Friday, January 31, 2014

LOS CUERPOS DEL CUERPO / I

Digamoss que el hombre está recostado sobre un camastro cubierto por un parasol a la orilla de una alberca. Lee un libro y de pronto percibe una revelación. Todo es lógico esa mañana: la tardomodernidad occidental, cuyos vínculos con las fuentes primordiales fueron cegándose hasta desaparecer, obliga a sus habitantes a percibir las iluminaciones mediante los libros. Las líneas que lee lo estremecen como si fueran un mensaje sólo para él, como si para él hubieran sido escritas.
Está leyendo las razones argumentales que Morris Berman aduce para explicar un accidente histórico insólito y determinante, que cambió la faz del mundo y tuvo vocación de universalidad: la aparición y el desarrollo del cristianismo. La primera de ellas es la severa opresión impuesta por los romanos a los judíos, una historia de sangre y dolor. El volumen que ahora está en sus manos es una combinación de extraña brillantez, Cuerpo y Espíritu (Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1992), que le cuenta cómo la ocupación militar romana agudizó entre el pueblo sometido la brecha síquica Sí Mismo/Otro, eso que el hombre vive como una imposibilidad básica que lo limita y determina, una delgada línea que en la vida diaria negocia todo el tiempo.
Los brillos del sol son lajas detenidas. La superficie del agua respira con serenidad, y al hombre le parece vivir de pronto un momento similar al pánico de los antiguos, cuando el Rey del Mundo rezaba y todo se interrumpía.
El hombre lee que esa situación agudizó además el síndrome apocalíptico de un libertador y dividió a los judíos en la observancia de la ley. La trama sacerdotal no pudo impedir la tumultuaria herejía: vivir a Dios directamente, sin intermediarios, apostatando de la costumbre por la experiencia gnóstica del aquí y el ahora. Ese fue el segundo factor esencial: la revuelta individual y colectiva de los herejes, que querían ir hacia lo divino sin obtener dicho encuentro por el camino horizontal de la institución ritual sino por el camino vertical de la experiencia empírica y somática.
El hombre lee que esas condiciones propiciaron una fase de despegue hacia una actividad espiritual “autosustentada”: la energía colectiva tuvo eventos como la glosolalia ---una visita del espíritu que da a quien no lo pide un don repentino: las lenguas---, o los ritos de iniciación energéticos y misteriosos que acompañaron al cristianismo en sus primeros años.
De cualquier modo, el hombre cavila que la implantación de la nueva fe no se explica solamente con lo que el mismo autor llama “una arqueología erudita y dinámica”. Tampoco la naturaleza superior del mago esenio que fue Jesucristo, muy otro de la deidad victimada y disuelta posteriormente por la Iglesia a su alrededor. Lo mismo que para tal implantación no bastaba la genial capacidad política de Pablo, el estratega que negoció, aceptando lo que ofrecían algunas de las múltiples sectas de ese momento, las alianzas centrales de un imperio destinado a perdurar.
Como si se tratara de la suya propia, el hombre lee que la puerta del cielo pudo ser forzada porque Cristo elaboró una nueva síntesis entre el camino horizontal que se ocupa del tiempo lineal, del dogma y sus rituales, y el camino vertical, discontinuo, visionario, extático, en el cual ocurre un proceso de ascensión psíquica para el alma individual, que mediante ciertas disciplinas “puede ascender al cielo, descubrir a Dios, encontrarse con la muerte, conocer el curso de la historia y regresar a relatarlo al mundo”. Cuando Berman menciona un término propio del conocimiento esotérico, la práctica de los cinco cuerpos, el corazón le da un vuelco. Lee ávidamente que era común la creencia de que el espíritu podía ascender al cielo y un flujo de poder sagrado descender a la tierra. “El culto a Yaveh en el periodo helenístico se centraba en el curso del muerto y el tránsito del alma entre el cielo y la tierra. La tradición esotérico-rabínica se puede trasladar fácilmente a la teoría de los cinco cuerpos: el alma (cuerpo número tres) abandona el cuerpo (cuerpo número uno) mediante prácticas que ‘congelan’ la mente (cuerpo número dos) y asciende al cielo (cuerpo número cinco), tras lo cual desciende y reingresa al cuerpo”. Al leerlo un vuelco le da el corazón.
Como si él mismo lo hubiera hecho y por eso lo supiera, el hombre repasa varias veces el párrafo. Todo conocimiento es un recuerdo. Su alma abandona el cuerpo, congela su mente y asciende al cielo. Los caminos espirituales parecen coincidir en la práctica de los cinco cuerpos para saltar los límites de un plano existencial y llegar a otros, se dice, mientras una certeza lo inunda, un satori de lo leído, y su cuerpo supiera que todo era verdad. Los brillos de navaja que el sol traza en las aguas, más los lentes oscuros que el hombre toma de la mesita que tiene al lado. Dos acciones que se le antojan parte del gran acuerdo general del momento. Su cuerpo número tres abandona su cuerpo número uno, congela su cuerpo número dos y asciende al cuerpo número cinco.
¿Y el cuerpo número cuatro?, se pregunta al ir leyendo a Berman, quien continúa su búsqueda sobre las causas de la universalización cristiana y la expansión de su mensaje, “una revelación, a escala global, de Dios en la historia”. Y el hombre piensa que ese término abstracto tan incómodo para él y sus incrédulos contemporáneos: Dios, un inagotable campo semántico, debe entenderse más allá de todo tópico religioso, más allá de cualquier devocionalidad.

HABLANDO DEL ESPÍRITU /Y II.

Muchas otras generaciones en la modernidad anteriores a la nuestra han debido encarar una disyuntiva: reconciliarse con su tiempo histórico o bien repudiarlo. Hegel le llamó a tal dilema la “unificación viril con el tiempo”, es decir, con la historia, y al resolverlo aceptando superar la escisión entre la existencia interior subjetiva y la objetividad de la realidad exterior —según anota Mircea Eliade en su Diario— señaló que no sentir al mundo como la propia casa es más que una desdicha personal: es una “no verdad”, pues el destino más terrible consiste en no tener destino.

Albert Camus lo formuló a su manera hace más de setenta años: el problema de nuestra generación no es reconstruir el mundo sino impedir que se deshaga. El mundo de estos días está deshecho y la generación de Camus no logró su cometido: nos toca entonces a nosotros reconstruirlo, volverlo a hacer, o bien presenciar su destrucción completa y destruirnos junto con él. El origen de todo esto, un mundo donde el infierno se movió de lugar para surgir precisamente aquí y ahora, hay quienes lo ubican en la “deificación” del hombre iniciada en el Renacimiento occidental hace quinientos años y la exaltación de la ciencia-técnica como única verdad absoluta, visiones ideológicas que derivarían en el feroz y reductivo materialismo hegemónico de los días aciagos que hoy corren (“No existe nada ajeno a la naturaleza y a los seres humanos”, escribiría Engels celebrándolo).

Giordano Bruno, el filósofo italiano quemado vivo por la Inquisición en 1600 acusado de herejía, sobre todo por haber aceptado y reconocido la autenticidad religiosa del paganismo, intuyó desde entonces el misterio de la retirada de Dios del mundo y su transformación (Mircea Eliade, Diario) en un dios ausente, un deus otiosus, desinteresado del mundo y lejano a la historia de los pueblos —aunque no lejano al Cosmos mismo, a cada ser en cuanto tal y en su unidad con los otros, a la historia general de todos ellos y a sus fenómenos biológicos—. Este eclipse del Espíritu —imposible de postularse para la racionalidad humana, la cual cree que lo único verdadero y existente es aquello que puede ser comprendido en los términos de esa misma racionalidad, al modo de una tautología elemental— es mucho más antiguo aún, pues se cree propio de todas las culturas que construyen una “civilización”.

He aquí entonces la paradoja: ¿cómo construir una nueva civilización donde haya cabida para ese campo semántico inagotable del Espíritu que por no tener otra palabra para denominarlo se ha llamado “Dios”, y que ha sido caricaturizado (o materializado) históricamente en religiones antropocéntricas dominadas por supuestos intermediarios morales de lo divino que afirman representarlo y hablar en su nombre, así lo que prediquen y sancionen como bueno o malo ya no sirva para resolver, mejorar o meramente tolerar la atroz realidad contemporánea?

Ciertos autores y corrientes de pensamiento pueden conducirnos hacia un nuevo modelo cultural y mental. Por ejemplo, aquellos científicos que refutan la estrecha concepción materialista donde se considera a la realidad como una suma de objetos y cosas inertes, meramente externas y perceptibles solamente a través de los sentidos. Algunos de sus postulados son tan asombrosos como antiguos, y se empalman con una perspectiva teológica que está más allá de lo religioso y con una visión espiritual que supera las burdas reducciones devocionales. El Espíritu es entonces la Conciencia cósmica, y por conciencia se entiende todo aquello que puede percibirse a sí mismo en su unidad y en sus detalles —“que puede decir con propiedad ‘yo’ puesto que se halla presente en sí mismo”, explica Raymond Ruyer, quien glosa estos postulados.

Lo que constituye al Universo son formas conscientes de ellas mismas y la interacción de estas formas entre sí por medio de la mutua información. “El Universo es, pues, en su conjunto y en su unidad, consciente de sí mismo”, afirma Ruyer, para señalar que el mundo ha sido hecho por el Espíritu, el cual crea la materia, la constituye, está en la misma, pues la materia es, sustancialmente, una apariencia, un subproducto de la multiplicidad. De ahí puede hablarse, entonces, de la persona humana episódica y aceptar, como diversas tradiciones espirituales lo proponen, que lo único permanente es lo impermanente, que lo único estable es la mutación incesante, que la única verdad humana y física es la transitoriedad.

Es cierto que todo lo anterior puede ser una mera abstracción insuficiente todavía para resolver las urgencias tangibles de un mundo cultural, político, económico y social inmediato que se desploma sin ofrecer sentido alguno a quienes existen en él. Pero si el juego humano consiste en vivir como si la vida tuviera sentido, acaso estas tan inéditas como arcaicas certezas contengan, a la manera de una doctrina de la aparición simultánea, el germen de otra sociedad. La filosofía perenne asegura que el fin de un mundo sólo es el fin de una ilusión. Y el poeta escribe que en el mal extremo también puede hallarse la salvación. No se trata de un nuevo humanismo: para encontrarnos con el Espíritu requerimos de otro teocentrismo, de otra teología donde se busque (y se encuentre) a Dios tanto en el interior como en el exterior del sujeto, al mismo tiempo y a la vez.

En esas partes histórica y racionalmente selladas de la psique humana que hoy algunos vuelven a descubrir. El Espíritu sigue aguardando su manifestación desde ellas, durante siglos estuvo escondido pero nunca se fue.

Fernando Solana Olivares.

EL MAESTRO DISCRETO.

José Emilio Pacheco fue un hombre de letras integral, el más completo y seguramente el más querido de nuestros últimos tiempos literarios. Fascinante, obsesivo, avanzadísimo traductor. Poeta emblemático y cantor de un crepúsculo urbano, de una mutación desafortunada pero vesperal, dicha en una poética de lo inmediato, comprensible para cualquiera, transparente como el agua que ocupa el espacio que se le da. Narrador afortunado de títulos tan geniales como sus agudas e impecables tramas, las entrañables historias de una ciudad evaporándose y en ella los poderosos seres literarios de la imaginación, el recuerdo sensible, los arquetipos humanos. Periodista cultural excepcional, cuasi anónimo, didáctico sin serlo, educador de miles, proveedor de la memoria y los muertos inolvidables, de los eslabones para entender nuestro cronotopo. El extendido respeto por José Emilio Pacheco débese a la persona y su fidelidad. Como escritor nunca fue ajonjolí de todos los moles, asesor de nadie, político opinante, estrella televisiva, pontífice cultural, en un momento donde los vínculos entre el príncipe, los medios y los escritores e intelectuales se intensificaron. Pacheco eligió la no distracción y ello le dio un carácter moral a su misma obra, que no lo requeriría pero que desde luego no le estorba. Esa discreción perseverante no tuvo aristas excluyentes. Siempre fue amable, generoso, sencillo y accesible. Pocos privilegios literarios como recoger la “Antesala” de José Emilio todos los jueves durante años históricos en su casa de la Condesa, aquel escenario de las batallas en nuestros desiertos. Era el placer del texto leído antes que los lectores del suplemento, siempre brillante, inesperado, y además recibirlo de su atento autor, quien se comportaba con delicada timidez, volcada toda su atención en el otro, preguntándole por sus formas de transportarse y advirtiéndole acerca de los riesgos en aquellas calles donde antes estuviera la promesa de una ciudad y un tiempo ahora desviados. “En la innoble y letal colonia penitenciaria / que hasta hace poco llamamos ciudad de México”, escribe Pacheco en “Paseo de la Reforma”, amante desconsolado de una ciudad hipertrofiada y hecha otra. En “Fin de siglo” señala que la sangre derramada clama venganza: “No quiero nada para mí. / Sólo anhelo lo posible imposible: / un mundo sin víctimas”. En “El gran teatro del mundo” dice lo ácido inevitable: “Somos legión y somos prescindibles, desechables, inmemorables. Nos hemos vuelto comparsas de un melodrama en que bajo el nombre de noticias el mundo se ofrece como espectáculo a sí mismo”. Toda la época queda escrita en su literatura, materia que al estar hecha de palabras se desprende de su referencia crítica inmediata para convertirse en lenguaje cargado de sentido que aún va más allá, o viene desde más acá, desde las influencias canónicas que en Pacheco, gran erudito, voraz lector, humanista profundamente ilustrado, se volvieron una de las obras principales de nuestros días. Una línea debida a él ---de Cuatro Cuartetos de Eliot, cuya traducción anotada le llevó 30 años; “Tengo una nueva versión”, me dijo, cuando le llevé un ejemplar de husocrítico que publicaba la versión anterior entonces ya perfecta---: “Para nosotros sólo cuenta el intento / lo demás no es asunto nuestro”, condensa la dedicación en el oficio, en la cual uno se ha desprendido de lo tercero: todo lo demás, que no es asunto nuestro. No solamente la versatilidad intelectual y creativa, sus equívocas solicitaciones, sino su telón proyectivo: el producto y las masas, hace de muchos escritores gente poco seria. La discreción proverbial en Pacheco, quizá sólo modificada en la rigurosa intimidad, en el cenáculo protector, y desde luego sublimada constantemente en literatura, lo rodeó de una respetabilidad propia, del aura única de un santo oculto que era un héroe público, como se vio en auditorios multitudinarios al paso de los años. La literatura y la discreción. La literatura y la dedicación. De la fidelidad a la palabra y sus variantes inagotables se desprende el sentido de haber vivido. Que por cada quien hable su vida. Nos vamos quedando solos, pues como dijo un poeta desasosegado, se nos murió Pacheco, un muerto de todos. Ojalá y las muy queridas Cristina y Laura Emilia editen aquello que está pendiente: “Inventario”, por ejemplo. Ojalá y exista un diario: el maestro aumentaría la lección de una vida y una obra ya completas. Paliaría su ausencia, otra orfandad. Fernando Solana Olivares.

Thursday, January 30, 2014

LA URNA DE FREUD.

Ladrones desconocidos trataron de robar el jarrón griego del siglo IV antes de Cristo decorado con la imagen de Dioniso, dios del vino en esa representación, que guarda las cenizas de Sigmund Freud y su esposa Martha en un crematorio londinense donde también reposan las cenizas de Bram Stoker, autor de Drácula, y las de la cantante Amy Winehouse. Hipótesis A: lo intentó un converso de las sectas padre Freud, necesitado de las cenizas del padre fundador y su esposa, pues cómo separar unas de otras, para llevar a cabo ritos mitográficos de comunión con ellas. Tal vez no con el alcance de obtener una cura ---el psicoanálisis es parte de la misma enfermedad que pretende curar, (Kraus)--- sino para permitirle un abrazamiento rotundo de su neurosis, para tenerla en explicación. El problema es quien está invocado para llevar a cabo tal autoexploración de una sola palabra: yo. Ese yo lo ha construido la modernidad y no es el estado más amplio, el más lúcido de la conciencia, ni el más moral de la persona. Existen zonas de la mente a donde vamos cuando nos omitimos a nosotros mismos. En ellas se mantiene la observación antes que el juicio, la intuición antes que la razón y un comportamiento ético hacia lo y los demás. Aventurar entonces un patrón explicativo de uno mismo bajo la mitografía freudiana, hecha de tragedias edípicas, de pulsiones y sótanos de la razón, de deseos corruptos, de transferencias y contratransferencias (el psicoanálisis es una ideología de la sospecha: las cosas ocultan siempre otros contenidos latentes y sólo los iniciados, los sicoanalistas, pueden desenterrarlos para el conocimiento del paciente), sería, esa explicación aventurada, una acción circular, autorreferencial, mecánica, propia de un autoconocimiento sesgado e inferior. Karl Kraus fue contemporáneo de Freud y su vecino en Viena durante las primeras décadas del siglo pasado. Y detestó sus teorías. Le parecieron equivocadas, parciales, un arbitrario sistema ensayístico que tenía que creerse primero para ser puesto en práctica y dejarlo instalar en la conciencia como una entidad autónoma que se apoderará del ego, quien es su protagonista y será su esclavo. Lo único que se quema en el infierno es el yo. Hipótesis B: el intento de robo que dañó seriamente el jarrón griego, parte de los 2,000 objetos antiguos que Freud tenía en su casa londinense, respondió al interés de un coleccionista por la pieza, valorada aún más por las ilustres cenizas que guardaba. Tal variante es dudosa por el violento y malogrado intento de robo, que no parecería provenir de profesionales. Hipótesis C: los agresores no tenían idea de lo que hacían. Pura casualidad. Para el sistema freudiano la casualidad no existe. Su alcance simbólico no llega a las mezclas alquímicas y orientales de Jung, otro adepto temprano que rompió con Freud, pero si en la razón de ser de la conciencia actúan razones que se ignoran siempre, profanar la urna del fundador del psicoanálisis debe tener muchos significantes y significados: valores simbólicos. Hipótesis D: la circunstancia de que Bram Stoker repose a un lado, porque resulta imaginable la existencia de un solo creyente del escritor de Drácula dispuesto a evitar influencias contaminantes en las cenizas del autor de su culto. Entre los desmanes que se le cuentan al psicoanálisis está la apertura de las coladeras de la conciencia y la clausura de la esclusa de conexión con la supraconciencia. Algunos se preguntan quién invistió a Freud de la capacidad de iniciar a otros en un proceso elaborado solamente por él. Se indica que el psicoanálisis adquiere forma de sistema ahistórico de pensamiento bajo el trauma infligido a Freud, miembro de la judería liberal vienesa, por la historia moderna. Hipótesis E: un adverso al epígrafe usado por Freud de la Eneida de Virgilio: Flectere si nequeo superos, Acheronta movebo [Si no puedo conciliar a los dioses celestiales, moveré a los del infierno (el río Aqueronte)], quiso cobrar venganza indirecta con la urna, tomando en cuenta que esos dioses infernales de los impulsos instintivos reprimidos contienen implicaciones subversivas para el poder. El jarrón de Dionisos le fue regalado a Freud por su amiga y alumna, la princesa María Bonaparte, quien en 1938 lo ayudaría a escapar de la Viena nazi hasta Londres junto con su esposa e hija. Quizá la inaceptable violencia luctuosa ejercida contra él sólo haya sido una triste protesta contra el yo. Fernando Solana Olivares.

Thursday, January 23, 2014

MORRALLA.

El abandono en la prosa. Lo que vaya saliendo. Quizá correos a esta columna pero mejor no; o un nuevo lema: hoy lo hice, mañana lo haré. Se trata de la nobleza del cuerpo que responde a los estímulos esforzados y constantes, cuando todavía tiene tiempo para ello. Una dolencia crónica es diagnosticada: surgen la enfermedad y sus metáforas. El orden de las analogías dice que las afecciones del corazón, cuando éste se parte, provienen también de corrientes emocionales. La hipertensión es una pérdida del ritmo que distribuye la sangre y la energía. Su componente emocional es el desencanto, el constatar una vez más que las cosas en general no tiene remedio, pero tener que actuar como si lo tuvieran. Entonces: replanteando prioridades. Se comenzó en la bicicleta con un ritmo febril, de infarto. Ella lo advirtió a tiempo y dijo: despacito. Se continuaron ganando minutos a la cuenta y hoy se hacen veinticinco y medio. El estúpido abdomen acanalado conseguido por el ridículo Moreira es una acción narcisista pero fisiológicamente correcta: no hay que mostrar el abdomen rebajado, hay que obtenerlo. Y es asombroso cómo el cuerpo vuelve a ser fuerte de nuevo y el bienestar es empíricamente tangible. Actúa una mente orgánica que reordena, repara, cura. Es verdad objetiva el refrán hindú del cuerpo como el templo del alma. Replanteando prioridades: uno se va a morir inevitablemente, entonces el juego es cómo llegar a ese instante lo mejor posible, por razón bicolor: uno se sintió mejor, uno tal vez aproveche ese instante final para intervenir en el que vendrá. ¿Sasqué? Que no. Otra parte de uno dice que esa apuesta es falsa, trascendente, ideal: malas palabras. Entonces atendamos el instante, lo único existente: en el instante el cuerpo se siente mejor y el alma descansa en él como tabernáculo. Todo un sistema de irse moviendo diario: girar veintiún veces como derviche, acostarse y verticalizar las piernas, hincarse y expandirse hacia el sol, hacer una mesa con el cuerpo y arquearse como lagartija otras tantas. Luego un ejercicio de bastón para los brazos, la columna y el vientre que debe quemar flojedades y redondeces. A continuación un paseo rítmico sobre una bicicleta estática, con los ojos cerrados, concentrándose en el movimiento y la cadencia, la energía y el sudor, en los músculos activándose, en uno contando para llegar al final de la etapa propuesta con un sprint veloz. Y si se quiere ir todavía más allá, debe meditarse por unos cuarenta minutos para terminar (o para empezar). Siempre hay un régimen a seguir, debe haberlo, pues de no ser así, el como si de lo que se hace, tomando en cuenta lo dicho sobre el desencanto vivencial, no sería convincente. Los regímenes aclaran la mente, la dejan en libertad para que vincule y comprenda, para que incursione en su propio desarrollo: tautología, autorreferencialidad: la mente misma es la que desarrolla a la mente. Juego de espejos. En fin: replanteamiento de prioridades, de entendidos. El cuerpo se desgasta y cansa porque registra nuestro paso por el tiempo, nuestro cuerpo acompañante del movimiento. Cambiando de tema: la guerra civil en Michoacán o el avance de una estrategia atribuida por los Caballeros Templarios (esa advocación que al usar ensucian) al general colombiano Naranjo, quien en su país creó lo mismo que se está haciendo aquí, fuerzas armadas surgidas espontáneamente, con recursos y la tolerancia del ejército, que enfrentan a otras fuerzas armadas criminales apoderadas del territorio. Mireles, el líder accidentado, es protegido como si fuera funcionario de estado y a continuación se desvanece. Y la sorpresiva, creciente movilización ciudadano-estatal occidental hacia la legalización de la mota. Uruguay, primer país del mundo lo nombra The Economist por su integral recuperación del control estatal sobre esa droga, la más inocua, pero financiera, estratégica y simbólicamente importante, y por su promulgación del matrimonio homosexual. O clamar al cielo por las bizarras disposiciones de Hacienda: ahora el recibo de honorarios debe ser electrónico. ¿Y los que no tienen cobertura de Internet gracias a la corrupta ineficacia monopólica de los negocios de Slim MacPato? Este es el tema: la lana, la abstracción autónoma del dinero, la verdadera deidad metafísica reinante y encarnada de esta época. Antes lo que tenía valor no tenía precio, ahora lo que no tiene precio no tiene valor. Ahora todo valor es relativo. Gotas de agua sobre la cabeza. Fernando Solana Olivares.

Tuesday, January 14, 2014

POLÍTICA DE LA ATENCIÓN.

El elemento central en la filosofía práctica de Simone Weil (1909-1943) es la atención. “La fuerza del espíritu, la constituye toda la atención”, afirmó. Para ella, la atención activa es el soporte de la vida moral y del conocimiento fundado (epistemológico), y su fuerza contiene una certeza, un camino del pensamiento verdadero potencialmente accesible a todos, en el cual se constata la equitativa dignidad de los seres humanos. Weil afirma que tanto la capacidad de atención como la facultad racional son inherentes a la conciencia humana: “Las desigualdades accidentales no impiden una igualdad fundamental, incluso en el dominio intelectual, en la medida en que pensar correctamente es una virtud”. Toda virtud es energía, como creía Proust, un autor cercano a ella, y la energía es sobre todo atención activa y creadora. La atención, el más grande de los esfuerzos según Weil, está relacionada con la libertad del individuo, cuya característica es el abandono consciente de la inercia existencial. Así, toda acción debe estar precedida por la atención, ese único remedio para la inconsciencia, porque “la raíz del mal es la ensoñación”, es decir, la desatención. Una atención que no es propia del espíritu solitario sino del individuo existente en un contexto social, una atención a lo real. Dicho en sus propias palabras: “Es una atención intensa, pura, sin móvil, gratuita, generosa. Y esta atención es amor”. Surgen así de nuevo los grandes y a la vez humildes temas que significan lo radicalmente contrario a aquello hoy predominante entre nosotros como si fuera una noción cultural espontánea: el egoísmo, la inexistencia del otro, la indiferencia glacial ante la desdicha o las incompatibilidades sociales, que mientras más numerosas resultan más enfermedad pública y política mostrarán. “A los hombres ---establece la filosofía moral de Weil--- les toca velar por que no se haga mal a los hombres”. El sentimentalismo, definido por Hannah Arendt como la superestructura de la brutalidad, guarda equivalencias casi literales con la ensoñación, que Weil percibe como raíz del mal. Antiguas tradiciones advierten contra el ensueño con los ojos abiertos, contra el fantaseo subjetivo ---un acto contrario a lo que se entiende por imaginación o visión inspirada---, pues esas quimeras dañan la mente porque recortan la vivacidad y la prontitud (la atención) de la vigilia, aglutinan al mundo exterior y generan ineptitud para las obras prácticas, exponen al dominio de los instintos, provocan timidez e indecisión, ya que el soñador con los ojos abiertos es insensible, está encerrado en sí mismo y se hace incapaz de tener reacciones ágiles y producir valoraciones correctas sobre lo real: no tiene acceso, dicen, a una conexión profunda con el cosmos. Simone Weil no testificó el ascenso irreparable de la sociedad del espectáculo y el entretenimiento, tampoco presenció la irrupción brujeril de la tecnología de la imagen, una forma todavía más aguda y definitiva de la ensoñación. Sin embargo, supo que la desatención se convertiría en la naturaleza orgánica del individuo consumista, permanentemente distraído e insatisfecho, saltando de un placer efímero a otro más. Siguiendo al filósofo Malebranche, una de sus tantas y poliédricas influencias, también creyó que la caída adánica supuso la pérdida de la atención, la cual desde entonces se convirtió en un trabajo arduo y difícil, en el paraíso extraviado del conocimiento esencial. Su búsqueda de sentido abarcó tanto la literatura y la filosofía griega como los textos sagrados del hinduismo y la preceptiva budista, una ciencia del espíritu con la que compartió, aunque desde perspectivas distintas pues en su filosofía no hay ninguna técnica operativa para su desarrollo sistemático, el poder de la atención mental, un factor que va más allá de la definición de “cuidar los propios pasos” para ser considerado como un requisito indispensable del despertar de la consciencia en el mundo. La atención mental correcta es aquel “ayudante en todas partes” que lleva a la liberación del sufrimiento, del conflicto y la maldad, conforme el budismo enseña: “Todas las cosas pueden ser dominadas por medio de la Atención Mental”. Simone Weil, un alma extraña, “profunda pero estrecha” clamarían sus críticos, asumió que la realidad de este mundo es el único fundamento de los hechos, y que para comprenderlos y transformarlos sólo hay una política individual y colectiva posible: la atención. Fernando Solana Olivares.

Thursday, January 09, 2014

LA CONDICIÓN DE ESTAR.

Leo por ahí que son las tendencias esquizofrénicas las que llevan a la proclividad hacia la magia, la esoteria, el ocultismo. Sí, uno debe estar un poco loco para buscar reversos en las cosas, el doblez entre lo que se percibe y el modo en que se percibe: la otra cosa que hay en las cosas. La tradición afirma que somos estados de conciencia, y la filosofía empírica europea y la cultura occidental creen lo mismo. Es decir, que no hay en la persona nada, ningún lugar que se pueda llamar yo. Que sólo es un proceso en el que ocurren múltiples eventos. Alguien llama al yo una hipótesis inútil. Por estos días finales del año se multiplican los balances y surge el coro de los buenos deseos. Los cuales hoy llegan, platicaba hace poco con una amiga, a la mera nostalgia hasta por el día de ayer. O sea, la incógnita radical del mañana. Sin embargo, las buenas vibras se reparten intensamente entre diversos registros periodísticos. Se venden anuarios astrológicos y algunos poco consultan el I Ching. Domina la manía humana, ahora más acentuada cada vez, de la inquietud (prognosis, doble mirada) por el futuro. Muchas de esas opiniones están escritas en primera persona. Así que el yo no existe: quizá por eso así escribamos. Se extienden actas de defunción del zapatismo por una derecha simpática y otra atroz, se reflexiona sobre el valor de la opinión cambiante al modo posmoderno: no hay hechos, puras interpretaciones. Se escribe sobre el valor personal de lo que se escribe (la gente les pregunta: ¿y usted cómo le hace para ser tan admirable como es?). Se justifican y defienden las decisiones de la privatización petrolera sin restricciones, como si fuera un hecho natural, único, sin otra posibilidad. Se piensa de un modo tan hegemónico porque opera un engranaje incesante que sobresocializa mentiras repetidas tanto que se convierten en verdades ---entre otras cosas que la posmodernidad heredó del nazismo está el mecanismo publicitario de convencimiento general---. El género del blog, del diario cibernético, donde un punto de vista personal habla, es un género propio de la época, como de la modernidad lo fueron el ensayo y la novela. Pero vayamos al punto: es difícil participar de esas corrientes positivas ---posmodernidad celebratoria, se dice ahora; en el siglo diecinueve la prensa obrera llamó a sus practicantes sacerdotes del poder, y años atrás un penetrante teórico político los definió como intelectuales orgánicos---. Se impone la sociedad del espectáculo que encoge a todo y a todos para convertirlos en imagen, lo mismo que se encoge el estado mexicano cediendo su soberanía sobre los recursos energéticos al gran capital. Esa es la tarea que cumplirá este otro presidente-gerente, tecnócrata y modernizador como Salinas: privatizar lo que falta del poder. Hace veinte años se levantó en armas el EZLN. Hoy las autodefensas avanzan en Michoacán, extrañas coaliciones de gente armada cuyo discurso es verdadero pero quién sabe si sea cierto. En un proceso histórico mucho más dilatado que lo inmediato ---en el cual, efectivamente, es muy difícil creer dado el valor absoluto de la filosofía del éxito y la victoria que actúa en nuestros cerebros---, el alzamiento zapatista cuenta activamente en la nómina de las insurrecciones de los oprimidos contra los opresores, ninguna triunfadora todavía, pero por dicha razón todavía posibles, pendientes de ser. Un maestro que no hace concesiones afirma que el pesimismo y el optimismo son posturas emocionales. Propone en cambio una perspectiva realista, no sentimental de las cosas. Yo escojo entonces un sueño importante del año, que cumple como balance general de lo vivido: sueño que he logrado elaborar un sistema cósmico en la sala de mi casa. Pequeños astros y planetas orbitan alrededor. Cuando decido expandir su órbita y sacarlos al exterior, el sistema desordena sus trayectorias y al fin desaparece. Visible moraleja: la verdad interior y no la acción pública. La construcción de una retirada existencial consistente en desaprendizajes y desprendimientos, calcinación de viejos hábitos, autoimágenes, ideas prefabricadas, miedos, anhelos artificiales. Reformular las suposiciones, reducir las necesidades: buen vino, poco lujo y una mujer fiel, en una casa limpia y sencilla, donde no haya deudas ni amoríos ni trato con los pillos. Y un propósito de año nuevo: “tomar todo como soporte (envoltura figurada) del conocimiento”. La condición de estar o la democracia cognitiva. Fernando Solana Olivares.