ESTE DESLINDE / II
La lastimosa existencia de una izquierda política tan parecida a la derecha reinante, denominaciones las dos que dejan ya de tener sentido cabal: todos los gatos son pardos
El día del racionalismo materialista ha llegado a su fin y comienza la noche histórica. “Todas las señales —escribió en los años treinta del siglo pasado Nicolás Berdiaev, un pensador a quien debe leerse de nuevo para comprender lo que ocurre en nuestro momento y, acaso, lo que ocurrirá sin falta— atestiguan que hemos salido de una era diurna para entrar a una era nocturna”. Nuestro tiempo es crepuscular. Y aunque el superficial e inducido optimismo de la época lo rechace, o su complemento pesimista también superficial e inducido lo magnifique, dicha condición nocturnal es indispensable para cualquier cambio de estado, el cual siempre se produce a través de una fase previa de oscurecimiento.
Lo anterior puede sonar abstracto o incluso lírico. Sin embargo, y a pesar de la supuesta brillantez tecnológica de nuestra época, de los omnipresentes mecanismos de persuasión masiva que reiteran sin cesar las hipotéticas bondades de la actualidad neoliberal, sólo considerando (y desdramatizando) ese agotamiento espiritual y por ende físico, político, psíquico, ambiental y económico del día racionalista, será posible dar el salto hermenéutico —“la ruptura”, le llama el autor— hacia otro futuro posible, otra sensación de universo, otro modelo de existencia común.
Todo acto de transformación se inicia como un acto de imaginación profunda. En tal terreno debe ocurrir la lucha personal para comprender y luego resistir los brutales trastornos colectivos que irán sucediéndose con una frecuencia cada vez mayor. Quien controla la imaginación de la gente controla su destino. Si tampoco se acepta la existencia deliberada e intencional de una formidable empresa de sugestión para establecer dicho dominio avasallante sobre la psique, el cuerpo, la voluntad y el sentimiento de las masas contemporáneas, no será posible para ningún sujeto o grupo actuar en consecuencia y construir alternativas. Por eso, entre otras razones, la lastimosa existencia de una izquierda política tan parecida a la derecha reinante, denominaciones las dos que dejan ya de tener sentido cabal: todos los gatos son pardos.
El mundo tardomoderno está al revés y en él sigue ocurriendo con frecuencia creciente aquello que advirtió Goethe: “¿Qué es lo más difícil de todo? Lo que parece más sencillo: ver con nuestros ojos lo que hay delante de ellos”. ¿Ejemplos? Son legión. La organización del ocio masivo o la moda, ese cambio incesante y sin objeto que se convierte en valor en sí. La obsolescencia de las mercancías, desde coches hasta computadoras, fabricadas para no durar y muchas para ni siquiera servir. Los controles burocráticos, el feismo contemporáneo, el envilecimiento de la vida cotidiana, el estrangulamiento del espacio vital, la política del miedo a través de la enfermedad como tópico constante, la puerilización de las conductas, o la reducción existencial y aun educativa del habla, pues ya no se requieren más de cien palabras para convivir (alguna vez la casa del ser fue el lenguaje, quizá tal sitio hoy se localice en la pantalla de un teléfono celular). Etcétera.
A fin de cuentas todo es dialéctico y todo desorden es el germen de un orden que todavía no se puede ver. En las visiones cíclicas del tiempo, nuestro momento histórico es designado por los libros sagrados tibetanos como la “Edad de la progresiva corrupción”. El jainismo le llama la “Edad tristemente triste”. Sin embargo, esta decadencia antes gradual y ahora acelerada ofrece múltiples salidas para aquellos que sean capaces de reconocer las relaciones de continuidad entre un mundo que muere y otro que apenas va a nacer. Éste último no se encuentra más que en el regreso al origen, es decir, en la originalidad. Y como esa condición exige sobre todo liberar la imaginación humana de los mecanismos de control que la estupidizan, hay quienes la definen, siguiendo a Berdaiev, “como un recogimiento intelectual operado en la oscuridad, una renovación de la conciencia en el plano sociocultural.” Si se quiere una receta más tangible de lo mismo habría que repetir a Calvino: saber qué y quién no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio. En suma, observar con atención aquello que ha estado delante de los ojos y mirarlo otra vez sin las anteojeras de la opinión, del prejuicio o de la seudoinformación manipulante.
Hace milenios surgió en la China antigua —que no en la actual, esta potencia brutalmente genocida y vorazmente destructora— la “Escuela de los nombres” para ocuparse de la relación entre las palabras y la realidad. Derivada de ella, el proyecto político de Confucio insistió en que el mantenimiento del orden común y el ejercicio del buen gobierno requerían la coincidencia puntual entre las cosas y las designaciones dadas a las mismas. “Rectificación de las palabras” se le llamó a dicha actitud civilizacional. ¿No sería deseable un empeño lingüístico similar entre nosotros para nombrar los verdaderos “peligros para México”, que antes que López Obrador ¬—al cual en una operación de contrapropaganda ellas mismas y otras le endilgaron tal diatriba—, lo son empresas tan reverenciadas como Coca-Cola, Pepsico, Nestlé, Bimbo y Kellogg’s, responsables todas (Proceso 1640), junto con diversos funcionarios estatales, oligarcas, legisladores, cabilderos, publicistas y medios electrónicos de comunicación masiva, del gravísimo segundo lugar mundial que ostenta el país en sobrepeso y obesidad entre niños y adultos?
Y lo que sigue es la cuestión del petróleo, esa tenebrosa profundidad.
Fernando Solana Olivares
El día del racionalismo materialista ha llegado a su fin y comienza la noche histórica. “Todas las señales —escribió en los años treinta del siglo pasado Nicolás Berdiaev, un pensador a quien debe leerse de nuevo para comprender lo que ocurre en nuestro momento y, acaso, lo que ocurrirá sin falta— atestiguan que hemos salido de una era diurna para entrar a una era nocturna”. Nuestro tiempo es crepuscular. Y aunque el superficial e inducido optimismo de la época lo rechace, o su complemento pesimista también superficial e inducido lo magnifique, dicha condición nocturnal es indispensable para cualquier cambio de estado, el cual siempre se produce a través de una fase previa de oscurecimiento.
Lo anterior puede sonar abstracto o incluso lírico. Sin embargo, y a pesar de la supuesta brillantez tecnológica de nuestra época, de los omnipresentes mecanismos de persuasión masiva que reiteran sin cesar las hipotéticas bondades de la actualidad neoliberal, sólo considerando (y desdramatizando) ese agotamiento espiritual y por ende físico, político, psíquico, ambiental y económico del día racionalista, será posible dar el salto hermenéutico —“la ruptura”, le llama el autor— hacia otro futuro posible, otra sensación de universo, otro modelo de existencia común.
Todo acto de transformación se inicia como un acto de imaginación profunda. En tal terreno debe ocurrir la lucha personal para comprender y luego resistir los brutales trastornos colectivos que irán sucediéndose con una frecuencia cada vez mayor. Quien controla la imaginación de la gente controla su destino. Si tampoco se acepta la existencia deliberada e intencional de una formidable empresa de sugestión para establecer dicho dominio avasallante sobre la psique, el cuerpo, la voluntad y el sentimiento de las masas contemporáneas, no será posible para ningún sujeto o grupo actuar en consecuencia y construir alternativas. Por eso, entre otras razones, la lastimosa existencia de una izquierda política tan parecida a la derecha reinante, denominaciones las dos que dejan ya de tener sentido cabal: todos los gatos son pardos.
El mundo tardomoderno está al revés y en él sigue ocurriendo con frecuencia creciente aquello que advirtió Goethe: “¿Qué es lo más difícil de todo? Lo que parece más sencillo: ver con nuestros ojos lo que hay delante de ellos”. ¿Ejemplos? Son legión. La organización del ocio masivo o la moda, ese cambio incesante y sin objeto que se convierte en valor en sí. La obsolescencia de las mercancías, desde coches hasta computadoras, fabricadas para no durar y muchas para ni siquiera servir. Los controles burocráticos, el feismo contemporáneo, el envilecimiento de la vida cotidiana, el estrangulamiento del espacio vital, la política del miedo a través de la enfermedad como tópico constante, la puerilización de las conductas, o la reducción existencial y aun educativa del habla, pues ya no se requieren más de cien palabras para convivir (alguna vez la casa del ser fue el lenguaje, quizá tal sitio hoy se localice en la pantalla de un teléfono celular). Etcétera.
A fin de cuentas todo es dialéctico y todo desorden es el germen de un orden que todavía no se puede ver. En las visiones cíclicas del tiempo, nuestro momento histórico es designado por los libros sagrados tibetanos como la “Edad de la progresiva corrupción”. El jainismo le llama la “Edad tristemente triste”. Sin embargo, esta decadencia antes gradual y ahora acelerada ofrece múltiples salidas para aquellos que sean capaces de reconocer las relaciones de continuidad entre un mundo que muere y otro que apenas va a nacer. Éste último no se encuentra más que en el regreso al origen, es decir, en la originalidad. Y como esa condición exige sobre todo liberar la imaginación humana de los mecanismos de control que la estupidizan, hay quienes la definen, siguiendo a Berdaiev, “como un recogimiento intelectual operado en la oscuridad, una renovación de la conciencia en el plano sociocultural.” Si se quiere una receta más tangible de lo mismo habría que repetir a Calvino: saber qué y quién no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio. En suma, observar con atención aquello que ha estado delante de los ojos y mirarlo otra vez sin las anteojeras de la opinión, del prejuicio o de la seudoinformación manipulante.
Hace milenios surgió en la China antigua —que no en la actual, esta potencia brutalmente genocida y vorazmente destructora— la “Escuela de los nombres” para ocuparse de la relación entre las palabras y la realidad. Derivada de ella, el proyecto político de Confucio insistió en que el mantenimiento del orden común y el ejercicio del buen gobierno requerían la coincidencia puntual entre las cosas y las designaciones dadas a las mismas. “Rectificación de las palabras” se le llamó a dicha actitud civilizacional. ¿No sería deseable un empeño lingüístico similar entre nosotros para nombrar los verdaderos “peligros para México”, que antes que López Obrador ¬—al cual en una operación de contrapropaganda ellas mismas y otras le endilgaron tal diatriba—, lo son empresas tan reverenciadas como Coca-Cola, Pepsico, Nestlé, Bimbo y Kellogg’s, responsables todas (Proceso 1640), junto con diversos funcionarios estatales, oligarcas, legisladores, cabilderos, publicistas y medios electrónicos de comunicación masiva, del gravísimo segundo lugar mundial que ostenta el país en sobrepeso y obesidad entre niños y adultos?
Y lo que sigue es la cuestión del petróleo, esa tenebrosa profundidad.
Fernando Solana Olivares
1 Comments:
Le saludo Sr. Fernando solana
Soy jorge solana (hijo) de oaxaca, ahora vivo en París, este es mi email:
solana_aguirre@hotmail.com
www.jorgesolana.blogspot.com
Siempre es un placer leerle, y aprender de la filosa y ardiente pluma espiritual que posee. Saludos y espero estar en contacto.
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