Friday, July 27, 2007

LA MASA CRÍTICA / I

La realidad organizada se descompone a una velocidad notable. O evidencia, si quiere ponerse un matiz a tan perentoria frase, que la descripción que ofrece del mundo es poco menos que una calamidad. El cerebro humano capta cuatrocientos mil millones de bits de información por segundo, pero la conciencia del sujeto solamente procesa dos mil de ellos. ¿A dónde van a parar todos los demás? Su ausencia supuesta y la incapacidad humana para hacerlos conscientes establecen, por lo pronto, dos rotundas certezas: a) la realidad que vivimos ocurre en nuestro cerebro, b) el mundo del que somos parte está compuesto por muchísimo más de aquello que percibimos y constatamos como existente.
Casi siempre tiene razón Basho, poeta budista, al advertir que los adjetivos de magnitud conducen a la infelicidad pues son inexactos. Pero no es el caso esta vez, cuando la gigantesca cantidad de información que el cerebro recibe y la conciencia ignora resulta en verdad desmesurada y, para efectos prácticos, inconmensurable. Debemos entonces aprender su uso, expandir nuestra conciencia para procesar en ella muchos más datos acerca de la extraña, misteriosa e inabarcable realidad real de la que participamos sin saber casi nada al respecto: ¿cómo es, para qué es, por qué es?
El tiempo histórico materialista parece pudrirse aceleradamente, pero si uno se esmera en verlo también es extraordinario. Una compensación acaso por tantas tribulaciones como hay en estos días, o quizá la doctrina de la aparición simultánea actuando sin reservas: surge el tiempo sombrío y a su lado está la luminosidad, viene la enfermedad cognitiva y simultáneamente se exhibe su curación. Ahora suceden (o vuelven a conocerse) fenómenos contradictorios, asombrosos y complementarios. Y lo que aquí va a contarse es precisamente eso, una afirmación poética inspiradamente verdadera: hay muchos mundos y están en éste.
Si tal circunstancia ha sido actualmente comprobada en laboratorio por la física cuántica, y desde luego era conocida por todas las tradiciones espirituales de la humanidad que hasta ahora han sido, otra conclusión puede derivarse: este mundo es muchos mundos coexistentes y entrelazados que sólo hay que saber (o poder) visualizar. El mundo múltiple, aunque los límites de la conciencia común se empeñen en no aceptarlo, no es entonces ni sucesivo ni literal. Es más bien una metáfora, una idea, un pensamiento de Dios.
Lo anterior fue el contexto. La siguiente es la historia a propalar. Cierta gente leyó hace no mucho tiempo acerca de la operación ideológica y espiritual que un centro de inteligencia radicado en el norte de Francia lanzó en el alto medioevo a través de los romances del ciclo artúrico, las aventuras de aquel legendario rey del País de Gales que acaudilló la resistencia celta frente a la conquista anglosajona, narraciones épicas que forman parte de ese fenómeno llamado amor cortés, todo él una operación de inteligencia espiritual mucho más grande incluso que el ciclo artúrico mismo.
A estas personas les despertó un gran interés tanto el método como el fascinante contenido de la operación, según habían investigado. Viene de una edad marcada por una devoción particular a la Virgen que, en boca de trovadores y juglares, corre paralela con la devoción a una dama. Ahí están las catedrales consagradas a Nuestra Señora como símbolo visible de esa nueva espiritualidad femenina de crucial significado sanacional para la conciencia humana. Aportó otro sentido al mundo unidimensional, patriarcal y misógino de entonces. Introdujo un nuevo pensamiento que derivó hasta las universidades, pues adosadas a las catedrales de Nuestra Señora se fundaron escuelas que pronto dieron lugar a tales centros de pensamiento y cultura que ampliarían radicalmente la manera de observar y mejor comprender la realidad: la Virgen es cuántica y el Señor, como está descrito mediante el aburrido dogma religioso, es patriarcalmente autoritario y lineal.
Algunos historiadores aseguran que el fenómeno del amor cortés nunca existió, que no fue puesto en práctica masivamente. Se equivoca esa visión positivista que sólo se atreve a hablar de la parte del mundo manifiesta ante los sentidos, tan pequeña y elemental como la otra es descomunal y asombrosa, aquella parte oculta para nuestra restricción perceptiva pero activa y presente en el mundo excepcional de la realidad verdadera, multiplicada: cuatrocientos mil millones de bits de información recibida por el cerebro cada segundo y solamente dos mil utilizados en vivir.
De tal manera que estas gentes resolvieron montar una operación parecida a la que introdujo hace siglos la devoción mariana en el sistema del mundo occidental. En la intención solamente, por que se trataba de otra tarea y otra escala. Antes de contar la iniciativa que tuvieron debe tomarse en cuenta quiénes eran esas personas. Pueden ser definidas como aristócratas de lo sensible, lo considerado y lo atrevido, personas que se encuentran en todas partes a lo largo de todos los tiempos y provienen de cualquier clase social y se juntan para una acción correcta hecha en común dado que existe un secreto e inmediato entendimiento entre ellas. La única victoria de la raza humana, explicaría un autor, contra la crueldad y el caos. Monjecopistas, los llama uno. O gente de mente plena, afirma otro más. Pero solamente gente decidida y buena que actuaría para aumentar en otros el uso de la información cerebral. Cualquier cifra más allá de dos mil bits sería ganancia plena, mejoría colectiva, aliviane social.

Fernando Solana Olivares

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