duda, por ello--- no deja de representar una vía sicótica y destructiva hacia el espíritu, donde también hay niveles nocivos, infernales, descarnados. El destino del aprendiz de brujo ilustra las consecuencias del pacto mágico entre Fausto y Mefisto: como los estados del ser son múltiples, en el reino del espíritu también se encuentran entidades inferiores, las cuales terminan por apoderarse de quienes interactúan con ellas.
El espacio termina, pero antes de concluir este comentario apenas sobre un libro múltiple y conectivo (sus mezclas y contactos proponen sugerentes historias potenciales: jardín de senderos que se bifurcan), que debe ser leído sin falta, es indispensable aludir a su emblemática central: la sangre, el sol y el corazón. Acaso la sangre en la historia ---con las graves resonancias geopolíticas y metafísicas que el autor aborda--- no sea tan cercana al verdadero terreno espiritual como lo es el corazón. El sol y el corazón, en cambio, son expresiones del centro, entendiéndose esto de manera literal: el centro de todo. Su valor simbólico entonces cuenta entre los logros intelectuales de esta obra. Aparece un libro cuya nómina de personajes y obras hace una lectura bipolar de ciertas manifestaciones espirituales y no lo dice. Como si un Chejov contara las historias de los ladrones de caballos sin adjetivar de manera alguna y solamente describiendo la acción.
El que una táctica literaria así sobrevenga es una invitación reflexiva para distinguir las dos vías de la acción espiritual que las tradiciones mencionan: la vía seca y la húmeda, la vía izquierda y la vía derecha. La primera fuerza destruye o desvía: es la del mago, la del brujo, el que se vende a las entidades que le dan poder. La otra vía es un desbrozo del camino, una vía de la vida simple, cuyas estrategias son paulatinas y constantes en vez de espectaculares y truculentas. El sol, el centro, el corazón, las mañanas, versus la umbría de la sangre. El bien contra el mal, en territorios donde los opuestos no son relativos sino equidistantes: el espíritu reino de lo inferior o el espíritu reino de lo superior.
El ser es lo que conoce. Conocer brujería es proporcional al empeño: uno se vuelve brujo. Conocer técnicas precisas para despertar a la vida cotidiana del espíritu es, en cambio, un camino de la conciencia despierta que este libro puede abastecer.

Fernando Solana Olivares

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