Friday, September 27, 2019

PARALELOGRAMOS

La mirada de Greta Thunberg es un furioso relámpago. Está en una esquina del vestíbulo y el hombre anaranjado, Donald Trump, quien entra al espacio pero da la vuelta para seguir su camino a encontrarse con la prensa, ni siquiera advierte su presencia. Hay desdén y enojo en el gesto de la jovencita cuando ve al presidente norteamericano que estúpidamente ignora el calentamiento global. Está muy indignada. Como se corroborará en su corta y conmovedora intervención ante un panel de la ONU, mientras reclama a los políticos hablar de dinero e intereses materiales, de cuentos de hadas, cuando el planeta se devasta, una extinción masiva se anuncia y la sobrevivencia de la especie humana está en peligro: “¿Cómo se atreven?”, exclama con desprecio y dureza. Era una líder impensada apenas ayer. Ahora su fragilidad y delicadeza corporal le conceden una energía doble: no es físicamente fuerte pero su causa es poderosa. Y nueve años después del conocido ¡Indignaos!, esa breve y muy leída convocatoria a la resistencia juvenil y ciudadana ante el patológico gobierno de poderes financieros que acaparan todo y esclavizan a la sociedad, escrita por Stéphane Hessel a los 93 años, esta joven sueca de dieciséis, pequeña vikinga, acude indignada a un sitio donde no quisiera haber ido. “Debía estar en la escuela”, afirma en el breve y lapidario discurso que pronunciará, ese latigazo de advertencias si eligen fracasar: “No los perdonaremos”, notifica lacónicamente a los inútiles políticos del mundo esta pequeña y simbólica líder, vestida con una blusa magenta que realza su rostro, el cual de pronto luce tan joven como viejo, y llevando sobre el hombro izquierdo una larga y fina trenza rubia. Lo mismo que su apariencia simple, al hablar no emplea ninguna retórica sino un lenguaje concreto, cargado de sentido dada su urgente terminalidad: la casa se quema. La misma pasión clásica de Antígona pareciera mover a esta adolescente casi niña, cuyos enemigos llaman manipulada. Como figura de la tragedia griega, la valiente hermana que contra las órdenes del tirano sepulta el cadáver de su hermano ejecutado por él, Greta Thunberg custodia una definición primaria: el derecho a vivir. Si hay tiempo para que siga el tiempo, se contará alguna vez por qué la naturaleza (aquello que los antiguos llamaron el espíritu del mundo) envió como última mensajera antes de la catástrofe a una muy joven mujer rodeada de un ejército cuasi infantil. Quizá para reiterar la esperanza, para comenzar desde el principio lo que parece haber llegado al final. ¿Qué puede esperarse de todo esto? ¿Disminuirán drásticamente las fuentes contaminantes, el sistema productivo y energético se reconvertirá a energías limpias con rapidez, crecerá exponencialmente la conciencia planetaria sobre el planeta y nuestra relación con él? ¿Se colapsará el capitalismo especulativo y mortal de la ganancia inmediata, de la depredación? ¿Podrá haber reversibilidad ecológica, un súbito y generalizado cambio cultural? Interrogantes especulativas como estas no son materia de Greta, porque ella actúa como sí, poniendo en práctica aquel milenario consejo védico: combate como si el combate tuviera sentido, vive como si la vida lo tuviera. Decía Schopenhauer que los seres humanos quieren vivir pero que ninguno sabe por qué vive. Ahora es distinto porque lo que está en juego es el vivir mismo y no hay oportunidad para preguntarse por sus causas primarias: cuando las épocas acaban hay más necesidad de praxis que de filosofía. A pesar de ello, un marxismo literario asegura que los seres humanos solamente se plantean los problemas que eventualmente pueden resolver. No cuestiones como la muerte, la divinidad, el origen, el sentido del todo. Fuera de tales temas tan crípticos y densos, la airada visita de Greta a la ONU y las multitudinarias manifestaciones en todas partes que la acompañaron representan, de haberla, el comienzo de la solución, así sea completamente imprecante: ¿cómo se atreven? En su ciencia imaginaria de la psicohistoria, Issac Asimov considera un sistema en el cual la historia puede ser prevista con visible exactitud, pero que la desviación de su rumbo sucede cuando surge un mutante. Una anomalía que representa una corrección. La anomalía que Greta Thunberg encarna proviene de una tendencia hacia la solución, opuesta a la suicida gestión neoliberal del problema climático. Háblese de mutación: los adolescentes se hacen cargo de crear conciencia. La mirada furiosa de Greta hacia Trump que viajó como la zumbante flecha hacia el blanco no hizo mella aparente en el robótico hombre anaranjado. Pero quién sabe. Si le hacemos caso al poeta, hay muchos mundos y están en éste. Entonces una mirada letal puede tener muy serios efectos en un plano metafórico donde las cosas son y no son reales. La magia comienza como un acto de profunda imaginación. Hay rabias legítimas y la de esta joven, como la de tantos, lo es. Así el poder nihilista y la derecha atroz quieran descalificarla, calumniarla o diluirla. Un paralelogramo tiene cuatro esquinas: David contra Goliat. Fernando Solana Olivares

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