Saturday, September 03, 2011

ALCANCE AL INFORME.

Querido Phil: el caldero sigue ebullendo. Los epifenómenos son más graves cada vez. Eso, que es espantoso, tiene algo horriblemente bueno: toda gravedad desemboca. Cambio morfogenético, kali-yuga, edad de hierro, época triste-triste o la crisis de una civilización quebrada. Por eso Steiner escribe que no nos quedan más comienzos. Y hasta ahora, después de todo, seguimos viviendo.

Comienzo a ver ciertas ventajas: no sólo la siega que esto supone, la cizaña que se extirpa, sino la confirmación de lo transitorio que resulta. Aunque suene criminoso, estamos viviendo una guerra metafísica entre el bien y el mal que se escenifica aquí mismo. Por cierto, querido Phil impresente, ¿qué hay más allá de todo esto? ¿Existe algo y no más bien nada?

Siempre que escribo de ti lo hago de otra cosa. Como si la retórica no quisiera volverse sobre sí misma y decir fórmulas célebres: el arte es Dios operante, es campo semántico inagotable, es metáfora que lleva más allá para mostrar lo otro de lo mismo, el arte ayuda a tolerar la existencia. Sobre todo ésta: la tardomoderna, nuestra caída crepuscular de la historia. ¿Aceptarías, Phil, que danzara en círculos proclamando la última palabra del rito católico del bautismo: efeta, ábrete, y que todo se abriera?

Quizá estarás de acuerdo en que las palabras son perspectivas. Sobre todo ahora que experimentas una metamorfosis. De pronto la palabra sustancias viene al lenguaje. ¿Las palabras son sustancias? Podrían serlo. A fin de cuentas las palabras circulan, las sustancias también. Una tarde subimos tú y yo por una calle pedregosa y empinada de Tepoztlán para comprar cervezas. Platicamos del cónsul de Lowry, ebrio cósmico. Necesitábamos sustancias que nos ayudaran a festejar nuestra existencia. Y ahora un creciente número de gente espera que el fin del mundo los pille bailando.

Sigo cuestionándome para qué entonces la vida exige tantos afanes. Por ejemplo, la etiología de la fiesta, rito de pasaje y euforia. Una condición de la conciencia que siempre quiere subir aquel peldaño sobre las cosas, dislocar la rutinaria normalidad del día. El arte ha cambiado de lugar entre nosotros: hoy cuelgan en los puentes ofrendas de cuerpos desollados en honor de Xipe-Totec, Nuestro Señor el Desollador. Los amarres están rotos. La pregunta es si seguirán así indefinidamente: un horror de baja intensidad difusa, suficiente para paralizar mediante el miedo de sus sacrificiales y carniceros ejemplos, esas órdenes silenciosas.

¿Se impondrá un orden autoritario que lo impida? ¿Harán de México los ejércitos gringos su nuevo Afganistán vietnamizado? ¿La civilización neoliberal quebrada en varios sitios, entre ellos este país tan haiga sido como haiga sido, se corregirá a sí misma? ¿Nos volveremos seres de luz todos los buenos y alcanzaremos un beatífico cambio dimensional? ¿O seguirá el guión apocalíptico acumulando signos de los tiempos hasta que suene la hora del acto postrero? Toda vida es individual pero nunca como ahora había sido tan colectiva: destino general.

Si la cultura es el diálogo de los vivos con los muertos yo debo hablar, así sea tangencialmente (Perseo toma un espejo) de la función de tu pintura. Acaso del soporte, del oficio. De tus pinceles diarios, usados miles de veces para una misma acción que produjo hermosos objetos únicos, miles de objetos. Tu opulento bosque plástico hecho desde telas hasta papel periódico. Re-presentación. En tus obras hay dos cualidades: la imagen y la conciencia psíquica que la creó. Las dos son interdependientes y se vuelven únicas, nunca más surgidas en el océano de las formas.

La primera fortalece mi imaginación, la segunda la expande. Con ellas, tu vida se cumplió cumpliendo su tarea: pintar febril y genialmente y dejar lo pintado entre nosotros. La vida es una tarea, sobre todo ahora.

Un libro se llama La vida: instrucciones de uso —tú recordarás, querido Phil, si es de Perec—. Súbitamente pienso que no hay alternativa, excepto actuar como si. Me explico: las instrucciones para la vida es vivirla como si tuviera sentido. ¿Aun —te pregunto— cuando decenas de señoras son quemadas a la media tarde con cuatro bidones de gasolina en el casino al que iban a jugar juegos de jubiladas? Sálganse porque se las va a cargar la verga —dijeron los facinerosos—, rociaron el líquido y prendieron fuego al local rebosante de inocentes que ignoraban su cita con la calcinación.

Lamento que mis cartas al extramundo consistan en estos informes nada estéticos, nada jubilosos. Pero tu arte cantocísnico del país y su ciudad medúsica, tu crepuscular pintura del poder penetrante, de la representación (me encanta esa palabra) sobre un conjunto de seres, calles, edificaciones, vidas, drogas, violencia, biografías, colores, trazos furiosos, desigualdades humanas y epifanías en la esquina, jardines de la iluminación y alteraciones de la conciencia, valle de lágrimas homicidas, ha logrado ser parte de lo que no es infierno, algo a lo que hay que hacerle lugar y darle espacio.

La vida, querido Phil, es una burbuja. Corre como agua entre los dedos. Por cierto, a la mía acaban de llegar dos nietos, una niña y un niño, con un día de diferencia. Los dioscuros. Las personas episódicas salimos de la escena pero la función humana continúa, así a veces parezca que desaparecerá. No pasa nada. No somos de aquí. Nos vamos mañana.

Un abrazo, querido amigo. Que te encuentres bueno.

Fernando Solana Olivares.

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