ADIÓS, SABATO.
Las primeras líneas de Hombres y engranajes, un ensayo publicado por Ernesto Sabato en 1941, parecen redactadas ayer mismo apenas: “Dice Martin Buber que la problemática del hombre se replantea cada vez que parece rescindirse el pacto primario entre el mundo y el ser humano, en tiempos en que el ser humano parece encontrarse en el mundo como un extranjero solitario y desamparado. Son tiempos en que se ha borrado una imagen del Universo, desapareciendo con ella la sensación de seguridad que se tiene ante lo familiar: el hombre se siente a la intemperie, sin hogar. Entonces se pregunta nuevamente sobre sí mismo”.
Sabato escribe que así es nuestro tiempo y que el mundo “cruje y amenaza derrumbarse”. Su interés intelectual está puesto en el análisis de una crisis que para él no solamente abarca el sistema capitalista sino todo el sistema mundo originado en Occidente. Ello lo lleva a considerar, para entenderlo, las tres paradojas que el historiador Berdiaeff encontró en el Renacimiento: un movimiento individualista que terminó en la masificación; un movimiento naturalista que terminó en la máquina; un movimiento humanista que terminó en la deshumanización. Tal síntesis lapidaria no sólo es suya, pero él también la descubre al ensayar una sola y gran paradoja: la deshumanización de la humanidad.
Este preguntarse del hombre de nuevo sobre sí mismo puede definir la obra de Sabato, doctor en física y estudiante de filosofía que trabajó en radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie y lo abandonó para concentrarse, a partir de 1945, en la creación literaria. Esa misma pregunta del ser por sí mismo, que buscó en la ciencia y no encontró, fue derivada genialmente a la literatura de un modo empleado muy escasamente, dada su alta dificultad lingüística: el autor de una estructura narrativa que se convierte en personaje de la misma, y dentro de ella resulta contado por los personajes ficticios de la novela, por las voces que el autor ha imaginado. El autor se transforma en personaje de sus creaciones: un espejo del espejo que se refleja en otro espejo, una transmutación entre el texto que se hace vida y el autor que se vuelve literatura.
Lo anterior es denso y misterioso porque escribir es una condena y una bendición. A final de cuentas el escritor siempre es escrito: la lengua nos habla, pues. Y la de Sabato fue un mensaje estético y conceptual extraordinario transmitido por un venerable mensajero mercurial. Como otros, muy temprano leí El túnel y después Sobre héroes y tumbas y después Abdón el exterminador. La edad y lo leído. El “Informe sobre ciegos”, epopeya multiabarcante, poliédrica, profunda, materializaba un plano de lo verdadero y verosímil, harto supranormal pero aquí mismo, los muchos mundos infra-reales en el mundo rodeante, leídos aquellos días adolescentes, cuando la escritura de Sabato era sagradamente necesaria para una educación sentimental que entonces y así se iba haciendo. Soberanía del deslumbramiento precoz: leer sin soltar el objeto magnético hasta terminar de ser el mismo lector leído por lo que lee.
Leer para comprenderse, para hacerse. Y Sabato escribió la sustancia, las abundantes palabras, las epifánicas historias, la deslumbrante forma de todo ello. Hace años que lo leí suspendido durante días inolvidables, formacionales, plenamente lúcidos, ahora días escasos e inconstantes. También estaba el personaje mismo: digno, independiente, liberal, si bien desinvestido como todo escritor, autorizado éticamente justo por eso. Entre el sentimentalismo sectario de la izquierda argentina se criticó escandalosamente la inoportuna visita, referida por la prensa, de Borges y Sabato al dictador militar Videla.
Imprudencia del tacto en uno y valor político en el otro. Mientras puede imaginarse a Borges reconcentrado y distante durante el encuentro, a cargo del yerro cometido, sin nada que decir o escuchar, se afirma que Sabato abogó ante el general golpista por personas detenidas o desaparecidas cuya lista llevaba consigo.
En 1984 Sabato debió encabezar la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas que investigaría las detenciones, torturas y desapariciones cometidas por la dictadura militar entre 1976 y 1983. Fue el autorizado juez de una nación dolorida y rota que debía obtener visibilización y reparaciones. Esta dimensión personal de Sabato: obra superior y conducta moral plena, lo convirtieron en una autoridad legítima. La forma más alta de la inteligencia es la bondad, la que comprende aunque no justifica. Y ella, la bondad, es uno de los fondos del pensamiento prosístico, literario de este hombre universal y de barrio, velado en el Club Atlético Defensores, donde jugaba dominó y entraban a saludarlo los vecinos. Se van muriendo los mejores.
Durante el ensayo citado Sabato afirma que nuestra época cree, erróneamente, que basta con lograr la libertad. Él lo corrige, proponiendo lo único importante: saber qué hacer con esa libertad, encontrarle un sentido, un para qué. Sugiere entonces elaborar un individualismo no masificado, un naturalismo no mecanizado, una humanidad no deshumanizada. Un modo posible para volver a empezar. Como aquellas cosas que están a la mano.
Estoy de acuerdo: se fue el más grande. Por varias razones literarias, reflexivas, morales, como de un genio renacentista. Nadie es más que otro si no hace más que otro. Muchas gracias entonces y adiós, Sabato. El Informe de ciegos sigue activo.
Fernando Solana Olivares.
Sabato escribe que así es nuestro tiempo y que el mundo “cruje y amenaza derrumbarse”. Su interés intelectual está puesto en el análisis de una crisis que para él no solamente abarca el sistema capitalista sino todo el sistema mundo originado en Occidente. Ello lo lleva a considerar, para entenderlo, las tres paradojas que el historiador Berdiaeff encontró en el Renacimiento: un movimiento individualista que terminó en la masificación; un movimiento naturalista que terminó en la máquina; un movimiento humanista que terminó en la deshumanización. Tal síntesis lapidaria no sólo es suya, pero él también la descubre al ensayar una sola y gran paradoja: la deshumanización de la humanidad.
Este preguntarse del hombre de nuevo sobre sí mismo puede definir la obra de Sabato, doctor en física y estudiante de filosofía que trabajó en radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie y lo abandonó para concentrarse, a partir de 1945, en la creación literaria. Esa misma pregunta del ser por sí mismo, que buscó en la ciencia y no encontró, fue derivada genialmente a la literatura de un modo empleado muy escasamente, dada su alta dificultad lingüística: el autor de una estructura narrativa que se convierte en personaje de la misma, y dentro de ella resulta contado por los personajes ficticios de la novela, por las voces que el autor ha imaginado. El autor se transforma en personaje de sus creaciones: un espejo del espejo que se refleja en otro espejo, una transmutación entre el texto que se hace vida y el autor que se vuelve literatura.
Lo anterior es denso y misterioso porque escribir es una condena y una bendición. A final de cuentas el escritor siempre es escrito: la lengua nos habla, pues. Y la de Sabato fue un mensaje estético y conceptual extraordinario transmitido por un venerable mensajero mercurial. Como otros, muy temprano leí El túnel y después Sobre héroes y tumbas y después Abdón el exterminador. La edad y lo leído. El “Informe sobre ciegos”, epopeya multiabarcante, poliédrica, profunda, materializaba un plano de lo verdadero y verosímil, harto supranormal pero aquí mismo, los muchos mundos infra-reales en el mundo rodeante, leídos aquellos días adolescentes, cuando la escritura de Sabato era sagradamente necesaria para una educación sentimental que entonces y así se iba haciendo. Soberanía del deslumbramiento precoz: leer sin soltar el objeto magnético hasta terminar de ser el mismo lector leído por lo que lee.
Leer para comprenderse, para hacerse. Y Sabato escribió la sustancia, las abundantes palabras, las epifánicas historias, la deslumbrante forma de todo ello. Hace años que lo leí suspendido durante días inolvidables, formacionales, plenamente lúcidos, ahora días escasos e inconstantes. También estaba el personaje mismo: digno, independiente, liberal, si bien desinvestido como todo escritor, autorizado éticamente justo por eso. Entre el sentimentalismo sectario de la izquierda argentina se criticó escandalosamente la inoportuna visita, referida por la prensa, de Borges y Sabato al dictador militar Videla.
Imprudencia del tacto en uno y valor político en el otro. Mientras puede imaginarse a Borges reconcentrado y distante durante el encuentro, a cargo del yerro cometido, sin nada que decir o escuchar, se afirma que Sabato abogó ante el general golpista por personas detenidas o desaparecidas cuya lista llevaba consigo.
En 1984 Sabato debió encabezar la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas que investigaría las detenciones, torturas y desapariciones cometidas por la dictadura militar entre 1976 y 1983. Fue el autorizado juez de una nación dolorida y rota que debía obtener visibilización y reparaciones. Esta dimensión personal de Sabato: obra superior y conducta moral plena, lo convirtieron en una autoridad legítima. La forma más alta de la inteligencia es la bondad, la que comprende aunque no justifica. Y ella, la bondad, es uno de los fondos del pensamiento prosístico, literario de este hombre universal y de barrio, velado en el Club Atlético Defensores, donde jugaba dominó y entraban a saludarlo los vecinos. Se van muriendo los mejores.
Durante el ensayo citado Sabato afirma que nuestra época cree, erróneamente, que basta con lograr la libertad. Él lo corrige, proponiendo lo único importante: saber qué hacer con esa libertad, encontrarle un sentido, un para qué. Sugiere entonces elaborar un individualismo no masificado, un naturalismo no mecanizado, una humanidad no deshumanizada. Un modo posible para volver a empezar. Como aquellas cosas que están a la mano.
Estoy de acuerdo: se fue el más grande. Por varias razones literarias, reflexivas, morales, como de un genio renacentista. Nadie es más que otro si no hace más que otro. Muchas gracias entonces y adiós, Sabato. El Informe de ciegos sigue activo.
Fernando Solana Olivares.
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