Monday, October 31, 2011

EL ÚLTIMO CHAMÁN.

Los chamanes, como los físicos cuánticos y los poetas, como los alumbrados y los atentos, creen que el mundo literalmente es una tela de araña. Que la vibración aquí es un impulso allá. Son multidimensionales porque habitan los cinco cuerpos del cuerpo, el físico, el mental, el sutil, el mágico y el espiritual, para cumplir las tareas que emprenden: descubrir objetos perdidos, avanzar hasta la geografía de la muerte y volver para contarla, tomar la enfermedad de los otros y vencerla. Hombres y mujeres medicina.
El tiempo necesita medicinas. Por esa acción de tomar para uno la perturbación de los otros es que Harold Bloom define el psicoanálisis freudiano como la última etapa occidental del chamanismo. Martin Heidegger, sin embargo, despreciaba el psicoanálisis, y los filósofos Franco Volpi y Antonio Gnoli lo llaman “el último chamán” ---otros lo han definido como el “rey oculto” de la filosofía. Estos autores (El último chamán, Los libros de Homero, 2009) conversan con Hermann Heidegger, Ernst Jünger, Hans-Georg Gadamer, Ernst Nolte y Armin Mohler sobre aquel pensador terminal que vivió un exilio interior de años en su cabaña montañesa de Todtnauberg después de cometer un error político sumamente costoso: convertirse en rector de la universidad de Friburgo durante el régimen nazi por unos meses y cargar para siempre con tal estigma en su reputación. “Creyó ---contó su hijastro--- que con la ayuda del nacionalsocialismo podría reformar la universidad.”
Ese error de valoración, como lo llama, se convirtió en algo más perturbador dado el silencio de Heidegger al respecto. Fue miembro del partido nazi hasta el final de la guerra, aunque años atrás se había marchado del cargo y de la vida pública para refugiarse austera, campesinamente, en esos caminos montañosos donde surgían las iluminaciones de su pensar. Nunca se produjo aquel mea culpa que el convencionalismo occidental esperaba, ni siquiera una explicación. Llamó a ese periodo “un error garrafal”, y fue todo. Tal es el motivo de que Heidegger ofenda a tantos.
Los textos especializados consignan que la discusión filosófica sobre el comportamiento del pensador ha derivado a la pregunta de si existe una relación entre su filosofía y la ideología política nazi. El Heidegger para principiantes informa que autores como Richard Wolin, al hacer una lectura política de las afirmaciones filósóficas de Heidegger, creen que (involuntariamente o no) pueden servir a la plataforma conceptual nazi. Si los humanos, como afirma el filósofo de la Selva Negra, son Dasein (su definición del significado del ser humano; literalmente “ser/estar-ahí”), y no poseen una esencia común a todos, entonces no hay razón para esperar que un grupo de Dasein respete los derechos de otro.
“¿Fue Heidegger un sujeto desagradable o, en palabras de un filósofo norteamericano, un alemán tan común y corriente como crédulo?” Esta pregunta de otros autores (LeMay y Pitts) no resuelve la cuestión. Sin duda alguna hubo una inmensa credulidad en él, llamativa en un príncipe nada común del pensamiento como fue, un profundo revisor original que volvió al origen de la filosofía occidental hace más de 2,000 años, la leyó en griego de nueva cuenta (para él ahí estaba el Logos: un lenguaje que mantiene una relación con el Ser, donde las palabras son inseparables de lo que nombran) y la reinterpretó.
El olvido del Ser es característico de nuestra época. Heidegger centró su búsqueda en la existencia del Ser: ¿dónde estaba, cuánto y cuándo se había perdido? Ese Ser, producto y sentido de nuestra existencia humana ---Heidegger cambió la certeza cartesiana del “pienso, luego existo”, al “existo, luego pienso”--- ha venido siendo sistemáticamente velado según sus reflexiones: primero por las Ideas de Platón, luego por la Sustancia de Aristóteles, después por la Cosa Pensante de Descartes, a continuación por el Imperativo Categórico de Kant y al fin por la Voluntad de Poder de Nietzsche. “Poco a poco ---dicen los autores citados--- el Ser quedó olvidado detrás de los razonamientos, el cálculo y la lógica”.
El costo de este olvido ha sido la civilización tecnológica, cuyos peligros para Heidegger no consisten solamente en que el mundo de las máquinas destruya el medio ambiente o que sus productos afecten a las sociedades, sino el que su ideología, el pensamiento tecnológico, determine y coarte a los seres humanos haciéndolos aparecer como recursos, les haga creer que lo real es lo disponible, anule otros modos de pensamiento y aleje cada vez más a la humanidad del Ser. Algo que ya ocurre sin cesar.
El hombre, dice Jünger al platicar sobre Heidegger, “este extraño ser que atraviesa el tiempo y que en su lucha con la Nada es llamado a otras dos inevitables pruebas: la duda y el dolor.” La primera, la angustia, la define como “estado de ánimo esencial” del ser humano. El Anarca, un caracter que este escritor crea en su literatura, y que mucho debe basarse en Heidegger, quien “entrando en el bosque” se retira para “comprenderse a sí mismo, enfrenta y vence la angustia, la duda y el dolor.” Se retira de la civilización nihilista e individualmente se salva del Estado burocrático, del Leviatán devorador.
“El mundo se va oscureciendo”, escribió Martin Heidegger en sus años finales. Propuso morar sobre la tierra viviendo una vida poética como acompañante del Ser. Ahí surge una trascendencia no deísta que salva al ser humano de su olvido: el Ser que se esconde delante de uno y sólo puede atisbarse, entreverse y sugerirse en la mismidad de nuestra existencia.

Fernando Solana Olivares.

Tuesday, October 25, 2011

FRAGMENTOS MEXICANOS.

Me andan las ganas por escribir un artículo sobre Martin Heidegger, el último chamán, como le llaman quienes lo conocen. O la historia de un afamado premio literario del cual le avisan a un amigo su condición de finalista, lo tienen en el ácido por una semana y al fin no se lo dan: la crueldad del mercado. O un sueño donde un paraguas le hace el amor a una máquina de coser sobre una mesa roja, variante casi exacta del surrealismo de Breton.
México es rojo, está ensangrentado. Y dividido, irreparablemente polarizado. El artículo anterior de esta columna mereció algunos correos electrónicos: tres muy felicitantes a favor, tres muy radicales en contra de López Obrador. Uno lo llama caricatura, otro lo imputa de resentido peligroso y un tercer lector, hombre mayor, argumenta con profusión todos los conflictos y fraudes políticos en los que aquél se ha visto envuelto, su procedencia priísta, su incongruencia documentada, sus debrayes como el de Juanito, su erróneo plantón en Reforma, su no demostración del fraude de 2006, su mesiánica y teatral Presidencia legítima, su autoritarismo. En fin. Termina diciendo: “Y si a mis 70 años me equivoco en el concepto del Sr. López Obrador, quiere decir que viví a lo pendejo”.
Aceptando sin conceder que el pasado político de López Obrador podría significar desde una profecía cumplida hasta una seria advertencia sobre su inelegible condición presidencial, tal reflexión puede hacerse, exactamente igual, en cuanto a los oscuros, palaciegos, ambiciosos, torcidos ---políticos, pues--- pasados de todos los demás precandidatos sin excepción. La visibilidad mediática negativa de López Obrador ---una insistente campaña de desprestigio tan burda como insidiosa desde hace diez años en circulación--- hace creer a la gente que sus antecedentes, contados como se cuentan, representan un hecho objetivo, una confirmación científica.
Ese denso prejuicio ha impedido ver el presente, el único tiempo realmente verdadero, cuando el país continúa haciéndose pedazos. A pesar de su trivialización televisiva (lo advirtió Habermas: la televisión destruirá la democracia), de su meliflua mutación en un producto para el consumidor narcotizado, una mercancía telegénica para el votante videns, la política sigue demandando, sobre todo en esta hora que parece última, las mejores ideas. Aunque las evidencias suelen no contar entre nosotros ---una tara congénita---, el proyecto político de López Obrador es el único que reconoce y entiende que las causas del pudrimiento nacionales no son tales en sí mismas sino efectos perversos del neoliberalismo, y que éste es la causa prioritaria que debe entenderse y atenderse, cuando menos atemperarse para evitar el violento desvanecimiento de la sociedad.
La política es el arte de lo posible. Y es posible, además de urgente, construir el consenso público para hacer un Estado fuerte, un regulador modernizado y eficaz que proteja a la sociedad frente al horror económico capitalista, que recupere bienes nacionales y soberanías legales, que fomente empresas estratégicas y economías alternativas, que aplique correcta, honestamente, el gasto público. Que desmilitarice el estado, reconstruya la policía y asuma las brutales y múltiples consecuencias de las decenas de miles de muertos que dejará el gobierno actual. Que castigue la impunidad y la corrupción como una cruzada ética, una reforma moral, una acción prioritaria de gobierno. Que dignifique y reconstruya la educación pública. Que asuma la criminalización de las drogas y las adicciones como un asunto de salud pública. Que esté dispuesto a discutir masivamente la legalización de las mismas. Que resista ante el imperio norteamericano y se niegue a que nuestro país ponga la sangre y sufra la destructiva desestabilización de sus guerras.
El mimetismo de los otros precandidatos entre sí ---miembros de grupos de interés distintos: única diferencia sustantiva---, su parecido técnico y conceptual, su maquillaje, su decir lo mismo con modos tan similares resultan ser manifestaciones del mismo problema que se quiere resolver. Una clase política desacreditada y no representativa, responsable del estado del país que ha malgobernado. Y aun, si se quiere, López Obrador, quien en efecto tiene a sus Padierna y Bejarano, un truhán cuya sola diferencia con los otros es que fue exhibido.
Sí, la política hiede. Pero López Obrador es el único entre los posibles que puede significar un cambio todavía ordenado e institucional. El saber cómo han gobernado tanto priístas como panistas debería bastar para que la mayoría electoral eligiera un gobierno cuyo proyecto político, en efecto, sea derrotar a las oligarquías mexicanas que han capturado al Estado, a la mafia dominante ---que lo es, así la denominación crispe a muchos y la tilden de paranoica fantasía---.
Las cosas deben leerse al revés algunas y otras ser valoradas en su justa dimensión. El sistemático desprestigio contra López Obrador muestra que efectivamente es un peligro contra los intereses político-económicos que se alimentan del infortunio y la pobreza, del miedo y la inseguridad, del control ideológico y mental. Además, sus mensajes públicos mencionan un ámbito infrecuente: los sentimientos, la felicidad y hasta el amor. De ahí que sea reo de otra culpa atroz: populista. Hoy cuando el pueblo se volvió una mala palabra.
Pagaré por ver. Creo que estamos ante la última oportunidad antes de que el país se quiebre. Votaré por López Obrador y por su proyecto de reconstrucción. Asumiré, de serlo, mi equivocación.

Fernando Solana Olivares.

Sunday, October 16, 2011

ÁGORA MÉXICO

¿Por qué en México todavía no se dan los fenómenos masivos de descontento e indignación que están ocurriendo en otras sociedades del planeta, tan ofendidas y expoliadas por el capitalismo como lo está la sociedad nacional? Los graves males mexicanos merecerían que los jóvenes usuarios de las redes sociales ya se hubieran multiconvocado horizontalmente entre ellos mismos para manifestar su hartazgo ante el mundo hegemónico del neoliberalismo esclavista y de su horror económico. Manifestarse ante el nihilismo de su presente y la inexistencia de su futuro.
Pero no sucede así. Una posible explicación podría haber sido vista por Emilio Uranga en su ontología del mexicano. Uranga habló de la tendencia idiosincrática hacia la indignación: una irritación moral siempre referida hacia los demás que concluye en el mero acto de la indignación, como si el indignado hubiera satisfecho así la causa de su emoción indignada.
Los barrocos rincones del ser nacional han debido graduar a lo largo de los siglos la indignación a la mexicana. Por ejemplo, los abundantes sobrediagnósticos que un columnista político encuentra en la realidad actual: todos tienen una perspectiva del qué pero prácticamente ninguno la tiene del cómo. Sobreabundan los sacerdotes comprados cuya función es parchar y zurcir la desgarrada trama de la opinión recibida, la que sostiene el precario estado de las cosas. Sobreabundan las toxicidades televisivas y mediáticas, la inacabable exaltación de la frivolidad enajenante. Sobreabundan la corrupción y la impunidad. Sobreabundan los ocultamientos y las mentiras.
Y lo bueno, lo interesante, lo sustantivo, ¿sobreabunda también, aunque ocupe un lugar difuso, noticiosamente invisible? ¿O es un bien escaso, otra especie en extinción? La prensa informa que Jessica Sommerville, psicóloga de la Universidad de Washington, ha descubierto que los bebés de 15 meses pueden distinguir entre el bien y el mal y la distribución desigual de alimentos: normas de equidad y altruismo que se adquieren mucho más rápido de lo que se pensaba. Luego, mediante la observación de cómo las personas se tratan entre sí, estas tendencias posiblemente innatas de los bebés se torcerán. Los ejemplos son las órdenes silenciosas que maleducan.
(Mencioné a Emilio Uranga, un intelectual brillante y filósofo prometedor que terminó como consejero áulico, amargado y alcohólico. Leo la entrevista que Rafael Rodríguez Castañeda hace en Proceso a Enrique Krauze sobre su más reciente libro en el que ensaya y rememora a Octavio Paz. Pienso en mi encontronazo público con Paz, tan desigual y al fin tan costoso: él era Paz y yo un atrevido jefe de una sección periodística de cultura. Alguna vez habrá que contarlo.)
Volviendo a México, el cual como está no parece tener remedio. Un estado cleptocrático e ineficaz, una clase política interesada, autista y sectaria, una guerra de cárteles políticos con sus respectivos cárteles criminales al interior del estado y un panorama inmediato asaz delicado si no es que aterrador: la insuperable mediocridad del panismo y sus tres tristes candidatos; la ominosidad televisiva berlusconiana, la caracterización escénica del diseñado Peña Nieto, el joven representante del viejo y autoritario priísmo, aquel de las mayorías artificiales y corporativas para imponer la gobernabilidad; la oscura persona de Beltrones, un viejo priísta de los sótanos con una propuesta política contra la inmovilidad institucional y la parálisis legislativa sospechosa, mañosamente retenida hasta ahora; la vacuidad de Marcelo Ebrard, a pesar de sus resultados, aquella tibia zona central de la izquierda domesticada que intenta ocupar y que políticamente no importa porque para efectos prácticos ya no existe.
Queda López Obrador, el de los defectos y las virtudes. Los primeros ahora son menos determinantes que las segundas y algunos de ellos, como la terquedad que porfía, se han vuelto una perseverancia positiva. Es el único de todos los aspirantes que tiene un sólido, reflexivo y aplicable proyecto nacional elaborado a lo largo de años, en el que han participado aquellos expertos e intelectuales que según se sabe todo político verdadero llama a su alrededor para planear el arte, hoy más sobrehumano que nunca, de gobernar.
Es posible que más temprano que tarde los vientos insurreccionales planetarios contra el sistema financiero, la megariqueza y el desmantelamiento de los estados ---la acción concreta de una indignación no abismada en su propio sentimiento--- lleguen a estremecer al país. El único candidato que correspondería a ese reclamo que significa el comienzo de una sanación civilizacional, de una curación profunda en lo político y social, porque de muchas maneras también ha sido suyo, es López Obrador. La campaña y las encuestas en su contra serán despiadadas. La zona mediática multiplicará sus ataques francos o insidiosos, su deconstrucción electoral.
Entre otros, el Movimiento por la Paz deberá considerar aquello que parece ser la última oportunidad democrática mexicana: optar por un camino distinto donde las mayorías vuelvan a ser el sujeto principal y el estado recupere su papel de custodio y garante de ese interés; optar por una perspectiva política donde las causas de la situación se vinculen con sus efectos, donde se combata la desproporción entre el hecho y el valor. Acaso es una mera posibilidad, pero López Obrador representa al único capaz de atreverse a dar el golpe de timón que el país necesita. Como si hoy la historia hubiera empalmado la cuenta corta con la cuenta larga.

Fernando Solana Olivares.

Sunday, October 09, 2011

COSAS AGREGADAS.

Visor, suplemento de Milenio ---última publicación cultural proveniente de la pulcra e ilustrada genealogía periodística que entre nosotros va de Alfonso Reyes a Fernando Benítez--- publica un interesante texto de J. M. Servín, “Escritores Xbox”, que se divide en dos partes: un preámbulo donde el escritor parodia a Javier Sicilia y se burla de la “mexicanidad new age” que le achaca, y otro donde hace una ácida y certera crítica de la endeble, malhecha literatura contemporánea nacional exitosa. Un mero vacío comercial.
Son dos temas que están directamente vinculados en el ensayo pero no en la realidad. Antes al contrario. No acaba de quedarme claro por qué la figura de Javier Sicilia ---y entonces su función--- provoca desdén entre gente pensante, sensible. Puedo aventurar que se trata de ese cinismo intelectual resultado de tantas ideologías de la sospecha como la modernidad ha fabricado. De la duda metódica cartesiana al escepticismo caricaturizante posmoderno que solemos utilizar hoy, cuando nada es cierto y todo está permitido.
Si la literatura chatarra premiada y vendida en estos días ahoga al estrecho panorama de lectores nacionales, se trata de un fenómeno provocado por la confusión entre el hecho y el valor característica de la época. Lo de Sicilia se trata también de eso, pero al revés. Su cruzada (“peregrinaciones llamadas marchas”, escribe Servín) consiste en restituir el concepto de valor a aquello que de verdad lo tiene: la vida, la justicia, la paz. Surge del epicentro del dolor colectivo, una dantesca zona de lo real que no merece cinismo o incomprensión algunos: es grave, delicada, respetable, y en ella se está jugando el futuro humanizado y no purgatorial del país.
Además, es muy poderosa. Ha puesto en movimiento a gente decidida, gente en cierto sentido subterránea, visible ahora mediante sus movilizaciones y demandas, con las que ha modificado tanto la forma como el fondo de la política mexicana. El movimiento pacifista incorpora nuevas palabras, nuevas formas de decirlas (Servín utiliza el término “evangelios” para definirlos, y sí, aunque moleste a muchos que incomprenden: Sicilia dice prédicas de cosas agregadas, posee una raíz católica inteligente, intramundana, como diría Zubiri, y habla desde allí, desde un credo cuyo significado puede verse como una estructura moral o un andamiaje ético); protesta y exige algo concreto que tiene alcance e interés general; su legitimidad está fundada en la trágica experiencia de sus integrantes ---aunque ello no justificaría acciones equívocas e incorrectas de su parte, que hasta ahora no ha sido el caso y seguro nunca será: habrá errores pero no corrupciones; sus miembros no corresponden a la lógica del poder, tampoco a la de los sacerdotes comprados que frecuentan y justifican dicha lógica por interés personal. Ya se sabe que la época confunde las urnas con los orinales.
Efectivamente, el líder del movimiento reparte abrazos, besos y escapularios a inesperadas y finísimas personas. Seguramente dejará de hacerlo. Seguramente seguirá haciéndolo. Seguramente da lo mismo: no tiene importancia. Véase como un mero dato narrativo, como la composición de un carácter para una posible novela verdadera, esa impaciencia del conocimiento, la sinfonía de lenguajes, historias, significados, en nuestros días que el género sufre confiscado y envilecido por el mercado, vuelto mercancía. O si se quiere, según reflexiona Marta Lamas, podría aceptarse como la irrupción salvífica de la calidez emocional y somática femenina en el violento mundo de los robóticos machos homicidas, de los cárteles criminales y depredatorios que han sometido al desfalleciente Estado inepto y han aterrado a todos.
El ámbito espiritual de la política, una hiperpolítica (política para los últimos), surgió con el movimiento encabezado por Sicilia e integrado por otras narrativas ---tan agudas como la de Julián Lebarón, líder menonita, quien afirmó que las cabezas cercenadas comenzaron siendo mentadas de madre, por ejemplo. Qué significa y en qué derivará tal surgimiento, no lo sé. Sólo pueden extenderse analogías o presunciones, ninguna bien fundada porque lo que viene mañana es conocido hasta que acontece. El movimiento ha sido trágicamente catártico, dolorosamente renovador, valiente y refrescante y así debe conservarse, aunque más adelante interactúe, a partir de sus propios términos, con la política práctica, con ese mierdero.
Por otra parte, el ejercicio de la escritura no tiene, a fin de cuentas, otro sentido que la experiencia vivida por el amanuense que escribe, que así se construye a sí mismo, en ocasiones logra conocerse y se multiplica, sale de sí, deja la máscara ---decía Santa Teresa: bienaventurado sea el Señor, que me libró de mí---. La escritura lo reescribe, lo demás no es asunto del escritor. Así sea, como a menudo son los escritores, un mendigo desdeñoso. Los multipremiados de ahora podrán tener el Nobel pero no tendrán nunca la Literatura. A partir de su primer mal libro multivendido cavaron su propia tumba canónica y el éxito temprano los intoxicó de ellos mismos, como acostumbra hacerlo. De ahí que, si llegan, las cosas sucedan tarde. Servín acierta: toda literatura auténtica es un riesgo y editorialmente un severo obstáculo. Y sin embargo, sigue habiendo excepción. Además, como queda dicho, toda literatura integral es invisible en épocas sombrías, transicionales cual la nuestra. La potencia de la semilla deviene en acto desde la oscuridad.

Fernando Solana Olivares.

Monday, October 03, 2011

LAS EXIGENCIAS DEL DÍA.

De nuevo, karma y destino, me veo en medio de una reunión para conmemorar la efeméride centenaria de la ciudad. Siempre fuera de lugar, pero estando aquí ¿no será éste mi lugar y entonces el asunto siempre ha consistido en no aceptar como perteneciente a mí el lugar donde estoy? Tal vez sí.
Debo alcanzar una “santa indiferencia” hacia el éxito o el fracaso. Las causas siempre son temporales, relativas, episódicas. Si mi tiempo vital va desapareciendo, debo ya de saldar cuentas, cerrar heridas, modificar conductas y prepararme para terminar.
Las líneas anteriores las escribí hace días en la libretita Moleskine a rayas que cargo conmigo cuando salgo de casa.
Mi mujer me contó después algo, la historia de una señora que vende muebles antiguos a plazos, lo que el comprador le pueda ir dando. Su sistema de crédito es intuitivo: viendo a la gente, ella sabe quién sí le va a pagar. Un acto desde lo femenino.
El horror de la violencia crece: la semiótica de la carnicería mexicana. ¿Por qué? ¿Por ella misma, que es inercial? ¿O porque sus ejecutantes la escalan escenográficamente? La semiótica del miedo ¿es espontánea o está diseñada o y/o?
Por cierto, no comparto la opinión de quienes se escandalizaron de la conferencia dictada por el Dalai Lama en los recintos de la ---dicho antibudista pero precisamente--- cacica Gordillo, bruja nacional. Fue un descuido lamentable de los organizadores locales de Casa Tíbet, hasta ahí: el budismo es compasivo, y acaso con los demonios más. El Dalai no juzga, sólo dice su mensaje: la violencia no podrá durar indefinidamente, pero debe construirse una mente respetuosa mayoritaria, una ética común.
Ante la advertencia se agolparon las preguntas: ¿quién, cómo, cuándo, dónde? Las morales públicas no se construyen mediante convocatoria. Dos factores, por ejemplo, determinan la moral budista: la creencia en el karma ---acción anterior que deriva en el presente actual y se extiende al futuro personal--- y la vergüenza íntima y externa como determinante para el autodominio de la conducta. Se derivan de la doctrina, del dharma. La moral es una consecuencia, un efecto.
El viejo principio que establece primero en tiempo, primero en derecho, sería suficiente para fundar el acceso universal al aborto dentro de las doce semanas iniciales del embarazo para aquellas mujeres primeras en tiempo y en derecho en cuanto al embrión que llevan en su seno. Predicar un supuesto amor biologizado a la vida humana desde la concepción y por ello abrogar el derecho primario del sujeto para poseer y disponer de su propio cuerpo resulta un autoritarismo que confisca, esclaviza y violenta la última frontera personal. El biopoder fascista.
También la moral se vuelve abstracta como en este caso, se vuelve un decir indemostrable. La vida es una generalización; las vidas de las mujeres embarazadas no. Tampoco su secuela, la descendencia infeliz. En cuanto a las biografías concretas de la gente, resulta inmoral no evitar un sufrimiento evitable. La apelación moral se convierte en inmoralidad práctica.
Aunque es cierto que nos estamos haciendo en el dolor. O deshaciendo, según se vea. Recuerdo la dedicatoria de Alfonso Reyes a su esposa en El Deslinde: “…su candela no se apagó de noche, puso sus manos en la tortera y sus dedos tomaron el huso”. Son las mujeres ---madres, esposas, hijas, hermanas--- quienes han tomado el huso y recorren el país buscando a sus familiares desaparecidos. Los hombres de esas familias mayoritariamente se van quedando al margen, umbríos por la pena, inmovilizados.
Quizá lo que esta vanguardia femenina despliega es una economía que con el tiempo se convertirá en un arte adyacente de la ecología. Habrá surgido entonces otra moral y otro paradigma, una mezcla, dicen los utopistas probables, de socialismo, capitalismo y trueque directo a pequeña escala. Una sociedad conservadora que no desperdiciará nada, dedicada a la autosuficiencia, a una ética de la armonía solidaria en lugar de la explotación o adquisición egoísta y maniacamente individual. Una sociedad cuya mentalidad común sea la conciencia de participación con uno mismo, con los otros y con lo otro.
Acaso tal futuro se haya puesto en marcha apenas desde el epicentro del dolor nacional, cuyas muertes, horrores y carnicerías representan los atroces efectos de causas estructurales en la cultura materialista predominante, efectos de la confusión aberrante entre el hecho y el valor, que si no cambian o se colapsan desembocarán en el espanto generalizado.
Entonces, como querría el filósofo de Sils-Maria que nunca pudo llegar a Oaxaca, no debemos buscar el sentido en las cosas, sino introducírselo. Aceptemos pues que este es un túnel oscuro, una despiadada criba, una violenta transformación. Que la enfermedad nacional-planetaria es producto de un fatalismo masculino decadente que ha durado cuatro siglos, una conciencia cartesiana discriminatoria y mecánica, la cual erróneamente cree que si Dios no existe todo está permitido, que todo vale porque ya nada vale: posmoderno nihilismo terminal.
Antes que moral hay interpretación moral de los fenómenos. ¿Quién interpreta? Nuestras afecciones, dice el filósofo. Con ellas la interpretación se contamina. En cambio lo femenino, que es orgánico, interpreta desde la intuición. De ahí que la modesta mujer que vende muebles sepa de antemano quienes le van a pagar. De ahí que sean mujeres las dolorosas valientes que salen a denunciar, a resistir, a rechazar el mal.

Fernando Solana Olivares.