DISONANCIA COGNITIVA
Greta Thunberg, líder del movimiento juvenil que ha conmocionado al mundo, acusa a los dirigentes políticos de padecer disonancia cognitiva ante esta crisis ecológica que podría ser terminal.
El vocablo lo acuñó Leo Festinger hace más de 60 años al describir el intento de la psique humana para alcanzar consistencia interna a pesar de sus contradicciones, tratando con ello de armonizar ideas, creencias y emociones que se oponen entre sí. Muy pronto, sin embargo, descubrió que las personas llegan a aceptar esta disonancia y se establecen cognitivamente en ella, viven separadas internamente. Eso es lo contrario a un yo integrado.
Miles de años antes del psicólogo moderno, el legendario Emperador Amarillo que unificó los reinos de China llamó al sabio Confucio para preguntarle cuál debería ser la acción esencial de su gobierno. El maestro le aconsejó la corrección de las denominaciones: llamar a las cosas por su nombre, actuar y sentir en consecuencia. Decir, hacer, sentir.
La áspera impaciencia de los movimientos emergentes, desde los niños y jóvenes que exigen detener el ecocidio y salvar el planeta hasta las violentas feministas anarcas y antipatriarcales, obedece a un sentido de urgencia y hartazgo. No es lo mismo la sequedad de Greta Thunberg que la dulzura de Malala. Urgencia: no hay tiempo. Hartazgo: la misma retórica repetida una y otra vez.
Las ciencias cognitivas postulan algo que llaman nivel de representación. Afirman que entre el nivel neuronal y cultural de toda persona hay un nivel de representación que actúa en la mente de todos. No se puede ver ni tocar porque se compone de nociones, esquemas, ideas, símbolos, entidades mentales. Este es el terreno de lo descompuesto, de la disonancia cognitiva y sentimental.
¿Se conmueven los políticos cuando se enteran que han sido fustigados así por una jovencita cuya legitimidad es más alta que la de ellos? Antes de su condición, ser actores y ambicionar el poder, los dirigentes políticos debieran mostrar el mismo instinto de sobrevivencia, el mismo impulso vital que cualquier persona. Esto no es posible porque son producto de otra disonancia cognitiva, la del egoísmo nihilista de un sistema económico abstracto que sólo busca la rentabilidad en el corto plazo y los emplea como administradores de sus intereses.
El capitalismo es ecocida y su asombroso desarrollo desde la revolución industrial hasta nuestros días se ha basado en la explotación irracional de los seres humanos y del planeta. Hace años ya que James Lovelock, pionero ecológico que bautizó al gran sistema de la Tierra como Gaia, diosa mítica igual que Khali o Némesis, una madre cariñosa o extraordinariamente cruel hacia los transgresores, citaba las palabras de Crispin Tickell en un discurso pronunciado en 2002.
Tickell señaló entonces que la ideología de la sociedad industrial, basada en crecimiento económico, niveles de vida cada vez más altos y fe ciega en que la tecnología lo arreglará todo, era insostenible en el mediano plazo. Y propuso trabajar para construir una sociedad humana donde la población, el uso de los recursos, el procesamiento de los residuos y el medioambiente fueran balanceados.
Exigió ver la vida sobre todo con respeto y asombro. Construir un sistema ético en el cual el mundo natural tenga valor no solamente como algo útil para el bienestar humano sino por sí mismo. “El universo es algo interno además de externo”, dijo Tickell al hablar en la catedral de Portsmouth hace diecisiete años.
Sobrevivir significará reducir. De ahí que Lovelock hable de una necesaria retirada de la insostenible posición a la que hemos llegado hoy por el uso inapropiado de la tecnología: retirarnos ahora, proponía años atrás, cuando aún tenemos energía y tiempo. El talento de un general se mide, escribió, por su capacidad de organizar con éxito una retirada. Pero los nuestros sufren de disonancia cognitiva.
La febril compulsión del sistema de consumo y sus usuarios no permite esta forzosa hiperpolítica (política para los últimos) de la frugalidad. Los mixes hablan de dos formas de la riqueza: a) la acumulación patológica, b) la reducción drástica de la necesidad. La primera es el modelo, el nivel de representación que ha provocado el estado de las cosas. La segunda se convertirá en una estrategia vital. Abreviar, disminuir, simplificar. Renunciar. Al fin, diría el filósofo, basta muy poco para ser feliz.
La velocidad del tiempo aumenta, los fenómenos se multiplican y lo impensable ocurre. Las mismas analogías que se han hecho con la edad oscura, cuando las órdenes religiosas conservaron en monasterios la esencia de la civilización, son posibles ahora en cierta medida con los anti retóricos y lúcidamente impacientes jóvenes que protestan. Ellos son, junto con los heroicos y perseguidos ambientalistas de todas partes, asesinados metódicamente por los intereses capitalistas depredatorios, los custodios de la metamorfosis civilizacional, la cual para lograrse antes debe sobrevivir a los desastres.
No es entonces que sean tiempos de malos modales, sencillamente son de áspera claridad. A las cosas se les dice por su nombre.
Fernando Solana Olivares
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