Monday, May 16, 2011

DOSCIENTOS VUELTOS MILES.

¿Por qué reclamar que una marcha colectiva por la paz ---acción política por excelencia: la polis manifestándose--- se “politice”, como hacen algunos? ¿Qué tiene de anormal ---de inoportuno, incorrecto, insensato--- pedir la destitución del inepto jefe policiaco cuya gestión registra 40,000 muertos? ¿Por qué la ultraderecha se muestra histérica ante este movimiento ciudadano independiente y espontáneo, socialmente representativo e ideológicamente múltiple, moralmente tan legítimo? ¿Por qué el gobierno calderonista contesta de inmediato a la marcha con melosa vehemencia para proponer lo único que se le ocurre ante la grave dimensión del asunto: una mediatizadora reunión? ¿Por qué los conservadores, los pragmáticos y los especialistas desdeñan o condenan al movimiento y al que lo encabeza? ¿Qué tiene de equivocado hablar de la violencia, de la explosión social mexicana de odio y resentimiento y de la profunda degradación partidaria e institucional, de la abismada y abismal crisis de representación y gobierno, de la crisis del Estado, y de la urgente democratización de los medios masivos de comunicación y la reconstrucción de la justicia?
El inesperado y poderoso surgimiento de esta movilización convocada y encabezada por Javier Sicilia se sintetiza en una imagen: salieron doscientos de Cuernavaca y tres días después entraron miles al Zócalo de la ciudad de México. Solamente Francisco Villa había hecho algo igual hace tiempo al iniciar su peregrinar guerrero por el norte de México. Los paralelos históricos son imprecisos porque resultan como aquellas miradas hechas por el espejo retrovisor ---esa fatalidad humana: ver para atrás, como el ángel de la historia---. El personaje anterior a Sicilia fue Marcos, quien dejó tantas zonas inexplicadas y oscuras, sobre todo al final de su presencia escénica, con dos máscaras y un uniforme que nunca se quitó: el pasamontañas capturador de la fatigada imaginación de muchos, la filiación política militante y sectaria y el traje guerrillero.
Hiperpolítica, hemos dicho. Pero quizá mejor: suprapolítica. La legitimidad de Javier Sicilia se funda en el dolor personal y colectivo, en el derecho ciudadano a alzar la voz y exigir públicamente al gobierno y aun a los criminales el fin de la violencia depredadora. Detrás de él ---como se sabe a medias pues parte de la tragedia nacional es la impunidad, la indiferencia, la invisibilización anónima, la inducida desmemoria mediática--- están centenares de deudos, de viudas y huérfanos producto de esta guerra que parece tener tanto de artificio, tanto de interés gubernamental y fáctico por mantenerla y seguir administrándola, como de desorden nihilista general.
El conmovedor y estrujante discurso de Javier Sicilia en el Zócalo, dicho en ese corazón de la patria donde han sonado tantas otras arengas brillantes, oportunas, entrañables, lleva dos epígrafes: uno de Heidegger, filósofo terminal de esta época, y otro de san Agustín, padre de la Iglesia católica. El primero se refiere a la conservación de la esperanza humana en un tiempo de penuria y el siguiente al abandono en lo divino, al don que nos lleva, nos inflama y eleva. El texto comienza con una frase memorable: “Hemos llegado a pie, como lo hicieron los antiguos mexicanos”. Diez palabras que establecen una genealogía humana, una continuidad cíclica y una acción mítica, ancestral.
Después vendrá un texto prosístico implacable, un yo acuso que al irse oyendo se convierte en un nosotros acusamos, inscrito en la más digna tradición de la denuncia popular y democrática, de la razón crítica e ilustrada que resiste ante la irracionalidad, de la reiteración de la vida como cultura humana, de la derrota del miedo inoculado por la violencia y el crimen, cuyo piso (o tono) moral tiene aliento bíblico, según ha escrito correctamente un analista.
A pesar de su renuncia a la poesía, de su silencio poético, otra poesía (lenguaje cargado de sentido a su máxima capacidad) está siendo, escribiéndose, y ahora masivamente diciéndose, en Javier Sicilia. Vicios que tiene uno: me fascina que alguien así, doliéndome todo de su costo trágico, el pre-cristiano sacrificio del hijo, sea llamado de pronto a encabezar a muchos y a hablarle a todos. Es como recibir una designación. Otro grado mayor de la credibilidad moral, de la representatividad pública. Uno concentra lo que muchos viven.
Al final, la sustancia. El lenguaje empleado por Sicilia en ese primer discurso, en ese diagnóstico fúnebre y ácido, aunque también resurreccional, de las circunstancias, males y agravios que privan en nuestro país, puede entenderse como la corrección de las denominaciones que Confucio le propuso al emperador amarillo cuando éste le preguntó por la primera medida de curación política. La tarea que emprenden Javier Sicilia y sus compañeros. No importa ahora la precisión de las propuestas, lo prioritario es la visibilización del hartazgo ciudadano, mantener la presión suprapolítica de otro lenguaje, directo y fuera de la doxa, que le hable a la gente para despertarla, aunque no lo escuche el poder ni sus estructuras formales y fácticas. Las grietas de esta casa son profundas. O se reconstruye o se derriba. No puede ya seguir así.
Vencer es avanzar, dirían los clásicos. El aleteo de la mariposa produce un huracán a la distancia. Doscientos que se hacen miles que se pueden hacer muchísimos más. Cuando las agregaciones son espontáneas aprenden a formar un nudo de bambú: horizontal, capilar, resistente, versátil.

Fernando Solana Olivares.

2 Comments:

Blogger MinnaSade said...

Oiga Pacotorres, le faltan muchos acentos.

6:48 PM  
Blogger Pacotorres said...

Hace mucho perdí el acento por estar atento a mis acentos, pero le prometo romper la promesa de rompimiento y comenzar un acento con ese gesto de Juventud grácil de su pecho.

7:29 PM  

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