Friday, July 19, 2019

SOBRE LA ESTUPIDEZ

La última de las escasas conferencias que dio Robert Musil, el autor de la gran novela-ensayo El hombre sin atributos, fue en Viena en marzo de 1937 y llevó el título de Sobre la estupidez. Impartida en el auditorio de la Federación del Trabajo austriaca, confesaba en ella el autor no saber del todo lo que la estupidez era, porque el asunto suponía desafiar una fuerza psicológica poderosa y profundamente contradictoria. Cuando el profesor Eduard Erdmann anunció en 1886 una conferencia con el mismo título que la de Musil, su anuncio fue acogido con carcajadas. Cincuenta y un años después, el peligroso fenómeno de la estupidez humana era abordado según el método musiliano de los aspectos y dimensiones múltiples de las cosas. Ese procedimiento estaba tomado de la física moderna y de lo que se conoce como relativismo cognitivo: la realidad es una función, un conjunto de elementos y sensaciones. Todos los acontecimientos se dan como una función dependiente de otros. Así, Musil abordó la estupidez desde varios ángulos. “Si la estupidez no se asemejase perfectamente al progreso, al talento, a la esperanza o al mejoramiento, nadie querría ser estúpido”. Al rodear con analogías y referencias la pregunta ¿qué es ser estúpido?, ésta adquirió alcances contrarios. En una casa, dijo el conferencista, donde habitan el juicio y la razón, también deben estar sus hermanas: las diferentes formas de la estupidez. Musil recordó a Erasmo de Rotterdam, quien sostuvo que sin cierto grado de estupidez el hombre no llegaría ni siquiera a nacer. Pero a continuación afirmó que la ordinariez (una palabra en completo desuso estos días) era la praxis de la estupidez: “la estupidez en acción”. Y que en los campos de aplicación de la estupidez y de la inmoralidad existía una compleja forma de relación. Esa noche fue argumentado que no hay ningún pensamiento importante que la estupidez no pueda utilizar, porque “es móvil y puede ponerse todos los vestidos de la verdad”. La verdad sólo tiene un ropaje y siempre está en desventaja. Antes solía pensarse que cada uno de nosotros es estúpido, si no siempre, por lo menos de vez en cuando (ahora lo somos a menudo sin saber ni aceptar que los somos). Debiera distinguirse entonces entre estupidez ocasional y estupidez funcional, continua, constitucional. El escritor sabía que la noche civilizacional había comenzado y señaló entonces que las estupideces ocasionales de los individuos se originaban en estupideces estructurales de una sociedad estúpida. Las condiciones de vida oscuras, confusas, complicadas, darían origen a la proliferación de taras públicas que se volvían privadas. Como con el mal, la definición de la estupidez se consigue diciendo lo que ella no es: claridad, precisión, riqueza asociativa, elasticidad, anchura, agilidad. Existe una estupidez dura de mollera y lenta para aprehender. Es pobre en imágenes y palabras que usa con torpeza. Prefiere las cosas banales porque se le quedan fijas en la mente gracias a la repetición. Y una vez que se fijan en su mente, es incapaz de reflexionar sobre ellas. El pensamiento deja de funcionar ante las experiencias nuevas, y como compensación sólo se atiene a lo que puede conocer a través de los sentidos, a lo que se puede contar con los dedos. A esta variante irónicamente Musil le llama “estupidez luminosa”, la cual considera tan ingenua como confusa, impenetrable a toda explicación. En pocas décadas, desde la conferencia en Viena hasta ahora, la estupidez se ha agravado porque las nociones de razón e inteligencia están en decadencia. Un manual de psiquiatría del siglo diecinueve señalaba como ejemplo de un idiota, alguien que sería un estúpido al máximo, la siguiente respuesta ante la pregunta ¿qué es la justicia?: castigar a alguien. Hoy, en cambio, es una extendida convicción, y ya hay escuelas jurídicas y prácticas políticas que la justifican. Justicia es castigar porque quien castiga tiene la fuerza para hacerlo. La legitimación estúpida de un materialismo que todo lo cosifica y donde todo tiene precio, porque de no tenerlo, no tiene valor. Para la estupidez hay lo que Musil llama el último y más importante remedio: la modestia. Ocasionalmente todos somos estúpidos y ciegos o semiciegos, condición necesaria para que el mundo siga en movimiento, porque si de los peligros de la estupidez dedujéramos que debemos de abstenernos de juzgar y decidir en lo que no comprendemos, quedaríamos paralizados. Musil dijo esa noche que la estupidez excepcionalmente provocaba crueldad. Hoy es común y corriente que lo cause, en esta humanidad atormentada por su “vil crueldad hacia los débiles”. Ser estúpido para no mostrarse inteligente, actitud estúpida, acaba por reducir al hombre a la desesperación y a un estado de debilidad, como interesa al poder que difunde la estupidización desde la sociedad del espectáculo. La modestia es una inteligencia moral, una secuencia lógica. La estupidez atiende lo que ya conoce, la inteligencia sólo relaciona una cosa con la de allá. Junta, no separa. Zurce, no descose. En la parte mira el todo y al revés. Fernando Solana Olivares

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