Friday, July 27, 2007

DONDE HABITA LA VERDAD

Este artículo debería versar sobre el escándalo ético y político del ombudsman José Luis Soberanes al impugnar ante la Suprema Corte las recientes reformas para la despenalización del aborto en el Distrito Federal, aduciendo entre otras supuestas razones que el derecho de procreación no implica el derecho de la mujer a la autodeterminación de su cuerpo ni a una “maternidad aislada” y excluyente del progenitor. Fundándose en el artículo constitucional donde se establece el principio de igualdad entre el hombre y la mujer, la CNDH afirma que el derecho de procreación pertenece no a la mujer sino a la pareja.
Entonces, como resume con precisión la abogada Bonifaz Alonso, consejera jurídica del Gobierno del Distrito Federal (Proceso 1596): “José Luis Soberanes niega el derecho de la mujer sobre su cuerpo.” Y es aquel servidor público que debería tutelar los derechos humanos concretos, somáticos y evidentes en este caso de las mujeres, no invocar otros masculinos para conculcar los derechos reales y primarios (en toda sociedad abierta y democrática el cuerpo es una propiedad de la persona, en los regímenes autoritarios no) mediante sofismas y argucias legales.
Tan equívoca, confesional y partidistamente se comporta el voluminoso funcionario cada vez más desprestigiado, así los políticos nacionales, intoxicados con sus encuestas hechas a modo, viviendo en sus burbujas cognitivas, encerrados en la esfera de sus intereses, no parezcan darse cuenta de los esperpénticos comportamientos que suelen presentar. Alarmante y pobre y malgobernado México, muy cerca ya de alguna crisis mayor.
Pero tal probabilidad augurada no impide recordar otra historia, así venga al caso o al contrario, cuando un día del verano de 1952 en Copenhague se encontraron tres científicos y conversaron acerca de su interpretación de la teoría cuántica hecha veinticinco años atrás en ese mismo sitio, y sobre el impacto intelectual que desde entonces había tenido.
Conocemos la circunstancia gracias a uno de ellos, Werner Heisenberg, quien contó la entrevista que tuvo con Niels Bohr y Wofgang Pauli, los tres premio Nobel de Física. Primero hablaron todos en un pequeño invernadero y después, sin el danés Bohr, el alemán Heisenberg y el austriaco Pauli dieron un paseo a lo largo de la Langelinie que cruza el puerto donde los mercantes descargan su mercancía a uno y otro lado del malecón.
Aunque algunos pensadores radicales valoran solamente aquellas ideas que surgen al ir caminando (Nietzsche reprende acremente a Flaubert: “¡te agarré, nihilista!”, escribe al recordar unas líneas de su correspondencia donde este último privilegia el acto de estar sentado para pensar), lo que esa tarde crepuscular y peripatética se dijo también provenía de la reunión de horas antes, porque en ella Niels Bohr había citado un fragmento del poema de Schiller “Sentencias de Confucio” que ahora de nuevo los ocupaba: “Solo una mente plena es clara, y la verdad habita en las profundidades.”
Luego de traer esas líneas poéticas a cuento, el físico danés explicó que, como en el caso de ellos, una mente plena no estaba compuesta solamente por una abundancia de experiencias sino también por una abundancia de conceptos que permitieran poder hablar de cualquier cosa en general. Refiriéndose a las extrañas relaciones entre las leyes formales de la teoría cuántica y los fenómenos que la misma observaba, Niels dijo que era indispensable modificar los procesos mentales para lograr comprenderlas, y que en ese cambio mental los conceptos resultaban esenciales.
Lo que importaba para el científico era no eliminar de la existencia aquellas profundidades donde habita la verdad, a riesgo, advertía, de moverse sólo en la superficie de los fenómenos, de las ideas, de las existencias y de las cosas. Los positivistas dividen el mundo en dos partes: aquello que puede decirse de él con toda claridad ---una parte minúscula---, y el resto ---casi todo--- con respecto a lo cual es mejor no decir nada.
Por ese derrotero la plática llegó hasta Dios. Pauli inesperadamente preguntó a Heisenberg si creía en una deidad personal. Éste reformuló la pregunta: “¿Podemos, o puede alguien, alcanzar la razón central de las cosas o de los sucesos, de cuya existencia no parece haber duda, de un modo tan directo como podemos alcanzar el alma de otro ser humano?” Contestó entonces que sí, pero no quiso referirse a su propia experiencia, no contaría mucho, según dijo, sino al texto que el filósofo Pascal llevaba cosido dentro de su chaqueta: “El Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, y no el de los filósofos y los sabios.”
Pauli concordó con él a su manera. Habló de los tabúes del positivismo que impiden hablar e incluso pensar acerca de “otro tipo de conexiones más amplias que también están ahí”, sin las cuales, continuó, “corremos el riesgo de quedarnos sin brújula y por tanto en peligro de perdernos.” Términos inconvenientes como espíritu o metafísica, aunque se hablara de metalógica o metamatemática.
Vino a continuación una pequeña lancha de motor que los alcanzó en la punta del malecón de la Langelinie caminado durante horas. No toda abundancia de experiencias deriva en una abundancia de conceptos. Un predecesor de esos tres científicos, Einstein, repitiendo las palabras de un contemporáneo suyo, dijo que en esta era materialista en que vivimos los únicos seres profundamente religiosos son quienes trabajan con la máxima seriedad. Lo sabían Heisenberg, Bohr y Pauli. No Soberanes: qué barbaridad.

Fernando Solana Olivares

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