LA CULTURA Y LA 4T
Un peligroso anti intelectualismo parece ir dominando las políticas culturales del gobierno de López Obrador. No queda muy claro el proyecto al respecto, pero sí se sabe lo que es de su principal interés: los pueblos originarios y los impulsos nacionalistas teñidos de una perspectiva histórica.
Por exclusión, también parece haber un encono institucional contra lo que los nuevos funcionarios perciben como una cultura elitista y patrimonial, monopolio de corrompidas oligarquías fifís y guetos intelectuales mafiosos, prohijada por los regímenes anteriores desde Salinas de Gortari para cooptar intelectuales y artistas. Una desconfianza resentida de los funcionarios y el total desinterés que hasta hoy ha mostrado el presidente al respecto. Asiste al béisbol o a un mitin, nunca lo hará a un concierto, una exposición o una obra de teatro. (Por cierto, ¿qué está leyendo?)
Como en otras cuestiones, el gobierno de López Obrador ha reducido las complejidades estructurales a un problema de corrupción. Por un cierto número de irregularidades detectadas en ellos, diversos procesos se suspenden o se ponen en duda, descalificados in toto.
El último embate contra el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, esa noble aunque muy perfectible institución, vino de adentro mismo y se reprodujo afuera. Una investigación de Notimex informó de cinco o seis becarios en Letras y otros tantos en Artes Plásticas que por cerca de dos décadas han monopolizado los estímulos económicos para creadores. Becarios a perpetuidad.
De ese acto de corrupción, no formal pero sí moral, se desprendió la guillotinesca propuesta de la senadora Jesusa Rodríguez para desaparecer apoyos y becas, invocando la justiciera coartada del sacrificio general y negando la obligación estatal para auspiciar la cultura.
Los soportes éticos de las condenas culturales por corrupción no tienen por qué derivar en la cancelación de la inversión y el financiamiento estatal de la cultura, sus creadores y sus creaciones. Ha de escribirse una vez más que la cultura, el arte y el lenguaje son el sistema inmunológico del espíritu humano, forman parte de los bienes estratégicos de una sociedad y representan un asunto de seguridad nacional.
Hace muchos años, después de la segunda selección de becarios del Fonca, un buen número de autores firmamos un desplegado para pedir que las becas no se otorgaran desde la perspectiva del reconocimiento sino según un criterio de necesidad. Que su asignación fuera decidida por jurados imparciales. En el medio literario es bien sabido que el aspirante, aunque fuera Dickens, no conseguirá la beca del Sistema Nacional de Creadores a menos que alguno de los jurados lo proponga y lo defienda.
La regeneración exigiría democratizar procesos de selección, normas de asignación y duración máxima de los estímulos. Poner orden, limpiar, cambiar las prácticas y hacerlo cumplir su vocación para apoyar las acciones creativas de grupos o individuos. Pero no cancelarlo. Ello sería un disfuncional ludismo ideológico llevado a las instituciones, que corre el riesgo de desarmar mecanismos esenciales y dejarlos así. Lo que funciona bien no se toca, advierte una máxima muy antigua. El gobierno de la 4T parece ignorarlo.
El inventario de todos los libros, obras, investigaciones, traducciones, realizaciones estéticas e iniciativas artísticas que por treinta años el Fonca ha hecho posible en México es abrumador. No tiene paralelo en la historia del país, y tampoco en la de muchos otros cuyos gobiernos no auspician la cultura. Somos varios cientos, tal vez miles de creadores quienes, con todo y becarios vitalicios, hemos recibido alguna vez el salvífico estímulo del SNCA, garantizando la sobrevivencia decente de aquel cuyo trabajo sea escribir, pintar, actuar, danzar o interpretar.
El sector cultural votó mayoritariamente por López Obrador y su desencanto, ante el franco desinterés y hasta hostilidad de los funcionarios de su gobierno, comenzó relativamente pronto. Hasta ahora ---salvo declaraciones grandilocuentes y una acción admirable: hacer de Los Pinos un espacio cultural--- la cultura y sus fondos han merecido recortes, no reorganizaciones presupuestales o auditorias para mejorar procedimientos. Tampoco acciones distintas.
El odio a la cultura que se convierte en cultura artificialmente dividida entre alta y baja, popular y excluyente, ajena y propia, se reduce a una simplificación maniquea: un litigio político entre lo anterior, por fuerza malo y además derrotado, y lo actual, hegemónico, victorioso y moralmente bueno. Las cosas son más complejas que dicha idea reductiva. Ni la 4T es un advenimiento ni el pasado es una tabla rasa para desechar.
Todo cambio absorbe en un nuevo modelo lo anterior. De tal manera, afirman tradiciones que pueden aplicarse a lo político histórico, ocurren las transformaciones, integrando en lo nuevo aquello anterior. Las pulsiones anti intelectuales están vinculadas a conductas autoritarias. Anuncian, de perseverarse en ellas, pérdidas patrimoniales que este país ha sufrido tantas veces. La política es el arte de lo posible. ¿Por qué entonces destruir lo que hay?
Fernando Solana Olivares
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