Sunday, December 08, 2019

PASIÓN INSOMNE

Y de pronto surgen signos que enderezan: pequeños actos armónicos, respondientes. Así Joyce, mientras caminaba por las calles agridulces de Trieste, con la poderosa máquina homérica del Ulises bulléndole en la cabeza y sobresaltándole la sangre, solía encontrar epifanías a la vuelta de las esquinas. Eran pequeñas llegadas de cosas nimias en apariencia pero concentradoras de sentido, de otro sentido. Eran, si se quiere, infinitesimales bigbangs que al suceder iniciaban una nueva cadena de sucesos inesperados: el rayo de luz que quiebra una pared roja, un gato flaco que camina como altivo aristócrata, una mujer bella que pasa por la calle o un breve diálogo que se oye por ahí. La epifanía es cercana a la alegoría, hermana mayor de la metáfora. Diccionarios de figuras retóricas explican que la epifanía es una aparición súbita y la metáfora es mostrar lo otro de lo mismo. La alegoría es una figura del lenguaje que presenta un objeto al espíritu y logra despertar el pensamiento diferente. Esa palabra etimológicamente significa otros o distinto hablar. Un ejemplo de alegoría que suele ponerse en el diccionario de Ruano es el pesebre cristiano, redecilla de contrarios cargada de símbolos y metáforas donde nace un dios. La historia se trata de un taller de literatura creativa, alegoría de lo que se va a contar. La materia es optativa y está desaconsejada por la burocracia escolar universitaria pues ofrece pocos créditos. Desde los griegos se sabe que a las burocracias sólo les interesan las cantidades. Sin embargo, esa perjudicación resulta una beneficiación porque casi siempre se inscriben los cinco o seis alumnos que de verdad están interesados en aprender a escribir. Por la literatura. Los encuentros pueden ser divertidos, conmovedores, sorpresivos, la inteligencia de los que asisten se multiplica en un círculo de sillas alrededor del cual ocurren las cosas. Antes hubo teoría sobre géneros literarios que fueron vistos en el pizarrón, además lecturas pedidas al grupo. Muy pronto llegaron los textos. Y entonces las epifanías, las metáforas y las alegorías comenzaron a celebrarse. Lo que ahí pasa es a pesar de sus participantes o aún antes de ellos, porque se trata del lenguaje creativo, aquel que aspira a estar cargado de sentido a su máxima posibilidad. Contar historias es la tarea, contarlas bien, con sindéresis. Su procedencia viene de dos fuentes, una fantástica y otra empírica, vivencial. La primera es casi siempre fallida, artificial y pretenciosa, no literaria, pero la segunda, las experiencias personales, a veces se vuelve auténtica literatura. Suele ocurrir que la escritura, la cual sólo es buena o mala, no resulte bien vista por el pensamiento (a pesar de que ese pensamiento necesita hacer literatura para decirlo): “No se escribe en las almas con una pluma”, sostenía de Maistre. Los simbolistas reclamaban que la escritura materializaba la revelación, cortaba la relación humana con ella reemplazándola por un universo de signos. Para reactivar la revelación, dijeron, se necesita una presencia hablante. Otro autor resume el valor de la escritura por oposición al lenguaje, argumentando que aquella es un esfuerzo “secundario y peligroso” para referirse a todo lo que no puede nombrarse mediante palabras, oraciones, frases. Empero, como diría el filósofo árabe: no hay nada en el mundo que no pueda ser considerado escritura. Sobre todo aquí en el taller que se celebra circularmente y así ---círculo hermenéutico--- facilita el libre flujo de la imaginación. Todos son muy jóvenes: seis chicas y un jovencito. Las liebres saltan de los sombreros pues entre ellos hay tres que son escritores. Una tiene un humor ácido parecido al de Ibargüengoitia, pero también es candorosa y con tal mezcla es capaz de fascinarnos con detalles cotidianos, pequeñas burlas y delicadas exageraciones sobre el entorno, las costumbres o sobre ella misma. Su sentido del humor es contagioso y rápido aunque esconda una muy personal melancolía. Ella ya sabe que la ironía es una inteligencia triste. Otro hace crónica de las crónicas y retrata en una de ellas al maestro, convirtiéndolo en su creatura literaria con tres o cuatro grandes y precisos trazos ---“intenso” porque siempre se inclina sobre la silla para preguntar; va cargado de papeles; está poniéndose y quitándose los lentes---: al escucharlo el maestro y la clase lo celebran. Una tercera, lectora litigante de Reyes y rendida ante Vasconcelos, presenta una conmovedora crónica sobre la reciente muerte de su abuela que no tiene ninguna caída sentimental, ningún adjetivo sobrante, sin nada de la babosa emoción que rechazaba el poeta Pound. Un texto de excelencia. Veinte, veintiún años apenas. Solamente contando bien una historia lo logró. La literatura es la gramática de la pertenencia mutua, nos hacemos humanos escuchándonos en pequeños círculos alrededor de una hoguera. De aquel origen el atávico embrujo de oír historias, un paso anterior para escribirlas. La alegoría ha de cerrarse. Pasión insomne, la literatura. El viejo maestro trasmite, los tres jóvenes escritores encuentran y reciben.

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