Sunday, October 16, 2011

ÁGORA MÉXICO

¿Por qué en México todavía no se dan los fenómenos masivos de descontento e indignación que están ocurriendo en otras sociedades del planeta, tan ofendidas y expoliadas por el capitalismo como lo está la sociedad nacional? Los graves males mexicanos merecerían que los jóvenes usuarios de las redes sociales ya se hubieran multiconvocado horizontalmente entre ellos mismos para manifestar su hartazgo ante el mundo hegemónico del neoliberalismo esclavista y de su horror económico. Manifestarse ante el nihilismo de su presente y la inexistencia de su futuro.
Pero no sucede así. Una posible explicación podría haber sido vista por Emilio Uranga en su ontología del mexicano. Uranga habló de la tendencia idiosincrática hacia la indignación: una irritación moral siempre referida hacia los demás que concluye en el mero acto de la indignación, como si el indignado hubiera satisfecho así la causa de su emoción indignada.
Los barrocos rincones del ser nacional han debido graduar a lo largo de los siglos la indignación a la mexicana. Por ejemplo, los abundantes sobrediagnósticos que un columnista político encuentra en la realidad actual: todos tienen una perspectiva del qué pero prácticamente ninguno la tiene del cómo. Sobreabundan los sacerdotes comprados cuya función es parchar y zurcir la desgarrada trama de la opinión recibida, la que sostiene el precario estado de las cosas. Sobreabundan las toxicidades televisivas y mediáticas, la inacabable exaltación de la frivolidad enajenante. Sobreabundan la corrupción y la impunidad. Sobreabundan los ocultamientos y las mentiras.
Y lo bueno, lo interesante, lo sustantivo, ¿sobreabunda también, aunque ocupe un lugar difuso, noticiosamente invisible? ¿O es un bien escaso, otra especie en extinción? La prensa informa que Jessica Sommerville, psicóloga de la Universidad de Washington, ha descubierto que los bebés de 15 meses pueden distinguir entre el bien y el mal y la distribución desigual de alimentos: normas de equidad y altruismo que se adquieren mucho más rápido de lo que se pensaba. Luego, mediante la observación de cómo las personas se tratan entre sí, estas tendencias posiblemente innatas de los bebés se torcerán. Los ejemplos son las órdenes silenciosas que maleducan.
(Mencioné a Emilio Uranga, un intelectual brillante y filósofo prometedor que terminó como consejero áulico, amargado y alcohólico. Leo la entrevista que Rafael Rodríguez Castañeda hace en Proceso a Enrique Krauze sobre su más reciente libro en el que ensaya y rememora a Octavio Paz. Pienso en mi encontronazo público con Paz, tan desigual y al fin tan costoso: él era Paz y yo un atrevido jefe de una sección periodística de cultura. Alguna vez habrá que contarlo.)
Volviendo a México, el cual como está no parece tener remedio. Un estado cleptocrático e ineficaz, una clase política interesada, autista y sectaria, una guerra de cárteles políticos con sus respectivos cárteles criminales al interior del estado y un panorama inmediato asaz delicado si no es que aterrador: la insuperable mediocridad del panismo y sus tres tristes candidatos; la ominosidad televisiva berlusconiana, la caracterización escénica del diseñado Peña Nieto, el joven representante del viejo y autoritario priísmo, aquel de las mayorías artificiales y corporativas para imponer la gobernabilidad; la oscura persona de Beltrones, un viejo priísta de los sótanos con una propuesta política contra la inmovilidad institucional y la parálisis legislativa sospechosa, mañosamente retenida hasta ahora; la vacuidad de Marcelo Ebrard, a pesar de sus resultados, aquella tibia zona central de la izquierda domesticada que intenta ocupar y que políticamente no importa porque para efectos prácticos ya no existe.
Queda López Obrador, el de los defectos y las virtudes. Los primeros ahora son menos determinantes que las segundas y algunos de ellos, como la terquedad que porfía, se han vuelto una perseverancia positiva. Es el único de todos los aspirantes que tiene un sólido, reflexivo y aplicable proyecto nacional elaborado a lo largo de años, en el que han participado aquellos expertos e intelectuales que según se sabe todo político verdadero llama a su alrededor para planear el arte, hoy más sobrehumano que nunca, de gobernar.
Es posible que más temprano que tarde los vientos insurreccionales planetarios contra el sistema financiero, la megariqueza y el desmantelamiento de los estados ---la acción concreta de una indignación no abismada en su propio sentimiento--- lleguen a estremecer al país. El único candidato que correspondería a ese reclamo que significa el comienzo de una sanación civilizacional, de una curación profunda en lo político y social, porque de muchas maneras también ha sido suyo, es López Obrador. La campaña y las encuestas en su contra serán despiadadas. La zona mediática multiplicará sus ataques francos o insidiosos, su deconstrucción electoral.
Entre otros, el Movimiento por la Paz deberá considerar aquello que parece ser la última oportunidad democrática mexicana: optar por un camino distinto donde las mayorías vuelvan a ser el sujeto principal y el estado recupere su papel de custodio y garante de ese interés; optar por una perspectiva política donde las causas de la situación se vinculen con sus efectos, donde se combata la desproporción entre el hecho y el valor. Acaso es una mera posibilidad, pero López Obrador representa al único capaz de atreverse a dar el golpe de timón que el país necesita. Como si hoy la historia hubiera empalmado la cuenta corta con la cuenta larga.

Fernando Solana Olivares.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home