BORRÁNDOSE LAS HUELLAS / y II.
Aceptemos pues que el tiempo se ha terminado. ¿Para qué y cómo? La lógica diría que para volver a comenzar, y el cómo se escenifica a diario. Pero en fin, substancia del teatro crepuscular donde van borrándose todas las huellas culturales: los Mantos Blancos Templarios, los antes guardianes del Santo Sepulcro y sus caminos, cuya regla fue escrita por san Bernardo, hoy son una facción narca criminal michoacana que vindica la captura del Chango Méndez, su enemigo a muerte ---no hay peor enemigo que quien fue el mejor amigo---, antes cómplice.
Si las cosas alguna vez comenzarán de nuevo, entonces ciertos signos que les son cercanos muestran una anticipación. En lo social ---aunque lo mismo en todo lo demás--- lo más nuevo es lo más viejo, como ocurrió en el encuentro entre Javier Sicilia y Felipe Calderón. Lo que a primera impresión pareció, según las noticias electrónicas, un encuentro demasiado suave por parte del poeta denunciante y sus compañeros, y en cambio una persuasiva explicación presidencial de su estrategia policiaco-militar humanizada por las bromas, los abrazos y los escapularios, vuelta cordial por la ironía transgresora del ¿se puede fumar? y la autorización para hacerlo, reivindica lo esencial para salir de esta hora pública tan oscura: el diálogo, el hablar escuchando al otro, el hablar para convencerlo ---y lo que cada quien haga con ello.
El poder formal justificador de decisiones que cree inevitables simplemente porque las toma y la voz libre de los ciudadanos doloridos, afectados, confrontándose con autocontrol por un lado, y con énfasis explicativos y gesticulantes por el otro, con un presidente defendiendo sus políticas, vehemente y franco, delante de interlocutores cuya adusta seriedad, si hubiera sido más amarga y dura, se habría comprendido. Pero cuya suavidad amable introdujo una atmósfera inesperada por parte de los miembros del Movimiento por la Paz. Y sin embargo.
Se dijo todo lo que se quiso decir. El encuentro de Chapultepec es, seguramente, el mejor acto público de Calderón. La espontaneidad y horizontalidad visibles frente a todos mostraron el rostro personal y la capacidad retórica y discursiva de un presidente tan haiga sido como haiga sido. Y con un toque de drama histórico: saber, y mencionarlo, que va a pasar a la historia por el número de muertos tenidos en el régimen y no por otra cosa: hospitales, carreteras, avances.
La decisión de enfrentar el crimen organizado y al narco con precipitación, sin preparar antes un plan maestro y un mínimo acuerdo público, sin negociar políticamente con partidos y grupos de poder, sin cortar los flujos monetarios de los delincuentes, sin combatir la impunidad a fondo ---acciones que dicta el sentido común---, no ofrece una decorosa, segura salida. La caja de Pandora está abierta y no podrá Calderón cerrarla en lo que queda de gobierno.
Las propuestas de quienes sí las tienen son lo más interesante del tema, pensando en la construcción de una cultura común de la resistencia y la victoria frente a la depredación y los depredadores, frente al mal y su crueldad, frente al materialismo demoniaco. Frente a la vida como es, una jungla irreparable, según el pensamiento cínico posmoderno. “El infierno son los otros”: ¿te acuerdas, Sartre?
Dice Peter Sloterdijk que la lección principal de las ciencias antropológicas es que al colapso de los grandes formatos todo se reconstruye desde los pequeños grupos, estructuras horizontales y versátiles, atentas pero plásticas, bolas sicoacústicas que operan al modo de la comedia del arte: como una pequeña compañía. No se pierda de vista que esto es una descripción escénica, que el mundo y sus sucesos son un teatro. A diferencia de la uniformidad vestimental de la alta burocracia, hierática e inexpresiva, Javier Sicilia asiste cargado de escapularios, con un abrigo de piel y un sombrero que ya le son característicos, a la manera de un caminante echado a andar como lo ha hecho.
Su oratoria es descolocante, inesperada (para pedir un minuto de silencio recita a Sabines), puede ser metafórica, alusiva o directa como una daga. No teme ser emocional y sensible al expresarse, porque el origen de su testimonio social lo es. No tiene nada que ver con la lengua de madera de sus interlocutores, a excepción del único que habla de ese lado, el presidente. Su lenguaje en parte está hecho, es un texto escrito por él, y en parte se va haciendo con las circunstancias. Es declaradamente apolítico y usuario de términos hasta ayer impensables en el debate público: humildad, perdón, consuelo, términos de un creciente plural mexicano.
Y otros más del pequeño formato, tan claridosos y directos como Sicilia, también legitimados por su dolorosa experiencia y dignificados por su perseverante valentía: María Herrera, Norma Ledesma, Araceli Rodríguez, Julián le Barón, Salvador Campanur Sánchez. Una narrativa pública que cura o puede hacerlo. Lo primero es nombrar las cosas. Así se entienden de otra manera, se vuelven a conocer. Corrección de las denominaciones. Otra narrativa política y cultural en el Alcázar del Castillo, lugar simbólico y acaso de buen augurio para una eventual reconstrucción nacional.
Toda huella que se borra es un respiro, una promesa más o menos realizable de una posibilidad distinta. La gramática de la pertenencia es escucharse juntos, dejar de escucharnos a nosotros cuando escuchamos a los demás. ¿Es inútil creer que ésta es la esencia de la política y que sólo requiere hacerse colectiva?
Fernando Solana Olivares.
Si las cosas alguna vez comenzarán de nuevo, entonces ciertos signos que les son cercanos muestran una anticipación. En lo social ---aunque lo mismo en todo lo demás--- lo más nuevo es lo más viejo, como ocurrió en el encuentro entre Javier Sicilia y Felipe Calderón. Lo que a primera impresión pareció, según las noticias electrónicas, un encuentro demasiado suave por parte del poeta denunciante y sus compañeros, y en cambio una persuasiva explicación presidencial de su estrategia policiaco-militar humanizada por las bromas, los abrazos y los escapularios, vuelta cordial por la ironía transgresora del ¿se puede fumar? y la autorización para hacerlo, reivindica lo esencial para salir de esta hora pública tan oscura: el diálogo, el hablar escuchando al otro, el hablar para convencerlo ---y lo que cada quien haga con ello.
El poder formal justificador de decisiones que cree inevitables simplemente porque las toma y la voz libre de los ciudadanos doloridos, afectados, confrontándose con autocontrol por un lado, y con énfasis explicativos y gesticulantes por el otro, con un presidente defendiendo sus políticas, vehemente y franco, delante de interlocutores cuya adusta seriedad, si hubiera sido más amarga y dura, se habría comprendido. Pero cuya suavidad amable introdujo una atmósfera inesperada por parte de los miembros del Movimiento por la Paz. Y sin embargo.
Se dijo todo lo que se quiso decir. El encuentro de Chapultepec es, seguramente, el mejor acto público de Calderón. La espontaneidad y horizontalidad visibles frente a todos mostraron el rostro personal y la capacidad retórica y discursiva de un presidente tan haiga sido como haiga sido. Y con un toque de drama histórico: saber, y mencionarlo, que va a pasar a la historia por el número de muertos tenidos en el régimen y no por otra cosa: hospitales, carreteras, avances.
La decisión de enfrentar el crimen organizado y al narco con precipitación, sin preparar antes un plan maestro y un mínimo acuerdo público, sin negociar políticamente con partidos y grupos de poder, sin cortar los flujos monetarios de los delincuentes, sin combatir la impunidad a fondo ---acciones que dicta el sentido común---, no ofrece una decorosa, segura salida. La caja de Pandora está abierta y no podrá Calderón cerrarla en lo que queda de gobierno.
Las propuestas de quienes sí las tienen son lo más interesante del tema, pensando en la construcción de una cultura común de la resistencia y la victoria frente a la depredación y los depredadores, frente al mal y su crueldad, frente al materialismo demoniaco. Frente a la vida como es, una jungla irreparable, según el pensamiento cínico posmoderno. “El infierno son los otros”: ¿te acuerdas, Sartre?
Dice Peter Sloterdijk que la lección principal de las ciencias antropológicas es que al colapso de los grandes formatos todo se reconstruye desde los pequeños grupos, estructuras horizontales y versátiles, atentas pero plásticas, bolas sicoacústicas que operan al modo de la comedia del arte: como una pequeña compañía. No se pierda de vista que esto es una descripción escénica, que el mundo y sus sucesos son un teatro. A diferencia de la uniformidad vestimental de la alta burocracia, hierática e inexpresiva, Javier Sicilia asiste cargado de escapularios, con un abrigo de piel y un sombrero que ya le son característicos, a la manera de un caminante echado a andar como lo ha hecho.
Su oratoria es descolocante, inesperada (para pedir un minuto de silencio recita a Sabines), puede ser metafórica, alusiva o directa como una daga. No teme ser emocional y sensible al expresarse, porque el origen de su testimonio social lo es. No tiene nada que ver con la lengua de madera de sus interlocutores, a excepción del único que habla de ese lado, el presidente. Su lenguaje en parte está hecho, es un texto escrito por él, y en parte se va haciendo con las circunstancias. Es declaradamente apolítico y usuario de términos hasta ayer impensables en el debate público: humildad, perdón, consuelo, términos de un creciente plural mexicano.
Y otros más del pequeño formato, tan claridosos y directos como Sicilia, también legitimados por su dolorosa experiencia y dignificados por su perseverante valentía: María Herrera, Norma Ledesma, Araceli Rodríguez, Julián le Barón, Salvador Campanur Sánchez. Una narrativa pública que cura o puede hacerlo. Lo primero es nombrar las cosas. Así se entienden de otra manera, se vuelven a conocer. Corrección de las denominaciones. Otra narrativa política y cultural en el Alcázar del Castillo, lugar simbólico y acaso de buen augurio para una eventual reconstrucción nacional.
Toda huella que se borra es un respiro, una promesa más o menos realizable de una posibilidad distinta. La gramática de la pertenencia es escucharse juntos, dejar de escucharnos a nosotros cuando escuchamos a los demás. ¿Es inútil creer que ésta es la esencia de la política y que sólo requiere hacerse colectiva?
Fernando Solana Olivares.
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