Saturday, July 23, 2011

TRECE.

¿Qué hizo Merlín para derrotar a la bruja? Le dio la espalda. Eso pienso cuando la veo venir hacia mí y me arranca un apretón de manos, un beso y un abrazo, escenificado para que los otros vean que esa señora sesentona y yo de tal manera cordial nos saludamos. Nuestro protocolo social no existe pues ella corresponde al subgénero mal bicho, malas vibraciones del fenómeno mujer. ¡Oh, lo femenino! ¿Cómo purga uno su desagrado? Haciendo así, aguantando vara en el mal tiempo: llueve, llueve, cómo llueve. Actualizo entonces las reglas uno y dos: soportar la injusticia, adaptarse a las circunstancias. Las circunstancias son un espacio-tiempo que se pliega sobre sí mismo, allí en el saloncito lleno. Hay que comenzar y hago el anuncio: “Señoras y señores, damas y caballeros, jóvenes y jóvanas, niños y niñas, público conocedor”. Abre el concierto Polanco, un trío telonero que hace electro-pop, fusión, mezcla posmo o según se llame su modalidad. Circula tanta energía. La vida sin música sería un error.

Y luego surge lo inesperado: una revelación. Lourdes Orozco y Trece, su primer disco. Seis canciones del mismo que sonarán no lo refinado que debieran por la mala acústica del sitio sino que se verán resplandecientes y se sentirán intensas, despertando la somática de aquellos días indocumentados y felices, cuando la ciudad apenas iniciaba su irreparable y con ella nuestra auto destrucción. Malas vibras megaurbanas. La tía Elsa contó apenas el asalto armado a la hija horas atrás para despojarla de una camioneta recién comprada. Clima delincuente, clima delicuencial. El cielo es una densa costra gris y el feísmo citadino luce en todo su esplendor astroso. Inferus privador: la boca de Plutón. Aunque los sublimes covers que ella interpreta me llevan a actualizar las reglas tres y cuatro: no esperar nada y seguir en el camino. Sumertime es espléndida, Natural woman un alarde, To love sombody un himno y el popurrí de los Beatles campeones (¿por quién vota?) resulta épico. Un amigo, que por tacaño no compra Trece, el disco joya de sólo cien varos presentándose ahora, antes de que entráramos a esta carpa desajustadamente acústica de misterios originales: ¿cómo apareció la melodía?, súbitamente recordó al poeta: familia, nido de alacranes.

Lourdes Orozco canta acompañada del grupo Polanco, coreada por sus hijos y una amiga. Familia no alacránica, que también las hay. Una de las líneas narrativas actuantes en el concierto amateur, ellos aman lo que hacen y por eso lo hacen bien, es dicho ajuste biográfico, tarea que la gente, casi siempre sin darse cuenta, suele emprender. La señora fatamorgánica que me arrancó el saludo se sube por su cuenta al escenario para apropiarse de la ovación que el público dirige a la cantante y sus imberbes buenos músicos, entre los cuales resplandece un talento adolescente que también debuta: Ignacio Orozco, tecladista de la sesión. Disfrazada de doncella como está vestida, familia alacrana, la señora pronuncia un estudiado discurso sentimentalizante en el cual sobre todo habla de ella misma, luego entrega como obsequio una maceta con flores, alguien comenta que de esas macetas vio muchas por allá afuera, y entre la festiva audiencia queda la lección humana de que lo único que se quema en el infierno es el yo. Malas vibras contrarrestadas. Las positivas se instalan hegemónicas, como si flotáramos en una quinta dimensión.

Y la ciudad alrededor a la manera de un anillo efervescente, enervante. ¿Qué ocurrió con aquel alto mi valle metafísico, qué fue de esa la región más transparente de mi extraviada juventud? Ahora las sombras caminan todo el día y por la noche se multiplican. Fauna urbana atemorizante: son tantos y el número es insoportable, los edificios rotos y vacíos al lado de otros apresuradamente levantados, la especulación inmobiliaria y enmohecidos los objetos por una lluvia que lleva de durar semanas, el caos cuyo desorden es un orden donde nadie puede entender y yo ya no sé soportar: a las tres de la madrugada me despierta el ruido de los vehículos que circulan por la febril avenida donde queda el hotel. Actualizo a esa hora avanzada las cuatro reglas con el ánimo encogido aunque el corazón pleno, sabiendo que en breve me iré de ahí: soportar la injusticia, adaptarse a las circunstancias, no esperar nada y seguir el camino.

Las puertas cerradas están abiertas: estética de la desaparición, acción de la distancia, purga de la soledad, tónico del silencio. Todos los santos viven ocultos mientras los héroes públicos hieden. Mi mujer y yo por fin llegamos a nuestra apartada abadía: excepcionalidad del atrevimiento diferente o paradojas de la proximidad obtenida en la que tuvo que ver la familia alacrana: para estar aquí debió pasarse a través de ella: fueron peldaños y hubo que subirlos todos.

¿Viste a fulano, saludaste a perengana, hablaste con zutano? Comentando entre los dos el tópico de los otros, uno que siempre es otro para los otros, la segunda revelación sucede: estamos escuchando Trece y nos admira como una epifanía. Allá llueve mucho y aquí muy poco, donde la cadenciosa y limpia voz de la cantante nos va guiando al encuentro con la belleza que es idéntica a la justicia y a la verdad. Todo está bien entonces: trece centímetros en promedio miden las pestañas de los elefantes, el cielo tiene trece niveles horizontales y suman trece las vitaminas esenciales para el cuerpo humano. Son los milagros: inesperados y sutiles. Por eso fueron trece los comensales de la Última Cena y tal cifra que resulta cuatro son estas canciones puerta a una discreta felicidad: la música.

Fernando Solana Olivares.

1 Comments:

Blogger Pacotorres said...

Dicen: "Quien mucho cuida la retaguardia, nunca roza la vanguardia"

Digo: El mañana es nostalgia, el ahora es...hasta un mañana.

3:42 PM  

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