Friday, July 27, 2007

OTELO A DURAS PENAS

Entonces recordó sus celos. Vaya que los había padecido. Yago intrigaba dentro de él. Una variante que el universo cuántico de Shakespeare permite considerar seriamente: ¿dónde está Yago? Adentro de él. Y le malaconsejaba mucho sobre su bella y casta Desdémona.
Aquellos fueron tiempos plenos. La pasión reverberaba y ninguna representación era tan potente como el lienzo cromático, veloz y plástico de la celotipia fantástica. Toda imagen es una acción. Desdémona se entregaba a Cassio con un lujo de detalles que sólo él, Otelo Montes, reconstruía en su subjetividad. Imaginación proléptica o profecía autocumplida, pero de tal manera que esas desconfianzas mentalizadas le fueron costumbre un largo tiempo.
Ahora los papeles se habían invertido. La señora Desdémona Pérez estaba hecha una furia porque en su imaginación establecía que su marido, un adulto arañante de la tercera edad, le era infiel en aquella zona de su conciencia que ella llamaba “su vida secreta”. Habían remontado con buena fortuna las otras dos etapas conocidas: la vida pública y la vida privada, pero ella porfiaba sobre la etapa final que la pareja ocupaba.
Sí porque sí, no porque no y sí pero no. Desdémona establecía su peregrina suposición en un correo electrónico recientemente enviado a él por una antigua amiga, término éste negado sardónicamente por la esposa, quien estaba dispuesta a descubrir el sucio juego del marido con la otra, según sus propias palabras:
---Piensas dejarme, ¿verdad?
Otelo quedó paralizado por la sorpresa. Así es la vida: inesperada. Recorrió mentalmente las palmarias evidencias de lo contrario y se dio cuenta que ella no miraba lo que miraba él. ¿Por qué sufre la gente? Porque la gente, que no es seria, no cesa de inventarse dramas. Así era Desdémona: celosamente empoderada.
---¿Cuándo te cambias de casa? Quiero saberlo.
---¿Y por qué voy a cambiarme de casa?
---¿Pues no te escribió ésa?
---Tú leíste su mensaje y mi respuesta. ¿Cómo puedes decir tal locura?
---Debe haber claves entre ustedes, lenguajes cifrados. A ver, cuéntame de tu vida secreta con ésa.
---No salgo de aquí desde hace años.
---¿Ves cómo lo reconoces?
---¿Qué?
---Obvio: que tienes una vida secreta con ésa. No presencial, todavía, pero ya lo estás pensando.
---¿Sasqué? Cuídate. Estás bien loca.
Loca que toma la casa, que husmea por los rincones, los intersticios, los subtextos paranoicos, loca que amarga la convivencia. Otelo Montes se dijo para sí que ella, otra vez, no comprendía. El estaba dedicado a los planetas y su relación con las libélulas, al arte, pues, según definición magisterial de Cardoza y Aragón, y más allá de ella, su mujer ahora, no volvería a tener otra, y mucho menos ésa, la némesis conyugal.
Otelo consideró que la comparación simplemente lo ofendía. El hecho de que ésa alucinara a su señora no suponía que lo alucinara a él. Hasta tomó en cuenta, invirtiendo los espejos, la posibilidad de que ésa le gustara más bien a Desdémona. Malos gustos, se comentó a sí mismo con autoridad fundada pues había sido lesbiano sexual. Luego pasó a perdonarla, acaso su demanda también era conmovedora: conocer su vida secreta, conocerla bien.
Pero no era el tono debido: mucha histeria, mucha desproporción entre el hecho y la imagen, entre el incidente y la reacción emocional. Recordó una historia recientemente leída sobre el hombre más feliz del mundo según sensores neurocerebrales y pruebas científicas, un dialogante con su hemisferio mental izquierdo, donde la felicidad y el placer residen, monje budista célibe, francés ilustradísimo y renunciante total. Para gente tan superior no aplicaba el precepto coránico de que no hay hombre completo sin mujer bajo las sábanas. Quien se mueve hacia otros estados del ser va volviéndose suprahombre y no necesita tener a nadie en el lecho, sólo la cobijante intemperie de la soledad.
Si supiera su vida secreta, Desdémona se perturbaría aún más. Otelo llevaba un buen tiempo aprendiendo a desvanecerse, practicaba la ciencia del ritmo, sostenía diálogos cuánticos en su interior y pugnaba por superar su nivel psicológico para penetrar a otros estados que le parecían potenciales y posibles del ser. Pero tenía hecho un voto de fidelidad y permanencia con su señora que estaba dispuesto a cumplir hasta el final.
Nunca se marcharía a otro plano de la conciencia pues mejor se aplicaba al yoga de lo cotidiano con Desdémona. Solía decirse a sí mismo que lo que fuera que pudiera conseguir en psicología de la mutabilidad por allá podría obtenerlo por acá. Otelo actuaba en el futuro, acometía sus tareas como pendientes existenciales que debían cumplirse bien para despejarse, uno de ellos su conyugalidad, palabra que viene de yugo, para no tener que repetirlos en una existencia posterior. Hombre prevenido renace mejor.
Volvió a convocar aquellos tiempos plenos, cuando cien aforismos lo entusiasmaban, la carne era firme y la hora temprana. ¡Ah, su Desdémona! Convino consigo mismo que no tenía por qué sufrir la febrilidad imaginativa de la señora, cuando los años pasaban de prisa y debían vivir con seriedad.
Después miró por la ventana y contempló a la distancia elefantes que semejaban ser blancas colinas. A continuación consultó el Libro de los Cambios y leyó el hexagrama 23, La Desintegración. Sonrió ante el oráculo y decidió redoblar su serenidad intocable.
Desdémona entonces dijo...

Fernando Solana Olivares

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