EL HOMBRE INVISIBLE
Llama a interés que en el comienzo de la novela El hombre invisible de H. G. Wells se repita dos veces la misma denominación: “El desconocido llegó un día huracanado de primeros de febrero, abriéndose paso a través de un viento cortante y de una densa nevada, la última del año. El desconocido llegó a pie desde la estación del ferrocarril de Bramblehurst”.
Escribir dos veces “el desconocido” es un énfasis que preludia lo que viene en un alto grado de condensación. Griffin, el brillante científico ambicioso y sin escrúpulos, resentido por la pobreza, ladrón de su propio padre ---a quien orilla al suicidio---, está preso de su extraordinario descubrimiento: la invisibilidad.
Buscando un hallazgo de importancia científica que le trajera el éxito y la fama, Griffin encuentra una fórmula que altera el índice refractivo y logra que los cuerpos dejen de absorber y reflejar la luz. Al experimentarla con el gato de la vecina éste desaparece y ello provoca las quejas de la dueña ante el casero. El inventor se asusta y para ocultarse se aplica a sí mismo el procedimiento de invisibilidad, el cual se convertirá en irreversible.
Ser es ser percibido, dice la sentencia filosófica, y Griffin, el no percibido, debe vestirse ante las inclemencias del tiempo, peor en aquella última nevada del año. Llega a la posada The Coach and Horses, y puesto ante el fuego se niega a quitarse los guantes, el sombrero y el abrigo aunque chorrean agua y nieve. Lleva unas grandes gafas azules y unas largas patillas postizas con el cuello alzado que le tapan el rostro. El desconocido será más conspicuo y atemorizante que los mismos conocidos. Demasiado distinto, porque es invisible debe ir cubierto. No tiene nada que mostrar, excepto ese ropaje que espanta a la normalidad.
El psicoanálisis ha leído esta novela de ciencia ficción como una alegoría de la identidad personal en evaporación, o bien como una fábula que simboliza la personalidad de la gente: un disfraz que oculta lo que no hay. Algunas escuelas orientalistas la leen como una lección de vacuidad. Otros, como una crítica a la armadura de carácter que con los años en todos se hará.
La paradoja de la inquietante historia de Wells es cómo Griffin enloquece por su invisibilidad. Los esquizofrénicos suelen sentirse de cristal, es decir, visibles mentalmente para los otros. Pero el científico invisible se aterroriza pues no tiene nada que exponer ante los demás. Aún sin poder mostrarse, en Griffin queda un algo esencial, al modo del alma. Pero ello no es suficiente para evitar su dramático y justiciero final ante el reinado de terror con el que quiere someter al país.
Una segunda variante de la invisibilidad es aquella que obtiene el investigador Zerlendi, contado por Mircea Eliade en El secreto del doctor Honigberger. Ese estudioso desaparecido descifra las memorias de aquel sabio y decide poner en práctica la literatura yóguica en la que se ha vuelto experto. Después de un camino arduo, aunque más fácil de lo que al principio creyera, consigue la invisibilidad no por efectos físicos sino por asombrosos logros de psicofisiología espiritual. Estando en su misma casa ya no lo ven los suyos.
“19 de agosto. Me despierto. Soy de nuevo invisible. Mi terror es tanto mayor en la medida en que no he hecho nada para alcanzar ese estado. Me paseo por el patio durante horas”. Zerlendi alcanzará, como el mismo doctor Honigberger, el camino que lleva a Shambala, o Agartha, un país entre simbólico y verdadero al cual no se puede acceder superando accidentes geográficos sino mediante un entrenamiento espiritual complejo y enérgico. Es un lugar que permanece oculto a los ojos profanos debido al propio espacio del cual participa. Está en él, pero resulta invisible para casi todos.
Su descripción es idílica: una verde maravilla, alojada entre montañas y nieve, con extrañas casas de hombres liberados de la edad que conversan poco entre sí pero conocen bien las cavilaciones mutuas, y donde rezando y concentrándose evitan que las cosas se hundan ante las fuerzas demoniacas desencadenadas en el mundo moderno desde el Renacimiento. Esta es la razón de Shambala. Así que esa trascendencia sugiere otra desaparición.
La tercera técnica de lo invisible consiste en una doble variante: el infierno de lo idéntico, vía negativa, que a todos hace iguales aunque se piensan distintos, o la invisibilidad obtenida por el pasar desapercibido, no visto, por el tacto, la cautela y la discreción, un yoga de lo cotidiano, el más difícil de lograr, según alguna santa del panteón. Vía positiva.
Quizá este texto debió empezar por el final: “Había una vez un hombre que quería pasar desapercibido entre los otros, era una forma de volverse invisible, pero nunca lo pudo lograr”. Uno siempre es otro para los otros, o sea, uno es invisible para ellos porque nos interpretan, nos nombran según su voluntad. Nosotros también lo hacemos, y este es el cuento de nunca acabar. Aquí en el pueblo dicen: “ponerse criminoso”. Y eso es malinterpretar.
Otra vez habrá que hablar de los santos ocultos. Cuarta forma de la invisibilidad. Están entre todos. Por ello su inaccesibilidad.
Fernando Solana Olivares
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