FRANCISCO TOLEDO
“Nosotros ---desengañados del ideal”, dijo Nietzsche. Hoy muere Toledo y los mensajes que lo anuncian surgen al instante. Triste y cruda es la muerte, pero tampoco lo es. Alguien observó que la dejamos al final porque es el último deleite.
Ahora me doy cuenta que llevaba muchos años temiendo este momento, pues todo en Oaxaca ha sido para mí literatura, todo deberá serlo: de tal modo sigo ahí. ¿Qué escribir sobre Toledo: contar lo que quiero contar ---con sus riesgos y posibles malentendidos; inscribirme en el sentimentalismo avasallante de su ausencia; considerarlo racionalmente desde su excepcionalidad?
Tal vez los tres caminos sean necesarios para acercarse al gran personaje, pues la biografía pública de Toledo no se parece a la de ningún otro: su altruismo sólo sería equivalente al de un benefactor renacentista o al de los dominicos que educaron a la sociedad oaxaqueña; si acaso a Fiallo, un mecenas local de la Colonia que ayudó munificentemente a los demás.
Aquella mañana luminosa como suelen ser en Oaxaca, donde la mirada alcanza penetraciones que multiplican todo, la admiración de alguno mencionó el “gusto exquisito” de Toledo. No sólo el número sino también el refinamiento de sus iniciativas culturales, su dimensión y alcance, provocadas por una sola persona capaz de construirlas. Ese carácter único vuelve secundario el modo de llegar a ellas, porque lo hace necesario.
Muchos talentos concurrieron para sus logros. Era magnético y radicalmente distinto. Quien haya visto a Toledo comprenderá el elusivo e impreciso, el poderoso don que se llama carisma, el cual actúa sobre los demás, no sobre su emisor. Un Toledo en Toledo ---silencioso, un poco distante y huraño, cabellera revuelta, manta arrugada--- descolocó al dominante Salinas de Gortari la tarde cuando el pintor obtuvo el compromiso presidencial para la fundación del MACO, taza de plata del avasallante sistema cultural que a continuación levantaría.
Entendió como ningún otro artista plástico antes ---ni siquiera Rivera, Siqueiros o Cuevas, tan distintos a él---, la función de la prensa para promover tres cosas a la vez: la persona, la obra y las iniciativas. Su genio poliédrico juntó lo que antes de él no lo estuvo y después de él no lo estará. Esta triada fue definitiva para darlo a conocer profusamente y hacerlo una referencia pública.
Su fuerza radicaba en la acción pero también en la resonancia que con ella obtenía. La fascinación de la prensa por un hombre de singular presencia, creador de una plástica orgánica y etnográfica hecha con profunda extrañeza y gran belleza, mecenas cultural a una escala desconocida, activista social, guardián valiente del patrimonio histórico tangible e intangible, benefactor de tantos, locuaz o hierático según la ocasión y el temperamento que lo dominara, aldeano y cosmopolita, zapoteco ancestral, mucho más culto de lo que decidía mostrarse, capaz de un humor zumbón e irónico (su ironía era una inteligencia triste), de una cierta dulzura o de una dura aspereza. Autoritario como buen talento. A veces malo, a veces bueno. Inmejorable estratega político de sus iniciativas. Gran táctico de su realización. Y de un modo un tanto inexplicable, dueño de facultades que parecían provenir de un chamánico más allá. El brujo, le decíamos algunos.
Fue el crítico Canseco Feraud quien acuñó el término de escuela oaxaqueña de pintura para designar el mainstream por venir. De la trinidad fundacional oaxaqueña compuesta por cuatro grandes artistas, Gutiérrez, Tamayo, Nieto y Toledo, solamente éste último abrió un abanico que haría de la pintura algo más: un mercado con ventas abundantes; una impronta estética involuntaria; una geografía espiritual; un imaginario colectivo; un poder cultural; una recuperación simbólica; una no deseada masificación.
Un Toledo en Toledo ---melancólico y sombrío, con los ojos relampagueantes como mirando a través del velo de las cosas, luchando ese día contra un último disparate patrimonial del poder público--- parecía lamentar lo que en la mesa de El Jardín se comentaba: la gente no dejará de venir, su número seguirá aumentando. Una íntima tristeza reaccionaria pareció envolvernos a los tres que ahí estábamos, Teresa del Conde, Toledo y yo. Luego el caldero oaxaqueño siguió bullendo y la conversación cambió.
La muerte perfecciona al hombre más perfecto: lo vuelve sin tacha para aquellos que lo han amado, escribió Renan. Nadie podrá reemplazar a Toledo en su papel, no otorgado por ninguna instancia sino ocupado por una mera, poderosa legitimación personal. Todo vacío se llena, y ante el vergonzoso e ignorante abandono cultural del gobierno del estado, seguirá creciendo el poder económico de las fundaciones “filantrópicas” hasta ser hegemónico. Pobre Oaxaca.
“¿Quién la cuidará ahora?”, preguntaba una desencantada cartulina en el velorio de Toledo a las afueras del IAGO, su legendario centro de operaciones. Quedan para después otras historias. Ahora el sentimiento de pérdida y orfandad que deja tras de sí es la clausura de una época creativa, fascinante, contradictoria. Un muerto inolvidable la concluye.
Fernando Solana Olivares
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