Saturday, November 09, 2019

GUSTAVO MONROY, PINTOR

Fernando Solana Olivares La cura del horror es verlo, pintarlo, humanizarse en él. Escribió Nietzsche, ayer mismo, que hacemos arte para no morir de realidad. Hoy sigue siendo igual. En nuestros perturbantes días nacionales se hace arte para representar, y así soportar, las considerables tribulaciones que vivimos. La necropolítica mexicana exorcizada (pero no modificada, pues ello no basta) a través de conmovedoras imágenes plásticas, poderosos lienzos de mediano y gran formato en setenta obras reunidas por primera vez en dos museos, el de Aguascalientes y el Goitia de Zacatecas, en dos exposiciones, Destierros y Ausencias. Gustavo Monroy llevaba años de inexplicablemente no encontrar espacios para mostrar sus imponentes y dramáticos cuadros que ahora versan sobre Migración, Frontera, Ayotzinapa o la historia bíblica de Jonás como metáfora de nuestros días. Tragados por la ballena, hemos entrado en un periodo de oscuridad intermedio entre dos estados o modalidades de existencia, pero a diferencia del contenido regenerador del mito cetáceo, nosotros no sabemos cuándo saldremos de esa matriz ciega para alcanzar una resurrección nacional. Tampoco alcanzamos a ver en qué derivará tal metamorfosis con visos de extinción. Monroy representa, “tomando prestada y sin autorización de su autor” ---según apunta en la Hoja de sala de Destierros--- una de las imágenes “más bellas” del pintor renacentista Masaccio: la expulsión del paraíso dictada para la pareja adánica. Todos somos Adán y Eva, dice este artista plástico magistral en sus creaciones, y vamos cargando a cuestas nuestro trágico despido de esa completud inicial, aquella edad de oro cuando los ríos fueron de miel y la sólida mesa del mundo se sostenía sobre cuatro patas. Por impacientes fuimos expulsados del paraíso y por impacientes no podemos volver a él, explica un aforismo de Franz Kafka. Tal vez la adquisición del lenguaje mediante la fruta prohibida fue la razón de esa fatal desdicha humana. De ahí que las narraciones plásticas de Monroy conmuevan, es decir, saquen al espectador de su encierro en lo particular y lo conduzcan a otros estados de sensibilidad y conciencia. Supra verdades, les llaman a esos niveles, que están hechos de imágenes. Los setenta cuadros de Destierros y Ausencias se construyen con variantes alrededor de cuatro temas que se quintaesencian en uno: el horror tardomoderno o este Valle de lágrimas específicamente mexicano, aunque también planetario, civilizacional. Son lienzos donde se narra, pintándose, el dolor de un país que se crucifica a sí mismo. Algunos apuntes casi automáticos sobre esta obra notable expuesta por fin en un par de dignos museos, dicen lo siguiente: La ballena con Jonás en el vientre como una matriz, y encima minúsculos soldados destructivos. Un guerrero jaguar alado, prometiendo con ese atributo una trascendencia de las aflicciones que los demás cuadros recordarán. Cabezas cercenadas entre magueyes, penetradas por muros, nopales, tallos: necropolítica/necropintura. Una figura con máscara de guerrero jaguar sobre una base de cinco piedras y una crátera; arriba, en el centro de la imagen, La Piedad de Miguel Ángel, reinterpretada por Monroy como los Adán y Eva de Masaccio. Un neo realismo entre el grotesco y lo fantasmagórico, sangriento, doloroso, tan cercano e inmediato ---los muertos y desaparecidos de ayer, hoy y mañana--- que conmueve aún más. La máscara del guerrero jaguar característica de Guerrero, estado de los desaparecidos de Ayotzinapa, como un motivo que se representará en varios cuadros. Lo mismo los nopales, los cactos, los demacrados bosques de cactáceas con pequeñas flores rojas a la manera de dolientes gotas de sangre. El nopal como un árbol de la vida frente a toda la muerte alrededor. Adán y Eva en el exilio, caminando ella con la boca abierta en una mueca rota y las manos cubriendo las vergüenzas de su cuerpo que antes desconocía, y él tapándose la cara, llorando desesperado, no tiene a quien clamar. Cuerpos enterrados de medio cuerpo hacia abajo, en medio de desiertos yermos, hostiles, de una extraña belleza. Una fecundidad que se desarrolla como respuesta a la aniquilación. La terrible muerte florecida, la calavera, el cráneo rojo de sangre, el osario en que este país, como terrible fertilización, se ha convertido. En fin: tanto decir acerca de algo que primariamente debe verse. O tocar, como sucedió a fines de los años noventa del siglo pasado, cuando este artista integral e intenso, perseverante pintor que domina pinceles y colores, temas, proporciones y volúmenes con sabia mano clásica, tuvo una exposición en el MACO de Oaxaca, y la caravana indígena zapatista que viajaba desde sus territorios liberados en la selva hacia la capital del país fue invitada a la inauguración. Traducida a lengua indígena la explicación que Monroy dio sobre los cuadros, los zapatistas se formaron para tocarlos suavemente. Esta vez lo que se toca es el corazón de quien ve los sacramentales cuadros de Monroy, pintor genial que no hace concesiones así tarde en exponer las escenas que logra. Debe haber sitio web de los dos museos. En el dolor nos hacemos, al mirarlo también.

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