Friday, March 02, 2007

DE SANGRE Y DE SOL / I

Somos hijos de nuestro tiempo histórico, en él ---perogrullada--- nos tocó vivir. Signos múltiples indican que estamos al filo de un periodo terminal, conforme dicen apocalípticos e integrados; de un cambio morfogenético, según los bermanianos; de la disolución e integración, como apuestan los cíclicos; de una burbujita que desaparecerá mañana, según sienten todos en la colonia Condesa; de un tiempo sin síntesis, como escribió Robert Musil.
Hay una atmósfera crepuscular en la cultura, pues ella es un espejo de realidades mayores, reflejo de un mundo que cambia a gran velocidad. Quizá este atributo mercurial sea uno de los rangos de un libro de Sergio González Rodríguez De sangre y de sol (Sextopiso editorial, México, 2006) que recién circula en librerías. Una lección de crítica aconseja que en primer lugar se establezcan los valores del texto comentado. Después sus partes débiles, sus inalcances, si los tuviera. Al concluir, deben exaltarse de nueva cuenta sus virtudes ---pues todo libro, diría Borges, posee más de una línea bella que el lenguaje crea.
La velocidad es un atributo de este libro inesperado, también la imaginación y la sensibilidad. Su autor es un prosista muy diestro, sumamente creativo, uno de los mejores escritores iberoamericanos actuales, quien posee un sistema analítico (lectura ilustrada convertida en escritura poderosa) capaz de elaborar una de las grandes obras contemporáneas del realismo trágico nacional: Huesos en el desierto. Y ahora este libro inesperado por la nómina de autores y referencias, imaginativo por la red vinculatoria que logra, sensible pues percibe con lucidez los vientos espirituales dominantes, la necesidad civilizacional de resacralizar lo real, la urgencia para encontrar una pauta que conecte al uno en la multiplicidad.
De sangre y de sol propone la búsqueda de lo que su autor llama una “geografía espiritual”. Ese interés benjaminiano de Sergio González Rodríguez por los reversos, las superficies estriadas, las estrategias de recolocación del sentido, los intertextos, por los otros mundos, diría Eluard, que están en éste, ha derivado ahora en otros nombres, otros autores, otros supuestos donde el término definitorio de su ensayo ---una palabra que viene de gustus: la peligrosa tarea del catador de alimentos de los reyes--- es lo espiritual. ¿Qué es el espíritu? Si no me preguntan puedo decirlo, si me preguntan no.
Se compone de aquello que es inmaterial: ideas, entidades, sentimientos. Ahí radican lo sagrado y todas sus derivaciones religiosas y culturales. El espíritu no es lo mismo que la mente, aunque algunas escuelas afirman su correspondencia: suele estar afuera y a la vez adentro de todos, y no puede suprimirse de la vida común pues su ausencia conduce a la degradación. Lo dicta el evangelista: el espíritu sopla donde quiera. Hay desgracia cuando no. ¿Qué es la modernidad y sus secuelas tardías? El punto histórico más alejado del origen tradicional, es decir, espiritual, desde el que inició el ciclo presente. O la civilización más antitradicional que se conoce, meramente profana y material, el reino desnudo de la cantidad.
Sergio González Rodríguez nombra a su texto como “cartas para navegar en continentes perdidos y siempre recuperados”, y líneas atrás, “el rescate de una perspectiva que llama a la comprensión a través de símbolos originarios y universales: sangre, sol, cruz, círculo, estrella, oro, pentagrama, corazón, pirámide, serpiente, puerta, infinito...”. En el prólogo recuerda la advertencia de René Guénon sobre el símbolo como un recipiente de verdades superiores, metafísicas, y su rebasamiento del raciocinio, el cual no lo puede comprender. Los símbolos ayudan a pensar, comprendiendo pensar no como especulación sino como conocimiento superior, completo e integral entre el conocedor y aquello que es conocido. Los símbolos se refieren a algo que no está en ellos mismos sino meramente aludido, no son organismos literales sino sistemas metafóricos.
Este libro propone una mirada cultural sobre tal paisaje imantado por el espíritu, último gran tema intelectual e histórico cuando sobreviene el encuentro entre Oriente y Occidente y surgen nuevas emulsiones de aquella energía somática que hace del espíritu algo muy peligroso. Pero antes de abordar el tema: el espíritu y sus peligros (o en palabras de Guénon el espíritu y su contrario, las iniciaciones tradicionales y las contrainiciaciones modernas), llama la atención cómo en los temas de este libro se cumple el adagio: poca ciencia aleja, mucha vuelve a llevar. O sea: cuando se sabe poco uno puede mantenerse a cierta distancia de aquello inmaterial y metafísico que está alrededor y que culturalmente ya no percibimos. Cuando se sabe mucho, no: salvo corroborar que el mundo es más vasto e inexplicable de lo que las imágenes mentales prefabricadas permiten percibir de él. Cuando se sabe mucho se sabe que no se sabe en verdad gran cosa, y el mundo invisible del espíritu se percibe como objetivamente real, fronterizo, manifiesto aquí y ahora, adentro y afuera, entre uno y lo demás. Mundo interdependiente, pues.
Así que existen diversos estados del ser. Vemos algunos de ellos, pero dichos estados son incontables. En suma, y antes de referir la nómina de autores que De sangre y de sol integra ---Evola, Guénon, Lawrence, Crowley, Blavatsky, Coomaraswamy, Pauwels y Bergier, Jünger, de Chardin, Eliade, Paz, Calasso, Parvulesco, Kumm Heller, Ewart, et al---, sus enlaces y sugerencias, su carta navegatoria, debe reiterarse que es singular, desde su portada con un simbólico, hermoso corazón de María.
Fernando Solana Olivares

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