BUSCANDO EL SENTIDO
Se nos ha ido la vida buscándole sentido, sin darnos cuenta que ese
sentido radica en la búsqueda misma, la cual es posible desde la vida
a la que exprimimos, torturamos o desdeñamos para que alguna vez
nos lo diga: ¿para qué, por qué estoy vivo?
En las extremas desviaciones del humanismo moderno y sus
fatales consecuencias, o sea, en nuestras graves tribulaciones de hoy,
la propuesta de sentido radica en la acumulación, en el consumo
desenfrenado de todo: de nosotros, de los otros, de lo otro. Nos
entre-tenemos, nos dis-traemos, nos pre-ocupamos de nuestro auto-
concepto e imagen, y después nos morimos. ¿Tiene sentido?
Un amigo entrañable, padre de hijos jóvenes, paga muy caro a
veces su lúcido descontento con la época y lo que puede esperarnos:
blackmirrors, matrix, inteligencia artificial, lo post humano. No ve
esperanza alguna y cree que esto ya terminó, como si viviéramos los
estertores de una conclusión. Pregunta si el campo semántico
inagotable de Dios se terminó, se murió, o qué carajos ha pasado.
Ya no sé qué decir, salvo lo que debo. Antes llegué a sentirme
casándrico, a veces esotérico, rijosamente apocalíptico ante el
momento histórico. Como nací con el síndrome del conejo de Alicia
(“me voy, me voy, se me hace tarde hoy”), tal vez hubo en mí una
predisposición genético-mental para celebrar anticipadamente los
finales. Años después leería a un autor que me confirmaría en tal
tendencia: me gusta terminar, había escrito ese francés.
Nuestro materialismo terminal, con el cual nos tratamos a
nosotros mismos y a los otros, creyendo que todo es una cosa y tiene
precio, evita que encontremos el sentido, pues éste no puede estar en
el objeto o en la posesión. Por eso es más importante el conocer (un
proceso) que el conocimiento (una adquisición).
Dígase lo que se quiera y entiéndase como se pueda, en la vida
hay una dimensión espiritual. No es de orden eclesial o religioso,
tampoco cuestión de fe, sino algo más somático que se encuentra
entre los dioses de las pequeñas cosas, en el pequeño formato, en la
percepción estética y en una operación cognitiva: pensar y meditar.
El citado aforismo de Hannah Arendt, que solamente unos
cuantos intentan seguir: “Lo que quiero es comprender”, provee de
un método para encontrar sentido. O también, juego de contrarios,
para resolver que aquel no existe. Pocos ejemplos se comprenden
mejor en clase que la pedagogía de Merlín con Arturo: el mago lo
volvió pez, ardilla y pájaro, lo sacó de sí mismo, le quitó lo idiota, lo
encerrado en lo particular.
En esa operación donde se multiplica el punto de vista es donde
actúa el espíritu: nos saca de nosotros mismos, silencia el diálogo
interior. El espíritu aparece cuando suspendemos el diálogo interior.
Amor, lucidez, embriaguez, alegría, creatividad, sorpresa, belleza,
felicidad. Ahí está el espíritu. También en el dolor y la adversidad,
donde encontrarlo es más meritorio. De no ser así, entonces se
trataría de un falso postulado cultural inventado en la infancia de la
humanidad.
Solamente la modernidad ha cancelado la dimensión espiritual
de la existencia, ninguna otra época. Un contenido negado porque la
ciencia materialista no puede medirlo, confiscado también por los
especialistas religiosos, que no lo comprenden fuera de su
dogmático ritual. Excluido del horizonte humano por los desmanes
del psicoanálisis que abrió la coladera del inconsciente y cerró la
idea de la conciencia impulsada hacia arriba, a lo metafísico, a eso
más allá de lo físico. Lo que está aquí mismo, no se puede ver pero
sí percibir.
Si esto es pensamiento mágico, piénsese que toda magia
comienza con un acto de profunda imaginación. El comprender
permite salir de la cárcel de la conciencia, de un limitado yo que
sólo se siente a sí mismo y no puede verse en la vastedad del mundo,
en la polifonía de los demás. Nuestras adicciones son puertas
fragmentarias y efímeras para alcanzar dicha integración.
Hay además una dimensión espiritual en la historia. Las
turbulencias masivas de sociedades irascibles que enfrentan la
perversión del horror económico neoliberal y su destructiva
desigualdad, empeñado el imperio estadunidense en una fase
latinoamericana de dominio y extracción de recursos naturales y
destrucción de sus estados y sociedades nacionales, como ya hizo en
Oriente y África, levantan un escenario de dimensión mayor. La
resistencia, la oposición al totalitarismo, la rebeldía ante un modelo
único de pensar, son todos modos sociales del espíritu.
El sentido de estos días, volviendo al principio de la cuestión de
dónde está el sentido ahora, sólo radica en ellos mismos, y esto
suena como una simplicidad. El espíritu no es sentimental: es
compasivo, amoroso, comprensivo, pero no sentimental. El ego no
es el espíritu, y el ego es bien sentimental.
El primer paso para encontrar el sentido -la semiosis que
busca la hermenéutica- es preguntarse por él seriamente. Todo está
desatado, se desarmó de golpe. Ahí, en tal constatación áspera y
realista habita el inicio del sentido. En el peligro se encuentra la
salvación, aseguró el poeta.
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