BUDIATRÍA AVANZADA: EL FUEGO / I
El axioma central del pensamiento budista afirma que la mente es la base universal de toda experiencia, “la creadora de la felicidad y la creadora del sufrimiento, el hacedor de lo que llamamos vida y de lo que llamamos muerte”, como lo consigna Sogyal Rimpoché, un importante divulgador contemporáneo tibetano.
Sabiendo eso fue que el historiador Arnold Toynbee, entre otros, predijo que uno de los sucesos más importantes del siglo XX sería la llegada del budismo a Occidente. Tal arribo, si quiere simplificarse, ha sido esencial para descubrir que existe una ciencia de la mente más antigua y mucho más sabia que cualquier disciplina occidental al respecto.
Nadie debe llamarse a escándalo racionalista pues la anterior aseveración resulta demostrable si se quieren consultar textos como el Abhidamma (un extraordinario y detallado modelo de la mente elaborado por el budismo medieval y editado por primera vez en traducción directa del pali al español por El Colegio de México en 1999), y está suscrita por connotados científicos occidentales entre los que se cuentan psicólogos, neurólogos, psiquiatras y filósofos.
Uno de ellos, Daniel Goleman ---masivamente conocido por sus investigaciones sobre inteligencia emocional---, escribe que dicho texto “constituye una entidad significativa desde la perspectiva de la psicología moderna, debido a que es un sistema psicológico con unas raíces completamente distintas. Y ofrece como tal por primera vez a la psicología moderna algo similar a un ‘encuentro íntimo en la tercera fase’: un encuentro con una inteligencia extraña que pocos, tal vez ninguno, creían realmente que existiera. Por supuesto, casi todos los psicólogos y psiquiatras dirían que no existe ninguna psicología plenamente desarrollada fuera del redil del pensamiento occidental moderno. Ahora, sin embargo, es evidente que hay una, y que tiene algo importante que decir a las psicologías de Occidente”.
Un dicho tibetano asegura que un sabio nunca convencerá a un necio y que un necio siempre refutará a un sabio. Algo parecido, aunque más sintético, promulgan los evangelios cristianos ante las buenas nuevas: quien tenga oídos para oír, que oiga. Así entonces este texto trata del fuego, del calor interior que ciertas técnicas yóguicas tibetanas logran asombrosamente producir. La primera noticia europea al respecto fue dada por la budista francesa Alexandra David-Néel, aquella primera mujer occidental que admiró Lhasa en 1924, la entonces misteriosa y sagrada capital del Tíbet, todavía no envilecida ni saqueada por la brutal ocupación china hasta hoy vigente en ese martirizado (e internacionalmente abandonado) país.
Vale la pena citar un pequeño pasaje aludido en uno de los libros esenciales de Alexandra David-Néel, Místicos y magos del Tíbet (Colección Austral, Espasa-Calpe, Madrid, 1968), mediante el cual muchos hispanohablantes tuvimos un primer contacto articulado y coherente con el budismo. En él, quien fue llamada Nuestra Señora del Potala, describe las prácticas del yoga tibetano g Tum-mo (en la grafía del libro, Tumo): “Los neófitos se sientan en el suelo, con las piernas cruzadas, y desnudos. Se mojan sábanas en agua helada y cada individuo se envuelve en una y tiene que secarla sobre el cuerpo. En cuanto la sábana se seca, vuelven a mojarla en agua helada y a colocarla sobre el cuerpo del novicio como antes para que la seque otra vez. La operación prosigue de ese modo hasta el amanecer. Entonces, se proclamará ganador de la competición al que haya secado mayor número de sábanas. Además de secar sábanas húmedas sobre el propio cuerpo, existen varias pruebas más para determinar la cuantía del calor que es capaz de irradiar el neófito. Unas de estas pruebas consiste en sentarse en la nieve. La cantidad de nieve que se funde debajo del sujeto y la extensión que se funde a su alrededor se consideran la medida de su capacidad”.
Ningún esotérico misticoide sino Robert A. E. Thurman ---doctor en Filosofía y profesor de estudios indotibetanos en la Universidad de Columbia--- considera que dicho empeño competitivo, increíble y fantástico, para secar sábanas no es otra cosa que “una manifestación periférica, una especie de signo exterior machista de que se está operando sobre el nivel interno”. Lo pintoresco espiritual, pues. A partir de estudios hechos por Herbert Benson ---científico de la conducta que ha sido pionero, hace veinticinco años, en la investigación acerca de la influencia de la mente sobre la salud física---, así como de sus propias experiencias y reflexiones, Thurman afirma que la meditación g Tum-mo, “el yoga del furor encauzado que puede dirigir calor intenso para generar experiencias interiores específicas y deseadas”, es parte del desarrollo psicológico budista de una diversidad de modelos de realidad, de relaciones mente/cuerpo, todos ellos útiles para propósitos diversos. De un software mental muchísimo más amplio que aquel tan restringido, tan fisicalista y tan unidireccional como el predominante en el Occidente moderno.
Thurman cuestiona qué estamos haciendo como civilización en el proyecto de desarrollo que constituye nuestro “progreso”, sobre todo en el área de comprensión de la conciencia humana y de sus capacidades cognitivas. Nuestra equivocación se debe a lo que llama un error filosófico básico de la cultura, aquella decisión que no proviene de ningún descubrimiento objetivo: excluir a la mente del orden natural y considerar todos los problemas como materiales. Juzgar la realidad como algo solamente material.
Fernando Solana Olivares
Sabiendo eso fue que el historiador Arnold Toynbee, entre otros, predijo que uno de los sucesos más importantes del siglo XX sería la llegada del budismo a Occidente. Tal arribo, si quiere simplificarse, ha sido esencial para descubrir que existe una ciencia de la mente más antigua y mucho más sabia que cualquier disciplina occidental al respecto.
Nadie debe llamarse a escándalo racionalista pues la anterior aseveración resulta demostrable si se quieren consultar textos como el Abhidamma (un extraordinario y detallado modelo de la mente elaborado por el budismo medieval y editado por primera vez en traducción directa del pali al español por El Colegio de México en 1999), y está suscrita por connotados científicos occidentales entre los que se cuentan psicólogos, neurólogos, psiquiatras y filósofos.
Uno de ellos, Daniel Goleman ---masivamente conocido por sus investigaciones sobre inteligencia emocional---, escribe que dicho texto “constituye una entidad significativa desde la perspectiva de la psicología moderna, debido a que es un sistema psicológico con unas raíces completamente distintas. Y ofrece como tal por primera vez a la psicología moderna algo similar a un ‘encuentro íntimo en la tercera fase’: un encuentro con una inteligencia extraña que pocos, tal vez ninguno, creían realmente que existiera. Por supuesto, casi todos los psicólogos y psiquiatras dirían que no existe ninguna psicología plenamente desarrollada fuera del redil del pensamiento occidental moderno. Ahora, sin embargo, es evidente que hay una, y que tiene algo importante que decir a las psicologías de Occidente”.
Un dicho tibetano asegura que un sabio nunca convencerá a un necio y que un necio siempre refutará a un sabio. Algo parecido, aunque más sintético, promulgan los evangelios cristianos ante las buenas nuevas: quien tenga oídos para oír, que oiga. Así entonces este texto trata del fuego, del calor interior que ciertas técnicas yóguicas tibetanas logran asombrosamente producir. La primera noticia europea al respecto fue dada por la budista francesa Alexandra David-Néel, aquella primera mujer occidental que admiró Lhasa en 1924, la entonces misteriosa y sagrada capital del Tíbet, todavía no envilecida ni saqueada por la brutal ocupación china hasta hoy vigente en ese martirizado (e internacionalmente abandonado) país.
Vale la pena citar un pequeño pasaje aludido en uno de los libros esenciales de Alexandra David-Néel, Místicos y magos del Tíbet (Colección Austral, Espasa-Calpe, Madrid, 1968), mediante el cual muchos hispanohablantes tuvimos un primer contacto articulado y coherente con el budismo. En él, quien fue llamada Nuestra Señora del Potala, describe las prácticas del yoga tibetano g Tum-mo (en la grafía del libro, Tumo): “Los neófitos se sientan en el suelo, con las piernas cruzadas, y desnudos. Se mojan sábanas en agua helada y cada individuo se envuelve en una y tiene que secarla sobre el cuerpo. En cuanto la sábana se seca, vuelven a mojarla en agua helada y a colocarla sobre el cuerpo del novicio como antes para que la seque otra vez. La operación prosigue de ese modo hasta el amanecer. Entonces, se proclamará ganador de la competición al que haya secado mayor número de sábanas. Además de secar sábanas húmedas sobre el propio cuerpo, existen varias pruebas más para determinar la cuantía del calor que es capaz de irradiar el neófito. Unas de estas pruebas consiste en sentarse en la nieve. La cantidad de nieve que se funde debajo del sujeto y la extensión que se funde a su alrededor se consideran la medida de su capacidad”.
Ningún esotérico misticoide sino Robert A. E. Thurman ---doctor en Filosofía y profesor de estudios indotibetanos en la Universidad de Columbia--- considera que dicho empeño competitivo, increíble y fantástico, para secar sábanas no es otra cosa que “una manifestación periférica, una especie de signo exterior machista de que se está operando sobre el nivel interno”. Lo pintoresco espiritual, pues. A partir de estudios hechos por Herbert Benson ---científico de la conducta que ha sido pionero, hace veinticinco años, en la investigación acerca de la influencia de la mente sobre la salud física---, así como de sus propias experiencias y reflexiones, Thurman afirma que la meditación g Tum-mo, “el yoga del furor encauzado que puede dirigir calor intenso para generar experiencias interiores específicas y deseadas”, es parte del desarrollo psicológico budista de una diversidad de modelos de realidad, de relaciones mente/cuerpo, todos ellos útiles para propósitos diversos. De un software mental muchísimo más amplio que aquel tan restringido, tan fisicalista y tan unidireccional como el predominante en el Occidente moderno.
Thurman cuestiona qué estamos haciendo como civilización en el proyecto de desarrollo que constituye nuestro “progreso”, sobre todo en el área de comprensión de la conciencia humana y de sus capacidades cognitivas. Nuestra equivocación se debe a lo que llama un error filosófico básico de la cultura, aquella decisión que no proviene de ningún descubrimiento objetivo: excluir a la mente del orden natural y considerar todos los problemas como materiales. Juzgar la realidad como algo solamente material.
Fernando Solana Olivares
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