VIAJE A OAXACA / y III
Viernes 10 por la tarde. Me persigue la sensación de atestiguar el esplendor de la decadencia: tanta creatividad individual y de grupo, tanto refinamiento espiritual en bastantes como para considerarlos una masa crítica, germen de otra forma nueva de pensamiento humano, tanta belleza física y arquitectónica, aquel exquisit taste que deslumbra a propios y embauca a extraños, tanto de todo ello en Oaxaca mientras las ancestrales estructuras del mal gobierno gangsteril y mafioso crujen por todas partes, así conserven su ilegítima capacidad represiva, y el desencanto y la cólera de las mayorías populares vienen hirviendo desde hace mucho tiempo en un caldero: luna cáustica de mezcal.
Ese es el problema externo, y quizá interno también, de la triste Oaxaca: sus escenas arrebatadoras. Puras fachadas detrás de las cuales existe una realidad compleja, corrompida, cuya imagen vislumbró el escritor inglés D. H. Lawrence cuando hace ochenta años vivió ahí durante unos meses: “La población de origen español forma como una capa que se pudre encima de la oscura masa de los salvajes.” Duras palabras hoy que los gentilicios de los que dominan han cambiado pero están más podridos que aquellos criollos de antaño, los vallistos, tenderos de prosapia cuyas señoras se juntaban a hacer la costura y criticar al prójimo una vez por semana.
Estos de ahora son señores istmeños o mixtecos de horca y cuchillo, enriquecidos hasta la demencia, audaces e inescrupulosos. Señores oscuros, medianías sangrientas, caciques responsables de la descomposición política, económica y social que Oaxaca padece cada vez más acusadamente desde hace cuatro sexenios. Cada gobernador ha sido peor que el otro hasta llegar al último, Ulises Ruiz, el peor de todos. Y como somos occidentales y estamos condenados a recibir la revelación mediante el libro, encuentro uno interesante y otro extraordinario en una tradicional librería del centro oaxaqueño, luego de ver los legendarios árboles verdinegros que se salvaron del ecocidio con el cual comenzó esta revuelta encabronada. El libro interesante es amargo, el libro fuera de lo común es épico. Uno sirve para saber, el otro para sentir.
Sábado 11. Las cosas se destruyen, las cosas se sostienen. Dado que las costumbres de la tribu no se cambian, asisto a una boda. Se casan dos bellos jóvenes confiados en que el futuro seguirá igual. Hago votos por su permanencia pues de pronto comprendo que la normalidad es el antídoto contra la crispación. Si la burbuja financiera mundial no estalla antes de unos años, si Oaxaca no se colapsa por otra violenta insurrección dentro de algunos meses, si el gobierno logra ganar pronto su hasta hoy impune guerra de baja intensidad, entonces esta pareja contará con tiempo extra para vivir amablemente. Hasta que ocurra lo que nos ocurre: a toda la gente le tocan malos tiempos históricos.
Pero aquí no parecen enterarse, pues los invitados bailan coreográficamente como si hubieran sido entrenados para ello en algún lugar. “Es en las mismas bodas donde aprenden”, según me ilustra mi mujer. Como hace veinte años que yo no iba a ninguna, mi capacidad dancística resulta nula y no es el momento para ponerme a practicar. Si alguna vez regreso al mundo quisiera bailar como los dioses, hoy no. Mi cabeza se ocupa de lo que estoy leyendo: las líneas profundas de la umbría Xashaca, nada más. Oaxaca: ínsula de rezagos, de Cuauhtémoc Blas López (Editorial Siembra), y Oaxaca sitiada, de Diego Enrique Osorno (Editorial Grijalbo). Este último es el libro acerca de todo lo que ha ocurrido, un tejido narrativo flotante y múltiple, una crónica de meses hecha desde el sitio al mejor modo literario, pues el periodismo de corresponsal escrito como está ahí se vuelve un alto género. La veloz, poderosa y diversa prosa de sus páginas dan cuenta de una victoria moral, que eso han sido siempre los levantamientos populares contra los tiranos, así cometan excesos y heroismos como aquí están nítidamente contados. Es confortante saber que la historia inmediata así se consigna, pues entonces, pase lo que pase, está salvada para la memoria común, la única que existe. ¿Quién recordará en cambio al oscuro Ulises? Y el otro volumen es un trabajo riguroso que explica y pone en claro, con nombres, estadísticas y apellidos, el corrupto poder político de décadas que ha llevado a Oaxaca al índice 0.716 de desarrollo humano correspondiente, conforme a Lorenzo Meyer en su prólogo al importante libro de Osorno, a las islas de Cabo Verde en el occidente de África. Sí, no es el mezcal, es Oaxaca.
Domingo 12. Aquí fue el alcohol. O sea, estamos chupando tranquilos. Por logística arbitraria y propia de la boda nos toca regresar de Oaxaca con unos cuantos borrachos en el camión, que están así desde la fiesta de ayer. “¡Apláudanme güeyes!”, grita un hombre alto y rudo que los comanda y alebresta en la parte trasera. El ruido altisonante, la estridencia corporal macha, la pauta sentimental y el dictum: no tanto estamos chupando tranquilos sino sobre todo estamos chupando. Y ocurre lo de siempre, llega la animalidad. No es Oaxaca, es el alcohol. La carretera también hierve, como el caldero oaxaqueño. Detrás queda el asunto, pero no. Más bien está delante y ejemplifica lo que vendrá. Deseo equivocarme y después pienso que para qué. Si Dios quiere, dicen por aquí. Vivo al día, como todos, mirando que el futuro se confunde cada vez más. Cuestión de resistir lo que venga, la aristocracia es espiritual. De ser de nuevo Oaxaca, aunque sea moral y escrituralmente, como ahora, yo también me insurreccionaré.
Fernando Solana Olivares
Ese es el problema externo, y quizá interno también, de la triste Oaxaca: sus escenas arrebatadoras. Puras fachadas detrás de las cuales existe una realidad compleja, corrompida, cuya imagen vislumbró el escritor inglés D. H. Lawrence cuando hace ochenta años vivió ahí durante unos meses: “La población de origen español forma como una capa que se pudre encima de la oscura masa de los salvajes.” Duras palabras hoy que los gentilicios de los que dominan han cambiado pero están más podridos que aquellos criollos de antaño, los vallistos, tenderos de prosapia cuyas señoras se juntaban a hacer la costura y criticar al prójimo una vez por semana.
Estos de ahora son señores istmeños o mixtecos de horca y cuchillo, enriquecidos hasta la demencia, audaces e inescrupulosos. Señores oscuros, medianías sangrientas, caciques responsables de la descomposición política, económica y social que Oaxaca padece cada vez más acusadamente desde hace cuatro sexenios. Cada gobernador ha sido peor que el otro hasta llegar al último, Ulises Ruiz, el peor de todos. Y como somos occidentales y estamos condenados a recibir la revelación mediante el libro, encuentro uno interesante y otro extraordinario en una tradicional librería del centro oaxaqueño, luego de ver los legendarios árboles verdinegros que se salvaron del ecocidio con el cual comenzó esta revuelta encabronada. El libro interesante es amargo, el libro fuera de lo común es épico. Uno sirve para saber, el otro para sentir.
Sábado 11. Las cosas se destruyen, las cosas se sostienen. Dado que las costumbres de la tribu no se cambian, asisto a una boda. Se casan dos bellos jóvenes confiados en que el futuro seguirá igual. Hago votos por su permanencia pues de pronto comprendo que la normalidad es el antídoto contra la crispación. Si la burbuja financiera mundial no estalla antes de unos años, si Oaxaca no se colapsa por otra violenta insurrección dentro de algunos meses, si el gobierno logra ganar pronto su hasta hoy impune guerra de baja intensidad, entonces esta pareja contará con tiempo extra para vivir amablemente. Hasta que ocurra lo que nos ocurre: a toda la gente le tocan malos tiempos históricos.
Pero aquí no parecen enterarse, pues los invitados bailan coreográficamente como si hubieran sido entrenados para ello en algún lugar. “Es en las mismas bodas donde aprenden”, según me ilustra mi mujer. Como hace veinte años que yo no iba a ninguna, mi capacidad dancística resulta nula y no es el momento para ponerme a practicar. Si alguna vez regreso al mundo quisiera bailar como los dioses, hoy no. Mi cabeza se ocupa de lo que estoy leyendo: las líneas profundas de la umbría Xashaca, nada más. Oaxaca: ínsula de rezagos, de Cuauhtémoc Blas López (Editorial Siembra), y Oaxaca sitiada, de Diego Enrique Osorno (Editorial Grijalbo). Este último es el libro acerca de todo lo que ha ocurrido, un tejido narrativo flotante y múltiple, una crónica de meses hecha desde el sitio al mejor modo literario, pues el periodismo de corresponsal escrito como está ahí se vuelve un alto género. La veloz, poderosa y diversa prosa de sus páginas dan cuenta de una victoria moral, que eso han sido siempre los levantamientos populares contra los tiranos, así cometan excesos y heroismos como aquí están nítidamente contados. Es confortante saber que la historia inmediata así se consigna, pues entonces, pase lo que pase, está salvada para la memoria común, la única que existe. ¿Quién recordará en cambio al oscuro Ulises? Y el otro volumen es un trabajo riguroso que explica y pone en claro, con nombres, estadísticas y apellidos, el corrupto poder político de décadas que ha llevado a Oaxaca al índice 0.716 de desarrollo humano correspondiente, conforme a Lorenzo Meyer en su prólogo al importante libro de Osorno, a las islas de Cabo Verde en el occidente de África. Sí, no es el mezcal, es Oaxaca.
Domingo 12. Aquí fue el alcohol. O sea, estamos chupando tranquilos. Por logística arbitraria y propia de la boda nos toca regresar de Oaxaca con unos cuantos borrachos en el camión, que están así desde la fiesta de ayer. “¡Apláudanme güeyes!”, grita un hombre alto y rudo que los comanda y alebresta en la parte trasera. El ruido altisonante, la estridencia corporal macha, la pauta sentimental y el dictum: no tanto estamos chupando tranquilos sino sobre todo estamos chupando. Y ocurre lo de siempre, llega la animalidad. No es Oaxaca, es el alcohol. La carretera también hierve, como el caldero oaxaqueño. Detrás queda el asunto, pero no. Más bien está delante y ejemplifica lo que vendrá. Deseo equivocarme y después pienso que para qué. Si Dios quiere, dicen por aquí. Vivo al día, como todos, mirando que el futuro se confunde cada vez más. Cuestión de resistir lo que venga, la aristocracia es espiritual. De ser de nuevo Oaxaca, aunque sea moral y escrituralmente, como ahora, yo también me insurreccionaré.
Fernando Solana Olivares
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